Sam y Vlad entraron al hotel en que se hospedarían por una semana. Venían llegando del aeropuerto.—Cámbiate rápido, Vlad. El tour empieza en media hora —dijo ella, mientras buscaba prendas más ligeras en su maleta. Era una época muy calurosa en Camboya y el calor húmedo era bastante incomodo. —Sabes que, mientras más tardes en pagar tu deuda, los intereses aumentarán —dijo él. Sacó de mala gana una camiseta. —Eso lo aprendí en el primer semestre de mi carrera de sirvienta superviviente profesional. Vlad la miró con extrañeza. De seguro y el calor espantoso ya le estaba afectando. —Además —agregó ella—, no sé de qué tanto te quejas. Ambos sabemos que te encantan los intereses. Eso no estaba en discusión, el punto era la paciencia. Sam debía haber cumplido la promesa de la noche de bodas hacía veinte horas con diecisiete minutos y contando.—Pues sí, pero no te aproveches de eso, Sam. Ya te di la alerta de embargo. Sam terminó de vestirse intentando dilucidar lo que las palabras
Tal vez Vlad había masticado más de lo que podía tragar. Tal vez no pensó bien en el tema de los embargos. Sin juguetes y sin pijama de cervatillo, estaba él también sucumbiendo a los horrores de la monotonía sexual.Pese a ello, no iba a echar pie atrás, no señor, no iba a mostrar debilidad frente a Sam. Ella se rendiría, ella le suplicaría piedad. —¡Tengo un calambre, Vlad! ¡Calambre! ¡Calambre! —gritó ella. Era el tercero en media hora. Vlad le estiró la pierna hasta que la dolencia pasó. —Si estás muy cansada, podemos volver. No esperaba que lo lograras a la primera. Luego de practicar senderismo por la mañana hasta dejarla exhausta, él se la llevó de excursión a una cueva. Siempre le pareció que la espeleología era muy interesante y había descendido a algunas. Sam escalaba montañas, era bueno que también conociera la parte opuesta, las profundidades a las que podía caer por ser tan bruta y creerse tan lista. Se tenía bien merecidos los calambres. Sin embargo, no quería que se
—Recuerda que la exposición es a las seis —dijo Sam, sentándose junto al portátil de Vlad.Los primeros meses de matrimonio habían ido estupendamente, sólo les faltaba compatibilizar sus vidas personales con el nuevo vínculo, pero Sam, que era tan buena dialogando, solía hallar siempre las palabras adecuadas para alcanzar acuerdos. Sus habilidades orales eran destacadas y dejaban a Vlad sin argumentos. —Ya reagendé lo que tenía para la tarde, amor. Ahí estaremos —dijo él, sin perder detalle de su bella esposa, pese a tener decenas de documentos por revisar acumulándose en su bandeja de entrada. —Y que luego iremos a cenar con Félix y su nuevo novio. —Claro que sí, Sam. Tus amigos son mis amigos. Me encantará pasar mi valioso tiempo con ellos —dijo él, con su sonrisita cínica y encantadora. Sam le cogió el rostro entre las manos y lo besó. Él haría todo por su esposa y su boca deliciosa. —¿Quieres un café? Iré por uno para mí. —Siempre y cuando lo prepares tú, Sam, sabes cuánto a
—Si hay alguien a quien detesto es a la gente impuntual —decía Vlad.Quince minutos llevaban esperado a Félix en el restaurante y ni luces de él y su novio. —Relájate, Vlad. Todo el mundo llega tarde alguna vez —decía Sam. —Yo no, nunca. —No todos son tan rigurosos con el tiempo como tú. —Si lo hicieran, el mundo sería un lugar mucho mejor, te lo aseguro. Ya quisiera ver ella ese mundo lleno de Vlads. Ningún cervatillo podría respirar en paz. —Genial —dijo él, mirando su teléfono—. Markus dice que vio a Mika en el estacionamiento. La muchacha se había comportado en el matrimonio, pero porque Evan había estado sobre ella. Además, la numerosa y excéntrica familia de Sam espantaba a cualquiera. Ahora, rodeados de desconocidos, ella sentiría la libertad de hacer un escándalo. Mika entró, los vio y caminó directo hacia su mesa. —¡Vlad, qué sorpresa! —dijo ella, apoyándole una mano en el hombro. Cortésmente Vlad se levantó y la saludó de un beso en la mejilla. Había que ser amable
—Por lo menos la cena está rica —dijo Sam.Tenía su plato lleno de verduras y algo parecido a una hamburguesa, también de verduras. Vlad tenía un humeante y jugoso filete. Olía muy bien y a ella se le hacía agua la boca, pero ya llevaba varias semanas de cero carne, un paso más en su cruzada vegetariana.—Comiendo sólo pasto te pondrás debilucha y necesitas mucha energía para lidiar conmigo. Prueba un bocado de mi filete. Sam cerró los ojos, negándose siquiera a mirar el trozo que Vlad le ofrecía. —Vamos, Sam, abre la boca. Hazlo por mí. Si fuera langosta, te la devorarías. —Esa era la Sam del pasado. Podría comerme una de esas setas que acompañan tu filete. Ensartó una con su tenedor, la untó bien en la salsa que bañaba la carne y la saboreó. Suave, blanda, se deshizo en su boca como chocolate. Tantos sabores y tan intensos. Comparado con eso, lo que había en su plato era pasto. Quiso llorar. No lo hizo y siguió comiendo sus verduritas desabridas. Todo era por un bien mayor: la
—Acabo de ver un pecho de Eva —confesó Vlad, con cierta indignación. El cuerpo femenino era hermoso, pero él no debía ver el de la que era su cuñada. Había códigos éticos, valores morales, muestras mínimas de respeto y decencia que él conocía muy bien aunque a su hermano le importaran un carajo.—No fue a propósito, sólo la miré y ¡zas! Tenía el pecho afuera para alimentar a Caleb. Me siento como un degenerado. —No te preocupes, Vlad. No te sientas culpable. Yo vi a Caín completamente desnudo, tú relájate —dijo Sam, revisando su cámara. Ese no era el punto. Ella no entendía nada y se esmeraba en arruinarle la mañana con información inmunda que él no había pedido. No importaba que ahora fuera su esposa, no importaba cuantas veces follaran, jamás se borraría el hecho de que ella y su hermano habían tenido una relación. Se bebió su café de un trago y fue al mesón a prepararse otro. Él debía estar en su trabajo, pero había decidido acompañar a Sam a una sesión de fotos nada más y nada
En su habitación, Ingen se miraba al espejo. Luego de probar muchas combinaciones, por fin había quedado a gusto con la ropa escogida, al menos lo suficiente para salir a la calle. Su estilo era una mezcla entre juvenil y sobrio difícil de lograr. Últimamente las dudas sobre su apariencia habían regresado. —Mi cabello se ve raro —decía.—El cabello es lo de menos, Ingen. Lo importante es la actitud. Una actitud ganadora trasciende más allá de las apariencias y te asegurará la victoria —dijo Vlad. Ingen sólo quería ir al cine con una chica, no conquistar el mundo. Todavía. —Tal vez está muy ordenado —dijo Sam, sacudiéndoselo—. Así me peino yo. Ambos rieron, igual de despeinados. Sí, así estaba perfecto. ¡Qué sería del mundo sin Sam! —¿Y qué tipo de película verán? —preguntó ella— ¿Una romántica? —No es recomendable ver una película romántica en la primera cita —dijo Vlad—. Podría creer que la estás presionando. —A menos que eso sea lo que ella quiera —agregó Sam—. En mi primera
Ivette se miró al espejo, no muy conforme. La pubertad la había tratado con gentileza, eso le decía su tía. "Un busto enorme es la envidia de cualquier mujer", decía ella. "Te traerá los favores de los hombres". Sí, claro, hasta el momento sólo le había traído dolores de espalda, Ingen ni los miraba. Y desde que habían empezado a crecer, ya ni la abrazaba. Su madre, en cambio, era una mujer elegante, distinguida, que se veía muy bien con cualquier cosa que se pusiera. Para ella, las apariencias eran lo de menos. Una mente brillante, una personalidad atrayente, eso hacía destacar a una persona, pero claro, ella tenía un busto de tamaño normal y no uno XXX.Extrañaba los días de la infancia donde nada de eso importaba y niñas y niños jugaban como iguales. Ella incluso había aprendido a amar los videojuegos porque sabía lo mucho que Ingen los amaba y compartir algo especial con él la hacía feliz. Habían salido campeones del torneo de Extreme Revenge online. Luego miraba su busto enorme