Capítulo 4. Algo no anda bien con ella

Aria tarda unos minutos en normalizar su respiración, pero sigue mareada, su vista aún está borrosa y el calor de su cuerpo aumenta a cada segundo. 

Para su suerte, hay una jarra de agua encima de la mesita a su lado. La agarra y empieza a beber hasta que su estómago ya no da más. 

Con tanta agua en su sistema, el mareo desaparece un poco, lo que la ayuda a ponerse de pie.

Con dificultad, logra llegar al baño y abrir el grifo. Se echa agua fría en el rostro, tratando de mantenerse consciente, pero nada parece ser suficiente. Sus piernas todavía están flácidas, todo su cuerpo está tembloroso, por lo que es doblemente torpe. 

—Dios, ayúdame a salir de esto —susurra con miedo frente al espejo. Apenas le salen las palabras. Su voz está rasposa. 

La desesperación la invade cuando recuerda el trato que hizo con ese hombre. Él debe estar por llegar. En el estado en que se encuentra, nunca va a poder luchar contra él.

Va hasta la puerta principal e intenta abrirla, pero se da cuenta de que está asegurada. 

Buscando otra salida, abre la puerta del balcón. Mira alrededor con angustia. La única opción es caminar por una pequeña pendiente que la llevará hasta el balcón de la habitación contigua. Lo malo es que le teme a las alturas y el malestar que siente, le juega varios puntos en contra. 

Mientras se debate en hacerlo o no, se escuchan risas y voces en el pasillo. Ese hombre ya está aquí. 

—Va a ser una noche divertida… —dice uno de ellos entre carcajadas.

—No puedo esperar más —dice otra voz. La reconoce de inmediato. Es el hombre de la cicatriz.

El terror la impulsa a moverse. Con el cuerpo temblando y el estómago revuelto, se sube en la estrecha cornisa y avanza lentamente mientras recita una oración. Cada paso es como caminar hacia la misma muerte. Sus pies resbalan y sus manos se aferran con desesperación al borde de la estructura. 

Al llegar al otro balcón, empuja la puerta y, para su suerte, está semiabierta. 

—Gracias, Dios —susurra, cerrando los ojos y respirando profundo. 

Entra rápidamente y cierra tras de sí, justo antes de que los hombres irrumpan en la otra habitación. Puede oírlos desde allí, preguntar por ella. Están enojados y rompiendo cosas.

Aria tiembla. La fiebre la está sofocando. Se apoya contra la puerta para sostenerse, y trata de recuperar el aliento.

De pronto, un escalofrío recorre su espina dorsal. Su piel se eriza como nunca antes. Alguien la observa, incluso puede sentir su respiración caliente en su nuca. 

Aria gira lentamente hasta que sus ojos se encuentran con una mirada intensa y profunda. Son unos ojos azules, tan penetrantes e hipnotizantes, que la dejan aún más aturdida que antes.

El alfa Kael, hospedado en el hotel luego de la reunión con el alfa de Luna Plateada, escucha un ruido sutil mientras se encuentra en la ducha. 

Al principio piensa que es solo producto de la cantidad exagerada de alcohol que bebió para olvidarse de aquella mujer en la carretera; sin embargo, su lobo se empieza a poner inquieto dentro de su mente, arañando por dejarse liberar. Kael aguza los oídos y escucha unos jadeos. Alguien se metió dentro de su habitación.

¿Quién se atreve a irrumpir en la habitación del alfa? ¿Acaso perdió las ganas de vivir?

Rápidamente, se coloca una toalla alrededor de su cintura y sale con cautela. Sus ojos captan al pequeño bulto sostenido por la cortina de la puerta del balcón. La poca luz de la habitación no le impide verla ni saber quién es. Su aroma es fuerte y lo está volviendo loco. Es ella, la misma pequeña humana que hizo que su mundo se ponga de cabeza hace apenas unas horas. Su compañera destinada. 

Cuando está lo suficientemente cerca de ella, Aria voltea y lo mira con el ceño fruncido. Su menudo cuerpo no deja de temblar. Sus pupilas están muy dilatadas y su rostro sonrojado. 

—Lo… Lo siento. Yo no… no quise… —dice, pero no consigue terminar la oración. Su garganta está demasiado seca. Las palabras salen roncas, tanto que Kael frunce el ceño al oírla. 

El alfa da un paso al frente para acercarse más a ella. Aria ya no tiene a dónde ir para huir de él, su espalda está contra la puerta, por lo que se resigna a su destino. 

Un ronroneo bajo se oye en el pecho del alfa. Ryder, el lobo de Kael, se manifiesta al estar cerca de su compañera. Sus rostros están a unos pocos centímetros de distancia, por lo que él puede detallar cada parte de su rostro, incluso el color exacto de sus ojos y las pequeñas pecas marrones en su mejilla.   

Aria abre la boca, pero no sale nada de ella. Está atónita. El hombre enfrente parece un monumento que se alza frente a sus ojos. Es gigante, lleno de músculos, sus ojos tan azules como el cielo y sus cejas espesas adornan sus facciones bien proporcionadas. Pero lo que más llama su atención es su piel, semi tostada, brillante y suave. 

Sus fosas nasales reaccionan al instante a un aroma que no sabe qué es, pero que imagina que proviene de él. Es una mezcla extraña entre bosque, lluvia y pino. Por inercia cierra los ojos e inhala solo un poco. Su pecho se oprime, su cuerpo se estremece y, por unos segundos, pierde el control de sí misma.

El alfa Kael la sostiene contra su pecho. Acerca su nariz a su cuello y un corto gruñido sale de su garganta. Ryder está ordenando que él la reclame como su mate ahora mismo. 

Pese a la lucha interna con su lobo, el alfa lo obliga a retroceder. Un olor extraño viene a su nariz. Olisquea la boca de Aria y se da cuenta de que algo no anda bien con ella. Toma su rostro con ambas manos e inspecciona con detenimiento su actuar. 

—Es MDMA —dice su lobo en su mente. Está gruñendo, inquieto y molesto—. Alguien se atrevió a drogar a nuestra compañera. 

Kael se pregunta: ¿cómo llegó ella hasta ese hotel y a su habitación? Pero sobre todo, ¿quién le dio esa droga? 

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP