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Capítulo 2: ¿Visita sorpresa?

─Lo sé ─veo cómo la suerte se me escapa de las manos.

─Muy bien. Me voy, y por favor haga como si nada de esto sucedió, lo que menos quiero ahora es un escándalo.

─No lo tendrá ─me detengo frente a su auto.

─Ah, tome un taxi, así nos ahorramos más problemas ─me avienta el dinero. Puedo ver los billetes aterrizar sobre mis pechos, lo cual me parece un insulto, por lo que siento rabia al instante. ¿Quién se cree para tratarme así?

─Ahórrese las molestias y métase los billetes por donde pueda ─me apoyo en la ventanilla del piloto para lanzarle el dinero de regreso, y añado con petulancia ─, su excelentísimo. 

Le doy una patada al deportivo color rojo y taconeo hacia la salida del estacionamiento. ¡Cuánta humillación! Para mi desgracia se suma a mi listado de tragedias un fuerte aguacero, y conforme están las cosas, lo más seguro es que deba caminar hasta mi casa.

Comienzo a andar a paso presto bajo la lluvia, cuando al otro lado de la calle escucho la voz de mi hermana volviéndose un salvavidas ─ ¡Verónica!

Corro hasta su auto completamente empapada, con la ropa adherida a mi grácil cuerpo como un chicle, y el cabello hecho un rotundo asco.

─Justo a tiempo ─me dice con una sonrisa.

─Gracias por venir, olvidé traer dinero para un taxi ─pongo la calefacción del auto mientras me desvisto.

─Supuse que estabas sin dinero.

No entiendo porqué pero siento una oleada de emociones arrugarme el corazón.

─ ¿Me quieres contar qué pasó anoche?, Chris dijo que te habías peleado con Rodrigo.

─Rompimos ─explico sin rodeos en lo que me desmaquillo. Aunque no estoy observando a Cristina, puedo percibir el gesto incómodo en su cara.

─ ¿Por? ─pide saber, y su voz se oye prevenida, como si esperara algún insulto mío por tocar el tema; para su suerte me decanto por contarle con lujo de detalles lo ocurrido, es igual de discreta que Chris, me lleva 4 años de ventaja. Así que no está muy lejos de entenderme. ─Es un cretino, se lo tenía merecido ─dice con tanta indignación que parece ella la afectada.

─Y no sabe lo que le espera, Cristina ─viboreo ─, voy a hacer que me ruegue. 

─Te digo yo que no vale la pena, ya déjalo con la duda de si tú y el profesorcillo ese tienen algo.

─Nada de eso, me voy a liar a Ricardo para que sus dudas sean certezas.

[…]

"Si sigues jugando con fuego pronto te quemarás" dice el mensaje de texto que acabo de recibir de mi ex. Ya han pasado dos semanas desde nuestra ruptura, y honestamente no comprendo qué espera Rodrigo de mí; ¿será arrepentimiento?, ¿culpa? Solo espero que se entere que lo estoy superando con éxito.

Mis clases con el profesor Miller cada vez son más complicadas, "Qué novedad" Y por alguna tentadora razón logra engancharme tontamente a él, al punto de sentir que he llegado más lejos de lo que pudiera pensar si hablamos de travesuras. 

─ ¿Estás segura? Verónica, esto es una locura ─lo sé.

─Tú solo ábrete la camisa un poco más y actúa muy provocativa ─le aconsejo en lo que la ayudo con una segunda mano de rubor y brillo labial.

─ ¿Por qué soy tu amiga, desequilibrada?

─ ¿Por qué será? ─le doy un pequeño empujón a su retaguardia para que avance hacia el otro lado de la calle─ Ah, creo saberlo. Soy la única que no pierde los estribos cuando metes la pata.

Una vez veo a mi mejor amiga acercarse a la recepción del edificio blanco al otro lado de la calle, me preparo psicológicamente para llevar a cabo la otra parte del plan. Entrar sin que nadie lo note. Y vaya que estoy mal de la cabeza para intentar algo así.

─Estoy en el apartamento 205 ─le hago saber a través de una llamada ─, si el guardia de seguridad sospecha algo, envíame un mensaje de texto o una nota de voz diciendo…

─ ¡3312! ─hace una demostración ─. ¿Así?

¿Qué, acaso eso lo escuché en moster inc?

Sonrío, y contesto afirmativamente.

Con destreza abro la puerta del apartamento, no me lleva más de dos minutos darle una galleta al San Bernardo que vigila el piso de mi profesor, que por cierto, me reconoce y adora.

─Rocky. Basta. Para de lamerme ─riño ─. ¡Ya!

El cachorro me mira con cara de circunstancia, cabizbajo se aleja y me deja recorrer el lugar.

¿Listado de notas, dónde estas? Estoy segura de que Walker lo metió en una folio azul.

─Ey, ¿ya la encontraste?

─Sam, ¿qué haces aquí? Este no era el plan ─reprendo a mi amiga a quien veo entrar justo detrás de mí.

─Ya sé que este no era el plan pero el guardia se ha distraído y he pensado que sería de mucha ayuda estando aquí.

─De acuerdo, ahora quédate en la puerta.

─ ¿Segura que no prefieres que te ayuda a buscar?

─No. Ve a la puerta.

─Soy buena encontrando cosas.

─ ¡Sam, la puerta! ─reitero con los nervios de punta.

─Voy. Calma. Pero apresúrate.

Reparo la estancia estilo industrial, típico apartamento de soltero. Salgo de mis impresiones e inicio la búsqueda. Hurgo por casi toda la casa sin éxito alguno, hasta que descubro una última puerta; al abrirla me encuentro con un despacho. Sin perder más tiempo me dirijo al escritorio… y ¡Zas! "Por fin" reviso la lista de estudiantes, letra E. Listo.

─ ¡Santa en la chimenea! ─escucho a Sam. 

¿Cómo? ¿A qué se refiere? Cierro la gaveta y ordeno los papeles en un tris. Cierro la puerta cuidadosamente detrás de mí y me dispongo a ir con Sam, pero…

─Rocky, ¿qué haces comiendo galletas? ─me paralizo al ver a mi profesor a tres metros de mí, sin percatarse de mi presencia ─. ¿de dónde las sacaste?

Rocky menea la cola y lo ignora para lanzarse sobre mí. "Ay, no. Por Dios. Rocky ahora no" 

Toma al perro del collar y lo aleja de mí sin mostrar un atisbo de sonrisa. No es para menos. Estoy muerta.

─ ¿Señorita Engel?

─Profesor ─estoy perdida ─. No es lo que se imagina, déjeme explicarle.

─ ¿Explicar?, ¿explicar qué? ─me mira con sus acerados ojos azules ─. Vengo a mi casa y encuentro que una de mis alumnas ha entrando arbitrariamente a mi propiedad.

Me jala la carpeta de las manos y con ella me señala directo a la cara ─Llamaré a la policía.

M****a.

─Le cuento la verdad. TODA. Pero no llame a nadie.

De pronto empieza reír, y a estas alturas no sé cómo interpretar ese gesto.

─Señorita Engel, ¿qué verdad? ─empieza a despotricar ─. ¿Que me ha dañado el seguro de la puerta dos veces, o que me rompió el parabrisas del auto? No, mejor aún ¿que me ha hecho cambiar de espejo de baño? Ah, sin contar que ha sobornado al traidor de Rocky.

Supuse que sospecharía de mí, pero jamás imaginé que tuviera certeza de que fuera yo.

El perro entiende y al instante baja la cola. Pobre.

─Profesor, todo eso tiene una explicación ─“que usted me gusta y ya no sé cómo cojones llamar su atención” eso diría, pero según las circunstancias me pinta mejor mentir ─. Ya le explico. 

─Explicar nada. Voy a llamar a la policía ─se apresura en marcar desde su celular cuando velozmente se lo arrebato ─.Señorita, entrégueme el celular.

─Sin policías, Rocky tampoco tiene culpa. Esto es entre usted y yo.

─No repito.

─Yo tampoco.

Cruzado de brazos opta por sentarse, la tela de su camisa, que por cierto, le queda de infarto, se adhiere a sus músculos. Verónica, ahora no.

─La verdad es que no tengo excusa, he venido porque... a ver, como he dicho antes, tenía curiosidad por saber cuál había sido mi nota.

Arruga la frente ─ ¿Y por eso ha tenido que entrar como ladrón a mi casa? 

─Se equivoca, no soy una ladrona.

─Señorita Engel, ¿cómo le llama usted a la gente que irrumpe en una casa sin permiso?

─ ¿Visita sorpresa? ─murmuro poco convencida. Se me viene a la cabeza la expresión que usa Sam en casos estúpidos como el mío “pol dio” y por extraño que parezca siento ganas de reír. Sin embargo, me muerdo el carrillo del labio para no caer en tentación o imprudencia, y bajo la cabeza con profunda necesidad de huir.

Él se masajea las sienes. ¿Qué voy a hacer con usted? Farfulla.

─Última oportunidad, ¿me oyó? Vuelve a hacer algo estúpido y estará en problemas ─me advierte. Asiento a sabiendas de que esto apenas empieza.

─Como diga, su excelentísimo ─susurro para mí.

─ ¿Cómo dijo? ─el tono acerado y lascivo de sus palabras me estremecen. 

─Dije que no le daré más problemas. Si me lo permite, tengo que irme ─mantengo una expresión ilegible, bastante asustada para no hacerlo dudar de mis palabras.

Me acerco a Rocky y me despido.

─Buen perro ─le sobo la cabeza.

─Rocky, a dormir ─le dice en berridos.

[…]

Ambas reímos, pero apuesto que ella lo hace por lo estúpida que debí verme delante de nuestro profesor. 

─Demasiado postureo, pero mírate, a la hora de la verdad casi te meas.

─No cualquiera logra esa sensación en mí.

─ ¿De mearte? 

─ ¡Sam! ─le doy un empujoncito abochornada. Me levanto del sillón y miro la hora en mi celular  ─. Debo irme, comienzo clase en cinco minutos.

─ ¿Con su excelentísimo? 

Ladeo la cabeza en señal de afirmación. 

***

─El profesor te pide que te quedes después de clase ─me dice Walker rápidamente en lo que se va atestando el aula.

─ ¿Disculpa? ─reparo a mi compañera, luego miro a nuestro profesor que espera cruzado de brazos y sentado en la esquina de su escritorio que los estudiantes se ubiquen en sus asientos para empezar la cátedra. ─ ¿Puedo saber para qué?

─Solo me pidió que te dijera eso ─contesta sin hacer honores, y con una sonrisa antipática vuelve a su asiento en la primeras fila, frente a Miller.

Empieza la clase y no puedo concentrarme con los engorrosos mensajes de Rodrigo.

“Verónica, piénsalo.”

“Amor, Eva no es más que una aventura.”

“Cariño, deja de jugar con ese profesor, juraría que te engaña con otra.”

“Verónica, te amo. Por favor, volvamos.”

“Bebé, te extraño. Yo sé que ese imbécil no te hace el amor como yo.”

─Señorita Engel ─me sobresalto. Mi profesor y toda la clase me observan. Añade ─. Pase al tablero.

Obedezco, me dirijo a la pizarra y espero que Miller me indique qué hacer. Al cabo de una hora la cátedra culmina, guardo todo con la esperanza de ir al cambio de clase antes de ser vista por Miller, pero Walker parece darse cuenta.

─No tan deprisa, recuerda que debes hablar con el profesor ─reitera. Inspiro hondo en un intento por ser paciente. Por no matarla. Sé que detrás de su fachada de buena chica sobrevive la intención de acostarse con Ricardo.

─Anoche se llevó mi móvil ─comenta él mirando directamente a los ojos.

─ ¿Me está llamando ladrona otra vez?

─ ¿Por qué se indigna si actúa como una? ─enarca una ceja, se cruza de brazos y separa los labios para contraatacar ─ ¿o me equivoco?

─Sí, se equivoca. Su celular está sobre el diván del vestíbulo. Si tiene otra acusación en mente dígala pronto o llegaré tarde a mi siguiente clase ─asevero borde. Al cabo de unos segundos de silencio incómodo y de miradas fulminantes me preparo para abandonar el aula.

─ ¿Qué galletas le dio a Rocky? ─pregunta a mis espaldas.

Sonrío sin mirarlo, aprieto el vano de la puerta pero instintivamente me giro quedando muy cerca de él, a medio metro. 

─ ¿A caso importa? ─disimulo el interés que despierta en mí su pregunta.

─Antes de venir a clase he tenido que comprarle otras croquetas, las que acostumbra a comer ya no le gustan. Así que, sí, sí importa.

Buen perro, Rocky.

─Para ser sincera no recuerdo qué marca de croquetas eran.

─Es una lástima ─se relame los labios.

Advierto que repasa con la mirada mi aparatosa vestimenta. Botas, infaltables como siempre, y un vestido café tipo cuero ceñido diez centímetros por sobre la rodilla. 

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