La lluvia golpeaba con fuerza las ventanas de cristal del lujoso rascacielos donde se encontraba Eliana Álvarez, la mujer más influyente en el mundo de la tecnología y la innovación. Dueña de un imperio que ella misma construyó desde las cenizas, una mujer que aprendió que la única forma de sobrevivir era con una sonrisa afilada y un corazón blindado.
Estaba en su oficina, observando la ciudad desde lo alto, con una expresión serena pero calculadora. Su teléfono vibró y su asistente entró sin anunciarse.
—Señorita Álvarez, la junta con los inversores de Singapur comienza en cinco minutos.
—Diles que esperen —respondió sin apartar la vista de la lluvia.
Eliana sabía que podía hacerlos esperar. Era la reina de su propio tablero de ajedrez, y nadie movía una pieza sin su permiso.
A lo largo de los años, había perfeccionado el arte de la indiferencia. Después de todo, la vida le enseñó que el amor y la confianza solo servían para ser destruidos.
Pero lo que no sabía era que, en cuestión de minutos, su mundo cambiaría de una manera que ni su mente analítica ni su corazón de acero podrían anticipar.
Después de la junta, Eliana salió del edificio con paso firme. Aunque la tormenta había cesado, la acera aún estaba mojada y traicionera.
Se dirigía hacia su automóvil cuando notó un movimiento fugaz en su visión periférica. Un niño pequeño corría entre la multitud con una energía desbordante, esquivando personas y charcos como si estuviera en una aventura épica.
Apenas tuvo tiempo de notar su cabello oscuro y alborotado antes de que el pequeño corriera imprudentemente hacia la calle. Un automóvil se acercaba a toda velocidad.
Sin pensar, Eliana reaccionó. Se lanzó hacia el niño, sujetándolo con fuerza y rodando con él sobre la acera segundos antes de que el auto pasara rugiendo a centímetros de ellos.
Eliana jadeó, sintiendo la adrenalina recorrer su cuerpo. Miró al pequeño entre sus brazos. Tenía los ojos más expresivos que había visto jamás, grandes y oscuros, llenos de sorpresa y una pizca de picardía.
—¡Guau! —exclamó el niño, completamente emocionado—. ¡Eso fue increíble! ¡Casi como una película de acción!
Eliana parpadeó, sin saber si reír o regañarlo.
—¿Estás bien? ¿Qué rayos hacías corriendo así?
El niño ladeó la cabeza y le sonrió con inocencia.
—Persiguiendo a un gato. ¡Era mi misión del día!
Eliana frunció el ceño.
—¿Una misión?
—¡Sí! Pero… wow, usted es rápida. ¿Acaso es una ninja?
Eliana arqueó una ceja.
—¿Una ninja?
—¡Sí! Solo los ninjas tienen reflejos así.
Eliana dejó escapar una risa ligera. Había algo en la energía de aquel niño que era imposible de ignorar.
—Bueno, entonces supongo que me descubriste —dijo con tono divertido.
El niño asintió, convencido.
—Ahora eres mi ninja favorita.
Antes de que pudiera responder, una voz grave y autoritaria irrumpió en la escena.
—¡Samuel!
Eliana levantó la mirada y sintió que el aire se le atascaba en los pulmones.
Frente a ella, con la misma expresión de fastidio y superioridad de siempre, estaba Samantha Delacroix.
Eliana sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Después de tantos años, después de todo lo que le había hecho… allí estaba. Impecable, altiva, como si nada en su vida pudiera afectarla. Como si no hubiera destrozado la suya.
Samuel, en lugar de correr hacia ella, se aferró con más fuerza a Eliana.
—No quiero ir contigo —murmuró el niño, escondiendo su carita contra su abrigo.
Eliana sintió su pequeño cuerpo temblar. Había miedo en su voz.
Frunció el ceño y miró a Samantha con dureza.
—No deberías hablarle así.
Samantha soltó una carcajada seca y burlona.
—¿Y tú quién eres para decirme cómo educar a este mocoso?
Eliana no respondió de inmediato. Había algo que no cuadraba. La manera en que Samuel retrocedía cada vez que Samantha daba un paso hacia él, su mirada asustada, la forma en que la evitaba.
Pero antes de que pudiera preguntar algo, Samantha metió la mano en su bolso, sacó un fajo de billetes y los dejó caer al suelo frente a ella.
—Por salvarlo.
Eliana sintió un ardor en el pecho. ¿De verdad creía que podía tratarla como a una cualquiera? Como si no la conociera, como si no supiera quién era.
Samuel se aferró más a su chaqueta y murmuró en voz baja:
—No quiero irme con ella…
Eliana bajó la mirada hacia el niño y sintió algo inexplicable. Un impulso que no podía ignorar.
Tenía que protegerlo.
Eliana no se movió. No recogió los billetes. Ni siquiera desvió la mirada hacia ellos. Solo se quedó ahí, de pie, sintiendo la furia arderle en la sangre.
Samuel seguía aferrado a ella con desesperación, como si soltarla significara su perdición.
—Recógelos —ordenó Samantha con una sonrisa arrogante—. No te hagas la digna, Eliana.
Esa voz.
Ese tono altanero, como si estuviera por encima de todo. Como si pudiera comprarlo todo, incluso la gratitud de alguien a quien había traicionado sin piedad.
Eliana levantó la mirada con frialdad.
—Llévate tu dinero, Samantha. Yo no necesito nada de ti.
Los ojos de Samantha brillaron con burla.
—Oh, claro. La gran Eliana Álvarez. Empresaria exitosa, mujer de negocios. Apuesto a que te crees muy poderosa ahora. Pero al final del día… —su mirada se deslizó con desdén por su ropa, sus manos, hasta Samuel— sigues siendo la misma tonta de siempre.
Eliana apretó la mandíbula, conteniendo el impulso de golpearla. No le daría el placer de verla alterada.
—Y tú sigues siendo la misma víbora de siempre —respondió con una calma helada.
El rostro de Samantha se endureció por una fracción de segundo, pero se recompuso rápido. Nunca le gustó que le recordaran quién era realmente.
Suspiró con fastidio y luego miró a Samuel.
—Ven acá, deja de hacer el ridículo.
Samuel se aferró con más fuerza a Eliana y hundió el rostro en su abrigo.
—No quiero.
Eliana sintió una punzada en el pecho. Ese miedo… no era normal.
—Samuel —la voz de Samantha se endureció, sin rastro de paciencia—. ¡Te dije que vengas ahora!
Eliana sintió cómo el niño temblaba.
Algo dentro de ella explotó.
—No lo obligues.
Eliana se inclinó un poco hacia Samuel y habló en voz baja, con dulzura.
—Tranquilo, no tienes que ir con ella si no quieres.
Samuel levantó la cabeza y la miró con esos grandes ojos llenos de incertidumbre. Como si esperara que, en cualquier momento, ella también lo traicionara.
—¿Lo prometes? —su vocecita tembló.
Eliana sintió un nudo en la garganta, iba a responder pero Samantha soltó un bufido de exasperación y, sin previo aviso, le arrancó al niño de los brazos con un tirón brusco.
—¡No! —Samuel gritó y pataleó, tratando de soltarse—. ¡No quiero ir contigo!
Pero Samantha lo sujetó con fuerza, apretándole el brazo sin preocuparse por sus súplicas.
—¡Samuel, cállate ya! —le espetó, zarandeándolo un poco—. ¡Deja de hacer un espectáculo!
Eliana sintió un frío helado recorrerle la columna. Era violencia. No solo impaciencia, no solo mal humor. Era rabia contenida.
El pequeño sollozaba, intentando soltarse.
—¡No quiero! ¡Me duele!
Eliana no lo pensó. Dio un paso adelante y sujetó el brazo de Samantha con fuerza.
—Suéltalo.
Samantha la mirócon incredulidad.
—¿Perdón?
—Dije que lo sueltes.
Eliana sintió que su control colgaba de un hilo. Si Samantha no lo soltaba, iba a arrancárselo a la fuerza.
La respiración de Eliana era irregular, sus manos temblaban de pura rabia. Samuel sollozaba, forcejeando contra el agarre cruel de Samantha.No lo pensó. No dudó.Su puño voló directo al rostro de Samantha.El sonido del golpe resonó en el aire.Samantha soltó un grito ahogado y, en el impacto, aflojó el agarre sobre el niño. Eliana aprovechó el momento y lo jaló hacia ella, abrazándolo con fuerza.—Tranquilo, pequeño —susurró, acariciándole el cabello—. Ya estás a salvo.Pero antes de que pudiera reaccionar, una voz grave y gélida la detuvo.—¿Qué rayos está pasando aquí?Eliana sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies.José Manuel.El solo sonido de su voz le revolvió el estómago.Cuando levantó la mirada, lo encontró allí, a solo unos metros. Alto, imponente, con esos ojos oscuros que alguna vez la miraron con amor… y que ahora solo reflejaban frialdad.Por un segundo, sintió que no podía respirar.Años. Años sin verlo, sin escuchar su voz, sin recordar el pasado que había tra
Eliana cerró la puerta de su departamento y apoyó la espalda contra la madera, sintiendo cómo la respiración se le entrecortaba. Su pecho subía y bajaba con fuerza, pero no por el cansancio… sino por la furia contenida.Ver a José Manuel después de tantos años había sido un golpe que no esperaba. Creyó que el tiempo la había fortalecido, que el éxito borraría las cicatrices del pasado. Pero ahí estaba, con el corazón latiéndole en los oídos y el alma revuelta por los recuerdos.Porque su traición todavía dolía.Se dejó caer en el sofá y cerró los ojos, permitiendo que su mente la arrastrara a ese día… el día en que todo se derrumbó.Seis años atrásLas risas resonaban en el pequeño laboratorio improvisado de la universidad. Ella y José Manuel trabajaban hasta altas horas de la madrugada, rodeados de planos, fórmulas y notas garabateadas con ideas que podían cambiarlo todo.—Esto es increíble, Eli —le había dicho él, con esa mirada llena de admiración y emoción que la hacía sentir inve
La luz del sol se filtraba a través de los ventanales de la imponente mansión de José Manuel. Todo en su hogar hablaba de éxito: los muebles de diseño, las alfombras importadas, la mesa del comedor larga y pulida con precisión. Sin embargo, dentro de aquellas paredes, el ambiente estaba lejos de ser cálido.El desayuno estaba servido con la misma perfección de siempre: jugos recién exprimidos, pan crujiente y café aromático. Pero la tensión en el aire hacía que todo supiera amargo.En el extremo de la mesa, Samuel removía su cereal con la cuchara, sin entusiasmo. Su cuerpo inquieto balanceaba las piernas bajo la silla, pero a diferencia de otros días, no hacía ruidos, no reía ni corría de un lado a otro.José Manuel lo observó con atención.Normalmente, su hijo era un torbellino de energía, un pequeño huracán que hablaba sin parar y hacía travesuras a cada instante. Pero ahora, bajo la mirada de Samantha, estaba apagado.—Samuel, come —ordenó con voz firme.El niño dejó la cuchara y l
Eliana miró a Samuel mientras dormía en la camilla del hospital.Habían pasado varias horas desde que le administraron el tratamiento para la reacción alérgica. Su respiración se había normalizado, pero ella aún no podía tranquilizarse.Lo observó con el ceño fruncido.—¿Por qué viniste a buscarme, Samuel?El niño se removió en su sueño, su ceño fruncido, como si algo lo perturbara incluso dormido.Eliana apretó los puños.No debía involucrarse. No con él. No con José Manuel.Pero ya lo había hecho.---En la mansión Altamirano, José Manuel revisaba cada rincón de la casa, su angustia creciendo con cada segundo.Samuel no estaba.Giró hacia Samantha, que lo observaba con expresión de confusión fingida.—Dijiste que estaba en el cuarto de juegos—Yo… pensé que sí. Seguramente está en el jardín o jugando en otro lado —respondió con dulzura, pero José Manuel no se dejó engañar.Sacó su teléfono y marcó el número del guardia de seguridad.—Quiero ver las cámaras de seguridad. Ahora.Saman
José Manuel pasó una mano por su cabello, visiblemente frustrado. Tomó aire y bajó la mirada un instante antes de enfrentar los ojos encendidos de Eliana.—Prohibí el mango en mi casa porque tú eres alérgica… —Su voz era baja, casi un susurro, pero cada palabra cayó con peso—. No quería que hubiera algo en mi casa que pudiera hacerte daño.Eliana sintió un nudo en la garganta. Su mente intentaba procesar lo que acababa de escuchar, pero su corazón latía con fuerza, tamborileando contra su pecho.No lo esperaba. No después de todo.Él la había borrado de su vida, la había reemplazado con otra, la había humillado… Pero sin siquiera darse cuenta, aún quedaba un rastro de ella en su hogar.José Manuel la observó, y por un segundo, creyó ver algo quebrarse en su mirada. Sin embargo, antes de que pudiera decir algo más, Samuel tiró suavemente de la manga de su camisa.—Papá… —su voz era temblorosa, pero había una determinación en su pequeño rostro.José Manuel se giró hacia él, dispuesto a
Apenas cruzaron la puerta de la casa, Samuel corrió a su habitación sin decir una palabra. José Manuel lo llamó, pero el niño lo ignoró, cerrando la puerta tras de sí.Suspirando, se frotó el rostro. Sabía que Samuel estaba molesto, pero nunca lo había visto tan desanimado.—Dale un par de horas y se le pasará —comentó Samantha con indiferencia mientras dejaba su bolso sobre el sofá—. Solo está haciendo un berrinche.José Manuel no estaba tan seguro. Algo en la forma en que su hijo se había aferrado a Eliana en el hospital, en cómo había llorado cuando se lo llevó en contra de su voluntad, le dejaba claro que esto no era un simple capricho.Pasaron varias horas y Samuel no salió de su habitación. Cuando la hora de la cena llegó, José Manuel subió para buscarlo.Golpeó suavemente la puerta antes de entrar.—Hijo, la cena está lista. ¿Bajamos juntos?Samuel estaba sentado en la cama con las rodillas abrazadas contra su pecho, la mirada perdida en el suelo. Ni siquiera reaccionó ante la
José Manuel caminaba de un lado a otro en su oficina, con el teléfono en la mano y la mirada fija en la pantalla. Sabía lo que tenía que hacer, pero aún dudaba. Llamar a Eliana era su última opción, pero Samuel lo necesitaba.Suspiró pesadamente y marcó el número. Justo cuando el tono comenzó a sonar, sintió unos brazos rodeándolo por la espalda.—Amor… —susurró Samantha con voz melosa, apoyando la cabeza en su espalda—. ¿Qué estás haciendo?José Manuel no respondió de inmediato, pero Samantha vio el nombre en la pantalla y frunció los labios.—No me digas que vas a llamarla… —dijo en un tono entre dulce y molesto—. Cariño, por favor, no caigas en su juego. Sabes que solo está manipulando a Samuel para ponerte en esta situación.José Manuel apartó sus brazos con suavidad y se giró para mirarla.—No es un juego, Samantha. Samuel está enfermo y no ha comido nada.Ella hizo un puchero y deslizó sus manos por el pecho de él.—Mi amor, sé que estás preocupado, pero esto es exactamente lo q