Katya salió de su consulta llena de emoción. Se fue inmediatamente hacia el patio, donde era la última vez que había visto a Argus y a Sylvana. Apretando a su alrededor su ropa de invierno, Katya los encontró cerca de los juegos en el patio vigilando a los niños jugar. Sylvana estaba literalmente temblando, mientras que Argus intentaba salvarla de lo peor del frío manteniendo su distancia por los jóvenes niños presentes.Cuando Katya llegó al patio, Argus y Sylvana la vieron a la distancia. Solo que una niña pequeña detuvo a Katya antes de eso.– Doctora Katya –era Kira, que con rapidez se guindó de las piernas de Katya y detuvo su marcha–. Feliz navidad, ¿quiere que le de su regalo ya?Katya le sonrió con ternura a la pequeña niña, acariciándole sus rizos rubios.– Kira, aún no es navidad. Eso es mañana –Kira le hizo un puchero a Katya, soltándola para cruzar los brazos sobre su pecho, enfadada–. Oh, vamos, no te pongas así. Mañana podrás darme mi regalo y yo te daré el tuyo.Los ojo
– En fin –dijo Ivan–, no quiero hablar más de Egan. ¿Qué tal si nos sentamos un rato a beber y platicar? He traído una botella muy buena desde Italia. Que valga la pena todo el trabajo para persuadir al aeropuerto para que no me la quitaran.Katya sonrió, intentando sacar a Egan de su mente. Parecía estar ese día más presente que nunca, quizás en parte por la noticia del género del bebé o porque era navidad. Si ellos siguieran juntos, hubiese sido su primera navidad juntos. Pero no tenía importancia ahora, y Katya debía mentalizarse eso.– Podemos ir a mi consultorio, allí las monjas no pondrán decirnos nada si bebemos. –Sugirió Katya, a lo que Sylvana, Argus e Ivan asintieron. Los tres se encaminaron por los desiertos pasillos. La tarde estaba cayendo cada vez más rápido y en unas horas sería la cena de navidad con los niños. Sería increíble, porque con las donaciones de Sylvana y de Ivan, así como con la ayuda que Katya y Argus habían ofrecido esas últimas semanas, el lugar se veía
Egan, quien Katya creyó que molería a golpes a su amigo hasta dejarlo inconsciente, por primera vez decidió tomar el camino pasivo.– Te gradezco por ser tan ferozmente protector con Katya; te agradezco porque te encargaste de que estuviese a salvo estos meses –dijo Egan, había algo diferente en su voz, parecía que le costaba decir las palabras–. Pero ya estoy aquí y no me iré sin hablar con Katya primero. Así que o te vas por las buenas con Boris o ya no estaré en gratitud contigo, Ivashkov.Katya sabía lo que venía. Una pelea inminente, un derramamiento de sangre quizás. Por lo que decidió tocar suavemente el brazo de Ivan e intentar convérselo antes de que algo malo sucediera. – Vete, Ivan, yo puedo con esto.Ivan estaba negando con su cabeza antes de que Katya hablara.– No te dejaré –Ivan estaba enfadado, apretaba sus labios y su rostro empezaba a enrojecer–. Por algo te fuiste de Italia, por algo te alejaste de este maniaco. ¿Repetirás el mismo error de dejar que él te convenza?
– Y una vez tengas tu hija, ser una familia si estás dispuesta. Ella nunca se enterará del trabajo de su padre: irá a la escuela, tendrá amigos e iré a clase de ballet por la tarde. Y nunca, pero nunca dejaré que se involucre en mi mundo. Solo déjame estar junto a ti, por favor.Las últimas lágrimas recorrían las mejillas de Katya mientras escuchaba a Egan hablar.Él estaba rendido a sus pies, con una mano en su vientre y la otra postrada en el suelo. Egan siempre le había dicho que ella era su reina, y Katya siempre creyó que era porque ella era hermosa. Pero ahora, tenía la sensación de que Egan no le decía que era una reina específicamente por eso: le decía que era reina porque él estaba dispuesto a hincarse ante ella, de rendirlo su mundo entero a sus pies.– Egan...– Solo una última oportunidad, Katya –suplicó Egan–. Y está bien si dices que no, pero tienes que saber que de todas formas no me rendiré. Eres lo mejor que me ha pasado en un buen tiempo y no pienso simplemente deja
Egan y Katya duraron unos minutos abrazados, pero cuando ella se levantó del suelo y se sacudió la ropa, Egan la miraba con un rostro preocupado.– Entiendo que vamos a ir lento –expuso Egan–, pero no quiero que duermas aquí. Estoy quedándome en un hotel a tres calles: podría pedir una habitación para ti allí. Estarías más comoda, podría ayudarte más con el embarazo desde allá. Entenderás que no es común o, al menos, normal que un hombre adulto pase tanto tiempo en un monasterio que además es orfanato.Katya le sonrió a Egan, le encantaba que él la tratara tan dulcemente. Como si ella fuese una tacita de vidrio que él debía proteger.– Estoy bien aquí –repuso Katya–: tengo mi propia habitación y estoy en el lugar donde crecí. A veces me espanta la cantidad de cuadros de Jesús que te miran por los pasillos, pero creo que estaré bien.Egan asintió. Katya estaba segura que él no estaba de acuerdo, que le molestaba en cierto nivel que ella no aceptara su oferta, pero Katya ya se había aco
– Entonces, conseguiste un correo en mi laptop, ¿y nunca se te ocurrió preguntarme? –A Katya en verdad le molestaba que Egan no hubiese confiado en ella, pero entendía que eso había sucedido en el pasado y debía quedar en el pasado.Egan frunció su boca, contrariado.– Te pregunté un par de veces, solo que no exactamente –se excusó Egan–. Solo te hacía preguntas indirectas para ver si tu rostro revelaba que eras culpable.Katya sacudió sus manos. Ellos se habían quedado en el comedor un rato más de lo usual ese día. Era la medianoche de navidad y todos los pequeños estaban durmiendo, mientras que los voluntarios, las monjas, Katya y Egan se habían quedado despiertos dejando algunos regalos bajo el árbol.– Eres increíble, de verdad –exclamó Katya con sarcasmo–. Y supongo que no descubriste mucho.El rostro de Egan se contorsionó. Parecía culpable.– Solo creí que eras una muy buena actriz, fingiendo inocencia. Tienes que ponerte en mi posición: era demasiado obvio como esa evidencia t
Katya se mordió el labio, intentando contener una sonrisa de tonta enamorada.– ¿Podemos sentarnos, por favor? –Pidió Katya–. Me están matando las piernas.Egan estuvo de acuerdo, y con extrema rapidez llevó a Katya hasta una banca cercana. Allí él le sonrió, preguntándole si así estaba mejor. Estuvieron un rato en silencio, viendo las personas pasar y disfrutando de ese día no tan nublado como los anteriores.– ¿Por qué no tienes una cuenta de banco, Katya? –Preguntó Egan de pronto, continuando con la conversación que habían dejado a medias hace unos días.Katya se encogió de hombros.– Nunca la necesité, para empezar. Mientras estudiaba en la universidad, seguía viviendo con mi madre. Ella me mantenía mientras estuviese estudiando, y cuando tenía vacaciones o descansos extensos, buscaba empleos con personas de confianza. Usualmente me pagaban en efectivo porque no era tanto dinero –le respondió a Egan–. Después, cuando me gradué, Ivan y yo decidimos irnos de una vez, empezar desde c
Era la semana 34 del embarazo de Katya, ella cada día parecía más impaciente con la bebé. Impaciente, estresada, ansiosa y un sinfín de emociones más. Egan la había llevado a comprar algunas cosas para su llegada. Al enterarse que era niña, lo primero que hizo fue comprarle mucha ropa, gorritos, chupetes y mantitas. Egan la observaba con una sonrisa al verla tan emocionada abriendo cada bolsa. Ivan y Argus estaban ayudándola a sacar las cosas nuevas del bebé, mientras ella las doblaba y con mucha organización les ordenaba a los demás como guardarlo. Egan reía cada vez que Katya contrariaba a Ivan por el orden en que ordenaba la ropa. – Por un lado las medias, los baberos y los gorritos, por el otro la camisa por orden de tamaño y tallas –le ordenaba Katya una y otra vez, Ivan solo fruncía su boca pues no parecía entenderlo bien–. Es decir, Ivan, necesito saber diferenciar qué ropa puede usar la bebé cuando tenga dos meses, a cuando tenga ocho. Argus contuvo una carcajada. – ¿No qu