—Por lo menos la cena está rica —dijo Sam.Tenía su plato lleno de verduras y algo parecido a una hamburguesa, también de verduras. Vlad tenía un humeante y jugoso filete. Olía muy bien y a ella se le hacía agua la boca, pero ya llevaba varias semanas de cero carne, un paso más en su cruzada vegetariana.—Comiendo sólo pasto te pondrás debilucha y necesitas mucha energía para lidiar conmigo. Prueba un bocado de mi filete. Sam cerró los ojos, negándose siquiera a mirar el trozo que Vlad le ofrecía. —Vamos, Sam, abre la boca. Hazlo por mí. Si fuera langosta, te la devorarías. —Esa era la Sam del pasado. Podría comerme una de esas setas que acompañan tu filete. Ensartó una con su tenedor, la untó bien en la salsa que bañaba la carne y la saboreó. Suave, blanda, se deshizo en su boca como chocolate. Tantos sabores y tan intensos. Comparado con eso, lo que había en su plato era pasto. Quiso llorar. No lo hizo y siguió comiendo sus verduritas desabridas. Todo era por un bien mayor: la
—Acabo de ver un pecho de Eva —confesó Vlad, con cierta indignación. El cuerpo femenino era hermoso, pero él no debía ver el de la que era su cuñada. Había códigos éticos, valores morales, muestras mínimas de respeto y decencia que él conocía muy bien aunque a su hermano le importaran un carajo.—No fue a propósito, sólo la miré y ¡zas! Tenía el pecho afuera para alimentar a Caleb. Me siento como un degenerado. —No te preocupes, Vlad. No te sientas culpable. Yo vi a Caín completamente desnudo, tú relájate —dijo Sam, revisando su cámara. Ese no era el punto. Ella no entendía nada y se esmeraba en arruinarle la mañana con información inmunda que él no había pedido. No importaba que ahora fuera su esposa, no importaba cuantas veces follaran, jamás se borraría el hecho de que ella y su hermano habían tenido una relación. Se bebió su café de un trago y fue al mesón a prepararse otro. Él debía estar en su trabajo, pero había decidido acompañar a Sam a una sesión de fotos nada más y nada
En su habitación, Ingen se miraba al espejo. Luego de probar muchas combinaciones, por fin había quedado a gusto con la ropa escogida, al menos lo suficiente para salir a la calle. Su estilo era una mezcla entre juvenil y sobrio difícil de lograr. Últimamente las dudas sobre su apariencia habían regresado. —Mi cabello se ve raro —decía.—El cabello es lo de menos, Ingen. Lo importante es la actitud. Una actitud ganadora trasciende más allá de las apariencias y te asegurará la victoria —dijo Vlad. Ingen sólo quería ir al cine con una chica, no conquistar el mundo. Todavía. —Tal vez está muy ordenado —dijo Sam, sacudiéndoselo—. Así me peino yo. Ambos rieron, igual de despeinados. Sí, así estaba perfecto. ¡Qué sería del mundo sin Sam! —¿Y qué tipo de película verán? —preguntó ella— ¿Una romántica? —No es recomendable ver una película romántica en la primera cita —dijo Vlad—. Podría creer que la estás presionando. —A menos que eso sea lo que ella quiera —agregó Sam—. En mi primera
Ivette se miró al espejo, no muy conforme. La pubertad la había tratado con gentileza, eso le decía su tía. "Un busto enorme es la envidia de cualquier mujer", decía ella. "Te traerá los favores de los hombres". Sí, claro, hasta el momento sólo le había traído dolores de espalda, Ingen ni los miraba. Y desde que habían empezado a crecer, ya ni la abrazaba. Su madre, en cambio, era una mujer elegante, distinguida, que se veía muy bien con cualquier cosa que se pusiera. Para ella, las apariencias eran lo de menos. Una mente brillante, una personalidad atrayente, eso hacía destacar a una persona, pero claro, ella tenía un busto de tamaño normal y no uno XXX.Extrañaba los días de la infancia donde nada de eso importaba y niñas y niños jugaban como iguales. Ella incluso había aprendido a amar los videojuegos porque sabía lo mucho que Ingen los amaba y compartir algo especial con él la hacía feliz. Habían salido campeones del torneo de Extreme Revenge online. Luego miraba su busto enorme
Vlad suspiró y se aferró la cabeza. Los dos años que llevaba de casado con Sam habían sido, por lejos, los más felices de su vida, llenos de prosperidad y dicha. La empresa iba mejor que nunca, su patrimonio se había multiplicado, Sam era una fotógrafa prestigiosa y le llovían las ofertas de trabajo. Era un sueño. Sus vidas eran un sueño y ahora se iban a convertir en pesadilla.Todo estaba desmoronándose y no podía hacer nada para evitarlo. Había fracasado en proteger su matrimonio y su felicidad. Había perdido el poder y el control de todo. —¡Felicidades, Vlad, hermano! Esto hay que celebrarlo —dijo Evan. Semejante noticia merecía que abrieran su vino más caro y exclusivo, herencia de su abuelo. La felicidad que sentía no era reflejo de la expresión de Vlad, que más parecía un condenado a muerte. Debía estar en shock. —No sé qué voy a hacer, Evan. Esto es catastrófico, me va a dar un infarto. Me falta el aire. —¡No seas dramático, Vlad! Toma un trago, eso te ayudará. —Yo no pue
—Esa mujer me está coqueteando. A las pocas semanas de embarazo, Sam había empezado a practicar yoga para embarazadas. Había sido recomendación de su maestra Paloma Blanca y ya llevaba cuatro meses asistiendo. Algunas sesiones eran para ambos padres y Vlad la acompañaba. "Yo puedo pagar para que la maestra venga a casa", había dicho él, "¿Por qué tenemos que estar con otras personas?""Precisamente para eso", había dicho ella. "Será bueno conocer a otros padres primerizos como nosotros".—¡Vlad, por Dios! Ella está con su esposo —le susurró Sam. Había al menos diez parejas en la sala, siguiendo las indicaciones de la maestra. —La matriz es una fuente de vida y energía, capaz de cambiar al mundo —decía ella—. Sentados así como están quiero que las madres apoyen la espalda en el pecho de los padres y respiren al unísono. Primero sincronizarán sus respiraciones, luego sus ritmos cardíacos y se dejarán envolver por la energía de la matriz. —¿Qué hacemos con las manos? —preguntó Vlad.
—¿No que no le gustaban las salchichas? —dijo Vlad por lo bajo.Ivette ya estaba devorándose la segunda. Salchichas y papas fritas, eso habían preparado. También unas verduras salteadas, para compensar la subida de colesterol. Sam le dio un codazo. —¿Y cómo se llamará su hija? —preguntó Ivette. —Shén de chéngfá (castigo de los dioses) —dijo Vlad—. Es un nombre chino que significa: "la hija más amada".—¿Por qué chino? —preguntó Ingen. —Tenemos mucho aprecio por esa cultura y sus maravillosas invenciones —contó Vlad. Sam se atoró con su jugo. —Es algo largo —opinó Ivette.—Le diremos "Shenita" —agregó él, saboreando una papa grasosa y maligna. Deliciosa. —No le hagan caso. Se llamará Sofía o Amelia —aclaró Sam. —Shenita se oye bonito —dijo Ingen, riendo. —Ya somos dos contra una —dijo Vlad—. Shenita Sarkov Reyes. Se oye distinguido y elegante. Sam e Ivette rodaron los ojos. —¿Qué cosa asquerosa están comiendo? El olor a fritura se siente desde la sala. —Anya miró con repugn
Atardecía y casi todos los trabajadores se habían retirado de INVERGRUP, excepto los guardias, que venían llegando al cambio de turno. Excepto Ken, que revisaba unos planos en su laboratorio. Allí nacía cada nuevo robot de la empresa, de su prodigiosa mente llena de circuitos y señales y de las de sus ingenieros. Era un maternidad. Él no era una madre, claro que no. Humildemente allí se sentía como un dios.Fue al mesón y corrigió unos circuitos, mirando los planos. —BIP, necesito un diodo Zener.A su lado llegó un robot que parecía una pequeña cajonera. Tenía una pantalla táctil en la parte superior y múltiples gavetas en el frente y costados. Una de ellas se abrió ante la petición de Ken y el rubio sacó lo que quería. Y así con cada cosa que le pedía. Ordenó algunos artículos en los estantes y acomodó a los prototipos de los IHR, sus robots humanoides más avanzados. Cuando su padre aún vivía, INVERGROUP era sólo Importaciones INVER, dedicados a la venta de artículos tecnológicos.