La respiración de Eliana era irregular, sus manos temblaban de pura rabia. Samuel sollozaba, forcejeando contra el agarre cruel de Samantha.
No lo pensó. No dudó.
Su puño voló directo al rostro de Samantha.
El sonido del golpe resonó en el aire.
Samantha soltó un grito ahogado y, en el impacto, aflojó el agarre sobre el niño. Eliana aprovechó el momento y lo jaló hacia ella, abrazándolo con fuerza.
—Tranquilo, pequeño —susurró, acariciándole el cabello—. Ya estás a salvo.
Pero antes de que pudiera reaccionar, una voz grave y gélida la detuvo.
—¿Qué rayos está pasando aquí?
Eliana sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies.
José Manuel.
El solo sonido de su voz le revolvió el estómago.
Cuando levantó la mirada, lo encontró allí, a solo unos metros. Alto, imponente, con esos ojos oscuros que alguna vez la miraron con amor… y que ahora solo reflejaban frialdad.
Por un segundo, sintió que no podía respirar.
Años. Años sin verlo, sin escuchar su voz, sin recordar el pasado que había tratado de enterrar. Pero ahí estaba. El hombre que la traicionó.
Y a pesar de todo… su corazón reaccionó de la peor manera: acelerándose.
Porque José Manuel no era cualquier hombre. Habían construido sueños juntos, habían planeado un futuro. Se habían amado con una intensidad feroz, de esas que consumen el alma.
Había sido suyo. Y ella, de él.
Hasta que Samantha lo envenenó con mentiras. Hasta que él la miró con desprecio en vez de amor.
—¡José Manuel! —Samantha se llevó una mano al rostro y fingió sollozar—. Mira lo que me hizo esa mujer. ¡Me golpeó!
Eliana la miró con desprecio.
Samantha siempre había sido buena actriz.
José Manuel recorrió la escena con la mirada. Sus ojos se detuvieron en Samuel, aún temblando entre los brazos de Eliana.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó con voz tensa.
Samantha fue más rápida.
—Esa mujer me atacó de la nada, me insultó y se robó a Samuel. ¡Siempre ha sido envidiosa, José! No ha cambiado ni un poco.
Eliana apretó la mandíbula. Su descaro no tenía límites.
José Manuel la miró fijamente. Sus ojos oscuros la escanearon, pero su expresión seguía siendo indescifrable.
—Dame al niño —ordenó.
Antes de que Eliana pudiera responder, Samuel se aferró más a ella.
—¡No! —exclamó, su vocecita quebrada—. Ella me salvó.
José Manuel frunció el ceño.
—¿De qué hablas?
Samuel levantó la cabeza, todavía con lágrimas en los ojos.
—Cruzaba la calle… y un carro venía… y ella me salvó.
José Manuel se tensó. Por primera vez, su expresión cambió.
Eliana vio la forma en que su mandíbula se endureció, la sombra de un miedo que cruzó su rostro antes de ser reemplazado por su usual frialdad.
—Eso no cambia nada —dijo con dureza—. Dame a mi hijo.
Eliana sintió la rabia escalar dentro de ella. Ese hombre la había traicionado. Le había arrebatado el futuro por el que tanto trabajaron juntos. Y ahora venía a exigirle que soltara al único ser que realmente necesitaba protección.
Samuel se volvió a ella con ojos suplicantes.
—Ninja… no me dejes ir.
Eliana sintió un nudo en la garganta. Él confiaba en ella.
Pero no tenía elección.
Con el corazón encogido, lo dejó ir.
José Manuel lo tomó con suavidad. Al menos, no era frío con el niño. Sus manos eran firmes pero cuidadosas al acomodarlo contra su pecho.
—Vámonos, Samuel.
José Manuel caminaba con Samuel en brazos, pero su mente estaba en otra parte. Eliana.
Verla después de tantos años había sido como un golpe directo al pecho. No era solo sorpresa, no era solo nostalgia… era algo más profundo, más feroz.
Su rostro, su voz, su presencia… todo en ella seguía causando estragos en su interior.
Pero no era la misma mujer que él recordaba.
La dulzura en su mirada había desaparecido. Ya no tenía esos ojos inocentes y nobles que antes lo miraban con adoración. Ahora eran afilados, feroces, llenos de un fuego que amenazaba con consumirlo. Y, para su desgracia, eso lo volvía aún más loco.
Apretó los labios y desvió la mirada. No podía permitirse pensar en eso. No ahora.
—Papá…
La vocecita de Samuel lo sacó de sus pensamientos. El niño se retorcía en sus brazos, intentando bajarse.
—Samuel, quédate quieto.
—¡No! —protestó él, con sus grandes ojos llenos de determinación—. Quiero despedirme de mi ninja.
José Manuel frunció el ceño.
—¿Tu ninja?
Samuel no respondió. Se zafó con un movimiento ágil y corrió de regreso hacia Eliana.
José Manuel sintió que su corazón se detenía.
—¡Samuel, regresa aquí!
Pero el niño no lo escuchó. Se lanzó contra Eliana, abrazándola con todas sus fuerzas.
Eliana apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que un par de bracitos rodearan su cintura con desesperación.
—No quiero irme sin ti —susurró Samuel contra su vientre.
Eliana sintió un nudo en la garganta. Sus manos temblaron cuando correspondió el abrazo, acariciándole el cabello con ternura.
—Samuel…
El niño alzó la mirada hacia ella y luego miró de reojo a Samantha, con el ceño fruncido.
—Quiero que sigas siendo mi ninja… para que me protejas de ella.
José Manuel sintió que algo se rompía dentro de él.
Samantha, por su parte, palideció.
—¡Samuel! —exclamó con falsa dulzura—. No digas cosas sin sentido.
Pero José Manuel no le prestaba atención. Sus ojos estaban fijos en Eliana y en la forma en que su hijo se aferraba a ella.
Una imagen fugaz cruzó su mente. Eliana y él, años atrás, cuando aún la amaba más que a su propia vida. Cuando creía que iban a construir un futuro juntos.
Cuando pensaba que ella jamás lo traicionaría.
Pero lo hizo.
O al menos, eso fue lo que siempre se había repetido para justificar su odio.
Un nudo se formó en su garganta al recordar aquella tarde en el laboratorio.
Samantha había llegado corriendo, con el rostro compungido y los ojos llenos de una tristeza casi ensayada.
—José Manuel… —su voz tembló mientras tomaba aire— No sé cómo decirte esto, pero tienes que saber la verdad.
Él frunció el ceño.
—¿De qué hablas?
Samantha tragó saliva y, con aparente pesar, sacó su celular y se lo extendió.
—De ella.
José Manuel tomó el teléfono con el ceño aún más fruncido y, cuando sus ojos se posaron en la pantalla, sintió que le arrancaban el suelo bajo los pies.
Eliana. Dormida en una cama desconocida. Semidesnuda. Un hombre junto a ella, abrazándola.
El aire le quemó los pulmones.
—No… esto… —susurró, sin poder creerlo.
Samantha bajó la mirada, fingiendo angustia.
—Siempre sospeché que te engañaba… pero no quería decirte nada hasta tener pruebas. Y ahora… lo siento, José Manuel. Sé que esto debe doler.
Dolía.
Dolía como si le hubieran arrancado el corazón con las manos.
Eliana… su Eliana… la mujer que amaba más que a su propia vida.
Había estado con otro hombre
El nudo en su garganta se volvió insoportable.
Desde ese día, la rabia y el resentimiento lo habían consumido. El odio fue lo único que lo ayudó a seguir adelante.
Pero ahora, al verla…
Eliana alzó la vista, y sus ojos se encontraron con los de él.
En ese instante, todo desapareció.
El ruido de la calle, la presencia de Samantha, incluso la brisa fría de la tarde. Solo quedaron ellos dos, atrapados en una burbuja de recuerdos y sentimientos enterrados.
Y José Manuel se dio cuenta de la cruel verdad.
A pesar de todo.
A pesar del dolor.
A pesar de los años…
Seguía amándola.
Eliana cerró la puerta de su departamento y apoyó la espalda contra la madera, sintiendo cómo la respiración se le entrecortaba. Su pecho subía y bajaba con fuerza, pero no por el cansancio… sino por la furia contenida.Ver a José Manuel después de tantos años había sido un golpe que no esperaba. Creyó que el tiempo la había fortalecido, que el éxito borraría las cicatrices del pasado. Pero ahí estaba, con el corazón latiéndole en los oídos y el alma revuelta por los recuerdos.Porque su traición todavía dolía.Se dejó caer en el sofá y cerró los ojos, permitiendo que su mente la arrastrara a ese día… el día en que todo se derrumbó.Seis años atrásLas risas resonaban en el pequeño laboratorio improvisado de la universidad. Ella y José Manuel trabajaban hasta altas horas de la madrugada, rodeados de planos, fórmulas y notas garabateadas con ideas que podían cambiarlo todo.—Esto es increíble, Eli —le había dicho él, con esa mirada llena de admiración y emoción que la hacía sentir inve
La luz del sol se filtraba a través de los ventanales de la imponente mansión de José Manuel. Todo en su hogar hablaba de éxito: los muebles de diseño, las alfombras importadas, la mesa del comedor larga y pulida con precisión. Sin embargo, dentro de aquellas paredes, el ambiente estaba lejos de ser cálido.El desayuno estaba servido con la misma perfección de siempre: jugos recién exprimidos, pan crujiente y café aromático. Pero la tensión en el aire hacía que todo supiera amargo.En el extremo de la mesa, Samuel removía su cereal con la cuchara, sin entusiasmo. Su cuerpo inquieto balanceaba las piernas bajo la silla, pero a diferencia de otros días, no hacía ruidos, no reía ni corría de un lado a otro.José Manuel lo observó con atención.Normalmente, su hijo era un torbellino de energía, un pequeño huracán que hablaba sin parar y hacía travesuras a cada instante. Pero ahora, bajo la mirada de Samantha, estaba apagado.—Samuel, come —ordenó con voz firme.El niño dejó la cuchara y l
Eliana miró a Samuel mientras dormía en la camilla del hospital.Habían pasado varias horas desde que le administraron el tratamiento para la reacción alérgica. Su respiración se había normalizado, pero ella aún no podía tranquilizarse.Lo observó con el ceño fruncido.—¿Por qué viniste a buscarme, Samuel?El niño se removió en su sueño, su ceño fruncido, como si algo lo perturbara incluso dormido.Eliana apretó los puños.No debía involucrarse. No con él. No con José Manuel.Pero ya lo había hecho.---En la mansión Altamirano, José Manuel revisaba cada rincón de la casa, su angustia creciendo con cada segundo.Samuel no estaba.Giró hacia Samantha, que lo observaba con expresión de confusión fingida.—Dijiste que estaba en el cuarto de juegos—Yo… pensé que sí. Seguramente está en el jardín o jugando en otro lado —respondió con dulzura, pero José Manuel no se dejó engañar.Sacó su teléfono y marcó el número del guardia de seguridad.—Quiero ver las cámaras de seguridad. Ahora.Saman
José Manuel pasó una mano por su cabello, visiblemente frustrado. Tomó aire y bajó la mirada un instante antes de enfrentar los ojos encendidos de Eliana.—Prohibí el mango en mi casa porque tú eres alérgica… —Su voz era baja, casi un susurro, pero cada palabra cayó con peso—. No quería que hubiera algo en mi casa que pudiera hacerte daño.Eliana sintió un nudo en la garganta. Su mente intentaba procesar lo que acababa de escuchar, pero su corazón latía con fuerza, tamborileando contra su pecho.No lo esperaba. No después de todo.Él la había borrado de su vida, la había reemplazado con otra, la había humillado… Pero sin siquiera darse cuenta, aún quedaba un rastro de ella en su hogar.José Manuel la observó, y por un segundo, creyó ver algo quebrarse en su mirada. Sin embargo, antes de que pudiera decir algo más, Samuel tiró suavemente de la manga de su camisa.—Papá… —su voz era temblorosa, pero había una determinación en su pequeño rostro.José Manuel se giró hacia él, dispuesto a
Apenas cruzaron la puerta de la casa, Samuel corrió a su habitación sin decir una palabra. José Manuel lo llamó, pero el niño lo ignoró, cerrando la puerta tras de sí.Suspirando, se frotó el rostro. Sabía que Samuel estaba molesto, pero nunca lo había visto tan desanimado.—Dale un par de horas y se le pasará —comentó Samantha con indiferencia mientras dejaba su bolso sobre el sofá—. Solo está haciendo un berrinche.José Manuel no estaba tan seguro. Algo en la forma en que su hijo se había aferrado a Eliana en el hospital, en cómo había llorado cuando se lo llevó en contra de su voluntad, le dejaba claro que esto no era un simple capricho.Pasaron varias horas y Samuel no salió de su habitación. Cuando la hora de la cena llegó, José Manuel subió para buscarlo.Golpeó suavemente la puerta antes de entrar.—Hijo, la cena está lista. ¿Bajamos juntos?Samuel estaba sentado en la cama con las rodillas abrazadas contra su pecho, la mirada perdida en el suelo. Ni siquiera reaccionó ante la
José Manuel caminaba de un lado a otro en su oficina, con el teléfono en la mano y la mirada fija en la pantalla. Sabía lo que tenía que hacer, pero aún dudaba. Llamar a Eliana era su última opción, pero Samuel lo necesitaba.Suspiró pesadamente y marcó el número. Justo cuando el tono comenzó a sonar, sintió unos brazos rodeándolo por la espalda.—Amor… —susurró Samantha con voz melosa, apoyando la cabeza en su espalda—. ¿Qué estás haciendo?José Manuel no respondió de inmediato, pero Samantha vio el nombre en la pantalla y frunció los labios.—No me digas que vas a llamarla… —dijo en un tono entre dulce y molesto—. Cariño, por favor, no caigas en su juego. Sabes que solo está manipulando a Samuel para ponerte en esta situación.José Manuel apartó sus brazos con suavidad y se giró para mirarla.—No es un juego, Samantha. Samuel está enfermo y no ha comido nada.Ella hizo un puchero y deslizó sus manos por el pecho de él.—Mi amor, sé que estás preocupado, pero esto es exactamente lo q
La lluvia golpeaba con fuerza las ventanas de cristal del lujoso rascacielos donde se encontraba Eliana Álvarez, la mujer más influyente en el mundo de la tecnología y la innovación. Dueña de un imperio que ella misma construyó desde las cenizas, una mujer que aprendió que la única forma de sobrevivir era con una sonrisa afilada y un corazón blindado.Estaba en su oficina, observando la ciudad desde lo alto, con una expresión serena pero calculadora. Su teléfono vibró y su asistente entró sin anunciarse.—Señorita Álvarez, la junta con los inversores de Singapur comienza en cinco minutos.—Diles que esperen —respondió sin apartar la vista de la lluvia.Eliana sabía que podía hacerlos esperar. Era la reina de su propio tablero de ajedrez, y nadie movía una pieza sin su permiso.A lo largo de los años, había perfeccionado el arte de la indiferencia. Después de todo, la vida le enseñó que el amor y la confianza solo servían para ser destruidos.Pero lo que no sabía era que, en cuestión d