Sofía. Mi pensamiento se llena de las posibilidades y sé que mi destino es volver a verme cara a cara con ese malnacido, pero así como Ronald se ha encargado de tener a cada candidato en la palma de su mano, yo pienso quitarle la probabilidad de tener a alguien en el poder. Se ha escondido de todoss y nadie sabe los alcances que ha tenido. Pero eso se le acabó. Con eso en mente sigo preparándome. La tinta roja deslizándose por mis labios es una de las cosas más simples que me gusta hacer. El labial es básico en alguien que quiere llamar la atención de personas a las cuales les gusta la presunción. Con algo tan sencillo se puede atrapar tanto. Siempre he pensado igual, más cuando se trata de ser el centro de atención. Es justo lo que busco en este momento. Conozco lo que soy y como me veo, pero en este instante eso no basta. Cuando en medio de una propaganda se quiere captar atención del público, se usan colores, es la base siempre, solo que pocos lo entienden porque ni siqu
Sofía.Elisa abre la puerta del otro lado, tomo mi arma y apunto, atravesando la cabeza de uno de ellos, cargo y repito logrando que dejen de dispararnos. —Sofía— me dice Bruno con voz ronca. Dejo de ver al frente para verlo, notando los tres orificios en su abdomen. Las manchas se hacen cada vez más grandes y mis manos se congelan.—No, no, no. ¡Elisa, está herido!— le aviso. Suelto el arma tomándolo de los hombros para ayudarlo a salir, mientras su prima nos abre camino. Elvis viene detrás, no veo a Sabine, el hermano de Abigail nos persigue con un rifle que detona con intención de rompernos las piernas. Da dos pasos y sus rodillas se doblan, pero no lo dejo caer aunque no pueda con su peso. Lo sostengo del costado con una brasa estancada en mi garganta. —Déjame aquí— pide cuando cruzamos la carretera. —No, sigue caminando— escucho las detonaciones demasiado lejos cuando las tengo a solo unos metros. Se queja y mis ojos se mueven en búsqueda de Elisa, pero ya no lo veo. Tampoco
Donovan —¿Donde carajos está Sofía? —mi pregunta provoca eco en las paredes cuando voy a la salida del lugar. Me importa un pepino los cuerpos que hay en el piso, ninguno para mí vale más que a quien busco. —No lo sé, señor. Solo la vi subirse a un vehículo con el... —Maldit0s los dos. No pueden ni siquiera moverse solos— escupo abriendo la puerta para ir a buscarla. Al parecer no puedo tener ni un minuto de calma porque todo lo arruinan. El hijo de perra de Ronald dejó un maldit0 ejército para que me asesinara. Cincuenta putos millones para quién lograra hacerlo y ni ese incentivo volvió inmortal a su gente. Todos están bajo mis botas, con los intestinos afuera, aunque eso no me genera tranquilidad. Piso el acelerador con mi gente siguiéndome. La policía se oye acercándose y ni los miro yendo por lo que quiero. Me importa un puto saco de estiércol que vengan por quién causó esa masacre. No tengo tiempo para ellos. Intento llamarla y nada me funciona. No puede ser verdad
Donovan.Grace sigue observando la pantalla, pero yo no puedo apartar la vista de esa maldit@. —¿Lo sabías? —su tono es neutral, pero la pregunta me jode. —No. Pero no me sorprende —mi voz es una navaja oxidada. Es como si la piel me ardiera, como si cada músculo se tensara hasta el punto de reventar. Abigail. Una ansiedad absurdamente fuerte me embarga. Veo que se va con ellos y la maldigo. Maldigo tener a alguien con quien pueden joderme. Maldigo sentir que estoy contra el tiempo, pero maldigo más ver que, en efecto, la pista fue usada para sacarla de la ciudad minutos antes de que yo llegara. Golpeo la mesa con el puño. Ni siquiera me doy cuenta de que Grace se sobresalta. No me importa. —Voy a reventarla —mascullo, más para mí que para ella. —¿Y qué harás con Ronald? —Darle un paseo entre las vísceras de su hermana. Mis dedos tamborilean sobre la mesa, lleno mi vaso de licor, un líquido que pierde su efecto, porque el simple odio se adueña de mí. La imagen de
Donovan. Dudo en si ir o enviar a alguien solamente, pero no quiero fallas, así que solo pido que los hombres que quedan me acompañen yendo al sitio de la alarma, piso el acelerador para evitar que se escapen. No me interesa simular sutileza, saben dónde están y que robarme es la peor estupidez que pueden cometer. Desde que bajo, encajo el cargador a mi arma yendo por el primero que veo cargando una de los maletines con parte de mis municiones. De un balazo lo mando al suelo con el cráneo roto, apuntado al siguiente que se esconde, pero de nada le vale cuando los hombres entran por todos lados. Una sombra se mueve en el fondo y sé que pretende escapar, dándome así la ruta por dónde el resto va, por lo que me importa una mierd@ su vida, dejándolo para mis hombres. Me devuelvo al vehículo, ensamblando las partes del rifle de largo alcance con el cual rodeo, sin dejar de ver por la mira por calor. Me muevo con rapidez, piso con cuidado en el suelo arenoso e inestable para ir por q
Donovan. Desde que llego a la estación de policía veo todo con sospecha. Ya sé lo que sigue, como tampoco se me hace extraño que todo lo hagan con rapidez. Se aseguran que no tenga una bala incrustada y me curan en pocos minutos. Al menos la vez anterior disimularon mejor antes de entregarme a los guardias, los mismos que me hicieron la vida más miserable cuando pisé la prisión. Esta vez solo observo cada detalle y recuerdo quién la controla. El olor nauseabundo me regresa a esos días interminables y a esas noches de penumbra, en donde quería arrancar mi cabeza o darme un tiro para acabar con el infierno que cubría mis pensamientos. —Entra— señala el guardia que adentro de la celda me quita las esposas. —Sabes cómo se manejan las cosas aquí, no tengo que decirlo. —Las cosas siempre cambian— declaro para mí mismo. Las peleas para divertir a los amigos del director del reclusorio. Las visitas sorpresa en las noches para los pobres desgraciados que no les queda más alternativa q
Sofía Castel. “¿Qué voy a hacer?”La pregunta se repite en mi cabeza una y otra vez mientras conduzco. Con cada palabra del médico, las opciones se multiplican.Pensé que la prueba estaba defectuosa, pero los análisis no mienten. Lo confirman en lugar de descartar.Donovan no quiere hijos. Lo ha dicho muchas veces. Al menos no ahora, por eso nos hemos cuidado… excepto esa vez.¡Por Dios! ¿Qué voy a hacer?Sus palabras calcinan mi mente con cada metro recorrido. A medida que pasan los segundos, lo siento más mío. Descubro ese deseo de conocerlo y, solo de imaginar que tiene sus ojos o los míos, lo quiero ver.Aún recuerdo el día en que lo conocí en aquella cafetería. Nuestro primer encuentro me hizo pensar que siempre odiaría a la arrogancia personificada que tenía frente a mí. Sin embargo, bastaron solo un par de meses para que esas miradas, tan características de él, despertaran en mí el deseo de descubrir qué secretos ocultaba su silencio.Donovan Hunt, conocido como el Dragón. Un
Sofía Castel. Al bajar los escalones, Phoenix sostiene una taza con café entre las manos, cambia el gesto tenso en cuánto me ve. —¿No es tarde para que salgas? —pregunta mirando su reloj.—Elisa quiere que pase la noche con ella. Hace mucho no voy. —miento.—Pues dile a Elisa también puede ingresar a esta casa. No sólo en la suya se pueden quedar—, deja la taza sobre una mesita. —Si tienes unos minutos quiero que hablemos sobre algo.—¿Ahora? —se me está yendo el tiempo.—Puede ser mañana, si tienes prisa. —comprende. Me da un beso en la frente y pasa de largo. Es un manipulador que sabe cómo actuar para crear culpa en alguien y que haga lo que quiere. —¿De qué se trata? —lo alcanzó en la puerta. Mira arriba de las escaleras y sonríe entrando conmigo. —Tengo diez minutos.Se sienta atrás de su escritorio, sacando un folder negro que abre.—Tienes veintidós años. Sabes cómo llegaste a esta casa. —se refiere a mi adopción. —Sin embargo; debes comprender que has sido una Castel desde