—¿Cómo estás, hijo? —preguntó Tomken. En cuanto supo de la noticia sobre el descubrimiento del cuerpo de Ardelia, voló hacia donde se hospedaba Caín. —Bien. Ella ya ha estado muerta por dos años para mí, padre —dijo el joven, mirando el arreglo floral que había dejado junto a la ventana.Eran tres rosas azules, rodeadas de pequeñas flores blancas. Un ramo hermoso y elegante. Había llegado temprano en la mañana, sin remitente. No lo necesitaba. —Descubriremos quién lo hizo —prometió Tomken, apoyándole la mano en el hombro. Las rosas azules no lo eran desde siempre. Cuando recién se abrían sus botones, ellas mostraban un pálido tono violeta, tan efímero como hermoso. Luego de unos días se volvían azules de manera definitiva. —Sí —esbozó Caín—. Mi próxima gira me llevará a nuestra ciudad. Será como volver a casa. Para algunas personas, que son fieles creyentes del lenguaje de las flores, las rosas azules representan el amor imposible. Él tenía tres amores imposibles, eso le decían
Elisa sonreía. La empresa estaba vacía y sólo ella seguía allí, preparando todo para la reunión del día siguiente. En ausencia de Vlad, ella estaba a cargo y se esmeraba para que todo funcionara con la perfección que él tanto amaba. Y que ella amaba que él amara.El hombre había tenido un accidente automovilístico. Otro. Estaba bien, eso le había dicho Anya Sarkov. No la dejaron ir a verlo, pero no le importó, estaba acostumbrada a cuidarlo a la distancia, por eso había alejado a la inmunda Antonella de él. No entendía a qué estaba jugando Vlad al haberla aceptado de regreso. Sospechaba que lo hacía para fastidiar a Anya, pues la llevaba a los lugares favoritos de la mujer. Ella lo sabía bien ya que tenía acceso a los registros de sus cuentas bancarias. Y Vlad no sólo había conseguido fastidiar a su madre, sino también a ella. Invitar a Antonella a la cena de empresas Sarkov había sido una terrible afrenta. Elisa estaba preparada para ver a la sirvienta sustituta, habría jurado que l
*Maximov se apartó antes de perder la cabeza. Nadie más estaba en casa y Violeta había llegado hasta su cuarto buscando compañía. Una cosa llevó a la otra y acabaron retozando en la cama. —No puedo hacer esto, Violeta. —Recuperó la camiseta que ella le había sacado. —¿Acaso no te gusto? —¡Sí!... Me gustas mucho, pero deberíamos esperar a que seas mayor. —Ya tengo catorce. —Lo sé y las caricias y los besos están bien. Yo te respeto, Violeta y quiero cuidar de ti. —Yo creo que eres un cobarde. Buscaré a alguien que no lo sea. La niña se ordenó las ropas y salió, dejando a Maximov con la boca abierta. Jamás se había considerado un cobarde y lo atribuyó todo a la inmadurez de la muchacha. Pocos días después la sorprendió besándose con Vlad en la pérgola. —¡Vlad es el valiente al que encontraste! —le reclamó en la bodega de la cocina. —Es más valiente que tú. Ella intentó irse, Maximov se lo impidió. La acorraló en un rincón. —¡¿Te acostaste con él?! —¡No te lo diré, suéltame!
—Presentaré mi renuncia —eso fue lo primero que dijo Markus cuando Vlad le contó a dónde lo habían llevado sus recuperados recuerdos.Violeta estuvo frente a sus narices todo el tiempo.¿Cómo iba a despedirlo si era su mano derecha? Era sus dos manos y hasta su cabeza cuando se quedaba en blanco durante las crisis. Markus seguiría ayudándolo, ahora lo necesitaba más que nunca. —No sólo fuimos a la misma universidad, éramos compañeros —dijo Vlad—, pero ni siquiera recuerdo haber visto a Elisa antes de que llegara a la empresa. Markus le había conseguido un completo informe sobre su asistente. —Ha estado siempre junto a mí y yo buscándola como un loco. Parece una broma. Tengo ganas de lanzarme por la ventana. Lo único rescatable del brutal engaño era que Violeta seguía viva. Había dejado de ser quien era para sobrevivir. Ella lo había perdido todo. Era demasiado el daño que le habían hecho y él era el único que podía ayudarla. —Huele muy bien, quedará perfecto con el vino que traje
—¿Cómo ha estado él? —preguntó Vlad.Hablaba por teléfono sentado en su oficina.—Él ha estado muy bien, es un niño muy cortés e inteligente. Se ha adaptado sin problemas y ya ha hecho algunos amigos. Están fascinados con él y su telescopio. ¿Realmente era Ingen de quien ella hablaba? Vlad tenía dudas. Enviarlo a un internado había sido la mejor opción, debía cubrir todos los flancos. Si todavía quedaban cómplices de Igor en la mansión, no podía dejarlo solo con ellos y si Violeta tenía algo que ver tampoco la quería cerca de él. Vlad pidió hablar con el niño. "Ingen, tu hermano está al teléfono y quiere hablar contigo", oyó que dijo la mujer. "Debe haberse equivocado, yo no tengo ningún hermano", dijo Ingen. "Los dos están muertos".Vlad suspiró. —Lo lamento, él está ocupado ahora —le dijo ella. —Entiendo, no se preocupe. Cuídelo mucho, por favor. Recuerde que no debe recibir visitas. En cuanto la llamada finalizó, Violeta entró con una carpeta. —Este es el reporte de marketi
—Tal vez estás trabajando mucho —le dijo Vlad a Violeta. Ella últimamente se dormía nada más acababan de cenar. —Siempre he trabajado mucho —dijo ella, rodeando el escritorio del despacho. Se sentó frente a Vlad. —Será bueno que vayas al seminario, así aprovechas de relajarte y descansar. —Tú deberías ir conmigo —dijo Violeta, aflojándole el nudo de la corbata. Le quitó la prenda. Habría deseado pedirle que le atara las manos con ella, pero Vlad no estaba listo para eso aún. Ella era una dulce e inocente mujer ante sus ojos. Por otro lado, si empezaba con eso, tal vez ya no podría parar y acabaría lastimándolo. No quería lastimarlo. En qué difícil situación se hallaba ella, presa de tantos sentimientos enloquecedores. —Violeta, espera —le dijo Vlad cuando ella empezó a desabotonarle la camisa. —Ahora no estoy cansada ni ebria y tu presencia en este lugar es tan intensa, es como estar dentro tuyo. —¡Qué cosas dices, Violeta! —La terapeuta dijo que buscara lugares donde me sin
Extenuados y envueltos en batas, Sam y Vlad salieron del baño y fueron a la cama. Sam tocó la almohada que ella usaba, con nostalgia.—No he traído a Elisa aquí, Sam. Mi almohada de la NASA sigue siendo sólo tuya. Yo sí tengo moral, no como otras. Sam se hizo la loca. Arrepentirse de sus pecados no los borraba y tampoco estaba arrepentida, si se había divertido mucho con Caín. Y estaba soltera, no tenía que darle explicaciones a nadie. Su mano dejó la almohada y acarició el pecho de Vlad. Le abrió la bata, buscando la piel donde antes estaba el tatuaje. —¿Por qué te lo borraste? ¿Olvidaste a Violeta como me habías olvidado a mí? ¿O dejaste el lugar libre para poner el nombre de Elisa? Jaque mate. Con Sam no se podía conversar. —Intento pensar en el futuro, Sam. He estado diez años atrapado en el pasado. En eso pensaba ella también. Alcanzó su teléfono y tecleó.—Si vamos a trabajar juntos en descubrir la verdad, tendremos que estar comunicados. Necesitamos nombres en clave —dijo
—¡Te dije que la dejaras a un lado! —le dijo Sam a Caín. Se agachó para intentar recoger los restos de la guitarra favorita de su ídolo, destrozada por el impacto que una simple pregunta había causado en su dueño. —Déjala, yo me haré cargo —dijo él, jalándola del brazo. Ella regresaba de la supuesta salida con la supuesta amiga y empezaba a hacer preguntas de cosas que no tenía por qué saber. —¿A qué estás jugando, Sam? —¿Entonces es verdad? ¿El hijo de Ardelia era tuyo? No pudo ser de tu padre, como Vlad pensaba y tampoco era de Vlad, a él sólo le gustaban los postres que ella le preparaba. Caín sonrió. Era una sonrisa nerviosa, muy cercana a un arranque de ira. Sam confiaba en él, pero sabía que, de equivocarse, éste sería el preciso momento en que él dejaría ver su lado psicópata. Vincent aguardaba en el pasillo, pegado a la puerta, atento a cualquier ruido o grito de Sam. —¿Por qué quieres saberlo? —Porque Ken es mi amigo y esto le ha afectado mucho. La nerviosa sonrisa