El amanecer trajo consigo un cambio inesperado en Samuel. Cuando Eliana entró en su habitación para despertarlo, se encontró con su carita mucho más animada. Sus mejillas habían recuperado algo de color, y cuando la vio, esbozó una pequeña sonrisa.—Buenos días, mi amor —dijo Eliana con ternura, sentándose a su lado.Samuel se incorporó lentamente y la abrazó con fuerza, como si temiera que ella desapareciera. Eliana sintió una punzada en el pecho, pero no dijo nada, solo lo sostuvo con la misma intensidad.—Tengo hambre —murmuró el niño, y esas dos palabras bastaron para que una oleada de alivio la recorriera.Esa mañana, Samuel comió sin que ella tuviera que insistir. Probó el desayuno con gusto, algo que no había hecho en días, y aunque aún estaba débil, su mirada tenía un brillo distinto. Pasó el día explorando la casa con curiosidad y descubriendo algunos juguetes que Eliana había guardado durante años. Eran pequeños regalos que ella había comprado cuando creyó que algún día se
José Manuel estacionó el auto a una distancia prudente de la casa de Eliana, pero la inquietud no le permitió quedarse dentro por mucho tiempo. Sin pensarlo demasiado, bajó y caminó con paso sigiloso hasta una de las ventanas laterales. Sabía que no debía estar ahí, que había prometido mantenerse alejado, pero la necesidad de ver a su hijo fue más fuerte que su orgullo.Se asomó con cautela y lo que vio lo dejó sin aliento.Samuel estaba sentado a la mesa, riendo con una alegría que no había mostrado en días. Comía sin que nadie tuviera que insistirle, hablaba con entusiasmo y se veía lleno de vida. José Manuel sintió un peso en el pecho. ¿Por qué con él no era así?Pero lo que realmente lo dejó inmóvil fue la imagen de Eliana junto a su hijo.Ella lo observaba con ternura mientras le servía más comida en su plato. En un gesto natural, le limpió la comisura de los labios con una servilleta y Samuel sonrió con complicidad, pidiéndole de su comida. José Manuel vio cómo ella fingía moles
José Manuel dio un paso atrás, sintiendo el peso de la nostalgia y la culpa oprimírsele en el pecho. Había venido sólo para asegurarse de que Samuel estaba bien, o al menos eso se decía a sí mismo. Pero la imagen de su hijo riendo con Eliana, disfrutando de su compañía como no lo hacía con él, le había desarmado.Suspiró con frustración y decidió irse antes de que ella lo descubriera. Sin embargo, al girar sobre sus talones, su pie tropezó con una piedra suelta en el camino. Perdió el equilibrio por un momento, tambaleándose hacia atrás, y soltó un suspiro irritado.El ruido llamó la atención de Eliana. Desde adentro, su cuerpo se tensó al percibir un movimiento fuera de lugar. Frunció el ceño y se acercó a la ventana. Al correr la cortina, su mirada se encontró con la de José Manuel.En ese instante, su expresión pasó del desconcierto al enojo.Salió de la casa con pasos firmes, con el ceño fruncido y la rabia ardiéndole en el pecho.—¿Qué haces aquí? —espetó, cruzándose de brazos.J
El silencio se había instalado entre ellos desde que Samuel se quedó dormido en la habitación contigua. La casa, enorme y elegante, parecía más imponente sin la risa del niño llenando los espacios. José Manuel permanecía de pie en la sala, con las manos en los bolsillos, observando a Eliana con una mezcla de nostalgia y orgullo mal disimulado.—Has construido una vida impresionante —comentó, rompiendo la tensión—. Nada que ver con la chica que soñaba con un pequeño negocio de diseño.Eliana, que había estado recogiendo algunos vasos de la mesa, alzó la vista con desdén.—No fue fácil —respondió con frialdad—. Pero aprendí que cuando te quitan todo, solo te queda avanzar o quedarte en el suelo llorando.José Manuel entrecerró los ojos, sintiendo el golpe de sus palabras. Sabía que no hablaba solo de su éxito profesional, sino de lo que pasó entre ellos.—Yo nunca quise quitarte nada.Eliana soltó una risa amarga.—Claro que no. Solo me dejaste con las manos vacías y me diste la espalda
La tarde avanzaba entre risas y juegos. Samuel corría por el jardín, esquivando a Eliana mientras ella fingía no poder alcanzarlo. Su risa llenaba el aire, una melodía inocente que, por momentos, hacía olvidar cualquier preocupación.—¡Te atrapé! —exclamó Eliana al sujetarlo por la cintura y levantarlo en el aire.—¡No, trampa! —protestó Samuel entre carcajadas, retorciéndose en sus brazos.—¿Trampa? No sé de qué hablas, yo jugué limpio —bromeó ella, haciéndole cosquillas en el estómago hasta que el niño se retorció de risa.Eliana lo dejó en el suelo y se acomodaron sobre el césped, recuperando el aliento. El niño dibujaba figuras en la tierra con sus dedos, distraído, hasta que su expresión cambió de repente. Su alegría se esfumó como si una sombra oscura se posara sobre él.—No quiero irme, Eli —murmuró con un hilo de voz.Eliana frunció el ceño y lo miró con ternura.—¿Por qué dices eso, pequeño?Samuel mordió su labio inferior y bajó la mirada. Su manito apretó la de Eliana con fu
El sol comenzaba a ocultarse en el horizonte cuando Eliana y Samuel caminaron de regreso a casa. El aire tenía un aroma fresco, y la brisa revolvía suavemente el cabello del niño, que iba en silencio, pateando suavemente unas piedritas en el camino.Eliana notó su actitud más callada de lo normal. Desde que salieron de la heladería, su alegría se había ido apagando poco a poco, como si algo estuviera dándole vueltas en la cabeza.—¿Samuel, todo bien? —preguntó con suavidad.El niño tardó en responder. Mordisqueó su labio inferior, sin levantar la vista del suelo.—¿Tú crees que soy fuerte? —susurró al final.Eliana se detuvo de inmediato. Samuel también se frenó, como si temiera la respuesta.—¿Por qué me preguntas eso, pequeñín?Samuel encogió los hombros, evitando su mirada.—Es que… los ninjas son fuertes, ¿verdad? Nunca tienen miedo. Nunca dejan que nadie los haga sentir mal. Y yo… yo no sé si puedo ser como ellos.Eliana sintió una punzada en el pecho. Sabía que aquellas palabras
El sol entraba por las amplias ventanas de la casa de Eliana, iluminando la sala con una calidez acogedora. Samuel corría de un lado a otro con una energía inagotable, mientras Eliana lo observaba con una sonrisa. Había algo en la risa del niño que lograba suavizar incluso las partes más endurecidas de su corazón.—¡Eliana, ven! —gritó emocionado desde la cocina—. ¡Vamos a cocinar!Eliana soltó una risa suave y se acercó. Samuel ya tenía un delantal puesto, uno que le quedaba grande y que arrastraba ligeramente por el suelo.—¿Y qué quieres cocinar, pequeño chef? —preguntó ella, alzando una ceja.Samuel puso cara de estar pensando seriamente.—Mmm… ¡Hotcakes! Pero quiero que tengan carita feliz.—Está bien, pero solo si prometes no comerte la masa antes de tiempo.—¡Prometido!Eliana le revolvió el cabello con cariño antes de empezar. Le enseñó a mezclar los ingredientes, a batir la masa y, con mucha paciencia, le permitió verterla en la sartén. Samuel se reía cada vez que intentaban h
La semana había pasado más rápido de lo que Samuel hubiera querido. Cada día con Eliana había sido como un sueño del que no quería despertar: juegos, risas, helado con chispas de chicle y largas noches en las que se dormía sintiéndose querido y protegido. Pero ahora, el día que tanto temía había llegado.El sonido del coche de su padre estacionándose afuera lo hizo tensarse. Su pequeño corazón latía con fuerza, y un nudo incómodo se formó en su estómago. No quería irse. No quería volver a la casa donde siempre sentía que sobraba.Eliana, sin embargo, intentó mantener una sonrisa serena mientras doblaba la última prenda de ropa de Samuel en su mochila. Lo miró de reojo y notó su expresión triste.—¿Listo, campeón? —preguntó con dulzura.Samuel no respondió de inmediato. En su lugar, bajó la cabeza y jugueteó con los cordones de sus zapatos.—No quiero irme —susurró.Eliana sintió un leve pinchazo en el pecho, pero intentó mantener la calma. Antes de poder responder, el sonido de la puer