José Manuel pasó una mano por su cabello, visiblemente frustrado. Tomó aire y bajó la mirada un instante antes de enfrentar los ojos encendidos de Eliana.
—Prohibí el mango en mi casa porque tú eres alérgica… —Su voz era baja, casi un susurro, pero cada palabra cayó con peso—. No quería que hubiera algo en mi casa que pudiera hacerte daño.
Eliana sintió un nudo en la garganta. Su mente intentaba procesar lo que acababa de escuchar, pero su corazón latía con fuerza, tamborileando contra su pecho.
No lo esperaba. No después de todo.
Él la había borrado de su vida, la había reemplazado con otra, la había humillado… Pero sin siquiera darse cuenta, aún quedaba un rastro de ella en su hogar.
José Manuel la observó, y por un segundo, creyó ver algo quebrarse en su mirada. Sin embargo, antes de que pudiera decir algo más, Samuel tiró suavemente de la manga de su camisa.
—Papá… —su voz era temblorosa, pero había una determinación en su pequeño rostro.
José Manuel se giró hacia él, dispuesto a tranquilizarlo, a decirle que ya era hora de irse a casa. Pero las siguientes palabras de Samuel lo dejaron sin aliento.
—No quiero volver a casa.
Eliana sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
José Manuel frunció el ceño.
—Samuel, estás cansado. Vamos a casa, hablaremos de esto más tarde.
Pero el niño negó con la cabeza con vehemencia.
—No. Quiero vivir con Eliana.
Eliana sintió cómo el aire abandonaba sus pulmones de golpe.
José Manuel, por su parte, sintió que el mundo se detenía.
—¿Qué estás diciendo, Samuel? —preguntó con voz tensa.
El niño bajó la mirada, pero su vocecita fue firme.
—Con ella me siento seguro.
Eliana sintió que algo se rompía dentro de ella.
José Manuel pasó una mano por su cabello, frustrado, mirando a su hijo como si no lo reconociera.
Pero cuando volvió la vista a Eliana, ella lo estaba mirando también. Y por primera vez en años, en sus ojos ya no había solo resentimiento. Había algo más. Algo que José Manuel no se atrevió a nombrar.
El silencio en la habitación era abrumador. Las palabras de Samuel aún flotaban en el aire, cargadas de una verdad imposible de ignorar.
José Manuel sintió que su garganta se cerraba. Su hijo, su pequeño Samuel, acababa de decir que no quería volver a casa. Que con Eliana se sentía seguro.
Sus manos se cerraron en puños a los costados, no por enojo, sino por la mezcla de emociones que lo invadían. Miró a Samuel, esperando que retirara sus palabras, que dijera que solo estaba asustado por lo que había pasado. Pero el niño mantuvo su mirada baja, con sus manitas aferradas a la sábana de la camilla.
—Samuel, no digas eso —intentó razonar con calma, pero su propia voz sonaba tensa.
El pequeño levantó la cabeza con lágrimas en los ojos.
—Es la verdad, papá. —Su voz tembló, pero no retrocedió—. No quiero volver a casa con ella.
Eliana sintió su pecho apretarse. Sabía que “ella” se refería a Samantha.
José Manuel inhaló profundamente, tratando de mantener la compostura. Se giró hacia Eliana, con una mirada afilada, como si ella tuviera la culpa de lo que estaba pasando.
—¿Qué le dijiste? —preguntó con dureza.
Eliana sintió una punzada de indignación.
—¿Me estás acusando de manipular a tu hijo? —preguntó con voz gélida—. José Manuel, Samuel vino a buscarme por su cuenta. ¿No te das cuenta de lo que significa?
La mandíbula de José Manuel se tensó. Claro que lo sabía. Pero aceptarlo era otra historia.
Antes de que José Manuel pudiera decir algo más, la puerta se abrió y una enfermera entró con un expediente en la mano.
—Señor Altamirano, hemos completado la revisión final de Samuel —dijo con voz profesional—. Su estado es estable, así que podemos darle de alta. Sin embargo, es importante que eviten cualquier exposición al mango y que sigan las indicaciones del médico.
Eliana asintió y tomó el documento que la enfermera le extendía.
—Aquí está su receta y las indicaciones para cualquier reacción futura —agregó la mujer, antes de dedicarle una sonrisa tranquilizadora a Samuel—. Descansa bien, campeón.
Samuel tiró de la manga de su camisa nuevamente, llamando su atención.
—Papá… por favor…
José Manuel cerró los ojos un instante. Sabía que no podía ignorar los sentimientos de su hijo, pero tampoco podía tomar una decisión apresurada.
José Manuel se enderezó y, con un tono inquebrantable, habló:
—Nos vamos a casa.
Eliana sintió su pequeña manita aferrarse con fuerza a su brazo.
—No quiero irme con él… —susurró el niño, apenas audible.
Esa súplica hizo que el corazón de Eliana se hiciera añicos. Sintió su respiración agitarse mientras veía los ojitos de Samuel llenarse de lágrimas.
José Manuel frunció el ceño y extendió la mano.
—Basta, Samuel. No puedes quedarte aquí.
El niño negó con la cabeza y se pegó más a Eliana.
—No quiero… No quiero…
José Manuel apretó la mandíbula y, sin más, tomó a su hijo en brazos.
Samuel comenzó a forcejear, golpeando con sus pequeñas manos el pecho de su padre mientras las lágrimas caían sin control.
—¡No quiero irme contigo! ¡No quiero!
Eliana sintió que su alma se desgarraba. Verlo luchar, ver cómo su cuerpecito se sacudía con cada sollozo… era demasiado.
—José Manuel… —intentó intervenir, su voz quebrada.
Pero él ya había dado un paso hacia la puerta.
—Esto no es negociable. Es mi hijo.
Samuel lloraba desconsoladamente, extendiendo sus brazos hacia ella.
—¡No me dejes, Eliana! ¡No me dejes!
Cada palabra era un puñal en su pecho.
Eliana se llevó una mano a los labios, conteniendo un sollozo. Sentía ganas de correr tras él, de arrebatarle a Samuel y abrazarlo con todas sus fuerzas.
Pero no podía.
Se quedó quieta, con los ojos ardiendo, viendo cómo José Manuel salía de la habitación con el niño aún llorando.
La puerta se cerró tras ellos.
Y el sonido del llanto de Samuel fue lo último que quedó resonando en su alma.
Apenas cruzaron la puerta de la casa, Samuel corrió a su habitación sin decir una palabra. José Manuel lo llamó, pero el niño lo ignoró, cerrando la puerta tras de sí.Suspirando, se frotó el rostro. Sabía que Samuel estaba molesto, pero nunca lo había visto tan desanimado.—Dale un par de horas y se le pasará —comentó Samantha con indiferencia mientras dejaba su bolso sobre el sofá—. Solo está haciendo un berrinche.José Manuel no estaba tan seguro. Algo en la forma en que su hijo se había aferrado a Eliana en el hospital, en cómo había llorado cuando se lo llevó en contra de su voluntad, le dejaba claro que esto no era un simple capricho.Pasaron varias horas y Samuel no salió de su habitación. Cuando la hora de la cena llegó, José Manuel subió para buscarlo.Golpeó suavemente la puerta antes de entrar.—Hijo, la cena está lista. ¿Bajamos juntos?Samuel estaba sentado en la cama con las rodillas abrazadas contra su pecho, la mirada perdida en el suelo. Ni siquiera reaccionó ante la
José Manuel caminaba de un lado a otro en su oficina, con el teléfono en la mano y la mirada fija en la pantalla. Sabía lo que tenía que hacer, pero aún dudaba. Llamar a Eliana era su última opción, pero Samuel lo necesitaba.Suspiró pesadamente y marcó el número. Justo cuando el tono comenzó a sonar, sintió unos brazos rodeándolo por la espalda.—Amor… —susurró Samantha con voz melosa, apoyando la cabeza en su espalda—. ¿Qué estás haciendo?José Manuel no respondió de inmediato, pero Samantha vio el nombre en la pantalla y frunció los labios.—No me digas que vas a llamarla… —dijo en un tono entre dulce y molesto—. Cariño, por favor, no caigas en su juego. Sabes que solo está manipulando a Samuel para ponerte en esta situación.José Manuel apartó sus brazos con suavidad y se giró para mirarla.—No es un juego, Samantha. Samuel está enfermo y no ha comido nada.Ella hizo un puchero y deslizó sus manos por el pecho de él.—Mi amor, sé que estás preocupado, pero esto es exactamente lo q
José Manuel caminaba de un lado a otro en su oficina, con el teléfono en la mano y la mirada fija en la pantalla. Sabía lo que tenía que hacer, pero aún dudaba. Llamar a Eliana era su última opción, pero Samuel lo necesitaba.Suspiró pesadamente y marcó el número. Justo cuando el tono comenzó a sonar, sintió unos brazos rodeándolo por la espalda.—Amor… —susurró Samantha con voz melosa, apoyando la cabeza en su espalda—. ¿Qué estás haciendo?José Manuel no respondió de inmediato, pero Samantha vio el nombre en la pantalla y frunció los labios.—No me digas que vas a llamarla… —dijo en un tono entre dulce y molesto—. Cariño, por favor, no caigas en su juego. Sabes que solo está manipulando a Samuel para ponerte en esta situación.José Manuel apartó sus brazos con suavidad y se giró para mirarla.—No es un juego, Samantha. Samuel está enfermo y no ha comido nada.Ella hizo un puchero y deslizó sus manos por el pecho de él.—Mi amor, sé que estás preocupado, pero esto es exactamente lo q
El amanecer trajo consigo un cambio inesperado en Samuel. Cuando Eliana entró en su habitación para despertarlo, se encontró con su carita mucho más animada. Sus mejillas habían recuperado algo de color, y cuando la vio, esbozó una pequeña sonrisa.—Buenos días, mi amor —dijo Eliana con ternura, sentándose a su lado.Samuel se incorporó lentamente y la abrazó con fuerza, como si temiera que ella desapareciera. Eliana sintió una punzada en el pecho, pero no dijo nada, solo lo sostuvo con la misma intensidad.—Tengo hambre —murmuró el niño, y esas dos palabras bastaron para que una oleada de alivio la recorriera.Esa mañana, Samuel comió sin que ella tuviera que insistir. Probó el desayuno con gusto, algo que no había hecho en días, y aunque aún estaba débil, su mirada tenía un brillo distinto. Pasó el día explorando la casa con curiosidad y descubriendo algunos juguetes que Eliana había guardado durante años. Eran pequeños regalos que ella había comprado cuando creyó que algún día se
José Manuel estacionó el auto a una distancia prudente de la casa de Eliana, pero la inquietud no le permitió quedarse dentro por mucho tiempo. Sin pensarlo demasiado, bajó y caminó con paso sigiloso hasta una de las ventanas laterales. Sabía que no debía estar ahí, que había prometido mantenerse alejado, pero la necesidad de ver a su hijo fue más fuerte que su orgullo.Se asomó con cautela y lo que vio lo dejó sin aliento.Samuel estaba sentado a la mesa, riendo con una alegría que no había mostrado en días. Comía sin que nadie tuviera que insistirle, hablaba con entusiasmo y se veía lleno de vida. José Manuel sintió un peso en el pecho. ¿Por qué con él no era así?Pero lo que realmente lo dejó inmóvil fue la imagen de Eliana junto a su hijo.Ella lo observaba con ternura mientras le servía más comida en su plato. En un gesto natural, le limpió la comisura de los labios con una servilleta y Samuel sonrió con complicidad, pidiéndole de su comida. José Manuel vio cómo ella fingía moles
José Manuel dio un paso atrás, sintiendo el peso de la nostalgia y la culpa oprimírsele en el pecho. Había venido sólo para asegurarse de que Samuel estaba bien, o al menos eso se decía a sí mismo. Pero la imagen de su hijo riendo con Eliana, disfrutando de su compañía como no lo hacía con él, le había desarmado.Suspiró con frustración y decidió irse antes de que ella lo descubriera. Sin embargo, al girar sobre sus talones, su pie tropezó con una piedra suelta en el camino. Perdió el equilibrio por un momento, tambaleándose hacia atrás, y soltó un suspiro irritado.El ruido llamó la atención de Eliana. Desde adentro, su cuerpo se tensó al percibir un movimiento fuera de lugar. Frunció el ceño y se acercó a la ventana. Al correr la cortina, su mirada se encontró con la de José Manuel.En ese instante, su expresión pasó del desconcierto al enojo.Salió de la casa con pasos firmes, con el ceño fruncido y la rabia ardiéndole en el pecho.—¿Qué haces aquí? —espetó, cruzándose de brazos.J
El silencio se había instalado entre ellos desde que Samuel se quedó dormido en la habitación contigua. La casa, enorme y elegante, parecía más imponente sin la risa del niño llenando los espacios. José Manuel permanecía de pie en la sala, con las manos en los bolsillos, observando a Eliana con una mezcla de nostalgia y orgullo mal disimulado.—Has construido una vida impresionante —comentó, rompiendo la tensión—. Nada que ver con la chica que soñaba con un pequeño negocio de diseño.Eliana, que había estado recogiendo algunos vasos de la mesa, alzó la vista con desdén.—No fue fácil —respondió con frialdad—. Pero aprendí que cuando te quitan todo, solo te queda avanzar o quedarte en el suelo llorando.José Manuel entrecerró los ojos, sintiendo el golpe de sus palabras. Sabía que no hablaba solo de su éxito profesional, sino de lo que pasó entre ellos.—Yo nunca quise quitarte nada.Eliana soltó una risa amarga.—Claro que no. Solo me dejaste con las manos vacías y me diste la espalda
La tarde avanzaba entre risas y juegos. Samuel corría por el jardín, esquivando a Eliana mientras ella fingía no poder alcanzarlo. Su risa llenaba el aire, una melodía inocente que, por momentos, hacía olvidar cualquier preocupación.—¡Te atrapé! —exclamó Eliana al sujetarlo por la cintura y levantarlo en el aire.—¡No, trampa! —protestó Samuel entre carcajadas, retorciéndose en sus brazos.—¿Trampa? No sé de qué hablas, yo jugué limpio —bromeó ella, haciéndole cosquillas en el estómago hasta que el niño se retorció de risa.Eliana lo dejó en el suelo y se acomodaron sobre el césped, recuperando el aliento. El niño dibujaba figuras en la tierra con sus dedos, distraído, hasta que su expresión cambió de repente. Su alegría se esfumó como si una sombra oscura se posara sobre él.—No quiero irme, Eli —murmuró con un hilo de voz.Eliana frunció el ceño y lo miró con ternura.—¿Por qué dices eso, pequeño?Samuel mordió su labio inferior y bajó la mirada. Su manito apretó la de Eliana con fu