Capítulo 31.

Una contorsión de confusión explicita se bosquejó en el rostro de James, mientras que en el de Adalia se acentuaba la desesperanza, el miedo y desasosiego a flor de piel, sensaciones que aguijoneaban sus entrañas al liberar aquello que por tanto tiempo la sofocó, que tantas noches de desvelo tempestuoso le proporcionó. Aquello que la estaba emponzoñando de enmudecer por casi cinco meses completos.

Ella yacía parada a unos treinta centímetros de su padre que era por dos cabezas más alto que ella, vestía aquella pijama gruesa, descalzos estaban sus pies, pestañaba reiteradamente tratando de no desplomarse del nerviosismo incesante que tiraba su piel y a su vez, convencerse de que aquello era solo una pesadilla de la que algún día despertaría, sus manos trepidaban como nunca, su garganta estaba empezando a doler, y su rostro se estaba empezando a inyectar de un

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