El sol ya comenzaba a caer, tiñendo de naranja y rojo el cielo sobre el jardín de Eliana. La brisa suave movía las ramas de los árboles, mientras Isaac y Eliana se quedaron en silencio unos instantes, observando cómo Gabriel jugaba con Samuel al fondo. Los niños se divertían, pero algo en el ambiente seguía tenso, como una cuerda estirada, esperando a ser liberada.Isaac no pudo soportar el silencio por más tiempo. Sintió que el peso de las palabras de Gabriel aún rondaba entre ellos, y aunque Eliana había tratado de restarle importancia, él no podía dejar de sentirse culpable. ¿Cómo le había hecho esa pregunta tan directa? ¿Cómo podía haber permitido que su hijo hiciera ese comentario tan delicado?—Eliana... —dijo Isaac finalmente, su voz teñida de preocupación—, quiero disculparme por lo que dijo Gabriel antes. Sé que fue incómodo, y no tenía la intención de poner esa carga sobre ti. No debería haber dejado que la situación llegara hasta ahí.Eliana lo miró en silencio durante unos
El sol ya comenzaba a caer, tiñendo de naranja el horizonte, cuando Isaac y Gabriel se despidieron de Samuel, Eliana y José Manuel. Había sido un día lleno de emociones inesperadas, pero por fin, después de un rato de juegos en el jardín, Gabriel se sentó junto a su padre, listo para regresar a casa.—Nos tenemos que ir, hijo —dijo Isaac con una sonrisa, levantándose del banco donde habían estado sentados.Gabriel, que había disfrutado mucho del tiempo con Samuel, no pudo evitar mostrar una pequeña mueca de tristeza.—¿Ya? Quiero quedarme más —dijo, mirando a Samuel, que lo observaba desde el otro lado del jardín.—Lo sé, pero es tarde —respondió Isaac con suavidad, tocándole el hombro—. Ya habrá más días para jugar, ¿verdad? Prometido.Con una sonrisa, Samuel asintió, corriendo hacia él para darle un abrazo de despedida.—Nos vemos pronto —dijo Samuel, mientras se abrazaban.Gabriel también le devolvió el abrazo con calidez, prometiendo que en otra ocasión jugarían más. Eliana, obser
María José cerró los ojos por un momento, tratando de procesar la información.Isaac miró a su alrededor, buscando una forma de explicar, pero las palabras simplemente no llegaban. Gabriel, en su inocencia, había desatado una cadena de emociones que Isaac no estaba preparado para manejar. No era solo la preocupación por María José, sino la incomodidad de sus propios sentimientos.—Lo siento, María José, pero te prometo que mi intención no era molestarte—dijo Isaac, y su voz sonó más firme de lo que se sentía en ese instante—. Ahora, lo único que quiero es que Gabriel esté bien.María José lo miró, aún en silencio, asimilando todo lo que acababa de escuchar. Y en ese momento, en medio de las palabras no dichas y las miradas llenas de preguntas, Isaac entendió que el futuro de su familia, y su relación con Eliana, ya no sería algo fácil de manejar.La tensión en el apartamento era palpable, y mientras Isaac intentaba encontrar las palabras adecuadas para explicar la situación con Eliana
La noche había caído con una lentitud agónica. Afuera, el viento soplaba contra las ventanas, arrastrando las últimas hojas secas del otoño. En la casa, el ambiente era aún más gélido que el exterior.Isaac caminaba de un lado a otro en la sala, su ceño fruncido, sus manos cerrándose y abriéndose en puños a cada segundo. El silencio entre él y María José era tan pesado que casi podía sentirse como una pared entre ambos.Ella, de pie cerca de la mesa, jugueteaba nerviosamente con el borde de su suéter, evitando mirarlo directamente. Sabía que esa conversación era inevitable. Había sentido la tensión construirse entre ellos desde hacía días, una tensión que ninguno de los dos quiso enfrentar hasta ahora.Finalmente, Isaac rompió el silencio, su voz ronca y llena de reproche.—¿A qué estás jugando, María José? —espetó, mirándola directamente.Ella parpadeó, sorprendida por la dureza de su tono.—¿De qué hablas? —preguntó en un susurro, aunque en el fondo sabía exactamente de qué hablaba.
Se levantó de la cama tambaleándose, cruzó el cuarto hasta el pequeño tocador y se miró en el espejo.La mujer que la observaba desde el otro lado del cristal no era la María José de antes.Esta mujer estaba más delgada, sus ojos estaban hundidos, su piel pálida, sus labios partidos.Sin embargo, en sus ojos, aún brillaba algo:Fuerza.Determinación.Se limpió las lágrimas con la manga del suéter.Tal vez era momento de replantearlo todo.Tal vez debía seguir el tratamiento… pero por ella misma, no por lo que Isaac pensara o dejara de pensar.Tal vez era momento de poner límites, de protegerse, de dejar de esperar a que alguien más viniera a salvarla.—Por ti, Gabriel —susurró, apoyando la frente contra el espejo—. Voy a luchar por ti.Y si Isaac no quería acompañarla en esa batalla… entonces lo haría sola.Sola.Pero viva.Dejó escapar un suspiro tembloroso, secó las últimas lágrimas, y regresó a la cama.Sabía que el día siguiente sería igual de difícil, o incluso peor.Sabía que la
El amanecer aún no había llegado cuando Eliana se despertó de nuevo, con el corazón acelerado y la respiración entrecortada. Se incorporó lentamente, sus ojos buscando en la oscuridad algo familiar, algo que le diera consuelo. Pero todo parecía un sueño borroso, como si estuviera atrapada en un mundo que no reconocía.El silencio de la casa le resultaba abrumador.El aire frío de la mañana se filtraba a través de las rendijas de la ventana, mientras las sombras de la noche aún se aferraban a las paredes.—José… —murmuró, su voz temblorosa, aunque su mente seguía sin comprender completamente qué estaba sucediendo. El miedo, ese mismo miedo irracional que había sentido durante la pesadilla, comenzaba a invadirla de nuevo.Se movió rápidamente para levantarse de la cama, pero el mareo la frenó, obligándola a caer de nuevo contra las almohadas. El sentimiento de desorientación la envolvía cada vez que despertaba, como si estuviera fuera de lugar, como si no estuviera en su propio cuerpo.
La lluvia golpeaba con fuerza las ventanas de cristal del lujoso rascacielos donde se encontraba Eliana Álvarez, la mujer más influyente en el mundo de la tecnología y la innovación. Dueña de un imperio que ella misma construyó desde las cenizas, una mujer que aprendió que la única forma de sobrevivir era con una sonrisa afilada y un corazón blindado.Estaba en su oficina, observando la ciudad desde lo alto, con una expresión serena pero calculadora. Su teléfono vibró y su asistente entró sin anunciarse.—Señorita Álvarez, la junta con los inversores de Singapur comienza en cinco minutos.—Diles que esperen —respondió sin apartar la vista de la lluvia.Eliana sabía que podía hacerlos esperar. Era la reina de su propio tablero de ajedrez, y nadie movía una pieza sin su permiso.A lo largo de los años, había perfeccionado el arte de la indiferencia. Después de todo, la vida le enseñó que el amor y la confianza solo servían para ser destruidos.Pero lo que no sabía era que, en cuestión d
La respiración de Eliana era irregular, sus manos temblaban de pura rabia. Samuel sollozaba, forcejeando contra el agarre cruel de Samantha.No lo pensó. No dudó.Su puño voló directo al rostro de Samantha.El sonido del golpe resonó en el aire.Samantha soltó un grito ahogado y, en el impacto, aflojó el agarre sobre el niño. Eliana aprovechó el momento y lo jaló hacia ella, abrazándolo con fuerza.—Tranquilo, pequeño —susurró, acariciándole el cabello—. Ya estás a salvo.Pero antes de que pudiera reaccionar, una voz grave y gélida la detuvo.—¿Qué rayos está pasando aquí?Eliana sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies.José Manuel.El solo sonido de su voz le revolvió el estómago.Cuando levantó la mirada, lo encontró allí, a solo unos metros. Alto, imponente, con esos ojos oscuros que alguna vez la miraron con amor… y que ahora solo reflejaban frialdad.Por un segundo, sintió que no podía respirar.Años. Años sin verlo, sin escuchar su voz, sin recordar el pasado que había tra