Lo inesperado

Katya despertó al día siguiente en una cama vacía. No había señales de Egan por ningún lado, pero la almohada a su lado seguía tibia y ella, que recuerde, se había quedado dormida en el suelo, llorando y esperando por Egan.

Al parecer había regresado a casa en algún momento y, también, se había despertado antes que ella.

Katya decidió levantarse y salir a comer algo. El día estaba nublado, dándole a la casa un aspecto gris. Egan no estaba en ningún lado, pero Argus estaba de pie en su posición estoica fuera de la oficina de él. Katya se encaminó hacia él, pero cuando intentó darle a la perilla, Argus detuvo su mano.

– Yo no lo haría, si fuera tú –le advirtió Argus, con una mirada acongojada miraba a Katya con pesar–. Él está muy malhumorado desde ayer y no creo que quieras verlo en su peor faceta.

Katya suspiró, bajando su mano en rendición y mirando la puerta con necesidad. Ella quería hablar con él, quizás aclarar lo que hacía sucedido ayer. Pero quizás debía darle su espacio, esper
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