La taberna está más llena de lo habitual. Esta vez todos los campesinos se aglomeran en la barra y piden casi a gritos que les sirvan cerveza. Sí, el alcohol diluye cualquier preocupación.
«Pobre Augusto, debe estar muy estresado».
Alina me hace un gesto para que me acerque a su mesa, la cual está rebosante de copas vacías.
—Como mañana tendremos la visita de la sanguijuela mayor, todos de algún modo quieren tragarse el temor a través de la bebida —argumenta con un mohín antes de beberse todo el contenido de una copa—. Incluso yo hago lo mismo. De solo pensar en él mis vellos desean salirse de sus poros. Maldita sea, odio este sentimiento. —Deja la copa en el filo de sus labios con una expresión de desconcierto al verme—. Oh, hoy es su aniversario, ¿verdad?
Golpeo la mesa y asiento.
—Estoy aquí para beber la jarra de cerveza que le prometí antes de que muriera.
—Eso es más desalentador que el hecho de que Aloysius mañana nos hostigará
Enfrento el castillo donde vive Aloysius rebosante de criadas y nobles, los cuales se desviven por mimarlo y darle todo en bandeja de plata. En un momento dado me pusieron unos grilletes en las muñecas; la cadena corroída sisea cada vez que me muevo. Volver a este maldito lugar me da ganas de vomitar.El vampiro egocéntrico me empuja.—Muévete, alimaña —gruñe cuando vuelve a empujarme.Presiono los labios y camino.La alta alcurnia nos observa desde los andenes, sus lujosas carrozas o desde detrás de las vitrinas de los establecimientos populares. Me encantaría verlos con odio. Por el rabillo del ojo alcanzo a divisar uno que otro esclavo o bolsa de sangre, lo sé por los collares que aprietan sus gargantas, que varían en colores y texturas para demostrar qué tan apetecibles son. Sí, los dividen por el sabor de su sangre. Estos malnacidos tienen una jerarqu&iacu
Sin querer, rasguño mi brazo no vendado con una rama al pasar debajo de un árbol viejo. Cassius ignora el aroma de mi sangre y sigue caminando sumido en las estrategias que hilvana desde que nos alejamos de la ciudad destruida.Inspiro hondo y lo sigo con rapidez.Sé que Brunilda nos observaba cuando decidimos marcharnos. Asimismo, sé que le irá bien en el bosque muerto. Me encantaría conocerlo, pero ahora no es una prioridad.«Uhm, el invierno es más caótico aquí», pienso mientras restriego mis brazos.Aún tengo unos huesos rotos, pero no los siento ni el dolor. No me asombra, no después de conocer hasta qué límite llega mi cuerpo. Sin embargo, puedo sentirme un poco agobiada por desconocer el porqué de esta habilidad.Decido observar mi entorno para distraerme y no rebanarme más los sesos.El bosque es extenso, lo percibo po
Suelto un sonido de alivio al ver que amanece y que el bosque ya está dejándonos llegar a su final. No dormí, seguimos de largo. Aunque Cassius me sugirió que durmiera, que él velaría mi sueño, me negué. Sería valioso tiempo perdido. No dijo nada más, solo continuó con la caminata a paso apresurado.Sus largas piernas me dejan tirada con facilidad. Pese a que mis piernas también son largas, no lo son tanto como las suyas. Da zancadas de varios centímetros mientras yo me limito a dar unas que son la mitad de las suyas.Me pesa la cabeza y me arden los ojos por la falta de sueño, pero no es nada que me haga desfallecer, no todavía. La ansiedad me ayuda a seguir de pie.—¿Cuánto falta? —le pregunto por fin a su lado.Me echa una rápida ojeada antes de posar su mirada al frente.—Tal vez unos diez kilóme
Frente a mí está otra vez ese muro nebuloso. Alcanzo a ver que tiene unas grietas. Alucinada, me vuelvo para mirar la negrura detrás de mí; no hay águilas o una sombra extraña que me aceche. Intento dar un paso adelante, pero mis pies están hundidos en algo que no sé qué es. —Estás en la inopia, Eli. —Miro mi derecha, donde está esa silueta de traje. Surgió de la espesura negra detrás de él—. Nada que recuerdas. —Niega y chasque la lengua—. ¿Cuánto más te tardarás? Dejo de retorcerme y respiro profundo. —¿Quién eres? Ladea la cabeza. —A su tiempo lo sabrás. —¿Quién eres? —repito entre dientes. Sube los hombros y da un paso hacia delante. —No soy tu consciencia, si eso es lo que piensas. —No sé por qué me alivia, pero a su vez tengo la necesidad de conocer quién es. Para distraerme, dejo caer la mirada en el muro e intento comprender por qué tiene grietas—. Las grietas significan que pronto podrás tener de nuevo tus memo
Me deja en el porche de mi cabaña con cuidado y se apresura a atar el caballo en la columna de madera que sostiene parte del techo. Ahora sí puedo apretar mi mano contra mi pecho para aliviar el ardor en mis dedos desprovistos de uñas. El dolor se extiende hasta mi codo y muere allí. No insiste, se disuelve con el pasar de los segundos, pero deja un leve escozor.Observo la nieve para ignorar la ansiedad, que me apuñala cuando pienso en ella.—Me alegra que resistieras —corta el silencio con la voz apagada.Elevo la cabeza y lo miro.Su expresión es seria, pero por sus labios, por la leve inclinación hacia abajo en ellos, sé que le mortifica lo que el verdugo hizo conmigo. Me asombro, pues es la primera vez que veo en su rostro ese tipo de emoción; viva y rugiente desolación.—Vaya, tienes emociones humanas —me regodeo.Aparta la mirada y se toquete
—¿Acaso la muerte quiere llevársela? —No, Oliver, no me refiero a salvarle la vida. Tampoco te explicaré con exactitud a qué me refiero con salvarla. El tiempo te lo dirá cuando sepa que estás predispuesto a entenderlo. Tiemblo con fuerza. Si estuviera en el pico de una montaña, estoy seguro de que esta gran bestia la rebasaría con facilidad. Los picos de los abetos se agitan cuando exhala y la tierra retumba cuando se acomoda mejor en sus patas traseras, que consumen hectáreas de bosque, aunque parece que se funde con la naturaleza, como si fuera su sombra. Si no supiera que es él quien genera las réplicas, con gusto echaría a correr hacia un descampado por un supuesto terremoto. Las aves, temerosas y agitades, salen de sus nidos y se pierden en la lejanía. Apoyado en una fuerte pata que podría ser del tamaño de la Torre Eiffel, el lobo blanco a duras penas destaca. —Por favor, dígame cómo la salvo. La ventisca que pr
Atravieso al quinto chupasangre con la respiración acompasada, manteniéndome tranquilo en todo momento. Aunque no sé manejar a la perfección la espada, siento que ella me conduce para hacer movimientos que desconozco. «¡¿Cómo es posible que haya tanto vampiros en el perímetro?! M****a, Cassius». Me arrodillo y corto los talones del sexto vampiro. De nuevo, la hoja se desliza por los ligamentos como estos fueran mantequilla. Snær derriba al séptimo y le muerde el cuello con rabia. Cuando estoy por dar un paso atrás, me paralizo al oír un grito femenino ensordecedor. —¡Alina! —¡Hunde la espada en una sombra, Oliver! —ruge Snær sin dejar de clavar los dientes en el pescuezo de su octava víctima. —¿Qué? —suelto alterado. —¡Haz lo que te dije! Desconfiado, clavo la hoja con fuerza en la sombra que proyecta un abeto viejo. —¿Ahora qué? —Lo miro sobre mi hombro. Tiemblo sin poder evita
Tensa el arco y pone la flecha en la cuerda, que estira con fuerza. Mi mirada vuela hasta el venado a unos metros de nosotros. La melancolía me aflige con solo verlo. Aparto la mirada cuando la flecha se clava en su costado y la dejo caer al suelo adornado de musgo. —¡Y allí está la cena! Lo miro aún con el mentón hundido. —Papá, ¿sufrió? Arruga el entrecejo y baja el arco. —No, Eli, fue una muerte limpia e indolora. —Ladeo la cabeza. «¿Por qué me llama Eli? ¿Ese es mi nombre?»—. ¿Qué? ¿Qué pasa, pequeñuela? —Se arrodilla frente a mí con una sonrisa—. Era un venado adulto, de modo que moriría en cualquier momento. Si yo no lo hubiese matado, nadie habría podido aprovechar su carne. —Sostiene mis manos—. Él ya está reunido con su familia. Trago saliva y me aferro a sus manos. —¿Estás seguro? Sonríe más. —Claro, pequeñuela. —Se inclina para besar mi frente antes de levantarse—. Su muerte no