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Si en aquel momento le hubiesen preguntado como lucía el infierno, su descripción sería algo muy cercano a la imagen que tenía frente a sus ojos.
Un grito emergió de los labios de Adalia, el horror se apoderó de cada parte de su cuerpo, temblores involuntarios empezaron a asaltarla, retorciéndose de manera frenética sus manos viajaron a su pecho, sintiendo los desbocados latidos de un corazón inocente calado por el temor, cayó al suelo, sentada, algo lejos de la puerta de aquella habitación, mucho, mucho más grande lo que imaginó alguna vez, se trataba de una gran sala en donde habían personas, llevando a cabo actos que de un vistazo, solo de un simple vistazo habían apretado de la peor manera el corazón de Adalia, retrocedió de forma rápida y temblorosa, su cuerpo se retorcía entre convulsiones, las horribles escenas que ante sus ojos se reproducían eran lo más repulsivo que los ojos de un ángel como ella alguna vez había tenido la desgracia de ver.
Una avalancha de recuerdos impactaron con la violencia propia de una roca a Adalia en el pecho, desde el suelo, sintió su corazón al infierno descender, se sintió inmediatamente mal, como si en el simple transcurso de un segundo a otro, una poderosa enfermedad se hubiese apoderado de su sistema, debilitando a un grado garrafal. Se sintió tan débil que se vio capaz de desmayarse allí mismo. —Kenzo… —como un murmullo indefectible se desvaneció aquel nombre de sus labios secos y pálidos, más para comprobar si todo aquello de un ilusión de su atemorizada mente no se trataba. Deseó que todo se tratase de un sueño del cual pudiese despertar, más de una vez había tenido pesadillas con Kenzo, deseaba, de una manera inocente que solo ella podía tener, que se tratase de otra, de otra pesadilla de la cual se pudiera liberar abriendo sus ojos. Pero no, aquello era tan real como el dolor, era tan real como las sofocantes sensaciones que la asaltaban en aquel instante. El nombrado
Todo ser humano alguna vez ha tenido, o tendrá la sensación de que cometió un error tan grande que este no tendrá remedio ninguno en un futuro, justo de aquella manera se encontraba Kenzo, pero en mucho mayor medida, irremediable del todo era la situación en la que se hallaba. Sus intenciones y sus acciones se habían transformado en el más brutal de los boomerangs. Los acontecimientos habían tenido lugar de manera tan rápida que no era capaz de entenderlos del todo, tenía tanta información en su mente que era un tanto dificultoso procesarla de manera precisa. Pero estando allí, atado de manera brusca y dolorosa, con cortes de cuchillos hiriendo cada segmento de su piel, su rostro golpeado hasta la casi deformación, arrojado de costado en un suelo sucio sin capacidad alguna de levantarse por sí mismo, se dijo que, recapitular los hechos de como había terminado de aquella manera, en aquel fétido lugar, era lo único que mantendría a su cordura viva. Por lo que empezó a
Kenzo empezó a negar de manera frenética, con la propia energía que solo el miedo podía tener, el pavor que se apoderó de su cuerpo fue tanto que lo llevó a moverse de una manera tan desquiciada que se derrumbó de lado. De pánico se pintaron sus ojos cuando sintió como el primer hombre lo alzó del suelo, acariciando sus brazos de una manera que provocó que su corazón se encogiera. Empezó con fuerza a balbucear blasfemias y oraciones que eran incapaces de ser comprendidas, todo debajo de aquella cinta gris.—Oh, ¿qué dices? No puedo escucharte. —Se acercó a él y retiró la cinta de sus labios, de un brusco jalón que arrancó un jadeo del herido muchacho—. Vamos, habla.—¡Ten misericordia de mí! ¡Jamás he hecho mal a nadie!Aquellas suplicas causaron un eco dentro del Wood.<
Una sonrisa macabra se marcaba en los labios de Derek a medida que caminaba a paso lento por los sucios pasillos de aquel lugar, los gritos de pánico y dolor de Kenzo se escuchaban retumbar, el eco de estos iban de un lado a otro, como un vaivén sin rumbo especifico. Había caminado, al menos seis habitaciones lejos desde el lugar en donde Kenzo era tomado, pero los gritos del antedicho se podían escuchar de igual forma como los escucharía una persona que estuviese en la habitación continúa a su sala de tortura. La naturaleza de los gritos, era tan horrorizada, que, por un segundo, él se vio tentado a volver a la habitación a ver que era lo que con su cuerpo era llevado a cabo, pero tenía prioridades, así que dominó aquel impulso, ya más adelante podría conocer aquella información.De pronto, Derek frenó en seco, se llevó las manos a la cabeza, como quien se h
—Vamos, ponte de pie —pidió Derek a Adalia, recibiendo como única respuesta una mirada atormentada por el miedo—. No me hagas repetírtelo. —P-pero, Derek, es q-que… mi p-pie… —Cierto, eso —susurró, dejando salir un suspiro, fijó su mirada hacia una pared de la habitación, una pared sucia con lo que parecía ser sangre seca, seca desde hace mucho tiempo, sangre que se había quedado como una huella, o tal vez una advertencia de que lo que había tenido lugar allí no había sido nada bueno—. No importa, siéntate, no es importante que estés de pie. —La sujetó por la cintura, fina como siempre, cada vez más, la sentó sobre la única mesa que había en la habitación y le pareció cómico lo alejados que los pies de ella quedaron del suelo—. Eres tan pequeña —un beso se clavó en los labios de ella, la lengua de Derek rozó con la suya, como siempre, recorriendo el fondo de su garganta, luego abandonó sus labios y fue hacia su cuello, en donde mordió con tantas fuerza qu
Un nudo grueso se concibió en la garganta seca de Adalia, no creyó que hubo lugar para comentar nada al respecto de esas palabras, pues con el miedo que sabía que sus ojos reflejaban, era suficiente para reflejar su condición interna, aunque por su cabeza el impulso de lanzar una queja pasó, rápido y casi de manera incauta como si incluso a pensar por sí misma temiera, decidió no decir nada, no comentar nada ante lo que, como una orden Derek había decretado, incluso bajó su mirada, para que este no fuese capaz de leérsela, aunque suponía que ya lo había hecho.Él, por su lado, sintió un poco de sorpresa, aunque este fue un sentimiento mínimo, casi nulo, su cuerpo se sentía extraño al tenerlo, pues no era mucha la frecuencia con la que Derek solía sorprenderse. Esperó de ella una queja, una objeción, aunque sea, uno de esos frecuent
Por completo ajenos a lo que ocurría en la otra habitación, si habiendo escuchado el disparo, pero pasándolo por alto justo como pasaban por alto cada grito e imploración que se escuchaban resonar en el aire, los torturadores de Kenzo continuaban, siguiendo las órdenes que les habían aplicado, no tener clemencia de su víctima, y, solo era necesario ver los ojos rojos y agónicos de Kenzo para saber que la misión impuesta se estaba llevando a cabo de la mejor manera.El grupo de torturadores se trataban de ocho sujetos, cuyas características físicas eran dignas de ser descritas, para tal vez así, poder crearse un dibujo mental de estos infames.El primero, que era el líder el grupo era un hombre de piel preciosa y morena, color canela apasionante, ojos oscuros, aunque no tanto como lo era su corazón, era el único del grupo que no tenía ningún tatuaje, su
Su rostro se frunció, en él se dibujó una mueca de confusión. Adonis, el infame mayor de aquel grupo de maleantes, elevó su rostro, aunque luego este descendió, dirigiéndose hacia su reloj; habían transcurrido ya, una media hora desde que Derek le había dicho que enseñaría a Adalia a disparar. Recordaba con exactitud las palabras de Derek, le había dicho este que no tardaría más de veinte minutos en regresar, conociendo Adonis, lo detallista y obsesivo que Derek podía llegar a ser con el tiempo, le parecía un tanto extraño que no estuviese a tiempo. Seguro se ha dedicado a hacer otras cosas, supuso, restándole importancia.—Se ha tardado como una hora, ¿no crees que deberías ir a buscarlo? —preguntó Ojo Gris a Adonis.—No —negó el infame—. No son mis asuntos. Si él no ha llegado en