—¿No que no le gustaban las salchichas? —dijo Vlad por lo bajo.Ivette ya estaba devorándose la segunda. Salchichas y papas fritas, eso habían preparado. También unas verduras salteadas, para compensar la subida de colesterol. Sam le dio un codazo. —¿Y cómo se llamará su hija? —preguntó Ivette. —Shén de chéngfá (castigo de los dioses) —dijo Vlad—. Es un nombre chino que significa: "la hija más amada".—¿Por qué chino? —preguntó Ingen. —Tenemos mucho aprecio por esa cultura y sus maravillosas invenciones —contó Vlad. Sam se atoró con su jugo. —Es algo largo —opinó Ivette.—Le diremos "Shenita" —agregó él, saboreando una papa grasosa y maligna. Deliciosa. —No le hagan caso. Se llamará Sofía o Amelia —aclaró Sam. —Shenita se oye bonito —dijo Ingen, riendo. —Ya somos dos contra una —dijo Vlad—. Shenita Sarkov Reyes. Se oye distinguido y elegante. Sam e Ivette rodaron los ojos. —¿Qué cosa asquerosa están comiendo? El olor a fritura se siente desde la sala. —Anya miró con repugn
Atardecía y casi todos los trabajadores se habían retirado de INVERGRUP, excepto los guardias, que venían llegando al cambio de turno. Excepto Ken, que revisaba unos planos en su laboratorio. Allí nacía cada nuevo robot de la empresa, de su prodigiosa mente llena de circuitos y señales y de las de sus ingenieros. Era un maternidad. Él no era una madre, claro que no. Humildemente allí se sentía como un dios.Fue al mesón y corrigió unos circuitos, mirando los planos. —BIP, necesito un diodo Zener.A su lado llegó un robot que parecía una pequeña cajonera. Tenía una pantalla táctil en la parte superior y múltiples gavetas en el frente y costados. Una de ellas se abrió ante la petición de Ken y el rubio sacó lo que quería. Y así con cada cosa que le pedía. Ordenó algunos artículos en los estantes y acomodó a los prototipos de los IHR, sus robots humanoides más avanzados. Cuando su padre aún vivía, INVERGROUP era sólo Importaciones INVER, dedicados a la venta de artículos tecnológicos.
—Creo que se lo pusiste al revés —dijo Sam.—Claro que no. Estás celosa porque te gané. —No es una competencia, Vlad, lo importante es hacerlo bien y esto está bien. Los ositos quedan adelante. Aprovechando que Caín y Eva estaban en la ciudad habían ido a visitarlos y, de paso, practicaban sus habilidades parentales con sus sobrinos. La ventaja de que hubiera gemelos era que cada uno tenía a un bebé para practicar la muda. —Yo creo que se ven mejor en la parte de atrás. —Pero le queda un bulto en el frente. —Necesita espacio para su genitales —argumentó Vlad. —Sus genitales son minúsculos. Ese es el espacio para el trasero. —¿Cómo te atreves a ofender su honra de hombre, Sam? —Sí, lo que digas. —Está perfecto. Así te gusta más, ¿no, Baruc? —dijo Vlad.El niño sonrió. —El mío es Baruc, el tuyo es Elam —dijo Sam. Los dos bebés eran idénticos, imposible diferenciarlos salvo por un lunar que uno de ellos tenía tras la oreja, pero no recordaba cuál. —A quién le importa, Sam. A
—Y sí, ser padre es lo mejor del mundo —decía Vlad—. No saben de lo que se pierden.Bien temprano en la mañana había escapado... había ido de visita a casa de Evan, su mejor amigo, su compañero de vida. Lo quería mucho, a él y a su molesta novia Mika, que ya hasta le caía mejor. Sofi, como llamaban a su hija, tenía ya dos semanas de vida, las dos semanas más intensas luego de que se sanara de la amnesia. —En ese entonces, despertarme por las pesadillas era una bendición —agregó Vlad. Tenía los ojos rojos, enmarcados por negras ojeras. —¿Cómo? —preguntó Evan. —Que nuestra hija es una bendición. A veces se despierta por la noche, llorando. Cinco veces, veinte veces, no las he contado. Llora hasta que logramos adivinar qué es lo que quiere. Con Sam no somos muy buenos para las adivinanzas... es difícil pensar cuando... —se interrumpió con un bostezo—. Y luego firmé el contrato... será un gran negocio. Se quedó mirando fijamente su taza de té, con la cabeza gacha. —Creo que se volv
—¿Quién es la niña más hermosa del mundo? —preguntaba Vlad, meciendo a la bebé.Luego de dos meses la criatura había dejado de parecer un murciélago y tenía una apariencia más que aceptable para sus estándares. —Es mucho más bella que Caleb y los gemelos —agregó. Y no sólo eso, sus horarios de sueño se habían regularizado permitiéndoles un descanso reparador por las noches. —Y de seguro será una genia, me mira como si entendiera absolutamente todo lo que digo. ¿No es así, ardillita? Sofi le sonrió. Podía ser una bebé, pero vislumbraba en ella una sutil inteligencia innata, como si fuera un secreto que sólo ellos sabían.Vlad fue a sentarse junto a Sam, que trabajaba en su computador. A veces ella se llevaba a Sofi al estudio, otras traía el estudio a casa. La niña empezó a quejarse. —Estábamos tan bien ¿qué quieres ahora? Si tienes hambre, parpadea una vez; si quieres un cambio de pañal, chilla.La niña que quedó en silencio y Vlad se fue con ella. Volvió al rato, dándole biberó
Sofía Sarkov Reyes, próxima a cumplir cinco años, seguía siendo joven para tener una noción sobre el poder. Sin embargo, el lugar que se tenía en las jerarquías era una habilidad instintiva. Lo sabían los cachorros de lobo, que mostraban respeto y sumisión ante el macho alfa y también las hormigas obreras, que trabajaban sin parar hasta la muerte para servir a su reina. Ella no era la excepción. Lo importante era cómo usaría aquello a su favor.—¿Por qué mi hermosa princesita está triste? —preguntó Tomken. La había encontrado escondida, hecha un ovillo bajo su escritorio. Cogió a su única nieta y la sentó sobre sus piernas. Acostumbrado a tratar con hombres, la sutileza que requerían las niñas le era difícil de lograr. Sus intentos por lucir una expresión amistosa podían causar pesadillas, pero Sofi no era fácil de intimidar ni le temía a la mano temblorosa, que los gemelos no podían ni ver. —No es nada, abuelito —dijo ella, ocultando el rostro tras la corbata. —Vamos, confía en mí
—¿Es normal que esté nervioso? —Vlad se acomodó la corbata.—Por supuesto, también es una primera vez para ti —dijo Sam, que ya estaba lista.Cogió su bolso y la mochila de Sofi.—Envidio tus nervios de acero en estas situaciones, Sam. ¿Cómo lo haces?—Ejercicios de respiración, Vlad. Deberías intentarlo.Vlad bufó.—Y esta niña todavía no viene. ¡Sofía, vas a llegar tarde a tu primer día de clases!—Todavía falta una hora —dijo la niña.—No sabes nada del mundo y el tráfico en hora punta —dijo Vlad—. Revisemos por última vez tus materiales. ¿Cuaderno?—Sí —dijo Sofi, mirando el interior de su mochila.—¿Lápiz grafito?—Dos.—¿Sacapuntas? ¿Goma de borrar? ¿Lápices de colores?—Sí, sí y sí. Papi, ya revisamos todo tres veces. —¿Me estás diciendo obsesivo?Sofi miró a Sam.—Amor, harás que se ponga nerviosa.—Sólo quiero que su día sea perfecto.Sam le acarició la mejilla y lo besó, mientras jugueteaba con sus cabellos.—La perfección es aburrida —le susurró, con su voz de cervatillo s
La expresión de frustración sexual de Sam y Vlad no tuvo comparación con la de Sofi al salir de clases. —¡Oh, por Dios! ¿Te peleaste con alguien? —preguntó Sam.La blanca y pulcra camisa estaba llena de manchas verdes, la faldita de cuadros rojos estaba gris, llena de tierra. Apenas y le quedaba pelo dentro de las coletas. La niña venía de la guerra.Sam se apuró a fotografiarla para tener el antes y el después de su primera jornada de clases.Vlad revisó que tuviera todos los dientes.—El recreo fue divertido —dijo la niña. Vlad la abrazó.—Sí que te divertiste.El pobre Vlad no tenía idea.—Hola, ¿ustedes son los padres de Sofía Sarkov? —preguntó un funcionario del colegio.Sam y Vlad asintieron.—Vengan conmigo, por favor.Sofi los cogió de la ropa.—Antes de que vayan, recuerden que soy su única hija y que me quieren mucho. Papi, yo soy tu ardillita, nunca tendrás otra.Vlad suspiró. En el fondo de su cerebro empezaba a surgir la ira, justo entre la amígdala y el hipocampo.Fuer