En su habitación, Ingen se miraba al espejo. Luego de probar muchas combinaciones, por fin había quedado a gusto con la ropa escogida, al menos lo suficiente para salir a la calle. Su estilo era una mezcla entre juvenil y sobrio difícil de lograr. Últimamente las dudas sobre su apariencia habían regresado. —Mi cabello se ve raro —decía.—El cabello es lo de menos, Ingen. Lo importante es la actitud. Una actitud ganadora trasciende más allá de las apariencias y te asegurará la victoria —dijo Vlad. Ingen sólo quería ir al cine con una chica, no conquistar el mundo. Todavía. —Tal vez está muy ordenado —dijo Sam, sacudiéndoselo—. Así me peino yo. Ambos rieron, igual de despeinados. Sí, así estaba perfecto. ¡Qué sería del mundo sin Sam! —¿Y qué tipo de película verán? —preguntó ella— ¿Una romántica? —No es recomendable ver una película romántica en la primera cita —dijo Vlad—. Podría creer que la estás presionando. —A menos que eso sea lo que ella quiera —agregó Sam—. En mi primera
Ivette se miró al espejo, no muy conforme. La pubertad la había tratado con gentileza, eso le decía su tía. "Un busto enorme es la envidia de cualquier mujer", decía ella. "Te traerá los favores de los hombres". Sí, claro, hasta el momento sólo le había traído dolores de espalda, Ingen ni los miraba. Y desde que habían empezado a crecer, ya ni la abrazaba. Su madre, en cambio, era una mujer elegante, distinguida, que se veía muy bien con cualquier cosa que se pusiera. Para ella, las apariencias eran lo de menos. Una mente brillante, una personalidad atrayente, eso hacía destacar a una persona, pero claro, ella tenía un busto de tamaño normal y no uno XXX.Extrañaba los días de la infancia donde nada de eso importaba y niñas y niños jugaban como iguales. Ella incluso había aprendido a amar los videojuegos porque sabía lo mucho que Ingen los amaba y compartir algo especial con él la hacía feliz. Habían salido campeones del torneo de Extreme Revenge online. Luego miraba su busto enorme
Vlad suspiró y se aferró la cabeza. Los dos años que llevaba de casado con Sam habían sido, por lejos, los más felices de su vida, llenos de prosperidad y dicha. La empresa iba mejor que nunca, su patrimonio se había multiplicado, Sam era una fotógrafa prestigiosa y le llovían las ofertas de trabajo. Era un sueño. Sus vidas eran un sueño y ahora se iban a convertir en pesadilla.Todo estaba desmoronándose y no podía hacer nada para evitarlo. Había fracasado en proteger su matrimonio y su felicidad. Había perdido el poder y el control de todo. —¡Felicidades, Vlad, hermano! Esto hay que celebrarlo —dijo Evan. Semejante noticia merecía que abrieran su vino más caro y exclusivo, herencia de su abuelo. La felicidad que sentía no era reflejo de la expresión de Vlad, que más parecía un condenado a muerte. Debía estar en shock. —No sé qué voy a hacer, Evan. Esto es catastrófico, me va a dar un infarto. Me falta el aire. —¡No seas dramático, Vlad! Toma un trago, eso te ayudará. —Yo no pue
—Esa mujer me está coqueteando. A las pocas semanas de embarazo, Sam había empezado a practicar yoga para embarazadas. Había sido recomendación de su maestra Paloma Blanca y ya llevaba cuatro meses asistiendo. Algunas sesiones eran para ambos padres y Vlad la acompañaba. "Yo puedo pagar para que la maestra venga a casa", había dicho él, "¿Por qué tenemos que estar con otras personas?""Precisamente para eso", había dicho ella. "Será bueno conocer a otros padres primerizos como nosotros".—¡Vlad, por Dios! Ella está con su esposo —le susurró Sam. Había al menos diez parejas en la sala, siguiendo las indicaciones de la maestra. —La matriz es una fuente de vida y energía, capaz de cambiar al mundo —decía ella—. Sentados así como están quiero que las madres apoyen la espalda en el pecho de los padres y respiren al unísono. Primero sincronizarán sus respiraciones, luego sus ritmos cardíacos y se dejarán envolver por la energía de la matriz. —¿Qué hacemos con las manos? —preguntó Vlad.
—¿No que no le gustaban las salchichas? —dijo Vlad por lo bajo.Ivette ya estaba devorándose la segunda. Salchichas y papas fritas, eso habían preparado. También unas verduras salteadas, para compensar la subida de colesterol. Sam le dio un codazo. —¿Y cómo se llamará su hija? —preguntó Ivette. —Shén de chéngfá (castigo de los dioses) —dijo Vlad—. Es un nombre chino que significa: "la hija más amada".—¿Por qué chino? —preguntó Ingen. —Tenemos mucho aprecio por esa cultura y sus maravillosas invenciones —contó Vlad. Sam se atoró con su jugo. —Es algo largo —opinó Ivette.—Le diremos "Shenita" —agregó él, saboreando una papa grasosa y maligna. Deliciosa. —No le hagan caso. Se llamará Sofía o Amelia —aclaró Sam. —Shenita se oye bonito —dijo Ingen, riendo. —Ya somos dos contra una —dijo Vlad—. Shenita Sarkov Reyes. Se oye distinguido y elegante. Sam e Ivette rodaron los ojos. —¿Qué cosa asquerosa están comiendo? El olor a fritura se siente desde la sala. —Anya miró con repugn
Atardecía y casi todos los trabajadores se habían retirado de INVERGRUP, excepto los guardias, que venían llegando al cambio de turno. Excepto Ken, que revisaba unos planos en su laboratorio. Allí nacía cada nuevo robot de la empresa, de su prodigiosa mente llena de circuitos y señales y de las de sus ingenieros. Era un maternidad. Él no era una madre, claro que no. Humildemente allí se sentía como un dios.Fue al mesón y corrigió unos circuitos, mirando los planos. —BIP, necesito un diodo Zener.A su lado llegó un robot que parecía una pequeña cajonera. Tenía una pantalla táctil en la parte superior y múltiples gavetas en el frente y costados. Una de ellas se abrió ante la petición de Ken y el rubio sacó lo que quería. Y así con cada cosa que le pedía. Ordenó algunos artículos en los estantes y acomodó a los prototipos de los IHR, sus robots humanoides más avanzados. Cuando su padre aún vivía, INVERGROUP era sólo Importaciones INVER, dedicados a la venta de artículos tecnológicos.
—Creo que se lo pusiste al revés —dijo Sam.—Claro que no. Estás celosa porque te gané. —No es una competencia, Vlad, lo importante es hacerlo bien y esto está bien. Los ositos quedan adelante. Aprovechando que Caín y Eva estaban en la ciudad habían ido a visitarlos y, de paso, practicaban sus habilidades parentales con sus sobrinos. La ventaja de que hubiera gemelos era que cada uno tenía a un bebé para practicar la muda. —Yo creo que se ven mejor en la parte de atrás. —Pero le queda un bulto en el frente. —Necesita espacio para su genitales —argumentó Vlad. —Sus genitales son minúsculos. Ese es el espacio para el trasero. —¿Cómo te atreves a ofender su honra de hombre, Sam? —Sí, lo que digas. —Está perfecto. Así te gusta más, ¿no, Baruc? —dijo Vlad.El niño sonrió. —El mío es Baruc, el tuyo es Elam —dijo Sam. Los dos bebés eran idénticos, imposible diferenciarlos salvo por un lunar que uno de ellos tenía tras la oreja, pero no recordaba cuál. —A quién le importa, Sam. A
—Y sí, ser padre es lo mejor del mundo —decía Vlad—. No saben de lo que se pierden.Bien temprano en la mañana había escapado... había ido de visita a casa de Evan, su mejor amigo, su compañero de vida. Lo quería mucho, a él y a su molesta novia Mika, que ya hasta le caía mejor. Sofi, como llamaban a su hija, tenía ya dos semanas de vida, las dos semanas más intensas luego de que se sanara de la amnesia. —En ese entonces, despertarme por las pesadillas era una bendición —agregó Vlad. Tenía los ojos rojos, enmarcados por negras ojeras. —¿Cómo? —preguntó Evan. —Que nuestra hija es una bendición. A veces se despierta por la noche, llorando. Cinco veces, veinte veces, no las he contado. Llora hasta que logramos adivinar qué es lo que quiere. Con Sam no somos muy buenos para las adivinanzas... es difícil pensar cuando... —se interrumpió con un bostezo—. Y luego firmé el contrato... será un gran negocio. Se quedó mirando fijamente su taza de té, con la cabeza gacha. —Creo que se volv