Capítulo 2. ¿Tú eres Aria?

La sonrisa inocente y contagiosa de Aria despide a los últimos feligreses que salen de la capilla. La misa concluyó hace un rato, pero a la mayoría le gusta quedarse para compartir unas palabras con ella y con el padre Ezequiel. Para Aria, este no es solo un lugar de oración, sino un refugio donde encuentra la paz y el propósito para su vida.

Después de que la última persona se marcha, el padre se acerca a ella con una expresión satisfecha. La sonrisa en su rostro dice más que mil palabras.

—Hoy fue un día muy provechoso, Aria. Hemos logrado juntar casi el diez por ciento de lo que necesitamos para construir el albergue para los niños huérfanos. Si todo sigue así, en pocos meses podríamos tenerlo todo. Estoy muy esperanzado. Además, con las donaciones de los empresarios, será mucho más fácil llegar a la meta. 

Aria sonríe de mucha felicidad. 

—¡Eso es maravilloso, padre! Dios realmente está obrando a través de la generosidad de los fieles. También estoy esperanzada. ¿Se imagina lo felices que se van a poner cuando inauguremos la casa?

—Así es, hija. No veo la hora de que todos ellos tengan un hogar. —El padre Ezequiel le da unas palmaditas en la espalda—. Ahora vete a casa con cuidado y descansa. Mañana ven más temprano para ayudarme con la organización de los próximos eventos de recaudación. Ya sabes que soy un viejo y no puedo hacerlo todo yo solo. Tú eres joven y fuerte, además, todos te aman.

Aria vuelve a sonreír ante su comentario. 

—Lo haré, padre. Buenas noches.

Aria sale de la capilla de inmediato, pero al pisar la acera, un escalofrío recorre su cuerpo igual que cuando vino. La calle está completamente desierta. El frío de la noche cae con fuerza a esta hora, así que se abraza a sí misma para mantenerse caliente mientras camina a toda prisa. Tiene que recorrer veinte cuadras hasta su casa y, aunque está acostumbrada a caminar sola, esta noche siente algo distinto, algo inquietante que no le permite estar completamente bien.

Desde que entró al convento hace cinco años, esas pesadillas y susurros constantes en su cabeza se han desvanecido. Encontró la paz que tanto anhelaba en la fe. Ya no se siente un bicho raro entre la gente, ya no debe procurar ignorar lo que escucha de sus pensamientos; sin embargo, esta noche… algo está pasando que la hace estremecer. La sensación de ser observada, de estar siendo seguida, igual que antes, la llena de terror.

Con una de sus manos agarra con fuerza el crucifijo que lleva colgando de su cuello —el regalo de su madre unos días antes de morir—, en busca de un poco de consuelo y valentía. Respira hondo y trata de calmarse. Toda la vida le han dicho que aquello que sentía, veía y escuchaba, eran solo productos de su imaginación, aunque ella siempre supo que no es así, esta vez trata de repetirse lo mismo: «Todo es tu imaginación»

Mientras avanza, su celular comienza a sonar dentro de su bolso. El sonido rompe el silencio de la noche, haciendo que ella se sobresalte. Saca el dispositivo y ve un número desconocido en la pantalla. Decide ignorarlo.

Segundos después, el timbre suena de nuevo. Esta vez deja que se calle solo, pero al momento empieza a sonar una vez más. ¿Quién la puede llamar a esta hora?

—¿Hola? —pregunta con cautela y con el ceño fruncido cuando atiende la llamada.

Del otro lado de la línea, una voz desconocida y grave pregunta por su nombre.

—¿Eres Aria?

—¿Quién habla? 

Hay un silencio lúgubre al otro lado de la línea por varios segundos. De repente, escucha algunos golpes y un grito de auxilio en el fondo. Esa voz la reconoce. Es su hermano Joel.

—¡Aria! ¡No vengas! No caigas en su juego, por favor. —Joel suena desesperado.

—Joel, ¿qué pasa? ¿Qué es esto? ¿Dónde estás? —Las manos de Aria comienzan a temblar sin control. Tanto que le cuesta mantener el celular en las manos. 

El hombre al teléfono habla de nuevo.

—Si quieres salvar a tu hermano, ven ahora mismo a la dirección que te enviaré por mensaje. No hagas preguntas.

—¡No! ¡No vengas, Aria! ¡Te van a matar! ¡Nos van a matar a ambos! —grita su hermano antes de que la llamada se corte de manera brusca.

El miedo la paraliza por varios segundos, pero saber que su hermano está en peligro la impulsa a moverse. Sin pensarlo dos veces, se quita el velo y corre del lado opuesto al camino a su casa hasta el centro de la ciudad para poder tomar un taxi que la lleve de forma más rápida.

Para su suerte, cuando llega hasta la parada, hay uno disponible y se sube de inmediato. Le da la dirección al conductor sin siquiera analizar la situación. Está desesperada. No tiene tiempo para un plan.

Unos minutos después, el taxi se detiene frente a un hotel de lujo, uno de los más renombrados de Tierra de Pinares. 

—Señorita, ya llegamos —dice el taxista y saca a Aria de sus cavilaciones. 

Aria observa el sitio desde la ventanilla. Traga saliva y baja del vehículo luego de pagar su viaje. ¿Por qué la habrán citado aquí? ¿Quiénes son las personas que tienen a su hermano y qué hizo para que lo secuestraran?

«Ya estás aquí, Aria, no puedes acobardarte ahora», se dice mentalmente a sí misma antes de dar el primer paso hacia la entrada. 

Lee de nuevo el mensaje donde le indican el piso y el número de la habitación y luego de un largo suspiro se va hasta allí. 

Al abrirse la puerta, la escena la golpea fuerte como una bofetada.

Su hermano mayor está en el suelo, atado con unas cuerdas, con el rostro cubierto de moretones y sangre. Seis hombres lo rodeaban, pero uno de ellos destacaba por su presencia imponente y su mirada gélida. La habitación está semi oscura, pero aún puede ver sus rasgos. Lleva un traje oscuro y en su cara tiene una cicatriz que inicia en su cien y llega hasta su mentón. Se ve amenzante y terrorífico.

—¿Tú eres Aria? —pregunta él con una sonrisa lasciva y una mirada arrogante que la hace sentir escalofríos.

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