Eliana miró a Samuel mientras dormía en la camilla del hospital.
Habían pasado varias horas desde que le administraron el tratamiento para la reacción alérgica. Su respiración se había normalizado, pero ella aún no podía tranquilizarse.
Lo observó con el ceño fruncido.
—¿Por qué viniste a buscarme, Samuel?
El niño se removió en su sueño, su ceño fruncido, como si algo lo perturbara incluso dormido.
Eliana apretó los puños.
No debía involucrarse. No con él. No con José Manuel.
Pero ya lo había hecho.
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En la mansión Altamirano, José Manuel revisaba cada rincón de la casa, su angustia creciendo con cada segundo.
Samuel no estaba.
Giró hacia Samantha, que lo observaba con expresión de confusión fingida.
—Dijiste que estaba en el cuarto de juegos
—Yo… pensé que sí. Seguramente está en el jardín o jugando en otro lado —respondió con dulzura, pero José Manuel no se dejó engañar.
Sacó su teléfono y marcó el número del guardia de seguridad.
—Quiero ver las cámaras de seguridad. Ahora.
Samantha palideció.
—Revísalas de inmediato. —La voz de José Manuel era fría, pero contenía una furia latente.
El guardia de seguridad asintió y retrocedió unos pasos para manipular la computadora. En la pantalla, las imágenes de la mansión Altamirano comenzaron a reproducirse.
José Manuel se inclinó, con los músculos tensos.
Las primeras tomas mostraban la casa en calma. Luego, la cámara del pasillo captó a Samuel entrando sigilosamente de su cuarto y cerrando la puerta con cuidado. El niño desapareció de la toma, así que el guardia cambió de cámara.
José Manuel sintió cómo el aire se le atascaba en la garganta.
Samuel estaba en la ventana de su cuarto, con una sábana amarrada como cuerda improvisada, deslizándose con torpeza hacia el jardín.
Samantha llevó una mano a la boca.
—¡No puede ser! ¡Pudo haberse matado!
José Manuel cerró los ojos un segundo, tratando de contener el enojo que le hervía en la sangre.
—Tú me dijiste que estaba en su cuarto.
—Yo… yo no lo sabía…
—¡Por supuesto que no lo sabías! —José Manuel golpeó la mesa con el puño, haciéndola temblar. Su voz se tornó un rugido de furia—. ¿Cómo carajos no te diste cuenta de que tu hijo saltó por una ventana para escapar de esta casa?
Samantha parpadeó varias veces, buscando una respuesta.
—Yo… estaba descansando…
José Manuel la miró con el ceño fruncido.
—¿Descansando? ¿Descansando mientras nuestro hijo huía? —dio un paso al frente, su rostro oscuro por la furia—. ¡Samuel tiene seis años! ¡¿Cómo es posible que haya llegado al punto de preferir arriesgar su vida antes que quedarse aquí?!
Samantha se mordió el labio, los ojos brillando con lágrimas.
—José Manuel, yo…
Él no la dejó terminar. Se giró hacia el guardia de seguridad.
—Quiero saber hacia dónde fue. Encuéntrenlo. Ahora.
El guardia asintió y siguió revisando las grabaciones.
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Eliana observó a Samuel, que ya respiraba con más calma tras recibir el medicamento. Su pequeño rostro aún estaba enrojecido, pero su expresión reflejaba alivio. Se agachó junto a él y le tomó la mano con suavidad.
—Samuel, necesito llamar a tu papá para que venga por ti —dijo en un tono sereno, sin querer alarmarlo.
El niño dudó por un momento, mordiendo su labio con nerviosismo. Luego asintió y con sus deditos temblorosos sacó un papel arrugado del bolsillo de su chaqueta. Se lo extendió a Eliana.
—Aquí está su número... pero, ¿me vas a dejar ir con él? —preguntó con un hilo de voz, con un dejo de tristeza en sus ojos grandes y oscuros.
Eliana sintió un nudo en la garganta, pero no podía retenerlo por más que quisiera. Apretó el papel y le revolvió el cabello con cariño.
—No te preocupes, Samuel. Tu papá vendrá por ti —susurró.
Con el corazón latiendo con fuerza, sacó su teléfono y marcó el número. Sonó una vez. Dos. Tres. Y entonces, la voz grave y firme de José Manuel atravesó la línea.
—¿Quién habla?
Eliana tragó saliva.
—Soy Eliana Álvarez. Estoy con Samuel.
Hubo un silencio tenso al otro lado. Luego, la voz de José Manuel llegó afilada como una navaja.
—¿Qué carajos haces con mi hijo?
Eliana cerró los ojos un instante antes de responder.
—Si te calmaras por un segundo, te diría que Samuel tuvo una reacción alérgica y está en el hospital. Deberías venir ahora mismo.
El silencio de José Manuel fue helado. Y luego, solo se escuchó el tono de la llamada terminada.
Eliana bajó el teléfono y suspiró.
—Tu papá viene en camino —le dijo a Samuel, aunque su propio pecho se sintiera pesado.
El niño bajó la mirada, como si la noticia no lo alegrara demasiado.
José Manuel entró al hospital con pasos apresurados, su expresión era una mezcla de angustia y enojo. Apenas cruzó la puerta de la habitación, su mirada se clavó en Samuel, que estaba recostado en la camilla, con las mejillas aún enrojecidas, pero visiblemente mejor.
—¡Samuel! —exclamó, acercándose rápidamente y tomándole la mano con firmeza—. ¿Estás bien?
El niño asintió, pero apartó la mirada, como si temiera su reacción. Antes de que pudiera decir algo más, la voz cortante de Eliana llenó la habitación.
—¿Cómo puedes ser tan irresponsable, José Manuel? —Lo miró con los ojos encendidos de furia—. ¡Tu hijo se escapó de su casa, caminó solo por la calle y tuvo una reacción alérgica! Si no hubiera llegado a mi empresa, si yo no hubiera estado allí, ¡¿te imaginas lo que pudo haber pasado?!
José Manuel se enderezó, su mandíbula se tensó, pero no replicó de inmediato. Sabía que tenía razón.
—No lo sabía… —dijo en un tono bajo, pero Eliana no había terminado.
—Deberías agradecer que tienes un hijo increíblemente inteligente, porque fue él quien buscó la manera de llegar hasta mí. Pero no debería haber tenido que hacerlo. ¡No debería haber estado solo en la calle!
Eliana cruzó los brazos y tomó aire, intentando controlar su enojo. Luego lo miró fijamente y dijo con dureza:
—Samuel es alérgico al mango. ¿Cómo es posible que nadie le haya dicho eso? ¿Cómo es posible que ni siquiera lo sepa?
José Manuel frunció el ceño y sacudió la cabeza, confundido.
—No tenía idea… Nunca lo vi comer mango antes.
—Pues claro que no —espetó Eliana—. Porque es algo que debía saber desde que era un niño pequeño. ¿No prestaste atención cuando empezaba a comer sólidos? ¿Ni siquiera notaste que tenía una reacción?
José Manuel apretó los labios.
—Desde que tú y yo… —Se detuvo un momento, como si le costara pronunciar esas palabras—. Desde que nos separamos, prohibí que se comprara mango en mi casa.
Eliana sintió que su corazón se detenía por un segundo.
—¿Qué dijiste?
José Manuel pasó una mano por su cabello, visiblemente frustrado. Tomó aire y bajó la mirada un instante antes de enfrentar los ojos encendidos de Eliana.—Prohibí el mango en mi casa porque tú eres alérgica… —Su voz era baja, casi un susurro, pero cada palabra cayó con peso—. No quería que hubiera algo en mi casa que pudiera hacerte daño.Eliana sintió un nudo en la garganta. Su mente intentaba procesar lo que acababa de escuchar, pero su corazón latía con fuerza, tamborileando contra su pecho.No lo esperaba. No después de todo.Él la había borrado de su vida, la había reemplazado con otra, la había humillado… Pero sin siquiera darse cuenta, aún quedaba un rastro de ella en su hogar.José Manuel la observó, y por un segundo, creyó ver algo quebrarse en su mirada. Sin embargo, antes de que pudiera decir algo más, Samuel tiró suavemente de la manga de su camisa.—Papá… —su voz era temblorosa, pero había una determinación en su pequeño rostro.José Manuel se giró hacia él, dispuesto a
Apenas cruzaron la puerta de la casa, Samuel corrió a su habitación sin decir una palabra. José Manuel lo llamó, pero el niño lo ignoró, cerrando la puerta tras de sí.Suspirando, se frotó el rostro. Sabía que Samuel estaba molesto, pero nunca lo había visto tan desanimado.—Dale un par de horas y se le pasará —comentó Samantha con indiferencia mientras dejaba su bolso sobre el sofá—. Solo está haciendo un berrinche.José Manuel no estaba tan seguro. Algo en la forma en que su hijo se había aferrado a Eliana en el hospital, en cómo había llorado cuando se lo llevó en contra de su voluntad, le dejaba claro que esto no era un simple capricho.Pasaron varias horas y Samuel no salió de su habitación. Cuando la hora de la cena llegó, José Manuel subió para buscarlo.Golpeó suavemente la puerta antes de entrar.—Hijo, la cena está lista. ¿Bajamos juntos?Samuel estaba sentado en la cama con las rodillas abrazadas contra su pecho, la mirada perdida en el suelo. Ni siquiera reaccionó ante la
José Manuel caminaba de un lado a otro en su oficina, con el teléfono en la mano y la mirada fija en la pantalla. Sabía lo que tenía que hacer, pero aún dudaba. Llamar a Eliana era su última opción, pero Samuel lo necesitaba.Suspiró pesadamente y marcó el número. Justo cuando el tono comenzó a sonar, sintió unos brazos rodeándolo por la espalda.—Amor… —susurró Samantha con voz melosa, apoyando la cabeza en su espalda—. ¿Qué estás haciendo?José Manuel no respondió de inmediato, pero Samantha vio el nombre en la pantalla y frunció los labios.—No me digas que vas a llamarla… —dijo en un tono entre dulce y molesto—. Cariño, por favor, no caigas en su juego. Sabes que solo está manipulando a Samuel para ponerte en esta situación.José Manuel apartó sus brazos con suavidad y se giró para mirarla.—No es un juego, Samantha. Samuel está enfermo y no ha comido nada.Ella hizo un puchero y deslizó sus manos por el pecho de él.—Mi amor, sé que estás preocupado, pero esto es exactamente lo q
José Manuel caminaba de un lado a otro en su oficina, con el teléfono en la mano y la mirada fija en la pantalla. Sabía lo que tenía que hacer, pero aún dudaba. Llamar a Eliana era su última opción, pero Samuel lo necesitaba.Suspiró pesadamente y marcó el número. Justo cuando el tono comenzó a sonar, sintió unos brazos rodeándolo por la espalda.—Amor… —susurró Samantha con voz melosa, apoyando la cabeza en su espalda—. ¿Qué estás haciendo?José Manuel no respondió de inmediato, pero Samantha vio el nombre en la pantalla y frunció los labios.—No me digas que vas a llamarla… —dijo en un tono entre dulce y molesto—. Cariño, por favor, no caigas en su juego. Sabes que solo está manipulando a Samuel para ponerte en esta situación.José Manuel apartó sus brazos con suavidad y se giró para mirarla.—No es un juego, Samantha. Samuel está enfermo y no ha comido nada.Ella hizo un puchero y deslizó sus manos por el pecho de él.—Mi amor, sé que estás preocupado, pero esto es exactamente lo q
El amanecer trajo consigo un cambio inesperado en Samuel. Cuando Eliana entró en su habitación para despertarlo, se encontró con su carita mucho más animada. Sus mejillas habían recuperado algo de color, y cuando la vio, esbozó una pequeña sonrisa.—Buenos días, mi amor —dijo Eliana con ternura, sentándose a su lado.Samuel se incorporó lentamente y la abrazó con fuerza, como si temiera que ella desapareciera. Eliana sintió una punzada en el pecho, pero no dijo nada, solo lo sostuvo con la misma intensidad.—Tengo hambre —murmuró el niño, y esas dos palabras bastaron para que una oleada de alivio la recorriera.Esa mañana, Samuel comió sin que ella tuviera que insistir. Probó el desayuno con gusto, algo que no había hecho en días, y aunque aún estaba débil, su mirada tenía un brillo distinto. Pasó el día explorando la casa con curiosidad y descubriendo algunos juguetes que Eliana había guardado durante años. Eran pequeños regalos que ella había comprado cuando creyó que algún día se
José Manuel estacionó el auto a una distancia prudente de la casa de Eliana, pero la inquietud no le permitió quedarse dentro por mucho tiempo. Sin pensarlo demasiado, bajó y caminó con paso sigiloso hasta una de las ventanas laterales. Sabía que no debía estar ahí, que había prometido mantenerse alejado, pero la necesidad de ver a su hijo fue más fuerte que su orgullo.Se asomó con cautela y lo que vio lo dejó sin aliento.Samuel estaba sentado a la mesa, riendo con una alegría que no había mostrado en días. Comía sin que nadie tuviera que insistirle, hablaba con entusiasmo y se veía lleno de vida. José Manuel sintió un peso en el pecho. ¿Por qué con él no era así?Pero lo que realmente lo dejó inmóvil fue la imagen de Eliana junto a su hijo.Ella lo observaba con ternura mientras le servía más comida en su plato. En un gesto natural, le limpió la comisura de los labios con una servilleta y Samuel sonrió con complicidad, pidiéndole de su comida. José Manuel vio cómo ella fingía moles
José Manuel dio un paso atrás, sintiendo el peso de la nostalgia y la culpa oprimírsele en el pecho. Había venido sólo para asegurarse de que Samuel estaba bien, o al menos eso se decía a sí mismo. Pero la imagen de su hijo riendo con Eliana, disfrutando de su compañía como no lo hacía con él, le había desarmado.Suspiró con frustración y decidió irse antes de que ella lo descubriera. Sin embargo, al girar sobre sus talones, su pie tropezó con una piedra suelta en el camino. Perdió el equilibrio por un momento, tambaleándose hacia atrás, y soltó un suspiro irritado.El ruido llamó la atención de Eliana. Desde adentro, su cuerpo se tensó al percibir un movimiento fuera de lugar. Frunció el ceño y se acercó a la ventana. Al correr la cortina, su mirada se encontró con la de José Manuel.En ese instante, su expresión pasó del desconcierto al enojo.Salió de la casa con pasos firmes, con el ceño fruncido y la rabia ardiéndole en el pecho.—¿Qué haces aquí? —espetó, cruzándose de brazos.J
El silencio se había instalado entre ellos desde que Samuel se quedó dormido en la habitación contigua. La casa, enorme y elegante, parecía más imponente sin la risa del niño llenando los espacios. José Manuel permanecía de pie en la sala, con las manos en los bolsillos, observando a Eliana con una mezcla de nostalgia y orgullo mal disimulado.—Has construido una vida impresionante —comentó, rompiendo la tensión—. Nada que ver con la chica que soñaba con un pequeño negocio de diseño.Eliana, que había estado recogiendo algunos vasos de la mesa, alzó la vista con desdén.—No fue fácil —respondió con frialdad—. Pero aprendí que cuando te quitan todo, solo te queda avanzar o quedarte en el suelo llorando.José Manuel entrecerró los ojos, sintiendo el golpe de sus palabras. Sabía que no hablaba solo de su éxito profesional, sino de lo que pasó entre ellos.—Yo nunca quise quitarte nada.Eliana soltó una risa amarga.—Claro que no. Solo me dejaste con las manos vacías y me diste la espalda