Sofía. Hago lo que me dicen, sin dejar de reparar mi entorno. Tengo dos posibilidades, pero en las dos hay quienes tratarán de detenerme. Me conocen y saben que no voy a quedarme sin hacer nada, por ello me cortan el paso en todas las salidas que ellos ven, pero hay una más. Levanto la mirada, aprieto el anillo que dispara la hoja filosa, mi brazalete lo retiro con cautela hasta que la luz falla, y sé que no fue accidental. La oscuridad se cierne sobre todos. Encajo la punta de la daga que cargaba como brazalete en el cuello del que tengo en la espalda y el anillo con neurotoxinas lo clavo en el pecho del otro, corriendo lejos de los dos cuando una mujer grita al salpicarle sangre en la cara. Preveo el ataque de uno cuando llego a la entrada principal, solo que no voy allí y lo único que logra es que redirija mis pasos a las escaleras. Tiran de mis pies, cayendo de bruces al suelo. Mi bolso sale volando y ahí es donde cargo mi arma. Me giro, pero alguien me toma del cuello. —El
Sofía.Todos los hombres de Donovan me miran con cautela a medida que caminamos dentro del edificio en dónde el vestíbulo nos recibe con varias miradas curiosas. Nadie confía en mi. Les causé pérdidas a un 80% de los presentes cuándo estuve con los Myers. Abraham le roba a quién se le puede robar, no importa que tan influyentes son, si se les puede quitar una moneda, lo hará. De eso me encargué algunas veces también, no por decisión propia, pero sí porque mi deber con ellos era lograr aumentar su fortuna.—¿Qué averiguaron? —les pregunta directamente, importándole poco lo que pase o piensen. —Vinieron porque se levantó una investigación contra un candidato a la gobernación, creo que se relaciona de alguna manera con lo que sucedió en Londres hace unos meses —dice un sujeto de mediana edad. —Sólo que nadie quiere filtrar o siquiera mencionar de quién se trata. —¿Y para decirme eso viniste? —la impaciencia de Donovan tensa a todos. —Quiero resultados, no estupideces. —Señor, la inf
Sofía. En casa, con la claridad de la mañana ninguno se despega del computador. Revisando cámaras donde se le ve saliendo del edificio, cruzando la calle y siguiendo por la banqueta.—Aquí —indico con el dedo a la par de hombres que la siguen de cerca. Caminan por donde ella lo hace, hasta que los nota y apresura el paso. Las siguientes cámaras la captan corriendo hasta que una camioneta blanca la obliga a frenar. Es alcanzada y por más que su lucha tenga lugar no le es suficiente cuando la inmovilizan. A la fuerza la hacen subir, saliendo del lugar de inmediato. Maldigo para mis adentros, muchos vieron eso, pero ninguno se atrevió a acercarse. Entiendo su miedo, pero tengo rabia. Bruno hace un seguimiento, pero entran a lo que parece ser un motel de mala muerte. Se adelantan los tiempos y para cuándo salen ya no la llevan con ellos. Más autos salen atrás de ellos, dispersándose, haciendo casi imposible saber en cual la llevan o si quedó en ese sitio. —Iré allí —me dice Bruno. —
Donovan. Cada molécula de mi cuerpo reacciona a solo dos nombres, dos nombres que rigen mi vida y que en este momento me obligan a torturarme haciendo caso a la decision de Sofía. Tampoco tengo opción y eso me dispara el pulso. El pecho me arde, la piel me quema y la sangre la siento en torrentes aterradores que me comienzan a ahogar con cada paso que doy. La velocidad no es suficiente. La distancia es demasiada entre lo que me mueve y yo. Me trago la rabia, la impotencia y el odio a mí mismo por haberla dejado. Le dije que no haría nada si volvía a caer, pero al sentir que una tonelada de ladrillos cayeron sobre mí al saberla perdida, me tiene contra las cuerdas. Detesto su papel de heroína, desprecio que siempre tenga que ver por otros. Odio totalmente la idea de que me la vuelvan a dañar, porque otros no saben cuidarse a sí mismos. La maldit@ impotencia me lleva al abismo. Necesito dividirme y buscar una solución. Una maldit@ solución que me dé el control de ambos, porque Kil
Donovan.Es gratificante poder verlo bien. Kilian se me pega a la pierna. Sus brazos me rodean y a la espera de poder respirar coloco una mano en su espalda, acunando su rostro al pegar una rodilla en el suelo bañado de sangre. —Sí viniste— levanta la cabeza. —Como lo prometiste.Respiro al fin. —Jamás rompo una promesa— lo llevo hacia a mí con urgencia. Sentí que me robaban el maldit0 oxígeno. —Menos a tí, ¿entendido? —No sentí miedo— tiene un raspón en la frente que limpio y niega. —No tengo miedo cómo tú.—Eres mejor que yo en eso— le digo sintiendo los pasos leves detrás de mí. Mi mano libre se desliza con sutilidad hacia mi cinturón, al mismo tiempo que me inclino para asegurar que lo cubro totalmente, cuándo levanto el arma, disparando hacia el tipo que queda con un balazo entre ceja y ceja.Quiero verlo asustado o alguna reacción de su parte, más la frialdad con la que observa todo me parece curiosa. —Dame a mi hijo, Dragón— espeta Ronald a mi espalda. Me volteo dejando a
Sofía.La putrefacta peste que invade mi nariz me hace recobrar la consciencia con una arcada, sumado a un ataque de tos que toman control de mí. Apenas puedo respirar y eso me resta al no encontrar de que sostenerme al irme de bruces al suelo, de nuevo. Todo me duele. El costado me quema, los pies me tiemblan, las manos me arden y la nariz no me deja de sangrar. Por el aturdimiento no me puedo mover sin marearme, y menos con la argolla en mis pies que los mantienen juntos. Trato de mantener el aire en mis pulmones durante algunos segundos, pero aún eso se me dificulta. Tengo que soportar. Conservo la calma al verme sola, intento sentarme con las pocas fuerzas que me quedan. En la frente también tengo sangre seca y en las uñas tengo sangre que descubro que no es mía. Respiro lo más lento que puedo para que no duela tanto. Al recostar la cabeza en la pared, por fin siento alivio. Puedo respirar mejor y la presión en el pecho desaparece. Enderezar la espalda me cuesta, pero logro hac
Sofía.—Necesito el antídoto— le dice Dylan tratando de negociar. Ella lo mira cómo si fuera una cucaracha más. —Para quitarme esta...—Entonces, búscalo en lugar de venir a donde nadie te ha llamado —espeta ella en un tono autoritario. Este le da una leve reverencia antes de pasar a su lado hecho una furia. —Que pena me das, Sofía. Llorando por una vida que tú misma acabaste. Tú decidiste por ella, no seas tonta — observa mi aspecto. —¿Tan poco vales como para ponerte a la par de simples harapientos? Cada vez es mas decepcionante saber que provienes de algo a lo que no le haces honor. —Me da asco saber de donde provengo. Ellos valen mucho más que tú, Sabine. Ellos sienten afecto y respetan su sangre —me levanto como puedo—. Ellos sí se pueden considerar personas. No ingenuos conejos que se creen grandes.—No seas ridícula —recorre mi cuerpo. —Mantén el apellido que te regalaron y deja de avergonzarnos por pensar que todos deben ser como tú— suelta con desprecio. —Mírate. Rota. Con l
SofíaLa prisa de todos por ayudar a Ronald detiene las peleas, sacan a todos y traen a dos doctores, mientras a los los que estamos obligados a permanecer en el lugar, nos alejan de ellos. La satisfacción nadie me la quita y la sonrisa que no escondo de Sabine, menos. Nos hacen caminar por el pasillo entre jaulas y barrotes que podrían esconder más que prisioneros. Se detienen un instante para abrir la celda de alguien adelante de mí, por lo que debo quedarme inmóvil con los tipos sosteniendo mis manos. El llanto que sale de una celda me incita a girar el cuello, encontrando el rostro de la chica que vi en la pantalla. «La hermana de quién asesiné».Alcanzo a ver cuándo la consuelan, pero aparto la mirada con la culpa que me golpea. Me niego a caer en ello. No lo hice por decisión propia. No me exenta de nada, pero eran ella o Elisa y no quiero que me la dañen más. Tal vez sea egoísta e injusto, pero en ningún momento esto ha sido justo para mí tampoco. Me hacen caminar de nuevo, m