XXXIV Pecadores

*Maximov se apartó antes de perder la cabeza. Nadie más estaba en casa y Violeta había llegado hasta su cuarto buscando compañía. Una cosa llevó a la otra y acabaron retozando en la cama.

—No puedo hacer esto, Violeta. —Recuperó la camiseta que ella le había sacado.

—¿Acaso no te gusto?

—¡Sí!... Me gustas mucho, pero deberíamos esperar a que seas mayor.

—Ya tengo catorce.

—Lo sé y las caricias y los besos están bien. Yo te respeto, Violeta y quiero cuidar de ti.

—Yo creo que eres un cobarde. Buscaré a alguien que no lo sea.

La niña se ordenó las ropas y salió, dejando a Maximov con la boca abierta. Jamás se había considerado un cobarde y lo atribuyó todo a la inmadurez de la muchacha. Pocos días después la sorprendió besándose con Vlad en la pérgola.

—¡Vlad es el valiente al que encontraste! —le reclamó en la bodega de la cocina.

—Es más valiente que tú.

Ella intentó irse, Maximov se lo impidió. La acorraló en un rincón.

—¡¿Te acostaste con él?!

—¡No te lo diré, suéltame!
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