El silencio se había instalado entre ellos desde que Samuel se quedó dormido en la habitación contigua. La casa, enorme y elegante, parecía más imponente sin la risa del niño llenando los espacios. José Manuel permanecía de pie en la sala, con las manos en los bolsillos, observando a Eliana con una mezcla de nostalgia y orgullo mal disimulado.—Has construido una vida impresionante —comentó, rompiendo la tensión—. Nada que ver con la chica que soñaba con un pequeño negocio de diseño.Eliana, que había estado recogiendo algunos vasos de la mesa, alzó la vista con desdén.—No fue fácil —respondió con frialdad—. Pero aprendí que cuando te quitan todo, solo te queda avanzar o quedarte en el suelo llorando.José Manuel entrecerró los ojos, sintiendo el golpe de sus palabras. Sabía que no hablaba solo de su éxito profesional, sino de lo que pasó entre ellos.—Yo nunca quise quitarte nada.Eliana soltó una risa amarga.—Claro que no. Solo me dejaste con las manos vacías y me diste la espalda
La tarde avanzaba entre risas y juegos. Samuel corría por el jardín, esquivando a Eliana mientras ella fingía no poder alcanzarlo. Su risa llenaba el aire, una melodía inocente que, por momentos, hacía olvidar cualquier preocupación.—¡Te atrapé! —exclamó Eliana al sujetarlo por la cintura y levantarlo en el aire.—¡No, trampa! —protestó Samuel entre carcajadas, retorciéndose en sus brazos.—¿Trampa? No sé de qué hablas, yo jugué limpio —bromeó ella, haciéndole cosquillas en el estómago hasta que el niño se retorció de risa.Eliana lo dejó en el suelo y se acomodaron sobre el césped, recuperando el aliento. El niño dibujaba figuras en la tierra con sus dedos, distraído, hasta que su expresión cambió de repente. Su alegría se esfumó como si una sombra oscura se posara sobre él.—No quiero irme, Eli —murmuró con un hilo de voz.Eliana frunció el ceño y lo miró con ternura.—¿Por qué dices eso, pequeño?Samuel mordió su labio inferior y bajó la mirada. Su manito apretó la de Eliana con fu
El sol comenzaba a ocultarse en el horizonte cuando Eliana y Samuel caminaron de regreso a casa. El aire tenía un aroma fresco, y la brisa revolvía suavemente el cabello del niño, que iba en silencio, pateando suavemente unas piedritas en el camino.Eliana notó su actitud más callada de lo normal. Desde que salieron de la heladería, su alegría se había ido apagando poco a poco, como si algo estuviera dándole vueltas en la cabeza.—¿Samuel, todo bien? —preguntó con suavidad.El niño tardó en responder. Mordisqueó su labio inferior, sin levantar la vista del suelo.—¿Tú crees que soy fuerte? —susurró al final.Eliana se detuvo de inmediato. Samuel también se frenó, como si temiera la respuesta.—¿Por qué me preguntas eso, pequeñín?Samuel encogió los hombros, evitando su mirada.—Es que… los ninjas son fuertes, ¿verdad? Nunca tienen miedo. Nunca dejan que nadie los haga sentir mal. Y yo… yo no sé si puedo ser como ellos.Eliana sintió una punzada en el pecho. Sabía que aquellas palabras
El sol entraba por las amplias ventanas de la casa de Eliana, iluminando la sala con una calidez acogedora. Samuel corría de un lado a otro con una energía inagotable, mientras Eliana lo observaba con una sonrisa. Había algo en la risa del niño que lograba suavizar incluso las partes más endurecidas de su corazón.—¡Eliana, ven! —gritó emocionado desde la cocina—. ¡Vamos a cocinar!Eliana soltó una risa suave y se acercó. Samuel ya tenía un delantal puesto, uno que le quedaba grande y que arrastraba ligeramente por el suelo.—¿Y qué quieres cocinar, pequeño chef? —preguntó ella, alzando una ceja.Samuel puso cara de estar pensando seriamente.—Mmm… ¡Hotcakes! Pero quiero que tengan carita feliz.—Está bien, pero solo si prometes no comerte la masa antes de tiempo.—¡Prometido!Eliana le revolvió el cabello con cariño antes de empezar. Le enseñó a mezclar los ingredientes, a batir la masa y, con mucha paciencia, le permitió verterla en la sartén. Samuel se reía cada vez que intentaban h
La semana había pasado más rápido de lo que Samuel hubiera querido. Cada día con Eliana había sido como un sueño del que no quería despertar: juegos, risas, helado con chispas de chicle y largas noches en las que se dormía sintiéndose querido y protegido. Pero ahora, el día que tanto temía había llegado.El sonido del coche de su padre estacionándose afuera lo hizo tensarse. Su pequeño corazón latía con fuerza, y un nudo incómodo se formó en su estómago. No quería irse. No quería volver a la casa donde siempre sentía que sobraba.Eliana, sin embargo, intentó mantener una sonrisa serena mientras doblaba la última prenda de ropa de Samuel en su mochila. Lo miró de reojo y notó su expresión triste.—¿Listo, campeón? —preguntó con dulzura.Samuel no respondió de inmediato. En su lugar, bajó la cabeza y jugueteó con los cordones de sus zapatos.—No quiero irme —susurró.Eliana sintió un leve pinchazo en el pecho, pero intentó mantener la calma. Antes de poder responder, el sonido de la puer
El camino de regreso a casa transcurría en un incómodo silencio. Samuel seguía con los brazos cruzados y el ceño fruncido, aunque su respiración ya no era entrecortada por el llanto. Se limitaba a mirar por la ventana, pero su expresión dejaba claro que no estaba conforme con haber dejado a Eliana.José Manuel, por su parte, mantenía ambas manos en el volante con firmeza, sintiendo el peso de la situación. No quería discutir con su hijo, pero tampoco podía ignorar la manera en que Samuel se había aferrado a Eliana, como si separarse de ella fuera lo peor que podría pasarle.Suspiró. Sabía que tenía que decir algo para calmarlo.—Si te portas bien, si comes juicioso y obedeces, te llevaré a ver a Eliana de nuevo —dijo finalmente, con un tono más relajado.Samuel parpadeó y giró la cabeza con rapidez, su expresión cambiando de inmediato.—¿De verdad? —preguntó con los ojos muy abiertos, como si quisiera asegurarse de que había escuchado bien.José Manuel asintió con una leve sonrisa.—S
El reloj marcaba la 1:37 a. m. José Manuel había salido de casa unas horas antes, dejando a Samuel dormido. No tenía intención de beber demasiado, pero necesitaba despejar su mente, acallar la tormenta de pensamientos que lo perseguía desde que Samuel le mencionó aquel bebé en el cielo.Se había repetido una y otra vez que no debía pensar en eso, que no debía buscarla… pero al final, sus pasos lo llevaron a la casa de Eliana.Se quedó un momento frente a la puerta, con el corazón golpeándole el pecho. Tocó. Una, dos veces. El sonido resonó en la silenciosa madrugada.Eliana se removió en la cama cuando escuchó el golpeteo en la puerta. Estaba profundamente dormida, pero el ruido la sacó de ese refugio momentáneo. Miró la hora en su teléfono: pasaban de la 1:30 a. m.Frunció el ceño, confundida y preocupada. ¿Quién vendría a buscarla a esa hora?Se puso una bata ligera sobre su camisón y se acercó con cautela. A través de la mirilla, su corazón se detuvo un segundo.Era José Manuel.Du
La tormenta rugía afuera, pero dentro de aquella casa, el verdadero huracán se desataba entre dos almas destrozadas. Eliana tenía el corazón en la garganta mientras miraba a José Manuel frente a ella. Su presencia lo llenaba todo, y su mirada… Dios, su mirada estaba cargada de un odio que la desgarraba por dentro.—Dímelo, Eliana. —Su voz era un filo de acero que cortó el aire—. ¿El hijo que perdiste era de tu amante?Eliana sintió que el alma se le desplomaba dentro del cuerpo. Se tambaleó levemente, como si sus piernas perdieran fuerza, como si su corazón dejara de latir por un instante.—¿Q-qué? —balbuceó, incapaz de comprender lo que acababa de escuchar.José Manuel la miraba con un desprecio gélido. Cada palabra que salía de sus labios estaba llena de veneno.—Escuchaste bien —insistió, su voz teñida de furia contenida—. Quiero que me digas de quién era ese bebé.Eliana llevó una mano a su pecho, como si pudiera contener el dolor que se expandía por su ser.—¿Por qué me preguntas