Capítulo 12: Un límite roto

El silencio se había instalado entre ellos desde que Samuel se quedó dormido en la habitación contigua. La casa, enorme y elegante, parecía más imponente sin la risa del niño llenando los espacios. José Manuel permanecía de pie en la sala, con las manos en los bolsillos, observando a Eliana con una mezcla de nostalgia y orgullo mal disimulado.

—Has construido una vida impresionante —comentó, rompiendo la tensión—. Nada que ver con la chica que soñaba con un pequeño negocio de diseño.

Eliana, que había estado recogiendo algunos vasos de la mesa, alzó la vista con desdén.

—No fue fácil —respondió con frialdad—. Pero aprendí que cuando te quitan todo, solo te queda avanzar o quedarte en el suelo llorando.

José Manuel entrecerró los ojos, sintiendo el golpe de sus palabras. Sabía que no hablaba solo de su éxito profesional, sino de lo que pasó entre ellos.

—Yo nunca quise quitarte nada.

Eliana soltó una risa amarga.

—Claro que no. Solo me dejaste con las manos vacías y me diste la espalda
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