Eliana cerró la puerta de su departamento y apoyó la espalda contra la madera, sintiendo cómo la respiración se le entrecortaba. Su pecho subía y bajaba con fuerza, pero no por el cansancio… sino por la furia contenida.
Ver a José Manuel después de tantos años había sido un golpe que no esperaba. Creyó que el tiempo la había fortalecido, que el éxito borraría las cicatrices del pasado. Pero ahí estaba, con el corazón latiéndole en los oídos y el alma revuelta por los recuerdos.
Porque su traición todavía dolía.
Se dejó caer en el sofá y cerró los ojos, permitiendo que su mente la arrastrara a ese día… el día en que todo se derrumbó.
Seis años atrás
Las risas resonaban en el pequeño laboratorio improvisado de la universidad. Ella y José Manuel trabajaban hasta altas horas de la madrugada, rodeados de planos, fórmulas y notas garabateadas con ideas que podían cambiarlo todo.
—Esto es increíble, Eli —le había dicho él, con esa mirada llena de admiración y emoción que la hacía sentir invencible—. Lo lograremos juntos.
Era su proyecto, su sueño. Ambos habían trabajado incansablemente en aquella propuesta tecnológica que, de salir bien, revolucionaría el mercado. Lo habían creado juntos.
Pero todo cambió cuando Samantha entró en la ecuación.
Eliana llegó al campus con el corazón acelerado. Había rumores. Decían que el proyecto ya tenía financiación asegurada, que José Manuel había firmado un contrato millonario con una gran empresa. Pero ella no había sido llamada.
Cuando entró a la sala de conferencias, el silencio cayó sobre los presentes. José Manuel estaba en la mesa principal, junto a los inversionistas. A su lado, con una sonrisa de victoria, estaba Samantha.
—No puedes estar aquí, Eliana —dijo José Manuel, con voz fría.
Fue entonces cuando lo entendió todo.
—Me sacaste… —susurró, sintiendo un nudo en la garganta.
—Tú misma te lo buscaste —respondió Samantha, con esa arrogancia venenosa que solo ahora lograba ver con claridad—. Tal vez la próxima vez cuides mejor a quién engañas.
Eliana sintió que su mundo se partía en dos. ¿Engañar?
José Manuel no la miraba. No la defendió. No preguntó. Solo había creído la mentira.
Ese día, Eliana entendió que no solo había perdido un proyecto. Había perdido al hombre que amaba y a su mejor amiga en un solo golpe.
Eliana abrió los ojos de golpe, sintiendo que el odio y el resentimiento le quemaban en la garganta. Había jurado que su pasado no tenía poder sobre ella. Que lo había superado. Pero ahí estaba, sintiendo cómo los recuerdos volvían a desgarrarla desde dentro.
Se incorporó lentamente en el sillón de su sala, recorriendo con la mirada su hogar. Cada rincón de ese departamento era un reflejo de lo que había logrado por sí misma. Sin ayuda. Sin José Manuel.
Y, sin embargo, esa noche, todo se sentía vacío.
Apoyó los codos en las rodillas y hundió el rostro entre las manos. No debería importarle. Pero verlo después de tanto tiempo… ver sus ojos clavados en ella con esa misma intensidad de antes la había sacudido más de lo que quería admitir.
José Manuel.
El hombre que había sido su todo.
El hombre que la traicionó de la peor forma.
Y ahora, él había seguido adelante. Tenía una familia. Una vida con Samantha.
Eliana sintió una punzada en el pecho, aguda y cruel. Él sí pudo seguir adelante. Mientras ella…
No, no era eso. No era envidia. No era tristeza. Era el recordatorio de todo lo que le arrebataron.
Apretó los dientes con rabia. Nada la había preparado para la forma en que José Manuel la sacó de su propia vida. Para el momento en que le dio la espalda sin dudarlo, sin escucharla, sin darle siquiera el beneficio de la duda.
La había borrado de todo.
De su proyecto, de su historia, de su confianza. Como si nunca hubiera significado nada.
Apretó los puños con fuerza hasta que las uñas se le hundieron en las palmas. Había aprendido a vivir con eso. Con la traición, con el vacío, con la necesidad de reconstruirse desde las cenizas.
Pero lo que no esperaba era que, después de tantos años, ese encuentro removiera algo en su interior.
Y lo peor de todo…
Fue él.
Samuel.
Tan dulce, tan frágil, tan inocente… y, sin embargo, aterrado.
Había algo en su mirada, en la forma en que se aferró a ella con desesperación, que la inquietaba profundamente. ¿Por qué temía tanto a Samantha? ¿Por qué se sentía más seguro con una completa desconocida que con su propia madre?
Eliana se abrazó a sí misma, tratando de calmar el torbellino en su pecho. No tenía sentido. No era su problema. No podía ser su problema.
Y, aun así, algo dentro de ella se removió con una intensidad que la asustó.
Un instinto visceral. Una necesidad inexplicable de protegerlo.
No entendía por qué.
No entendía qué era lo que Samuel había despertado en ella.
Lo único que sabía…
Era que no podía permitirse sentir nada.
José Manuel entró a la casa con Samuel de la mano, sintiendo el peso de la noche sobre sus hombros. Apenas cruzaron la puerta, el niño soltó su agarre y caminó en silencio hacia las escaleras.
—Buenas noches, papá… —murmuró antes de subir.
José Manuel lo observó desaparecer y soltó un suspiro. El niño casi nunca era tan callado. Algo había cambiado en él tras el encuentro con Eliana, pero José Manuel no sabía exactamente qué.
Antes de poder seguir pensando en ello, sintió unos pasos detrás de él.
—José Manuel… —La voz de Samantha sonó temblorosa.
Se giró y la vio con los ojos brillantes, sosteniéndose la mejilla con delicadeza. La expresión de dolor en su rostro era sutil, pero efectiva. Siempre había sido buena manipulando sus emociones frente a él.
—¿Viste lo que me hizo Eliana? —susurró, con un deje de vulnerabilidad—. No sé por qué me odia tanto…
José Manuel sintió una punzada de irritación.
—Tú la provocaste —respondió con frialdad—. Sabes bien que Eliana no se queda de brazos cruzados.
Samantha bajó la mirada y suspiró, como si el comentario la hubiera lastimado.
—No lo hice con mala intención… Solo quería agradecerle por salvar a Samuel. No esperaba que reaccionara así.
José Manuel la miró con escepticismo. Conocía demasiado bien a Samantha como para creer en su inocencia absoluta. Pero no tenía fuerzas para discutir.
—Solo… no quiero problemas —dijo, masajeándose la sien—. Ha sido un día largo.
Samantha lo observó con aparente tristeza antes de acercarse y posar suavemente una mano sobre su brazo.
—Lo sé, amor… Solo me duele que después de todo lo que nos hizo, sigas permitiendo que te afecte.
José Manuel sintió un escalofrío recorrerle la espalda. ¿Le afectaba?
Claro que sí. Desde el momento en que la vio, todo en él se había tambaleado.
Eliana no era la misma mujer que recordaba. Ya no tenía esa mirada noble e inocente, sino una feroz, decidida… y seguía volviéndolo loco.
Se soltó con suavidad del agarre de Samantha y caminó hacia su estudio.
—Voy a descansar.
Samantha se quedó de pie, mirándolo con una expresión de tristeza contenida.
—Buenas noches, José Manuel…
Pero en cuanto él cerró la puerta detrás de sí, la dulzura en su rostro desapareció. Sus ojos se endurecieron y sus labios se apretaron con molestia.
José Manuel aún sentía algo por Eliana. Y eso era algo que no estaba dispuesta a permitir.
La luz del sol se filtraba a través de los ventanales de la imponente mansión de José Manuel. Todo en su hogar hablaba de éxito: los muebles de diseño, las alfombras importadas, la mesa del comedor larga y pulida con precisión. Sin embargo, dentro de aquellas paredes, el ambiente estaba lejos de ser cálido.El desayuno estaba servido con la misma perfección de siempre: jugos recién exprimidos, pan crujiente y café aromático. Pero la tensión en el aire hacía que todo supiera amargo.En el extremo de la mesa, Samuel removía su cereal con la cuchara, sin entusiasmo. Su cuerpo inquieto balanceaba las piernas bajo la silla, pero a diferencia de otros días, no hacía ruidos, no reía ni corría de un lado a otro.José Manuel lo observó con atención.Normalmente, su hijo era un torbellino de energía, un pequeño huracán que hablaba sin parar y hacía travesuras a cada instante. Pero ahora, bajo la mirada de Samantha, estaba apagado.—Samuel, come —ordenó con voz firme.El niño dejó la cuchara y l
Eliana miró a Samuel mientras dormía en la camilla del hospital.Habían pasado varias horas desde que le administraron el tratamiento para la reacción alérgica. Su respiración se había normalizado, pero ella aún no podía tranquilizarse.Lo observó con el ceño fruncido.—¿Por qué viniste a buscarme, Samuel?El niño se removió en su sueño, su ceño fruncido, como si algo lo perturbara incluso dormido.Eliana apretó los puños.No debía involucrarse. No con él. No con José Manuel.Pero ya lo había hecho.---En la mansión Altamirano, José Manuel revisaba cada rincón de la casa, su angustia creciendo con cada segundo.Samuel no estaba.Giró hacia Samantha, que lo observaba con expresión de confusión fingida.—Dijiste que estaba en el cuarto de juegos—Yo… pensé que sí. Seguramente está en el jardín o jugando en otro lado —respondió con dulzura, pero José Manuel no se dejó engañar.Sacó su teléfono y marcó el número del guardia de seguridad.—Quiero ver las cámaras de seguridad. Ahora.Saman
José Manuel pasó una mano por su cabello, visiblemente frustrado. Tomó aire y bajó la mirada un instante antes de enfrentar los ojos encendidos de Eliana.—Prohibí el mango en mi casa porque tú eres alérgica… —Su voz era baja, casi un susurro, pero cada palabra cayó con peso—. No quería que hubiera algo en mi casa que pudiera hacerte daño.Eliana sintió un nudo en la garganta. Su mente intentaba procesar lo que acababa de escuchar, pero su corazón latía con fuerza, tamborileando contra su pecho.No lo esperaba. No después de todo.Él la había borrado de su vida, la había reemplazado con otra, la había humillado… Pero sin siquiera darse cuenta, aún quedaba un rastro de ella en su hogar.José Manuel la observó, y por un segundo, creyó ver algo quebrarse en su mirada. Sin embargo, antes de que pudiera decir algo más, Samuel tiró suavemente de la manga de su camisa.—Papá… —su voz era temblorosa, pero había una determinación en su pequeño rostro.José Manuel se giró hacia él, dispuesto a
Apenas cruzaron la puerta de la casa, Samuel corrió a su habitación sin decir una palabra. José Manuel lo llamó, pero el niño lo ignoró, cerrando la puerta tras de sí.Suspirando, se frotó el rostro. Sabía que Samuel estaba molesto, pero nunca lo había visto tan desanimado.—Dale un par de horas y se le pasará —comentó Samantha con indiferencia mientras dejaba su bolso sobre el sofá—. Solo está haciendo un berrinche.José Manuel no estaba tan seguro. Algo en la forma en que su hijo se había aferrado a Eliana en el hospital, en cómo había llorado cuando se lo llevó en contra de su voluntad, le dejaba claro que esto no era un simple capricho.Pasaron varias horas y Samuel no salió de su habitación. Cuando la hora de la cena llegó, José Manuel subió para buscarlo.Golpeó suavemente la puerta antes de entrar.—Hijo, la cena está lista. ¿Bajamos juntos?Samuel estaba sentado en la cama con las rodillas abrazadas contra su pecho, la mirada perdida en el suelo. Ni siquiera reaccionó ante la
José Manuel caminaba de un lado a otro en su oficina, con el teléfono en la mano y la mirada fija en la pantalla. Sabía lo que tenía que hacer, pero aún dudaba. Llamar a Eliana era su última opción, pero Samuel lo necesitaba.Suspiró pesadamente y marcó el número. Justo cuando el tono comenzó a sonar, sintió unos brazos rodeándolo por la espalda.—Amor… —susurró Samantha con voz melosa, apoyando la cabeza en su espalda—. ¿Qué estás haciendo?José Manuel no respondió de inmediato, pero Samantha vio el nombre en la pantalla y frunció los labios.—No me digas que vas a llamarla… —dijo en un tono entre dulce y molesto—. Cariño, por favor, no caigas en su juego. Sabes que solo está manipulando a Samuel para ponerte en esta situación.José Manuel apartó sus brazos con suavidad y se giró para mirarla.—No es un juego, Samantha. Samuel está enfermo y no ha comido nada.Ella hizo un puchero y deslizó sus manos por el pecho de él.—Mi amor, sé que estás preocupado, pero esto es exactamente lo q
La lluvia golpeaba con fuerza las ventanas de cristal del lujoso rascacielos donde se encontraba Eliana Álvarez, la mujer más influyente en el mundo de la tecnología y la innovación. Dueña de un imperio que ella misma construyó desde las cenizas, una mujer que aprendió que la única forma de sobrevivir era con una sonrisa afilada y un corazón blindado.Estaba en su oficina, observando la ciudad desde lo alto, con una expresión serena pero calculadora. Su teléfono vibró y su asistente entró sin anunciarse.—Señorita Álvarez, la junta con los inversores de Singapur comienza en cinco minutos.—Diles que esperen —respondió sin apartar la vista de la lluvia.Eliana sabía que podía hacerlos esperar. Era la reina de su propio tablero de ajedrez, y nadie movía una pieza sin su permiso.A lo largo de los años, había perfeccionado el arte de la indiferencia. Después de todo, la vida le enseñó que el amor y la confianza solo servían para ser destruidos.Pero lo que no sabía era que, en cuestión d
La respiración de Eliana era irregular, sus manos temblaban de pura rabia. Samuel sollozaba, forcejeando contra el agarre cruel de Samantha.No lo pensó. No dudó.Su puño voló directo al rostro de Samantha.El sonido del golpe resonó en el aire.Samantha soltó un grito ahogado y, en el impacto, aflojó el agarre sobre el niño. Eliana aprovechó el momento y lo jaló hacia ella, abrazándolo con fuerza.—Tranquilo, pequeño —susurró, acariciándole el cabello—. Ya estás a salvo.Pero antes de que pudiera reaccionar, una voz grave y gélida la detuvo.—¿Qué rayos está pasando aquí?Eliana sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies.José Manuel.El solo sonido de su voz le revolvió el estómago.Cuando levantó la mirada, lo encontró allí, a solo unos metros. Alto, imponente, con esos ojos oscuros que alguna vez la miraron con amor… y que ahora solo reflejaban frialdad.Por un segundo, sintió que no podía respirar.Años. Años sin verlo, sin escuchar su voz, sin recordar el pasado que había tra