Capítulo XXVIII

La taberna está más llena de lo habitual. Esta vez todos los campesinos se aglomeran en la barra y piden casi a gritos que les sirvan cerveza. Sí, el alcohol diluye cualquier preocupación.

«Pobre Augusto, debe estar muy estresado».

Alina me hace un gesto para que me acerque a su mesa, la cual está rebosante de copas vacías.

—Como mañana tendremos la visita de la sanguijuela mayor, todos de algún modo quieren tragarse el temor a través de la bebida —argumenta con un mohín antes de beberse todo el contenido de una copa—. Incluso yo hago lo mismo. De solo pensar en él mis vellos desean salirse de sus poros. Maldita sea, odio este sentimiento. —Deja la copa en el filo de sus labios con una expresión de desconcierto al verme—. Oh, hoy es su aniversario, ¿verdad?

Golpeo la mesa y asiento.

—Estoy aquí para beber la jarra de cerveza que le prometí antes de que muriera.

—Eso es más desalentador que el hecho de que Aloysius mañana nos hostigará

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