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Capítulo 4: Cicatrices y sospechas

La luz del sol se filtraba a través de los ventanales de la imponente mansión de José Manuel. Todo en su hogar hablaba de éxito: los muebles de diseño, las alfombras importadas, la mesa del comedor larga y pulida con precisión. Sin embargo, dentro de aquellas paredes, el ambiente estaba lejos de ser cálido.

El desayuno estaba servido con la misma perfección de siempre: jugos recién exprimidos, pan crujiente y café aromático. Pero la tensión en el aire hacía que todo supiera amargo.

En el extremo de la mesa, Samuel removía su cereal con la cuchara, sin entusiasmo. Su cuerpo inquieto balanceaba las piernas bajo la silla, pero a diferencia de otros días, no hacía ruidos, no reía ni corría de un lado a otro.

José Manuel lo observó con atención.

Normalmente, su hijo era un torbellino de energía, un pequeño huracán que hablaba sin parar y hacía travesuras a cada instante. Pero ahora, bajo la mirada de Samantha, estaba apagado.

—Samuel, come —ordenó con voz firme.

El niño dejó la cuchara y lo miró con determinación.

—Papá… quiero ver a mi ninja otra vez.

José Manuel sintió que un escalofrío le recorría la espalda.

—¿Tu ninja?

Samuel asintió con vehemencia.

—Sí, la que me salvó ayer.

José Manuel cerró los ojos un segundo. La imagen de Eliana Álvarez vino a su mente con la misma intensidad que la primera vez que la vio después de tantos años.

Samantha intervino con voz melosa, pero José Manuel sintió la rigidez en su tono.

—Samuel, quiero que me escuches bien —dijo con tono firme, dejando la taza sobre la mesa—. No quiero que vuelvas a acercarte a Eliana.

Samuel dejó caer la cuchara dentro del tazón y lo miró, confundido.

—¿Por qué?

José Manuel mantuvo su expresión severa.

—Porque ella no es quien tú crees. No es una ninja, no es una heroína. Es una persona mala.

Samuel abrió los ojos de par en par.

—¡No es cierto! Ella me salvó.

Samantha, que hasta ese momento había permanecido en silencio, alzó la voz con dulzura calculada.

—Samuel, cariño, no contradigas a tu papá. Él sabe lo que es mejor para ti.

Samuel frunció el ceño y se volvió hacia su padre.

—¡No es mala!

Pero antes de que pudiera seguir hablando, Samantha se inclinó hacia él con una sonrisa dulce, colocándole una mano en el brazo con suavidad, pero con la suficiente presión para hacerle entender que debía callarse.

—Samuel… ya basta. No te alteres por alguien que no importa.

El niño bajó la cabeza, apretando los labios.

José Manuel lo observó con atención.

Había algo extraño en todo esto. Samuel nunca se callaba tan fácilmente. Siempre insistía hasta que lograba hacerse escuchar. Pero ahora, con solo un toque de Samantha, parecía contener las palabras que quería decir.

El recuerdo de la tarde anterior pasó fugazmente por su mente: el momento en que Samuel se había aferrado a Eliana, el miedo en sus ojos cuando Samantha lo tomó de la muñeca…

José Manuel sintió un nudo en el estómago.

—No quiero volver a escuchar su nombre en esta casa —sentenció, tomando el café de nuevo.

Samuel, con la mirada clavada en su plato, no respondió.

Samantha sonrió, satisfecha, y acarició el cabello del niño con ternura fingida.

Pero José Manuel no pudo evitar notar cómo su hijo se tensaba bajo su toque.

Y por primera vez, se preguntó si su advertencia había sido para la persona equivocada.

Samuel empujó su plato con un suspiro.

—No tengo hambre.

José Manuel frunció el ceño. Su hijo siempre pedía más comida, pero hoy se veía apagado.

—Déjalo, amor —intervino Samantha con dulzura—. Ya comerá después.

Samuel no respondió. Se levantó sin esperar permiso y se fue a su cuarto.

Allí, encendió su computadora y buscó un nombre: Eliana Álvarez.

Fotos, entrevistas y noticias llenaron la pantalla. Sonrió al verla.

—Eres increíble, ninja…

Anotó su dirección y número de contacto en un cuaderno. Miró la ventana. Si bajaba por los árboles sin que lo notaran…

Sonrió para sí mismo.

Por primera vez en mucho tiempo, tenía una misión.

Samuel avanzó con pasos apresurados por las calles, sintiendo la emoción burbujear en su pecho.

Había logrado salir sin ser visto.

Con la dirección de Eliana firmemente memorizada, caminó sin mirar atrás, evitando las calles más transitadas. Pero después de un rato, su estómago rugió con fuerza.

Se detuvo frente a un pequeño puesto de frutas.

—¿Cuánto cuesta ese mango? —preguntó, señalando la fruta madura y jugosa.

—Unas monedas, niño —respondió el vendedor con una sonrisa.

Samuel buscó en su bolsillo y pagó sin pensarlo dos veces. No recordaba haber probado mango antes, pero su color vibrante le pareció atractivo. Caminó mientras lo comía, disfrutando el dulzor desconocido.

Pero minutos después, algo se sintió extraño.

Su garganta comenzó a picarle. Al principio, solo un cosquilleo leve, pero luego vino la sensación de ardor, seguida de dificultad para tragar.

Samuel empezó a respirar con dificultad.

Asustado, apresuró el paso hasta que finalmente vio el enorme edificio con el nombre Álvarez Enterprises en la fachada.

Las puertas de cristal se abrieron y un guardia de seguridad lo miró con sorpresa.

—Oye, niño, ¿qué haces aquí?

Samuel trató de responder, pero su voz sonaba ronca y débil.

—B-busco a mi amiga… Eliana Álvarez…

El guardia lo observó con el ceño fruncido. El niño se veía mal. Su cara comenzaba a hincharse y su respiración era irregular.

Sin perder tiempo, tomó su radio.

—Señorita Álvarez, un niño ha venido preguntando por usted. Creo que está teniendo una reacción alérgica.

Hubo un silencio breve antes de que una voz firme pero alarmada respondiera:

—Voy para allá.

Eliana llegó en cuestión de segundos.

Y lo vio.

Su corazón se detuvo.

—¡Samuel!

El pequeño tenía el rostro enrojecido y los ojos hinchados. Respiraba con dificultad, con una mano sobre su pecho.

Eliana se acercó de inmediato y se agachó frente a él.

—¿Qué comiste? —preguntó con urgencia.

Samuel trató de responder, pero su garganta le dolía demasiado.

Eliana frunció el ceño. Entonces, su nariz captó un aroma peculiar.

Mango.

Revisó su bolsillo con rapidez y sacó un pequeño frasco de pastillas.

—Samuel, necesito que tragues esto, te ayudará a respirar.

Le dio la pastilla con un poco de agua y él la tomó con esfuerzo.

Eliana lo abrazó para darle apoyo mientras su respiración poco a poco volvía a estabilizarse.

Pero esto no era suficiente.

—Voy a llevarte al hospital, ¿de acuerdo? Quiero asegurarme de que estés bien.

Samuel asintió con lentitud.

Eliana lo cargó en brazos, ignorando las miradas curiosas a su alrededor, y se dirigió a su auto.

Mientras tanto, en la mansión Altamirano José Manuel llegó más temprano de lo previsto.

Dejó las llaves en la entrada y subió las escaleras.

Tenía ganas de ver a Samuel.

Pero cuando llegó a la habitación de su hijo, el cuarto estaba vacío.

Frunció el ceño y se dirigió al dormitorio de Samantha.

La encontró recostada en la cama, con su celular en la mano y los audífonos puestos.

Ni siquiera notó su presencia hasta que él habló.

—Samantha.

Ella levantó la mirada con una sonrisa perezosa.

—José Manuel, ¿qué haces aquí tan temprano?

Él cruzó los brazos.

—¿Dónde está Samuel?

La sonrisa de Samantha titubeó apenas un segundo, pero lo suficiente para que José Manuel lo notara.

—Está en el cuarto de juegos.

José Manuel sintió un escalofrío en la espalda. Se giró de inmediato y fue a revisar.

Vacío.

El pánico lo golpeó como un golpe en el pecho.

Su hijo no estaba en casa.

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