Inicio / Romance / El niño adorable ¡Es hijo de mi ex! / Capítulo 5: ¿Dónde está Samuel?
Capítulo 5: ¿Dónde está Samuel?

Eliana miró a Samuel mientras dormía en la camilla del hospital.

Habían pasado varias horas desde que le administraron el tratamiento para la reacción alérgica. Su respiración se había normalizado, pero ella aún no podía tranquilizarse.

Lo observó con el ceño fruncido.

—¿Por qué viniste a buscarme, Samuel?

El niño se removió en su sueño, su ceño fruncido, como si algo lo perturbara incluso dormido.

Eliana apretó los puños.

No debía involucrarse. No con él. No con José Manuel.

Pero ya lo había hecho.

---

En la mansión Altamirano, José Manuel revisaba cada rincón de la casa, su angustia creciendo con cada segundo.

Samuel no estaba.

Giró hacia Samantha, que lo observaba con expresión de confusión fingida.

—Dijiste que estaba en el cuarto de juegos

—Yo… pensé que sí. Seguramente está en el jardín o jugando en otro lado —respondió con dulzura, pero José Manuel no se dejó engañar.

Sacó su teléfono y marcó el número del guardia de seguridad.

—Quiero ver las cámaras de seguridad. Ahora.

Samantha palideció.

—Revísalas de inmediato. —La voz de José Manuel era fría, pero contenía una furia latente.

El guardia de seguridad asintió y retrocedió unos pasos para manipular la computadora. En la pantalla, las imágenes de la mansión Altamirano comenzaron a reproducirse.

José Manuel se inclinó, con los músculos tensos.

Las primeras tomas mostraban la casa en calma. Luego, la cámara del pasillo captó a Samuel entrando sigilosamente de su cuarto y cerrando la puerta con cuidado. El niño desapareció de la toma, así que el guardia cambió de cámara.

José Manuel sintió cómo el aire se le atascaba en la garganta.

Samuel estaba en la ventana de su cuarto, con una sábana amarrada como cuerda improvisada, deslizándose con torpeza hacia el jardín.

Samantha llevó una mano a la boca.

—¡No puede ser! ¡Pudo haberse matado!

José Manuel cerró los ojos un segundo, tratando de contener el enojo que le hervía en la sangre.

—Tú me dijiste que estaba en su cuarto.

—Yo… yo no lo sabía…

—¡Por supuesto que no lo sabías! —José Manuel golpeó la mesa con el puño, haciéndola temblar. Su voz se tornó un rugido de furia—. ¿Cómo carajos no te diste cuenta de que tu hijo saltó por una ventana para escapar de esta casa?

Samantha parpadeó varias veces, buscando una respuesta.

—Yo… estaba descansando…

José Manuel la miró con el ceño fruncido.

—¿Descansando? ¿Descansando mientras nuestro hijo huía? —dio un paso al frente, su rostro oscuro por la furia—. ¡Samuel tiene seis años! ¡¿Cómo es posible que haya llegado al punto de preferir arriesgar su vida antes que quedarse aquí?!

Samantha se mordió el labio, los ojos brillando con lágrimas.

—José Manuel, yo…

Él no la dejó terminar. Se giró hacia el guardia de seguridad.

—Quiero saber hacia dónde fue. Encuéntrenlo. Ahora.

El guardia asintió y siguió revisando las grabaciones.

---

Eliana observó a Samuel, que ya respiraba con más calma tras recibir el medicamento. Su pequeño rostro aún estaba enrojecido, pero su expresión reflejaba alivio. Se agachó junto a él y le tomó la mano con suavidad.

—Samuel, necesito llamar a tu papá para que venga por ti —dijo en un tono sereno, sin querer alarmarlo.

El niño dudó por un momento, mordiendo su labio con nerviosismo. Luego asintió y con sus deditos temblorosos sacó un papel arrugado del bolsillo de su chaqueta. Se lo extendió a Eliana.

—Aquí está su número... pero, ¿me vas a dejar ir con él? —preguntó con un hilo de voz, con un dejo de tristeza en sus ojos grandes y oscuros.

Eliana sintió un nudo en la garganta, pero no podía retenerlo por más que quisiera. Apretó el papel y le revolvió el cabello con cariño.

—No te preocupes, Samuel. Tu papá vendrá por ti —susurró.

Con el corazón latiendo con fuerza, sacó su teléfono y marcó el número. Sonó una vez. Dos. Tres. Y entonces, la voz grave y firme de José Manuel atravesó la línea.

—¿Quién habla?

Eliana tragó saliva.

—Soy Eliana Álvarez. Estoy con Samuel.

Hubo un silencio tenso al otro lado. Luego, la voz de José Manuel llegó afilada como una navaja.

—¿Qué carajos haces con mi hijo?

Eliana cerró los ojos un instante antes de responder.

—Si te calmaras por un segundo, te diría que Samuel tuvo una reacción alérgica y está en el hospital. Deberías venir ahora mismo.

El silencio de José Manuel fue helado. Y luego, solo se escuchó el tono de la llamada terminada.

Eliana bajó el teléfono y suspiró.

—Tu papá viene en camino —le dijo a Samuel, aunque su propio pecho se sintiera pesado.

El niño bajó la mirada, como si la noticia no lo alegrara demasiado.

José Manuel entró al hospital con pasos apresurados, su expresión era una mezcla de angustia y enojo. Apenas cruzó la puerta de la habitación, su mirada se clavó en Samuel, que estaba recostado en la camilla, con las mejillas aún enrojecidas, pero visiblemente mejor.

—¡Samuel! —exclamó, acercándose rápidamente y tomándole la mano con firmeza—. ¿Estás bien?

El niño asintió, pero apartó la mirada, como si temiera su reacción. Antes de que pudiera decir algo más, la voz cortante de Eliana llenó la habitación.

—¿Cómo puedes ser tan irresponsable, José Manuel? —Lo miró con los ojos encendidos de furia—. ¡Tu hijo se escapó de su casa, caminó solo por la calle y tuvo una reacción alérgica! Si no hubiera llegado a mi empresa, si yo no hubiera estado allí, ¡¿te imaginas lo que pudo haber pasado?!

José Manuel se enderezó, su mandíbula se tensó, pero no replicó de inmediato. Sabía que tenía razón.

—No lo sabía… —dijo en un tono bajo, pero Eliana no había terminado.

—Deberías agradecer que tienes un hijo increíblemente inteligente, porque fue él quien buscó la manera de llegar hasta mí. Pero no debería haber tenido que hacerlo. ¡No debería haber estado solo en la calle!

Eliana cruzó los brazos y tomó aire, intentando controlar su enojo. Luego lo miró fijamente y dijo con dureza:

—Samuel es alérgico al mango. ¿Cómo es posible que nadie le haya dicho eso? ¿Cómo es posible que ni siquiera lo sepa?

José Manuel frunció el ceño y sacudió la cabeza, confundido.

—No tenía idea… Nunca lo vi comer mango antes.

—Pues claro que no —espetó Eliana—. Porque es algo que debía saber desde que era un niño pequeño. ¿No prestaste atención cuando empezaba a comer sólidos? ¿Ni siquiera notaste que tenía una reacción?

José Manuel apretó los labios.

—Desde que tú y yo… —Se detuvo un momento, como si le costara pronunciar esas palabras—. Desde que nos separamos, prohibí que se comprara mango en mi casa.

Eliana sintió que su corazón se detenía por un segundo.

—¿Qué dijiste?

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP