La luz del sol se filtraba a través de los ventanales de la imponente mansión de José Manuel. Todo en su hogar hablaba de éxito: los muebles de diseño, las alfombras importadas, la mesa del comedor larga y pulida con precisión. Sin embargo, dentro de aquellas paredes, el ambiente estaba lejos de ser cálido.
El desayuno estaba servido con la misma perfección de siempre: jugos recién exprimidos, pan crujiente y café aromático. Pero la tensión en el aire hacía que todo supiera amargo.
En el extremo de la mesa, Samuel removía su cereal con la cuchara, sin entusiasmo. Su cuerpo inquieto balanceaba las piernas bajo la silla, pero a diferencia de otros días, no hacía ruidos, no reía ni corría de un lado a otro.
José Manuel lo observó con atención.
Normalmente, su hijo era un torbellino de energía, un pequeño huracán que hablaba sin parar y hacía travesuras a cada instante. Pero ahora, bajo la mirada de Samantha, estaba apagado.
—Samuel, come —ordenó con voz firme.
El niño dejó la cuchara y lo miró con determinación.
—Papá… quiero ver a mi ninja otra vez.
José Manuel sintió que un escalofrío le recorría la espalda.
—¿Tu ninja?
Samuel asintió con vehemencia.
—Sí, la que me salvó ayer.
José Manuel cerró los ojos un segundo. La imagen de Eliana Álvarez vino a su mente con la misma intensidad que la primera vez que la vio después de tantos años.
Samantha intervino con voz melosa, pero José Manuel sintió la rigidez en su tono.
—Samuel, quiero que me escuches bien —dijo con tono firme, dejando la taza sobre la mesa—. No quiero que vuelvas a acercarte a Eliana.
Samuel dejó caer la cuchara dentro del tazón y lo miró, confundido.
—¿Por qué?
José Manuel mantuvo su expresión severa.
—Porque ella no es quien tú crees. No es una ninja, no es una heroína. Es una persona mala.
Samuel abrió los ojos de par en par.
—¡No es cierto! Ella me salvó.
Samantha, que hasta ese momento había permanecido en silencio, alzó la voz con dulzura calculada.
—Samuel, cariño, no contradigas a tu papá. Él sabe lo que es mejor para ti.
Samuel frunció el ceño y se volvió hacia su padre.
—¡No es mala!
Pero antes de que pudiera seguir hablando, Samantha se inclinó hacia él con una sonrisa dulce, colocándole una mano en el brazo con suavidad, pero con la suficiente presión para hacerle entender que debía callarse.
—Samuel… ya basta. No te alteres por alguien que no importa.
El niño bajó la cabeza, apretando los labios.
José Manuel lo observó con atención.
Había algo extraño en todo esto. Samuel nunca se callaba tan fácilmente. Siempre insistía hasta que lograba hacerse escuchar. Pero ahora, con solo un toque de Samantha, parecía contener las palabras que quería decir.
El recuerdo de la tarde anterior pasó fugazmente por su mente: el momento en que Samuel se había aferrado a Eliana, el miedo en sus ojos cuando Samantha lo tomó de la muñeca…
José Manuel sintió un nudo en el estómago.
—No quiero volver a escuchar su nombre en esta casa —sentenció, tomando el café de nuevo.
Samuel, con la mirada clavada en su plato, no respondió.
Samantha sonrió, satisfecha, y acarició el cabello del niño con ternura fingida.
Pero José Manuel no pudo evitar notar cómo su hijo se tensaba bajo su toque.
Y por primera vez, se preguntó si su advertencia había sido para la persona equivocada.
Samuel empujó su plato con un suspiro.
—No tengo hambre.
José Manuel frunció el ceño. Su hijo siempre pedía más comida, pero hoy se veía apagado.
—Déjalo, amor —intervino Samantha con dulzura—. Ya comerá después.
Samuel no respondió. Se levantó sin esperar permiso y se fue a su cuarto.
Allí, encendió su computadora y buscó un nombre: Eliana Álvarez.
Fotos, entrevistas y noticias llenaron la pantalla. Sonrió al verla.
—Eres increíble, ninja…
Anotó su dirección y número de contacto en un cuaderno. Miró la ventana. Si bajaba por los árboles sin que lo notaran…
Sonrió para sí mismo.
Por primera vez en mucho tiempo, tenía una misión.
Samuel avanzó con pasos apresurados por las calles, sintiendo la emoción burbujear en su pecho.
Había logrado salir sin ser visto.
Con la dirección de Eliana firmemente memorizada, caminó sin mirar atrás, evitando las calles más transitadas. Pero después de un rato, su estómago rugió con fuerza.
Se detuvo frente a un pequeño puesto de frutas.
—¿Cuánto cuesta ese mango? —preguntó, señalando la fruta madura y jugosa.
—Unas monedas, niño —respondió el vendedor con una sonrisa.
Samuel buscó en su bolsillo y pagó sin pensarlo dos veces. No recordaba haber probado mango antes, pero su color vibrante le pareció atractivo. Caminó mientras lo comía, disfrutando el dulzor desconocido.
Pero minutos después, algo se sintió extraño.
Su garganta comenzó a picarle. Al principio, solo un cosquilleo leve, pero luego vino la sensación de ardor, seguida de dificultad para tragar.
Samuel empezó a respirar con dificultad.
Asustado, apresuró el paso hasta que finalmente vio el enorme edificio con el nombre Álvarez Enterprises en la fachada.
Las puertas de cristal se abrieron y un guardia de seguridad lo miró con sorpresa.
—Oye, niño, ¿qué haces aquí?
Samuel trató de responder, pero su voz sonaba ronca y débil.
—B-busco a mi amiga… Eliana Álvarez…
El guardia lo observó con el ceño fruncido. El niño se veía mal. Su cara comenzaba a hincharse y su respiración era irregular.
Sin perder tiempo, tomó su radio.
—Señorita Álvarez, un niño ha venido preguntando por usted. Creo que está teniendo una reacción alérgica.
Hubo un silencio breve antes de que una voz firme pero alarmada respondiera:
—Voy para allá.
Eliana llegó en cuestión de segundos.
Y lo vio.
Su corazón se detuvo.
—¡Samuel!
El pequeño tenía el rostro enrojecido y los ojos hinchados. Respiraba con dificultad, con una mano sobre su pecho.
Eliana se acercó de inmediato y se agachó frente a él.
—¿Qué comiste? —preguntó con urgencia.
Samuel trató de responder, pero su garganta le dolía demasiado.
Eliana frunció el ceño. Entonces, su nariz captó un aroma peculiar.
Mango.
Revisó su bolsillo con rapidez y sacó un pequeño frasco de pastillas.
—Samuel, necesito que tragues esto, te ayudará a respirar.
Le dio la pastilla con un poco de agua y él la tomó con esfuerzo.
Eliana lo abrazó para darle apoyo mientras su respiración poco a poco volvía a estabilizarse.
Pero esto no era suficiente.
—Voy a llevarte al hospital, ¿de acuerdo? Quiero asegurarme de que estés bien.
Samuel asintió con lentitud.
Eliana lo cargó en brazos, ignorando las miradas curiosas a su alrededor, y se dirigió a su auto.
Mientras tanto, en la mansión Altamirano José Manuel llegó más temprano de lo previsto.
Dejó las llaves en la entrada y subió las escaleras.
Tenía ganas de ver a Samuel.
Pero cuando llegó a la habitación de su hijo, el cuarto estaba vacío.
Frunció el ceño y se dirigió al dormitorio de Samantha.
La encontró recostada en la cama, con su celular en la mano y los audífonos puestos.
Ni siquiera notó su presencia hasta que él habló.
—Samantha.
Ella levantó la mirada con una sonrisa perezosa.
—José Manuel, ¿qué haces aquí tan temprano?
Él cruzó los brazos.
—¿Dónde está Samuel?
La sonrisa de Samantha titubeó apenas un segundo, pero lo suficiente para que José Manuel lo notara.
—Está en el cuarto de juegos.
José Manuel sintió un escalofrío en la espalda. Se giró de inmediato y fue a revisar.
Vacío.
El pánico lo golpeó como un golpe en el pecho.
Su hijo no estaba en casa.
Eliana miró a Samuel mientras dormía en la camilla del hospital.Habían pasado varias horas desde que le administraron el tratamiento para la reacción alérgica. Su respiración se había normalizado, pero ella aún no podía tranquilizarse.Lo observó con el ceño fruncido.—¿Por qué viniste a buscarme, Samuel?El niño se removió en su sueño, su ceño fruncido, como si algo lo perturbara incluso dormido.Eliana apretó los puños.No debía involucrarse. No con él. No con José Manuel.Pero ya lo había hecho.---En la mansión Altamirano, José Manuel revisaba cada rincón de la casa, su angustia creciendo con cada segundo.Samuel no estaba.Giró hacia Samantha, que lo observaba con expresión de confusión fingida.—Dijiste que estaba en el cuarto de juegos—Yo… pensé que sí. Seguramente está en el jardín o jugando en otro lado —respondió con dulzura, pero José Manuel no se dejó engañar.Sacó su teléfono y marcó el número del guardia de seguridad.—Quiero ver las cámaras de seguridad. Ahora.Saman
José Manuel pasó una mano por su cabello, visiblemente frustrado. Tomó aire y bajó la mirada un instante antes de enfrentar los ojos encendidos de Eliana.—Prohibí el mango en mi casa porque tú eres alérgica… —Su voz era baja, casi un susurro, pero cada palabra cayó con peso—. No quería que hubiera algo en mi casa que pudiera hacerte daño.Eliana sintió un nudo en la garganta. Su mente intentaba procesar lo que acababa de escuchar, pero su corazón latía con fuerza, tamborileando contra su pecho.No lo esperaba. No después de todo.Él la había borrado de su vida, la había reemplazado con otra, la había humillado… Pero sin siquiera darse cuenta, aún quedaba un rastro de ella en su hogar.José Manuel la observó, y por un segundo, creyó ver algo quebrarse en su mirada. Sin embargo, antes de que pudiera decir algo más, Samuel tiró suavemente de la manga de su camisa.—Papá… —su voz era temblorosa, pero había una determinación en su pequeño rostro.José Manuel se giró hacia él, dispuesto a
Apenas cruzaron la puerta de la casa, Samuel corrió a su habitación sin decir una palabra. José Manuel lo llamó, pero el niño lo ignoró, cerrando la puerta tras de sí.Suspirando, se frotó el rostro. Sabía que Samuel estaba molesto, pero nunca lo había visto tan desanimado.—Dale un par de horas y se le pasará —comentó Samantha con indiferencia mientras dejaba su bolso sobre el sofá—. Solo está haciendo un berrinche.José Manuel no estaba tan seguro. Algo en la forma en que su hijo se había aferrado a Eliana en el hospital, en cómo había llorado cuando se lo llevó en contra de su voluntad, le dejaba claro que esto no era un simple capricho.Pasaron varias horas y Samuel no salió de su habitación. Cuando la hora de la cena llegó, José Manuel subió para buscarlo.Golpeó suavemente la puerta antes de entrar.—Hijo, la cena está lista. ¿Bajamos juntos?Samuel estaba sentado en la cama con las rodillas abrazadas contra su pecho, la mirada perdida en el suelo. Ni siquiera reaccionó ante la
José Manuel caminaba de un lado a otro en su oficina, con el teléfono en la mano y la mirada fija en la pantalla. Sabía lo que tenía que hacer, pero aún dudaba. Llamar a Eliana era su última opción, pero Samuel lo necesitaba.Suspiró pesadamente y marcó el número. Justo cuando el tono comenzó a sonar, sintió unos brazos rodeándolo por la espalda.—Amor… —susurró Samantha con voz melosa, apoyando la cabeza en su espalda—. ¿Qué estás haciendo?José Manuel no respondió de inmediato, pero Samantha vio el nombre en la pantalla y frunció los labios.—No me digas que vas a llamarla… —dijo en un tono entre dulce y molesto—. Cariño, por favor, no caigas en su juego. Sabes que solo está manipulando a Samuel para ponerte en esta situación.José Manuel apartó sus brazos con suavidad y se giró para mirarla.—No es un juego, Samantha. Samuel está enfermo y no ha comido nada.Ella hizo un puchero y deslizó sus manos por el pecho de él.—Mi amor, sé que estás preocupado, pero esto es exactamente lo q
La lluvia golpeaba con fuerza las ventanas de cristal del lujoso rascacielos donde se encontraba Eliana Álvarez, la mujer más influyente en el mundo de la tecnología y la innovación. Dueña de un imperio que ella misma construyó desde las cenizas, una mujer que aprendió que la única forma de sobrevivir era con una sonrisa afilada y un corazón blindado.Estaba en su oficina, observando la ciudad desde lo alto, con una expresión serena pero calculadora. Su teléfono vibró y su asistente entró sin anunciarse.—Señorita Álvarez, la junta con los inversores de Singapur comienza en cinco minutos.—Diles que esperen —respondió sin apartar la vista de la lluvia.Eliana sabía que podía hacerlos esperar. Era la reina de su propio tablero de ajedrez, y nadie movía una pieza sin su permiso.A lo largo de los años, había perfeccionado el arte de la indiferencia. Después de todo, la vida le enseñó que el amor y la confianza solo servían para ser destruidos.Pero lo que no sabía era que, en cuestión d
La respiración de Eliana era irregular, sus manos temblaban de pura rabia. Samuel sollozaba, forcejeando contra el agarre cruel de Samantha.No lo pensó. No dudó.Su puño voló directo al rostro de Samantha.El sonido del golpe resonó en el aire.Samantha soltó un grito ahogado y, en el impacto, aflojó el agarre sobre el niño. Eliana aprovechó el momento y lo jaló hacia ella, abrazándolo con fuerza.—Tranquilo, pequeño —susurró, acariciándole el cabello—. Ya estás a salvo.Pero antes de que pudiera reaccionar, una voz grave y gélida la detuvo.—¿Qué rayos está pasando aquí?Eliana sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies.José Manuel.El solo sonido de su voz le revolvió el estómago.Cuando levantó la mirada, lo encontró allí, a solo unos metros. Alto, imponente, con esos ojos oscuros que alguna vez la miraron con amor… y que ahora solo reflejaban frialdad.Por un segundo, sintió que no podía respirar.Años. Años sin verlo, sin escuchar su voz, sin recordar el pasado que había tra
Eliana cerró la puerta de su departamento y apoyó la espalda contra la madera, sintiendo cómo la respiración se le entrecortaba. Su pecho subía y bajaba con fuerza, pero no por el cansancio… sino por la furia contenida.Ver a José Manuel después de tantos años había sido un golpe que no esperaba. Creyó que el tiempo la había fortalecido, que el éxito borraría las cicatrices del pasado. Pero ahí estaba, con el corazón latiéndole en los oídos y el alma revuelta por los recuerdos.Porque su traición todavía dolía.Se dejó caer en el sofá y cerró los ojos, permitiendo que su mente la arrastrara a ese día… el día en que todo se derrumbó.Seis años atrásLas risas resonaban en el pequeño laboratorio improvisado de la universidad. Ella y José Manuel trabajaban hasta altas horas de la madrugada, rodeados de planos, fórmulas y notas garabateadas con ideas que podían cambiarlo todo.—Esto es increíble, Eli —le había dicho él, con esa mirada llena de admiración y emoción que la hacía sentir inve