Capítulo 3. Me iré contigo

Aria pasa saliva con algo de dificultad. Su desventaja es obvia. Tal como dijo su hermano, ellos pueden matarla y matarlo a él y nadie nunca se enteraría de ello; sin embargo, ya está aquí, no puede permitirse ser cobarde ahora con su hermano corriendo peligro. 

—Sí, yo soy Aria. ¿Qué quieren de nosotros? ¿Por qué tienen a mi hermano? ¿Qué le hicieron?

El hombre suelta una carcajada. Da unos pasos hacia ella, revelando mejor su rostro. Es mucho más aterrador de lo que Aria pensaba al principio. 

—Pobre chiquilla. —Él intenta tocar uno de sus mechones del cabello, pero Aria se quita de manera brusca, ganándose la mirada asesina de él—. ¿No lo sabes? Tu querido hermano trabaja para la mafia. Y, el muy estúpido, se robó un cargamento muy importante, creyendo que no iba a ser pillado.

Aria siente que el suelo se abre bajo sus pies. Su corazón galopa en su pecho. Mira a su hermano, quien solloza con la cabeza gacha.

—¡No! —murmura, con el corazón destrozado—. Dime que eso no es cierto, hermano. Nos costó mucho a Elvira y a mi juntar el dinero para que pudieras estudiar. Eres un hombre de bien, no eres capaz de hacer eso.

—Aria… por favor, vete… —balbucea su hermano con dificultad—. No quiero que te hagan daño. Olvídate de mí y corre. Vete ahora que tienes oportunidad. Yo estaré bien. 

Lo que menos quiere Aria es irse y dejarlo a su suerte. Está decepcionada, pero nunca lo dejaría solo en una situación como esta. 

—¿Cuánto dinero debe mi hermano? —pregunta y seca sus lágrimas. 

El hombre levanta una ceja, sorprendido por su valentía.

—Más de diez millones —responde—. Dime, monjita, ¿tienes ese dinero? ¿Vas a poder pagar los daños que ocasionó?

Aria vuelve a tragar saliva. Diez millones. Es una cifra imposible para ella. ¿De dónde va a conseguir todo ese dinero? El hombre la mira con una mezcla de diversión y crueldad.

—¡Vete, hermana! —suplica Joel una vez más.

Los hombres que tienen rodeado a su hermano, lo vuelven a golpear. Aria siente cómo su corazón se rompe al ver el sufrimiento de Joel. Las lágrimas caen libremente por su rostro ahora. 

—¡Por favor! —ruega con la voz entrecortada—. Deme unos días… conseguiré el dinero, solo suéltelo.

El hombre frente a ella suelta una carcajada burlona que estremece a Aria. De un movimiento llega a ella y agarra sus manos. La sostiene fuerte. El rostro de Aria se contrae del dolor. 

—¿Eres ingenua o tonta, monjita? ¿Realmente crees que podrás conseguir una cantidad así en tan poco tiempo?

Aria siente su estómago revolverse. La mirada del hombre brilla con malicia cuando ve la lucha mental de ella.

—La única forma en que podrías pagar esta deuda es entregándote a mí. Tal vez no valgas mucho —con su mano toca su rostro y su cuello. Aria siente mucho asco—, pero al menos podrás compensar algo del daño hasta que se recupere la carga. 

Su hermano grita con desesperación.

—¡No, Aria! ¡No lo hagas, por favor! ¡Déjala ir! ¡No la toques, maldito! No te atrevas a tocarla o te mataré yo mismo. Ella no es ese tipo de mujer.

Una patada fuerte en su estómago, lo deja semiinconsciente al momento. 

Al ver aquello, Aria toma una decisión. Después de la muerte de sus padres en aquel trágico accidente cuando ella tenía quince años, solo quedan ellos tres, su hermana Elvira, que es la mayor, Joel y ella, la menor de todos. No va a perderlo a él también. 

Asiente con firmeza.

El hombre sonríe, y la recorre de pies a cabeza con los ojos entrecerrados. Su inocencia le resulta fascinante. Aria es demasiado hermosa, natural, y el hecho de que sea una monja solo aumenta el interés que despierta dentro de él. 

—Llévala a mi habitación —ordena a uno de sus ayudantes.

Aria siente cómo su cuerpo tiembla sin parar. El miedo está haciendo estragos en cuerpo y en su mente, hasta respirar duele como el mismo infierno, pero no tiene otra opción. Al menos no por ahora.

—Primero suéltalo —exige con voz firme—. Déjenlo ir ahora, frente a mis ojos, y luego me iré contigo.

El hombre sonríe con diversión y, tras un largo momento, accede. Su hermano es liberado de las cuerdas, aunque aún estaba débil y herido. Aria ve cómo uno de esos matones lo saca de la habitación y lo tira al pasillo. 

—Vete antes de que me arrepienta —dice el jefe mirando a Joel—. Agradece que tu hermana te está dando la oportunidad de vivir. 

Joel intenta decir algo, pero Aria le dice con la mirada que huya de allí. Su hermano se levanta y a duras penas empieza a caminar hasta la salida.

Uno de los hombres agarra del brazo a Aria y la guía a otro piso del hotel, mucho más arriba. Cuando llegan a la habitación, el hombre que la había escoltado le ofrece un vaso con líquido ámbar.

Aria intenta alejarse, pero él la sujeta fuerte y la tira a una de las sillas para someterla, sin oportunidad alguna de huir. 

—Bebe —le ordena y acerca el vaso a su boca.

Ella duda, pero cuando su vista va a parar al arma que el hombre tiene en su cintura y que le muestra con una sonrisa, agarra el vaso y toma un sorbo. Su rostro se arruga debido al desagradable sabor y, casi de inmediato, comienza a sentirse mareada y con muchas ganas de vomitar. A los pocos segundos, la habitación gira a su alrededor.

—¿Qué… qué me hiciste? —pregunta. Su lengua está entumecida y casi no puede ver nada—. ¿Q-qué tenía la… la bebida?

—Algo que te hará sentir muy bien y mucho placer. Enseguida abrirás las piernas y rogarás que alguien te folle —responde el hombre luego de una carcajada.

Aria intenta ponerse de pie, pero sus piernas son como gelatinas. Está sudando y su cuerpo empieza a ponerse caliente.

El hombre sonríe de satisfacción y, tras asegurarse que ella está totalmente drogada, sale de la habitación, dejándola sola.

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