LVI Regalo de bodas II

—¡Atención todos! Quiero hacer un brindis por mi hija y su esposo —dijo Augusto, con una sonrisa radiante y el pecho inflado de orgullo—. Como todos saben, Majo y yo no tuvimos más hijos —dijo él, mirando a una emocionada Sam—. No habríamos aguantado a otra como ella.

Todos rieron, menos Sam, que hizo un puchero.

—Probablemente yo estaría calvo, Majo obesa y los hoteles en la ruina.

Nuevas risas.

—Lo importante es que, pese a las dificultades, a nuestros errores y/o malas decisiones, nuestra querida Sam nos ha llenado de orgullo, aunque haya rechazado dirigir un imperio económico a cambio de la fotografía. Tu madre y yo te amamos, Sam y no te cambiaríamos por ninguna otra hija, por muy obediente o lista que fuera. Siempre serás nuestra Samy.

La novia abrazó a sus padres y unas cuantas lágrimas se le salieron. Era todo muy emotivo, pensaba Vlad, consciente de que ahora era su Samy y no la de ellos. Le sonrió a su suegro. La fiesta para él ya había terminado hacía mucho, pero seguía
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