La noche había caído con una lentitud agónica. Afuera, el viento soplaba contra las ventanas, arrastrando las últimas hojas secas del otoño. En la casa, el ambiente era aún más gélido que el exterior.Isaac caminaba de un lado a otro en la sala, su ceño fruncido, sus manos cerrándose y abriéndose en puños a cada segundo. El silencio entre él y María José era tan pesado que casi podía sentirse como una pared entre ambos.Ella, de pie cerca de la mesa, jugueteaba nerviosamente con el borde de su suéter, evitando mirarlo directamente. Sabía que esa conversación era inevitable. Había sentido la tensión construirse entre ellos desde hacía días, una tensión que ninguno de los dos quiso enfrentar hasta ahora.Finalmente, Isaac rompió el silencio, su voz ronca y llena de reproche.—¿A qué estás jugando, María José? —espetó, mirándola directamente.Ella parpadeó, sorprendida por la dureza de su tono.—¿De qué hablas? —preguntó en un susurro, aunque en el fondo sabía exactamente de qué hablaba.
Se levantó de la cama tambaleándose, cruzó el cuarto hasta el pequeño tocador y se miró en el espejo.La mujer que la observaba desde el otro lado del cristal no era la María José de antes.Esta mujer estaba más delgada, sus ojos estaban hundidos, su piel pálida, sus labios partidos.Sin embargo, en sus ojos, aún brillaba algo:Fuerza.Determinación.Se limpió las lágrimas con la manga del suéter.Tal vez era momento de replantearlo todo.Tal vez debía seguir el tratamiento… pero por ella misma, no por lo que Isaac pensara o dejara de pensar.Tal vez era momento de poner límites, de protegerse, de dejar de esperar a que alguien más viniera a salvarla.—Por ti, Gabriel —susurró, apoyando la frente contra el espejo—. Voy a luchar por ti.Y si Isaac no quería acompañarla en esa batalla… entonces lo haría sola.Sola.Pero viva.Dejó escapar un suspiro tembloroso, secó las últimas lágrimas, y regresó a la cama.Sabía que el día siguiente sería igual de difícil, o incluso peor.Sabía que la
El amanecer aún no había llegado cuando Eliana se despertó de nuevo, con el corazón acelerado y la respiración entrecortada. Se incorporó lentamente, sus ojos buscando en la oscuridad algo familiar, algo que le diera consuelo. Pero todo parecía un sueño borroso, como si estuviera atrapada en un mundo que no reconocía.El silencio de la casa le resultaba abrumador.El aire frío de la mañana se filtraba a través de las rendijas de la ventana, mientras las sombras de la noche aún se aferraban a las paredes.—José… —murmuró, su voz temblorosa, aunque su mente seguía sin comprender completamente qué estaba sucediendo. El miedo, ese mismo miedo irracional que había sentido durante la pesadilla, comenzaba a invadirla de nuevo.Se movió rápidamente para levantarse de la cama, pero el mareo la frenó, obligándola a caer de nuevo contra las almohadas. El sentimiento de desorientación la envolvía cada vez que despertaba, como si estuviera fuera de lugar, como si no estuviera en su propio cuerpo.
La lluvia golpeaba con fuerza las ventanas de cristal del lujoso rascacielos donde se encontraba Eliana Álvarez, la mujer más influyente en el mundo de la tecnología y la innovación. Dueña de un imperio que ella misma construyó desde las cenizas, una mujer que aprendió que la única forma de sobrevivir era con una sonrisa afilada y un corazón blindado.Estaba en su oficina, observando la ciudad desde lo alto, con una expresión serena pero calculadora. Su teléfono vibró y su asistente entró sin anunciarse.—Señorita Álvarez, la junta con los inversores de Singapur comienza en cinco minutos.—Diles que esperen —respondió sin apartar la vista de la lluvia.Eliana sabía que podía hacerlos esperar. Era la reina de su propio tablero de ajedrez, y nadie movía una pieza sin su permiso.A lo largo de los años, había perfeccionado el arte de la indiferencia. Después de todo, la vida le enseñó que el amor y la confianza solo servían para ser destruidos.Pero lo que no sabía era que, en cuestión d
La respiración de Eliana era irregular, sus manos temblaban de pura rabia. Samuel sollozaba, forcejeando contra el agarre cruel de Samantha.No lo pensó. No dudó.Su puño voló directo al rostro de Samantha.El sonido del golpe resonó en el aire.Samantha soltó un grito ahogado y, en el impacto, aflojó el agarre sobre el niño. Eliana aprovechó el momento y lo jaló hacia ella, abrazándolo con fuerza.—Tranquilo, pequeño —susurró, acariciándole el cabello—. Ya estás a salvo.Pero antes de que pudiera reaccionar, una voz grave y gélida la detuvo.—¿Qué rayos está pasando aquí?Eliana sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies.José Manuel.El solo sonido de su voz le revolvió el estómago.Cuando levantó la mirada, lo encontró allí, a solo unos metros. Alto, imponente, con esos ojos oscuros que alguna vez la miraron con amor… y que ahora solo reflejaban frialdad.Por un segundo, sintió que no podía respirar.Años. Años sin verlo, sin escuchar su voz, sin recordar el pasado que había tra
Eliana cerró la puerta de su departamento y apoyó la espalda contra la madera, sintiendo cómo la respiración se le entrecortaba. Su pecho subía y bajaba con fuerza, pero no por el cansancio… sino por la furia contenida.Ver a José Manuel después de tantos años había sido un golpe que no esperaba. Creyó que el tiempo la había fortalecido, que el éxito borraría las cicatrices del pasado. Pero ahí estaba, con el corazón latiéndole en los oídos y el alma revuelta por los recuerdos.Porque su traición todavía dolía.Se dejó caer en el sofá y cerró los ojos, permitiendo que su mente la arrastrara a ese día… el día en que todo se derrumbó.Seis años atrásLas risas resonaban en el pequeño laboratorio improvisado de la universidad. Ella y José Manuel trabajaban hasta altas horas de la madrugada, rodeados de planos, fórmulas y notas garabateadas con ideas que podían cambiarlo todo.—Esto es increíble, Eli —le había dicho él, con esa mirada llena de admiración y emoción que la hacía sentir inve
La luz del sol se filtraba a través de los ventanales de la imponente mansión de José Manuel. Todo en su hogar hablaba de éxito: los muebles de diseño, las alfombras importadas, la mesa del comedor larga y pulida con precisión. Sin embargo, dentro de aquellas paredes, el ambiente estaba lejos de ser cálido.El desayuno estaba servido con la misma perfección de siempre: jugos recién exprimidos, pan crujiente y café aromático. Pero la tensión en el aire hacía que todo supiera amargo.En el extremo de la mesa, Samuel removía su cereal con la cuchara, sin entusiasmo. Su cuerpo inquieto balanceaba las piernas bajo la silla, pero a diferencia de otros días, no hacía ruidos, no reía ni corría de un lado a otro.José Manuel lo observó con atención.Normalmente, su hijo era un torbellino de energía, un pequeño huracán que hablaba sin parar y hacía travesuras a cada instante. Pero ahora, bajo la mirada de Samantha, estaba apagado.—Samuel, come —ordenó con voz firme.El niño dejó la cuchara y l
Eliana miró a Samuel mientras dormía en la camilla del hospital.Habían pasado varias horas desde que le administraron el tratamiento para la reacción alérgica. Su respiración se había normalizado, pero ella aún no podía tranquilizarse.Lo observó con el ceño fruncido.—¿Por qué viniste a buscarme, Samuel?El niño se removió en su sueño, su ceño fruncido, como si algo lo perturbara incluso dormido.Eliana apretó los puños.No debía involucrarse. No con él. No con José Manuel.Pero ya lo había hecho.---En la mansión Altamirano, José Manuel revisaba cada rincón de la casa, su angustia creciendo con cada segundo.Samuel no estaba.Giró hacia Samantha, que lo observaba con expresión de confusión fingida.—Dijiste que estaba en el cuarto de juegos—Yo… pensé que sí. Seguramente está en el jardín o jugando en otro lado —respondió con dulzura, pero José Manuel no se dejó engañar.Sacó su teléfono y marcó el número del guardia de seguridad.—Quiero ver las cámaras de seguridad. Ahora.Saman