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El niño adorable ¡Es hijo de mi ex!
El niño adorable ¡Es hijo de mi ex!
Por: Felipe Benavides
Capítulo 1: Encuentro Inesperado

La lluvia golpeaba con fuerza las ventanas de cristal del lujoso rascacielos donde se encontraba Eliana Álvarez, la mujer más influyente en el mundo de la tecnología y la innovación. Dueña de un imperio que ella misma construyó desde las cenizas, una mujer que aprendió que la única forma de sobrevivir era con una sonrisa afilada y un corazón blindado.

Estaba en su oficina, observando la ciudad desde lo alto, con una expresión serena pero calculadora. Su teléfono vibró y su asistente entró sin anunciarse.

—Señorita Álvarez, la junta con los inversores de Singapur comienza en cinco minutos.

—Diles que esperen —respondió sin apartar la vista de la lluvia.

Eliana sabía que podía hacerlos esperar. Era la reina de su propio tablero de ajedrez, y nadie movía una pieza sin su permiso.

A lo largo de los años, había perfeccionado el arte de la indiferencia. Después de todo, la vida le enseñó que el amor y la confianza solo servían para ser destruidos.

Pero lo que no sabía era que, en cuestión de minutos, su mundo cambiaría de una manera que ni su mente analítica ni su corazón de acero podrían anticipar.

Después de la junta, Eliana salió del edificio con paso firme. Aunque la tormenta había cesado, la acera aún estaba mojada y traicionera.

Se dirigía hacia su automóvil cuando notó un movimiento fugaz en su visión periférica. Un niño pequeño corría entre la multitud con una energía desbordante, esquivando personas y charcos como si estuviera en una aventura épica.

Apenas tuvo tiempo de notar su cabello oscuro y alborotado antes de que el pequeño corriera imprudentemente hacia la calle. Un automóvil se acercaba a toda velocidad.

Sin pensar, Eliana reaccionó. Se lanzó hacia el niño, sujetándolo con fuerza y rodando con él sobre la acera segundos antes de que el auto pasara rugiendo a centímetros de ellos.

Eliana jadeó, sintiendo la adrenalina recorrer su cuerpo. Miró al pequeño entre sus brazos. Tenía los ojos más expresivos que había visto jamás, grandes y oscuros, llenos de sorpresa y una pizca de picardía.

—¡Guau! —exclamó el niño, completamente emocionado—. ¡Eso fue increíble! ¡Casi como una película de acción!

Eliana parpadeó, sin saber si reír o regañarlo.

—¿Estás bien? ¿Qué rayos hacías corriendo así?

El niño ladeó la cabeza y le sonrió con inocencia.

—Persiguiendo a un gato. ¡Era mi misión del día!

Eliana frunció el ceño.

—¿Una misión?

—¡Sí! Pero… wow, usted es rápida. ¿Acaso es una ninja?

Eliana arqueó una ceja.

—¿Una ninja?

—¡Sí! Solo los ninjas tienen reflejos así.

Eliana dejó escapar una risa ligera. Había algo en la energía de aquel niño que era imposible de ignorar.

—Bueno, entonces supongo que me descubriste —dijo con tono divertido.

El niño asintió, convencido.

—Ahora eres mi ninja favorita.

Antes de que pudiera responder, una voz grave y autoritaria irrumpió en la escena.

—¡Samuel!

Eliana levantó la mirada y sintió que el aire se le atascaba en los pulmones.

Frente a ella, con la misma expresión de fastidio y superioridad de siempre, estaba Samantha Delacroix.

Eliana sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Después de tantos años, después de todo lo que le había hecho… allí estaba. Impecable, altiva, como si nada en su vida pudiera afectarla. Como si no hubiera destrozado la suya.

Samuel, en lugar de correr hacia ella, se aferró con más fuerza a Eliana.

—No quiero ir contigo —murmuró el niño, escondiendo su carita contra su abrigo.

Eliana sintió su pequeño cuerpo temblar. Había miedo en su voz.

Frunció el ceño y miró a Samantha con dureza.

—No deberías hablarle así.

Samantha soltó una carcajada seca y burlona.

—¿Y tú quién eres para decirme cómo educar a este mocoso?

Eliana no respondió de inmediato. Había algo que no cuadraba. La manera en que Samuel retrocedía cada vez que Samantha daba un paso hacia él, su mirada asustada, la forma en que la evitaba.

Pero antes de que pudiera preguntar algo, Samantha metió la mano en su bolso, sacó un fajo de billetes y los dejó caer al suelo frente a ella.

—Por salvarlo.

Eliana sintió un ardor en el pecho. ¿De verdad creía que podía tratarla como a una cualquiera? Como si no la conociera, como si no supiera quién era.

Samuel se aferró más a su chaqueta y murmuró en voz baja:

—No quiero irme con ella…

Eliana bajó la mirada hacia el niño y sintió algo inexplicable. Un impulso que no podía ignorar.

Tenía que protegerlo.

Eliana no se movió. No recogió los billetes. Ni siquiera desvió la mirada hacia ellos. Solo se quedó ahí, de pie, sintiendo la furia arderle en la sangre.

Samuel seguía aferrado a ella con desesperación, como si soltarla significara su perdición.

—Recógelos —ordenó Samantha con una sonrisa arrogante—. No te hagas la digna, Eliana.

Esa voz.

Ese tono altanero, como si estuviera por encima de todo. Como si pudiera comprarlo todo, incluso la gratitud de alguien a quien había traicionado sin piedad.

Eliana levantó la mirada con frialdad.

—Llévate tu dinero, Samantha. Yo no necesito nada de ti.

Los ojos de Samantha brillaron con burla.

—Oh, claro. La gran Eliana Álvarez. Empresaria exitosa, mujer de negocios. Apuesto a que te crees muy poderosa ahora. Pero al final del día… —su mirada se deslizó con desdén por su ropa, sus manos, hasta Samuel— sigues siendo la misma tonta de siempre.

Eliana apretó la mandíbula, conteniendo el impulso de golpearla. No le daría el placer de verla alterada.

—Y tú sigues siendo la misma víbora de siempre —respondió con una calma helada.

El rostro de Samantha se endureció por una fracción de segundo, pero se recompuso rápido. Nunca le gustó que le recordaran quién era realmente.

Suspiró con fastidio y luego miró a Samuel.

—Ven acá, deja de hacer el ridículo.

Samuel se aferró con más fuerza a Eliana y hundió el rostro en su abrigo.

—No quiero.

Eliana sintió una punzada en el pecho. Ese miedo… no era normal.

—Samuel —la voz de Samantha se endureció, sin rastro de paciencia—. ¡Te dije que vengas ahora!

Eliana sintió cómo el niño temblaba.

Algo dentro de ella explotó.

—No lo obligues.

Eliana se inclinó un poco hacia Samuel y habló en voz baja, con dulzura.

—Tranquilo, no tienes que ir con ella si no quieres.

Samuel levantó la cabeza y la miró con esos grandes ojos llenos de incertidumbre. Como si esperara que, en cualquier momento, ella también lo traicionara.

—¿Lo prometes? —su vocecita tembló.

Eliana sintió un nudo en la garganta, iba a responder pero Samantha soltó un bufido de exasperación y, sin previo aviso, le arrancó al niño de los brazos con un tirón brusco.

—¡No! —Samuel gritó y pataleó, tratando de soltarse—. ¡No quiero ir contigo!

Pero Samantha lo sujetó con fuerza, apretándole el brazo sin preocuparse por sus súplicas.

—¡Samuel, cállate ya! —le espetó, zarandeándolo un poco—. ¡Deja de hacer un espectáculo!

Eliana sintió un frío helado recorrerle la columna. Era violencia. No solo impaciencia, no solo mal humor. Era rabia contenida.

El pequeño sollozaba, intentando soltarse.

—¡No quiero! ¡Me duele!

Eliana no lo pensó. Dio un paso adelante y sujetó el brazo de Samantha con fuerza.

—Suéltalo.

Samantha la mirócon incredulidad.

—¿Perdón?

—Dije que lo sueltes.

Eliana sintió que su control colgaba de un hilo. Si Samantha no lo soltaba, iba a arrancárselo a la fuerza.

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