"¿Quieres que hagamos nuevos recuerdos juntos?"Esa fue la pregunta con la que comenzaría la nueva vida de Sam y Vlad. Los nuevos recuerdos nunca estaban de más, sobre todo si eran tan deliciosamente perversos como los que ellos hacían.Terminado el cumpleaños de Ingen y sumando al festejo el compromiso, ellos se retiraron a descansar. "Descansar" en realidad, porque se dedicaron a gastar energías en vez de preservarlas. Había toda una colección de juguetes que Vlad debía estrenar con Sam. Las bolas chinas tenían ahora toda una familia compuesta por artilugios diabólicos y los aliados se habían multiplicado. Tendrían que dosificar para que su futuro matrimonio no se volviera monótono. —¿Vamos a vivir aquí? —preguntó Sam. Ella nunca tuvo una casa, un lugar al que llegar y que pudiera llamar "su hogar". Se la pasaba de hotel en hotel, dependiendo del clima o la temporada y siempre le hizo falta donde echar raíces. Vlad, en cambio, luego de cada una de sus fugas, siempre acababa regre
9:30 pm, salón de eventos de uno de los hoteles Reyes-Vidaurre—¡Mucha ropa! —gritó Sam, alzando su jarra de cerveza.En el escenario, Caín se quitó la camiseta y se la lanzó. Poseída por un fervor casi religioso y varios grados de alcohol en la sangre, ella le lanzó la suya y se puso la de su ídolo. El hombre arrancó más gritos cuando deslizó la prenda seductoramente por su cuerpo. Estaba en mejor forma que antes. Enfocado en superar la cicatriz que le marcaba el vientre, había intensificado su rutina de ejercicios. No tenía un cuerpo esculpido por los dioses, él era uno de esos dioses. —Tu esposo está como quiere, Eva —dijo Sam, cogiendo otra cerveza—. Ni siquiera se le nota que fue padre hace poco. Eva rio. Como estaba amamantando no podía embriagarse y tomó un sorbo de su cerveza sin alcohol. Ser la sobria del grupo tenía sus ventajas, era consciente de cada barbaridad que ocurría a su alrededor y en una despedida de solteras ocurrían muchas. Sin mencionar el material para futuro
—Este vestido es demasiado pesado —dijo Sam, mirándose al espejo.Había ido a probarse el vestido de novia. Sólo su madre iba a acompañarla en un principio, pero Anya estaba tan entusiasmada que no pudo decirle que no. Vlad era el segundo hijo que se le casaba, sin embargo, el cruel Maximov la había privado de todos los inolvidables momentos de encargarse de los preparativos y todavía faltaba mucho para el turno de Ingen. Por eso, quería participar en todo cuanto fuera posible. —¡Pero es precioso! —exclamó Anya. Era uno de los modelos que ella había sugerido: fino, elegante, distinguido y recatado. Una oda a los vestidos de novia. —Es muy incómodo —siguió diciendo Sam, levantando el abultado faldón para caminar. —Lo usarás sólo unas horas, Sam querida. —Acabará tropezándose —dijo Majo—. Ya le pasó una vez, para una fiesta de año nuevo cuando era pequeña. —Me tumbé dos dientes —agregó Sam. —¡Qué espanto! Escoge algo cómodo entonces. La trivial tarea que Sam creyó que duraría co
Un día y seis horas, eso había pasado Vlad volviendo a ser soltero y sin tener noticias de Sam. La infame ni siquiera se había molestado en mandarle un mísero mensaje dándole explicaciones o suplicándole perdón, nada. Pese a ello, le sorprendía lo bien que estaba lidiando con el horror de una hermosa relación deshecha, un matrimonio cancelado y todos sus sueños del futuro destruidos. Supuso que, estar enfadado con Sam, menguaba el pesar de no tenerla cerca. Todo estaba bajo control. Si seguía así, ya ni falta le haría.—¡¿Treinta millones?! ¡¿Es lo que crees que vale este proyecto?! ¡¿Acaso en empresas Sarkov defecamos dinero y yo no me había dado cuenta?! —gritaba Vlad. Se oía desde el pasillo y hasta llegar al ascensor. Así había sido desde que llegara. —Está dentro del presupuesto, por eso yo...—¡Tú vas a ser amonestado por tu falta! ¡Y haré que te abran un sumario! No me extrañaría que estuvieras trabajando para la competencia y quisieras boicotearnos. —¡Claro que no, señor Sa
Frente al enorme jardín de la mansión Sarkov, todo plagado de las más bellas flores, Sam y Vlad dieron el sí y formalizaron su relación con el sagrado vínculo del matrimonio, rodeados de sus familiares y amigos.—No puedo creer que mi pequeña Samy ya sea una mujer casada —dijo Augusto Reyes, aferrando a la hija que sentía haber perdido para siempre—. Ahora ya jamás te veré. —Papá, no llores o me vas a hacer llorar a mí también. Además, dejé de vivir con ustedes a los dieciocho, así que nada cambiará. —No lo entiendes, Samy, no lo entiendes —dijo, aferrándose el pecho y alejándose para vivir su dolor en la soledad del jardín. —No le hagas caso, hija. Ya sabes cómo es tu padre. Déjamelo a mí, ya verás como pronto se le pasará. Sam asintió y abrazó a su madre. —Al final lo lograste, Vlad. Tienes mis respetos —dijo Caín, estrechándole la mano y palmeándole el hombro al flamante novio. —Tarde o temprano consigo lo que quiero, ya deberías saberlo, Maximov. Sam es mía desde la primera
—¡Atención todos! Quiero hacer un brindis por mi hija y su esposo —dijo Augusto, con una sonrisa radiante y el pecho inflado de orgullo—. Como todos saben, Majo y yo no tuvimos más hijos —dijo él, mirando a una emocionada Sam—. No habríamos aguantado a otra como ella.Todos rieron, menos Sam, que hizo un puchero. —Probablemente yo estaría calvo, Majo obesa y los hoteles en la ruina. Nuevas risas. —Lo importante es que, pese a las dificultades, a nuestros errores y/o malas decisiones, nuestra querida Sam nos ha llenado de orgullo, aunque haya rechazado dirigir un imperio económico a cambio de la fotografía. Tu madre y yo te amamos, Sam y no te cambiaríamos por ninguna otra hija, por muy obediente o lista que fuera. Siempre serás nuestra Samy. La novia abrazó a sus padres y unas cuantas lágrimas se le salieron. Era todo muy emotivo, pensaba Vlad, consciente de que ahora era su Samy y no la de ellos. Le sonrió a su suegro. La fiesta para él ya había terminado hacía mucho, pero seguía
Sam y Vlad entraron al hotel en que se hospedarían por una semana. Venían llegando del aeropuerto.—Cámbiate rápido, Vlad. El tour empieza en media hora —dijo ella, mientras buscaba prendas más ligeras en su maleta. Era una época muy calurosa en Camboya y el calor húmedo era bastante incomodo. —Sabes que, mientras más tardes en pagar tu deuda, los intereses aumentarán —dijo él. Sacó de mala gana una camiseta. —Eso lo aprendí en el primer semestre de mi carrera de sirvienta superviviente profesional. Vlad la miró con extrañeza. De seguro y el calor espantoso ya le estaba afectando. —Además —agregó ella—, no sé de qué tanto te quejas. Ambos sabemos que te encantan los intereses. Eso no estaba en discusión, el punto era la paciencia. Sam debía haber cumplido la promesa de la noche de bodas hacía veinte horas con diecisiete minutos y contando.—Pues sí, pero no te aproveches de eso, Sam. Ya te di la alerta de embargo. Sam terminó de vestirse intentando dilucidar lo que las palabras
Tal vez Vlad había masticado más de lo que podía tragar. Tal vez no pensó bien en el tema de los embargos. Sin juguetes y sin pijama de cervatillo, estaba él también sucumbiendo a los horrores de la monotonía sexual.Pese a ello, no iba a echar pie atrás, no señor, no iba a mostrar debilidad frente a Sam. Ella se rendiría, ella le suplicaría piedad. —¡Tengo un calambre, Vlad! ¡Calambre! ¡Calambre! —gritó ella. Era el tercero en media hora. Vlad le estiró la pierna hasta que la dolencia pasó. —Si estás muy cansada, podemos volver. No esperaba que lo lograras a la primera. Luego de practicar senderismo por la mañana hasta dejarla exhausta, él se la llevó de excursión a una cueva. Siempre le pareció que la espeleología era muy interesante y había descendido a algunas. Sam escalaba montañas, era bueno que también conociera la parte opuesta, las profundidades a las que podía caer por ser tan bruta y creerse tan lista. Se tenía bien merecidos los calambres. Sin embargo, no quería que se