CHAD:
Por ultima vez, llamé a su número y la llamada nuevamente fue a su buzón de voz. Ya con esa habían sido 18 llamadas perdidas desde que ella había colgado el móvil, luego de haberme lastimado con sus palabras.
—Adalia... —susurré aún sin despegar el móvil de mi oreja, a sabiendas de que ella no respondería—. Adalia... Responde—solté con débiles esperanzas que se evaporaron en el viento de aquella fría noche.
Algo en mi interior me pedía a gritos que debía
Aquel liquido que emanaba un olor agudo, se impregnaba con increíble facilidad en el suelo.Sus cuantiosas gotas aporreaban las tiznadas cerámicas que cobijaban el piso, y se impelían lejos, expandiéndose más y más; asimismo, en las paredes, las pizcas del líquido patinaban, más bien, descendían, dejando un vestigio a su paso hasta que colisionaban en el suelo, y se aunaban a las demás gotas.La gasolina estaba empezando a esparcirse avivadamente por la habitación en donde Chad dormía, placido, ignorante de que, a irrisorios minutos, la muerte estaba por palpar su puerta, o dicho mejor, de arrastrarlo en sus flamas insaciables y crueles. El pecho del chico escalaba y descendía con dilación, tenía un sueño pesado, en ocasiones, dormía como si hubiese ingerido un narcótico somnífero, y aquello, era una enorme y peligrosa desve
Chad salió avivadamente de aquella habitación encerrada en famélicas llamas y, sin pensarlo, ni vacilar, pues en aquella situación en la que estaba, la indecisión no podía ser partícipe, agitó su caminata hacía la recamara colindante a la suya.Una vez allí, empezó a tocar la puerta de manera persistente y desosegada buscando que quien viviese allí atendiera; si no convocaban a los bomberos rápido a aquel lugar, el fuego podía propagarse con más catástrofe.La puerta que Chad tocó por casi dos minutos completos sin atajarse fue abierta por una fémina de piel trigueña, contextura física escuálida y muy alta estatura, quien observó de pies a cabeza al varón faz a ella, con sus largos y oscuros mechones de cabello aglutinados a su frente por la cual se destilaban acentuadas y robustas got
Con la equivalente potencia y barbarie de un estampido intemperante, un escalofrío removió todo su cuerpo como si este fuese una imperceptible hoja seca desplomándose desde lo alto de un gran árbol. El miedo se irradió en sus ojos, no sabía que, pero en su pecho había un continuo martillar, súbito y agudo.Miedo, Adalia sintió miedo.Debía de hacerlo.Ambicionó subir las escaleras no queriendo ver el grotesco rostro de Derek, ni estar al tanto de a que se debía su visita, ni hablarle, ni que este la desconcertara a tan prematura hora del día su perecedera armonía, ubicó un pie en el escalón superior, volviendo sobre sus pasos en el mayor sigilo que su delgado cuerpo le aceptaba, a la par que meneaba sus pasos cautelosos, aquella rubia se inquiría diversas cosas, pero la primordial cuestión que empantanaba a su mente era:¿Por qué su padre no estaba trabajando?
Una contorsión de confusión explicita se bosquejó en el rostro de James, mientras que en el de Adalia se acentuaba la desesperanza, el miedo y desasosiego a flor de piel, sensaciones que aguijoneaban sus entrañas al liberar aquello que por tanto tiempo la sofocó, que tantas noches de desvelo tempestuoso le proporcionó. Aquello que la estaba emponzoñando de enmudecer por casi cinco meses completos.Ella yacía parada a unos treinta centímetros de su padre que era por dos cabezas más alto que ella, vestía aquella pijama gruesa, descalzos estaban sus pies, pestañaba reiteradamente tratando de no desplomarse del nerviosismo incesante que tiraba su piel y a su vez, convencerse de que aquello era solo una pesadilla de la que algún día despertaría, sus manos trepidaban como nunca, su garganta estaba empezando a doler, y su rostro se estaba empezando a inyectar de un
Los azules ojos de su padre se atestaron de pasmo, el hombre se interpuso entre el paso a la gran ventana y sujetó a rubia fémina con numerosa potencia por su fina cintura cuando cayó en cuenta de la locura que esta cavilaba llevar a cabo.—¡Adalia! ¡Tranquilízate!Jaló su fino cuerpo con considerable pujanza y la apartó enteramente de la amplia ventana, entorpeciendo aquella enloquecida idea que había franqueado los destrozados recovecos de su tan exasperada mente ahíta de congoja, la sensatez y la prudencia ambicionaban desbandarse de su cuerpo en una situación así, desleírse, añublar sus sentidos como si hubiese pasado un narcótico; solo el suicidio era su única senda de escape, solo muerta ella podría liberarse de Derek y su perturbadora y tan enfermiza locura, aquellos eran los pensamientos que detonaban en su mente mientra
Un golpe virulento se adhirió en su mejilla y volteó su cuello destempladamente.Dos.Tres.Cuatro golpes, aturdiéndola, enrojeciendo su rostro, más de lo que estaba. Impactos a los que ella no logró reaccionar plenamente, cuando otro más fuerte la abatió con agresividad.Él la sujeto con toda su cólera y fuerza por el cuello, alzándola y ansiando impactar su enclenque cuerpo contra el suelo reiteradas veces hasta percibir como sus huesos rugían y se partían en pequeños trozos, hasta ver como la sangre emergía a piélagos de sus ojos hermosos y por su boca tan suave de labios blandos, la cual nunca podía mantener cerrada, sin embargo, sorprendentemente logró contrarrestar aquel impulso, caminando con ella sostenida entre las manos y arrojando su cuerpo con violencia sobre la cama.Ella se sentó de inmediato y ab
Los ojos de Derek parecían aislar toda la demencia del cosmos y aglomerarla en una, como si cada nimio anhelo malsano de todos sus antecesores se hubiese aglutinado a su mirada cada vez que se direccionaba a aquella rubia.Él observaba sus muñecas con esmero, siempre amaba observar largos ratos sus muñecas, en especial, su mano derecha, de dedos finos guarnecidos con aquella agraciada y tersa piel que se pintarrajeaba fácilmente de rosáceo ante cualquiera que la prensara, sus uñas, largas y delicadas se distinguían como un ornamento más que él a veces acariciaba, podía asegurarse que Derek tenía un fetiche enfermo con las manos de Adalia, igualmente con olfatear desesperada y continuamente su cabello, como si fuera su segundo oxígeno, siempre lo olía con demasiada desesperación, se arrojaba el cabello de ella en el rostro y lo olía, como si se muriera
Los cuerpos húmedos de ambos permanecían revestidos con suaves toallas de bambú, una tela más profiláctica contra las bacterias que las demás, asimismo eran transpirables, ideales para el calor que castigaba sin compasión al estado de Florida, aquellas toallas eran las que él mismo había llevado en sus enormes y saturados equipajes.Le molestaba el solo hecho de que otro tipo de toalla que él abominaba palpase la piel de la fémina, por ello llevó bastantes toallas, para que ambos siempre las emplearan juntos al momento de ducharse, justo como el efigie de sublime pareja que él tenía bosquejado en su mente enferma.Para que exclusivamente las cosas que él quisiera y consintiera franquearan y rondaran por la tersa piel de ella, una piel que él consideraba de cierta forma solemne, sagrada, que, solo él tenía la oportunidad, el derecho y la po