Un día y seis horas, eso había pasado Vlad volviendo a ser soltero y sin tener noticias de Sam. La infame ni siquiera se había molestado en mandarle un mísero mensaje dándole explicaciones o suplicándole perdón, nada. Pese a ello, le sorprendía lo bien que estaba lidiando con el horror de una hermosa relación deshecha, un matrimonio cancelado y todos sus sueños del futuro destruidos. Supuso que, estar enfadado con Sam, menguaba el pesar de no tenerla cerca. Todo estaba bajo control. Si seguía así, ya ni falta le haría.—¡¿Treinta millones?! ¡¿Es lo que crees que vale este proyecto?! ¡¿Acaso en empresas Sarkov defecamos dinero y yo no me había dado cuenta?! —gritaba Vlad. Se oía desde el pasillo y hasta llegar al ascensor. Así había sido desde que llegara. —Está dentro del presupuesto, por eso yo...—¡Tú vas a ser amonestado por tu falta! ¡Y haré que te abran un sumario! No me extrañaría que estuvieras trabajando para la competencia y quisieras boicotearnos. —¡Claro que no, señor Sa
Frente al enorme jardín de la mansión Sarkov, todo plagado de las más bellas flores, Sam y Vlad dieron el sí y formalizaron su relación con el sagrado vínculo del matrimonio, rodeados de sus familiares y amigos.—No puedo creer que mi pequeña Samy ya sea una mujer casada —dijo Augusto Reyes, aferrando a la hija que sentía haber perdido para siempre—. Ahora ya jamás te veré. —Papá, no llores o me vas a hacer llorar a mí también. Además, dejé de vivir con ustedes a los dieciocho, así que nada cambiará. —No lo entiendes, Samy, no lo entiendes —dijo, aferrándose el pecho y alejándose para vivir su dolor en la soledad del jardín. —No le hagas caso, hija. Ya sabes cómo es tu padre. Déjamelo a mí, ya verás como pronto se le pasará. Sam asintió y abrazó a su madre. —Al final lo lograste, Vlad. Tienes mis respetos —dijo Caín, estrechándole la mano y palmeándole el hombro al flamante novio. —Tarde o temprano consigo lo que quiero, ya deberías saberlo, Maximov. Sam es mía desde la primera
—¡Atención todos! Quiero hacer un brindis por mi hija y su esposo —dijo Augusto, con una sonrisa radiante y el pecho inflado de orgullo—. Como todos saben, Majo y yo no tuvimos más hijos —dijo él, mirando a una emocionada Sam—. No habríamos aguantado a otra como ella.Todos rieron, menos Sam, que hizo un puchero. —Probablemente yo estaría calvo, Majo obesa y los hoteles en la ruina. Nuevas risas. —Lo importante es que, pese a las dificultades, a nuestros errores y/o malas decisiones, nuestra querida Sam nos ha llenado de orgullo, aunque haya rechazado dirigir un imperio económico a cambio de la fotografía. Tu madre y yo te amamos, Sam y no te cambiaríamos por ninguna otra hija, por muy obediente o lista que fuera. Siempre serás nuestra Samy. La novia abrazó a sus padres y unas cuantas lágrimas se le salieron. Era todo muy emotivo, pensaba Vlad, consciente de que ahora era su Samy y no la de ellos. Le sonrió a su suegro. La fiesta para él ya había terminado hacía mucho, pero seguía
Sam y Vlad entraron al hotel en que se hospedarían por una semana. Venían llegando del aeropuerto.—Cámbiate rápido, Vlad. El tour empieza en media hora —dijo ella, mientras buscaba prendas más ligeras en su maleta. Era una época muy calurosa en Camboya y el calor húmedo era bastante incomodo. —Sabes que, mientras más tardes en pagar tu deuda, los intereses aumentarán —dijo él. Sacó de mala gana una camiseta. —Eso lo aprendí en el primer semestre de mi carrera de sirvienta superviviente profesional. Vlad la miró con extrañeza. De seguro y el calor espantoso ya le estaba afectando. —Además —agregó ella—, no sé de qué tanto te quejas. Ambos sabemos que te encantan los intereses. Eso no estaba en discusión, el punto era la paciencia. Sam debía haber cumplido la promesa de la noche de bodas hacía veinte horas con diecisiete minutos y contando.—Pues sí, pero no te aproveches de eso, Sam. Ya te di la alerta de embargo. Sam terminó de vestirse intentando dilucidar lo que las palabras
Tal vez Vlad había masticado más de lo que podía tragar. Tal vez no pensó bien en el tema de los embargos. Sin juguetes y sin pijama de cervatillo, estaba él también sucumbiendo a los horrores de la monotonía sexual.Pese a ello, no iba a echar pie atrás, no señor, no iba a mostrar debilidad frente a Sam. Ella se rendiría, ella le suplicaría piedad. —¡Tengo un calambre, Vlad! ¡Calambre! ¡Calambre! —gritó ella. Era el tercero en media hora. Vlad le estiró la pierna hasta que la dolencia pasó. —Si estás muy cansada, podemos volver. No esperaba que lo lograras a la primera. Luego de practicar senderismo por la mañana hasta dejarla exhausta, él se la llevó de excursión a una cueva. Siempre le pareció que la espeleología era muy interesante y había descendido a algunas. Sam escalaba montañas, era bueno que también conociera la parte opuesta, las profundidades a las que podía caer por ser tan bruta y creerse tan lista. Se tenía bien merecidos los calambres. Sin embargo, no quería que se
—Recuerda que la exposición es a las seis —dijo Sam, sentándose junto al portátil de Vlad.Los primeros meses de matrimonio habían ido estupendamente, sólo les faltaba compatibilizar sus vidas personales con el nuevo vínculo, pero Sam, que era tan buena dialogando, solía hallar siempre las palabras adecuadas para alcanzar acuerdos. Sus habilidades orales eran destacadas y dejaban a Vlad sin argumentos. —Ya reagendé lo que tenía para la tarde, amor. Ahí estaremos —dijo él, sin perder detalle de su bella esposa, pese a tener decenas de documentos por revisar acumulándose en su bandeja de entrada. —Y que luego iremos a cenar con Félix y su nuevo novio. —Claro que sí, Sam. Tus amigos son mis amigos. Me encantará pasar mi valioso tiempo con ellos —dijo él, con su sonrisita cínica y encantadora. Sam le cogió el rostro entre las manos y lo besó. Él haría todo por su esposa y su boca deliciosa. —¿Quieres un café? Iré por uno para mí. —Siempre y cuando lo prepares tú, Sam, sabes cuánto a
—Si hay alguien a quien detesto es a la gente impuntual —decía Vlad.Quince minutos llevaban esperado a Félix en el restaurante y ni luces de él y su novio. —Relájate, Vlad. Todo el mundo llega tarde alguna vez —decía Sam. —Yo no, nunca. —No todos son tan rigurosos con el tiempo como tú. —Si lo hicieran, el mundo sería un lugar mucho mejor, te lo aseguro. Ya quisiera ver ella ese mundo lleno de Vlads. Ningún cervatillo podría respirar en paz. —Genial —dijo él, mirando su teléfono—. Markus dice que vio a Mika en el estacionamiento. La muchacha se había comportado en el matrimonio, pero porque Evan había estado sobre ella. Además, la numerosa y excéntrica familia de Sam espantaba a cualquiera. Ahora, rodeados de desconocidos, ella sentiría la libertad de hacer un escándalo. Mika entró, los vio y caminó directo hacia su mesa. —¡Vlad, qué sorpresa! —dijo ella, apoyándole una mano en el hombro. Cortésmente Vlad se levantó y la saludó de un beso en la mejilla. Había que ser amable
—Por lo menos la cena está rica —dijo Sam.Tenía su plato lleno de verduras y algo parecido a una hamburguesa, también de verduras. Vlad tenía un humeante y jugoso filete. Olía muy bien y a ella se le hacía agua la boca, pero ya llevaba varias semanas de cero carne, un paso más en su cruzada vegetariana.—Comiendo sólo pasto te pondrás debilucha y necesitas mucha energía para lidiar conmigo. Prueba un bocado de mi filete. Sam cerró los ojos, negándose siquiera a mirar el trozo que Vlad le ofrecía. —Vamos, Sam, abre la boca. Hazlo por mí. Si fuera langosta, te la devorarías. —Esa era la Sam del pasado. Podría comerme una de esas setas que acompañan tu filete. Ensartó una con su tenedor, la untó bien en la salsa que bañaba la carne y la saboreó. Suave, blanda, se deshizo en su boca como chocolate. Tantos sabores y tan intensos. Comparado con eso, lo que había en su plato era pasto. Quiso llorar. No lo hizo y siguió comiendo sus verduritas desabridas. Todo era por un bien mayor: la