Capítulo 28.

Aquel liquido que emanaba un olor agudo, se impregnaba con increíble facilidad en el suelo.

Sus cuantiosas gotas aporreaban las tiznadas cerámicas que cobijaban el piso, y se impelían lejos, expandiéndose más y más; asimismo, en las paredes, las pizcas del líquido patinaban, más bien, descendían, dejando un vestigio a su paso hasta que colisionaban en el suelo, y se aunaban a las demás gotas.

La gasolina estaba empezando a esparcirse avivadamente por la habitación en donde Chad dormía, placido, ignorante de que, a irrisorios minutos, la muerte estaba por palpar su puerta, o dicho mejor, de arrastrarlo en sus flamas insaciables y crueles. El pecho del chico escalaba y descendía con dilación, tenía un sueño pesado, en ocasiones, dormía como si hubiese ingerido un narcótico somnífero, y aquello, era una enorme y peligrosa desve

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