Amaia.
La casa, testigo de un linaje que la levantó con orgullo, ahora se desmorona conmigo, su última heredera, con un destino ya sellado: venderme para salvarlo todo.
—...O te casas con él, o nos hundimos para siempre —sentencia mi padre.
El peso de sus palabras bien podría aplastarme por completo.
— ¿Por qué no te casas tú? El blanco siempre ha sido tu color.
—Amaia...
Aprieto las cuentas de cobro en mi mano, suman millones de dracmas que desde luego no tenemos.
—No hay otra salida —asevera.
Mis ojos se hipnotizan con el movimiento de sus labios, pero aun así no puedo aceptarlo.
—Todo esto es tú culpa —suelto.
— ¡Amaia!
— ¡Eres tú quien ha despilfarrado el dinero! Tú y tus malos negocios, tú y tus malas decisiones ¡Eres el responsable de nuestra desgracia!
Desde la habitación de al lado, la tos de Diara frena mis palabras. Esa tos áspera, continúa y agónica que me recuerda en todo momento que ella necesita tratamiento y que de no recibirlo podría empeorar hasta... no me atrevo a pensar en ello.
— ¿Pagaste las facturas del hospital?
Aprieto más fuerte mi mano con una fútil esperanza.
— ¿Con qué dinero?
Le lanzo los papeles que rebotan en su pecho y caen al suelo.
— ¡Eres nuestro padre! —Le recuerdo—, deberías protegernos... pero lo que haces es atentar contra la vida de la hija mayor y vender a la hija menor.
—Amaia no es momento para cuestionarme. No todo ha sido mi culpa.
— ¿No?
—A veces las cosas sólo suceden.
Mi pecho se desinfla, quisiera abofetearlo, pero una vez más la tos regresa a inundar mis oídos. A veces pienso en que esa lotería indeseada la pude haber ganado en lugar de Diara, y ser la que debiera soportar la fibrosis quística... Si no necesitara tratamientos continuos y tan costosos, tal vez podría trabajar para pagar las cuentas. Sin embargo... No puedo creer lo que estoy a punto de preguntar:
— ¿Por cuánto dinero me estás vendiendo?
—Por el suficiente para pagar nuestras deudas.
— ¿Y el tratamiento de tu hija?
—Podrá ser atendida por los mejores médicos, en el mejor hospital que el mundo conozca.
—No puedo creerlo... jamás imaginé que me hicieras algo así.
—O aceptas este matrimonio, o lo perderemos todo. Eres nuestra única salvación —sentencia.
Mamá y los abuelos nos observan desde la pintura de años atrás, cuando todo era abundancia... Si mamá estuviera viva, tal vez nada de esto estaría sucediendo... tal vez, incluso me estaría preparando para mi boda, pero con él.
“Te llevaré a conocer el mundo algún día”
Aún escucho en mi cabeza aquella promesa tan lejana, pero con una voz cada vez más olvidada de un chico que simplemente desapareció demasiado rápido... Su mirada cálida fue un tesoro que quise recuperar... Sin embargo, cuando el presente se desmorona tan rápido y ruidoso como esta casa ¿Qué importan mis sueños?, ¿Para qué seguir esperando por el regreso de alguien que quizá ya me olvidó?
Un golpe seco en la puerta interrumpe mis pensamientos. Es el abogado de mi padre, viene con la misma mirada desdeñosa de siempre y un sobre en la mano.
—Lo has traído.
Mi atención se centra en el sobre, mientras el corazón empieza a latir pesado.
—Su nombre es Gael Belmonte —explica mi padre—, y en ese sobre está el acuerdo para que te conviertas en su esposa.
— ¿Gael Belmonte?
Ni siquiera pregunté de quién se trataba. No importa quién sea ese hombre, la sola idea de por sí ya me repugna.
—Los Belmonte son unos nuevos ricos, pero con el dinero suficiente no es necesario escandalizarse.
Ignoro lo que está diciendo, no es como si la división de clases sociales o parentela noble me importe, más cuando es evidente que a nosotros mismos no nos ha servido. No, nada de eso interesa, sólo hay un rumor vago que ronda mi cabeza asociado a ese nombre.
— ¿Es el mismo Belmonte que tiene una relación escandalosa con la viuda García?... ¿Me estás vendiendo a él?
Pido en silencio que no lo sea, porque incluso a mis oídos han llegado los rumores sobre aquella relación inmoral. Los comentarios son desafortunados y revelan un amorío inescrupuloso que data desde antes de que la mujer enviudara. Es de entender que deseara tener un nuevo pretendiente, después de todo dicen que tiene treinta y cuatro años y por lo tanto aún es joven, pero lo que no debió hacer es engañar a su esposo mientras éste luchaba por vencer la enfermedad que al final lo consumió.
—Lo que te debe importar es que su padre ha ganado mucho dinero en los últimos años y quiere mejorar la imagen de su hijo.
—Entonces sí es él... —Mi estómago se revuelve— voy a vomitar.
—Ustedes son las últimas Mountbatten que quedan con vida. El apellido de tu madre es invaluable.
Niego. Un apellido que sólo es una composición de tetras, pero su valor recae sobre los destellos de la vieja realeza.
—Lo has dejado claro desde siempre, incluso rehusaste tu derecho de darnos tu apellido para que mi madre no fuera la última de ese linaje.
—Tendremos un buen intercambio.
—Por supuesto —asiento con desánimo—. Dinero y atarme a un esposo que no amo a cambio de entregarle un apellido y aceptar que llegue al altar con su amante.
— ¡Suficiente! Lo de la viuda deben ser sólo rumores que debes aprender a ignorar.
Mis ojos destilan desdén y lo prefiero a que salgan las lágrimas que amenazan con salir.
—Supongo que tendré que mirar a otro lado y taparme los oídos.
—Amaia, el destino de nuestra familia está en tus manos, así que te lo repito, o te casas con Gael Belmonte, o perderemos todo y no podremos costear el tratamiento de tu hermana.
Mis ojos pican, pero con aquel posible panorama mis labios se sellan. Elevo la cabeza para ver los escombros que caen sobre mí, pero no son más que el peso de la cruel realidad. Hinco los dientes sobre el labio inferior para contener las lágrimas.
—Amaia —la voz débil y carrasposa de mi hermana me hace notar su presencia.
¿En qué momento ingresó? Voy a su auxilio. Es tan frágil como una mariposa y tan pálida como un papel.
—No lo hagas —susurra con aquellos labios agrietados y secos.
— ¿Qué?
—No te cases con alguien que no amas, no por mí.
Acaricio su cabello negro cada día más opaco, la abrazo y beso su frente. Soy más alta y más fuerte.
—Eres mi hermana y cuidaré de ti.
—Soy la mayor y te ordeno que no lo hagas —intenta ser autoritaria, pero con aquella voz débil le resulta imposible.
Parpadeo alejando cualquier rastro de la tristeza que me inunda al ser consciente de que estamos condenados.
»Debe existir otra solución —agrega.
—Tal vez tú podrías ser la novia —Se burla mi padre. Lo fulmino con la mirada—. Sabemos que es imposible, tendrá que ser Amaia, y es punto final.
—Podríamos.
Empieza a toser de forma incontrolable. No puede terminar sus palabras. Palmeo su espalda, pero en lugar de disminuir la tos se incrementa.
— ¿Diara? ¡Diara!
Ella jadea luchando por aire, mientras mi padre sentencia con frialdad:
—Sólo hay una salida, y es tu boda. Amaia no seas egoísta y piensa en tu hermana.
Amaia.Camino por los jardines delanteros del hospital. Es otoño y los árboles desnudan sus ramas mientras el frío se incrementa y se acompasa al pesado temor en mi pecho... Diara es lo único que tengo, el último recuerdo de mamá y de la felicidad que un día conocimos. Ella lo es todo para mí.—Señorita Mountbatten.La enfermera que atiende a mi hermana se acerca con tranquilidad.»La señorita Diara ha despertado y quiere verla.Vuelvo a respirar.—Gracias.—El doctor hablará después con usted.Asiento.»Debería regresar a casa, usted también necesita descanso.—Es muy amable, pero no me gusta dejar sola a mi hermana.—Ella será medicada y dormirá toda la noche. Así que puede ir a casa y regresar temprano en la mañana.Me abrazo para darme un poco de calor.»Si usted también se enferma ¿quién cuidará de ella? —intento hablar, pero no puedo—. Es una buena hermana, pero también es humana y necesita reposo.—Está bien, me iré después de hablar con ella y mañana regresaré antes de que des
Amaia.El aire esparce el aroma a hojas secas, acompañado de un viento gélido que se filtra poco a poco entre los árboles cada vez más desnudos, con tapetes dorados a sus pies.—Es hora.Anuncia mi padre en el momento en que la luz del atardecer se refleja melancólica sobre el camino de piedra que conduce a la iglesia.— ¿El dinero? —indago.—Luego de la boda.—Lo primero son las facturas del hospital y el nuevo tratamiento. ¿Lo sabes, verdad?—Lo sé Amaia, no soy el hombre desalmado que tú imaginas.Aprieto el ramo de dalias burdeos y anaranjadas entrelazadas con rosas blancas y hojas de eucalipto. El sudor humedece la cinta color vino que lo ata.—Diara no puede enterarse aún.—Se enterará.—Pero, no aún —insisto.—Haré lo posible.Un sonido extraño retumba en los oídos, pero no sale de la iglesia, sino de mi pecho.»Estarás bien. —No hables sobre lo que no sabes.—Tampoco es fácil para mí.—Debe ser difícil vender a una de tus hijas. —Soy sarcástica.Pero, más que furia es la tr
Amaia“Odio hasta que la muerte nos libere”La música resuena por el salón de eventos de la mansión de Los Belmonte, mientras continúo escuchando esa frase en mi cabeza y la copa de vino en mi mano me ofrece la única compañía de la noche. En definitiva, las risas, bailes y conversaciones de los demás no son reflejo del abismo que existe entre él y yo... mi querido amigo de la infancia, mi esposo.No pierdo detalle de él a través de la multitud. Está con su padre y algunos socios bebiendo whisky con una expresión impenetrable, incluso no me ha devuelto ni una sola mirada desde que salimos de la iglesia... cada uno por su lado.Puedo entender que no estuviera de acuerdo con este matrimonio, aunque fue algo que no consideré hasta ahora y desde luego que comprendo que tenga cierto resentimiento hacia mí por casarse con alguien que de forma evidente no ama... Mi pecho duele ante esta nueva realidad, pero... aún así, no he sido yo quien lo propició, fue su padre, ¡debería ser a él a quien m
Amaia.Sostengo una copa de vino en cada mano mientras me abro paso entre los invitados. La mirada fija en Gael y en esa mujer que en definitiva sólo puede ser ella: La viuda García.Es rubia, esbelta y elegante, quizá con doce años más que yo, pero aún joven y hermosa. Algo que no intenta ocultar con el vestido negro que se aferra a su figura. No se inmuta cuando me paro frente a ellos. Su mano se mantiene enganchada al brazo de mi esposo como si quisiera dejar claro cuál es su posición. Sonrió con frialdad.—Es bueno compartir con los amigos los momentos importantes —digo con voz tranquila, pero lo suficientemente clara para que los oídos curiosos a mi alrededor escuchen—. Compartir la felicidad de un matrimonio o la tristeza de la viudez es fundamental —agrego.Extiendo una de las copas de vino hacia ella. Arquea una ceja, como si analizara mi movimiento. Sin embargo, con una sonrisa de burla toma la copa sin soltar a Gael. Él sólo nos observa.—Estoy de acuerdo, compartir entre do
Gael.El golpe seco de la puerta resuena en el baño cuando la empujo hacia adentro. Mantengo mi agarre firme sobre su mano, al punto que sé que puede ser doloroso, pero ella se resiste a quejarse. La empujo atrapándola entre la pared y mi cuerpo. Sus ojos color miel se clavan en los míos sin dejar ir ese brillo desafiante.— ¿A qué estás jugando? —cuestiona con voz tensa.Intenta alejarse, pero la acorralo contra la pared, una mano se apoya con firmeza a su lado bloqueando su escape.—Esto no es un juego —asevero con tono áspero—. Quiero que entiendas algo desde ya y es que este matrimonio es de papel. No hay nada entre nosotros y nunca lo habrá.Sostiene mi mirada, pero algo en su expresión parece de dolor. No obstante, parpadea y cambia de inmediato su postura, para verse más erguida y como si se preparara para la batalla.—Qué alivio. —Una fina línea se curva en sus labios—. Creí que tendría que lidiar con un esposo devoto.Suelto un risa seca, sin ningún rastro de humor. Atrapo su