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Capítulo 3: La Herida que Nunca Cerró

Eliana cerró la puerta de su departamento y apoyó la espalda contra la madera, sintiendo cómo la respiración se le entrecortaba. Su pecho subía y bajaba con fuerza, pero no por el cansancio… sino por la furia contenida.

Ver a José Manuel después de tantos años había sido un golpe que no esperaba. Creyó que el tiempo la había fortalecido, que el éxito borraría las cicatrices del pasado. Pero ahí estaba, con el corazón latiéndole en los oídos y el alma revuelta por los recuerdos.

Porque su traición todavía dolía.

Se dejó caer en el sofá y cerró los ojos, permitiendo que su mente la arrastrara a ese día… el día en que todo se derrumbó.

Seis años atrás

Las risas resonaban en el pequeño laboratorio improvisado de la universidad. Ella y José Manuel trabajaban hasta altas horas de la madrugada, rodeados de planos, fórmulas y notas garabateadas con ideas que podían cambiarlo todo.

—Esto es increíble, Eli —le había dicho él, con esa mirada llena de admiración y emoción que la hacía sentir invencible—. Lo lograremos juntos.

Era su proyecto, su sueño. Ambos habían trabajado incansablemente en aquella propuesta tecnológica que, de salir bien, revolucionaría el mercado. Lo habían creado juntos.

Pero todo cambió cuando Samantha entró en la ecuación.

Eliana llegó al campus con el corazón acelerado. Había rumores. Decían que el proyecto ya tenía financiación asegurada, que José Manuel había firmado un contrato millonario con una gran empresa. Pero ella no había sido llamada.

Cuando entró a la sala de conferencias, el silencio cayó sobre los presentes. José Manuel estaba en la mesa principal, junto a los inversionistas. A su lado, con una sonrisa de victoria, estaba Samantha.

—No puedes estar aquí, Eliana —dijo José Manuel, con voz fría.

Fue entonces cuando lo entendió todo.

—Me sacaste… —susurró, sintiendo un nudo en la garganta.

—Tú misma te lo buscaste —respondió Samantha, con esa arrogancia venenosa que solo ahora lograba ver con claridad—. Tal vez la próxima vez cuides mejor a quién engañas.

Eliana sintió que su mundo se partía en dos. ¿Engañar?

José Manuel no la miraba. No la defendió. No preguntó. Solo había creído la mentira.

Ese día, Eliana entendió que no solo había perdido un proyecto. Había perdido al hombre que amaba y a su mejor amiga en un solo golpe.

Eliana abrió los ojos de golpe, sintiendo que el odio y el resentimiento le quemaban en la garganta. Había jurado que su pasado no tenía poder sobre ella. Que lo había superado. Pero ahí estaba, sintiendo cómo los recuerdos volvían a desgarrarla desde dentro.

Se incorporó lentamente en el sillón de su sala, recorriendo con la mirada su hogar. Cada rincón de ese departamento era un reflejo de lo que había logrado por sí misma. Sin ayuda. Sin José Manuel. 

Y, sin embargo, esa noche, todo se sentía vacío.

Apoyó los codos en las rodillas y hundió el rostro entre las manos. No debería importarle. Pero verlo después de tanto tiempo… ver sus ojos clavados en ella con esa misma intensidad de antes la había sacudido más de lo que quería admitir.

José Manuel.

El hombre que había sido su todo.

El hombre que la traicionó de la peor forma.

Y ahora, él había seguido adelante. Tenía una familia. Una vida con Samantha.

Eliana sintió una punzada en el pecho, aguda y cruel. Él sí pudo seguir adelante. Mientras ella…

No, no era eso. No era envidia. No era tristeza. Era el recordatorio de todo lo que le arrebataron.

Apretó los dientes con rabia. Nada la había preparado para la forma en que José Manuel la sacó de su propia vida. Para el momento en que le dio la espalda sin dudarlo, sin escucharla, sin darle siquiera el beneficio de la duda.

La había borrado de todo.

De su proyecto, de su historia, de su confianza. Como si nunca hubiera significado nada.

Apretó los puños con fuerza hasta que las uñas se le hundieron en las palmas. Había aprendido a vivir con eso. Con la traición, con el vacío, con la necesidad de reconstruirse desde las cenizas.

Pero lo que no esperaba era que, después de tantos años, ese encuentro removiera algo en su interior.

Y lo peor de todo…

Fue él.

Samuel.

Tan dulce, tan frágil, tan inocente… y, sin embargo, aterrado.

Había algo en su mirada, en la forma en que se aferró a ella con desesperación, que la inquietaba profundamente. ¿Por qué temía tanto a Samantha? ¿Por qué se sentía más seguro con una completa desconocida que con su propia madre?

Eliana se abrazó a sí misma, tratando de calmar el torbellino en su pecho. No tenía sentido. No era su problema. No podía ser su problema.

Y, aun así, algo dentro de ella se removió con una intensidad que la asustó.

Un instinto visceral. Una necesidad inexplicable de protegerlo.

No entendía por qué.

No entendía qué era lo que Samuel había despertado en ella.

Lo único que sabía…

Era que no podía permitirse sentir nada.

José Manuel entró a la casa con Samuel de la mano, sintiendo el peso de la noche sobre sus hombros. Apenas cruzaron la puerta, el niño soltó su agarre y caminó en silencio hacia las escaleras.

—Buenas noches, papá… —murmuró antes de subir.

José Manuel lo observó desaparecer y soltó un suspiro. El niño casi nunca era tan callado. Algo había cambiado en él tras el encuentro con Eliana, pero José Manuel no sabía exactamente qué.

Antes de poder seguir pensando en ello, sintió unos pasos detrás de él.

—José Manuel… —La voz de Samantha sonó temblorosa.

Se giró y la vio con los ojos brillantes, sosteniéndose la mejilla con delicadeza. La expresión de dolor en su rostro era sutil, pero efectiva. Siempre había sido buena manipulando sus emociones frente a él.

—¿Viste lo que me hizo Eliana? —susurró, con un deje de vulnerabilidad—. No sé por qué me odia tanto…

José Manuel sintió una punzada de irritación.

—Tú la provocaste —respondió con frialdad—. Sabes bien que Eliana no se queda de brazos cruzados.

Samantha bajó la mirada y suspiró, como si el comentario la hubiera lastimado.

—No lo hice con mala intención… Solo quería agradecerle por salvar a Samuel. No esperaba que reaccionara así.

José Manuel la miró con escepticismo. Conocía demasiado bien a Samantha como para creer en su inocencia absoluta. Pero no tenía fuerzas para discutir.

—Solo… no quiero problemas —dijo, masajeándose la sien—. Ha sido un día largo.

Samantha lo observó con aparente tristeza antes de acercarse y posar suavemente una mano sobre su brazo.

—Lo sé, amor… Solo me duele que después de todo lo que nos hizo, sigas permitiendo que te afecte.

José Manuel sintió un escalofrío recorrerle la espalda. ¿Le afectaba?

Claro que sí. Desde el momento en que la vio, todo en él se había tambaleado.

Eliana no era la misma mujer que recordaba. Ya no tenía esa mirada noble e inocente, sino una feroz, decidida… y seguía volviéndolo loco.

Se soltó con suavidad del agarre de Samantha y caminó hacia su estudio.

—Voy a descansar.

Samantha se quedó de pie, mirándolo con una expresión de tristeza contenida.

—Buenas noches, José Manuel…

Pero en cuanto él cerró la puerta detrás de sí, la dulzura en su rostro desapareció. Sus ojos se endurecieron y sus labios se apretaron con molestia.

José Manuel aún sentía algo por Eliana. Y eso era algo que no estaba dispuesta a permitir.

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