Amaia.La casa, testigo de un linaje que la levantó con orgullo, ahora se desmorona conmigo, su última heredera, con un destino ya sellado: venderme para salvarlo todo.—...O te casas con él, o nos hundimos para siempre —sentencia mi padre.El peso de sus palabras bien podría aplastarme por completo.— ¿Por qué no te casas tú? El blanco siempre ha sido tu color.—Amaia...Aprieto las cuentas de cobro en mi mano, suman millones de dracmas que desde luego no tenemos.—No hay otra salida —asevera.Mis ojos se hipnotizan con el movimiento de sus labios, pero aun así no puedo aceptarlo.—Todo esto es tú culpa —suelto.— ¡Amaia!— ¡Eres tú quien ha despilfarrado el dinero! Tú y tus malos negocios, tú y tus malas decisiones ¡Eres el responsable de nuestra desgracia!Desde la habitación de al lado, la tos de Diara frena mis palabras. Esa tos áspera, continúa y agónica que me recuerda en todo momento que ella necesita tratamiento y que de no recibirlo podría empeorar hasta... no me atrevo a pe
Amaia.Camino por los jardines delanteros del hospital. Es otoño y los árboles desnudan sus ramas mientras el frío se incrementa y se acompasa al pesado temor en mi pecho... Diara es lo único que tengo, el último recuerdo de mamá y de la felicidad que un día conocimos. Ella lo es todo para mí.—Señorita Mountbatten.La enfermera que atiende a mi hermana se acerca con tranquilidad.»La señorita Diara ha despertado y quiere verla.Vuelvo a respirar.—Gracias.—El doctor hablará después con usted.Asiento.»Debería regresar a casa, usted también necesita descanso.—Es muy amable, pero no me gusta dejar sola a mi hermana.—Ella será medicada y dormirá toda la noche. Así que puede ir a casa y regresar temprano en la mañana.Me abrazo para darme un poco de calor.»Si usted también se enferma ¿quién cuidará de ella? —intento hablar, pero no puedo—. Es una buena hermana, pero también es humana y necesita reposo.—Está bien, me iré después de hablar con ella y mañana regresaré antes de que des
Amaia.El aire esparce el aroma a hojas secas, acompañado de un viento gélido que se filtra poco a poco entre los árboles cada vez más desnudos, con tapetes dorados a sus pies.—Es hora.Anuncia mi padre en el momento en que la luz del atardecer se refleja melancólica sobre el camino de piedra que conduce a la iglesia.— ¿El dinero? —indago.—Luego de la boda.—Lo primero son las facturas del hospital y el nuevo tratamiento. ¿Lo sabes, verdad?—Lo sé Amaia, no soy el hombre desalmado que tú imaginas.Aprieto el ramo de dalias burdeos y anaranjadas entrelazadas con rosas blancas y hojas de eucalipto. El sudor humedece la cinta color vino que lo ata.—Diara no puede enterarse aún.—Se enterará.—Pero, no aún —insisto.—Haré lo posible.Un sonido extraño retumba en los oídos, pero no sale de la iglesia, sino de mi pecho.»Estarás bien. —No hables sobre lo que no sabes.—Tampoco es fácil para mí.—Debe ser difícil vender a una de tus hijas. —Soy sarcástica.Pero, más que furia es la tr
Amaia“Odio hasta que la muerte nos libere”La música resuena por el salón de eventos de la mansión de Los Belmonte, mientras continúo escuchando esa frase en mi cabeza y la copa de vino en mi mano me ofrece la única compañía de la noche. En definitiva, las risas, bailes y conversaciones de los demás no son reflejo del abismo que existe entre él y yo... mi querido amigo de la infancia, mi esposo.No pierdo detalle de él a través de la multitud. Está con su padre y algunos socios bebiendo whisky con una expresión impenetrable, incluso no me ha devuelto ni una sola mirada desde que salimos de la iglesia... cada uno por su lado.Puedo entender que no estuviera de acuerdo con este matrimonio, aunque fue algo que no consideré hasta ahora y desde luego que comprendo que tenga cierto resentimiento hacia mí por casarse con alguien que de forma evidente no ama... Mi pecho duele ante esta nueva realidad, pero... aún así, no he sido yo quien lo propició, fue su padre, ¡debería ser a él a quien m
Amaia.Sostengo una copa de vino en cada mano mientras me abro paso entre los invitados. La mirada fija en Gael y en esa mujer que en definitiva sólo puede ser ella: La viuda García.Es rubia, esbelta y elegante, quizá con doce años más que yo, pero aún joven y hermosa. Algo que no intenta ocultar con el vestido negro que se aferra a su figura. No se inmuta cuando me paro frente a ellos. Su mano se mantiene enganchada al brazo de mi esposo como si quisiera dejar claro cuál es su posición. Sonrió con frialdad.—Es bueno compartir con los amigos los momentos importantes —digo con voz tranquila, pero lo suficientemente clara para que los oídos curiosos a mi alrededor escuchen—. Compartir la felicidad de un matrimonio o la tristeza de la viudez es fundamental —agrego.Extiendo una de las copas de vino hacia ella. Arquea una ceja, como si analizara mi movimiento. Sin embargo, con una sonrisa de burla toma la copa sin soltar a Gael. Él sólo nos observa.—Estoy de acuerdo, compartir entre do