Vida color emoción

– Entonces, conseguiste un correo en mi laptop, ¿y nunca se te ocurrió preguntarme? –A Katya en verdad le molestaba que Egan no hubiese confiado en ella, pero entendía que eso había sucedido en el pasado y debía quedar en el pasado.

Egan frunció su boca, contrariado.

– Te pregunté un par de veces, solo que no exactamente –se excusó Egan–. Solo te hacía preguntas indirectas para ver si tu rostro revelaba que eras culpable.

Katya sacudió sus manos. Ellos se habían quedado en el comedor un rato más de lo usual ese día. Era la medianoche de navidad y todos los pequeños estaban durmiendo, mientras que los voluntarios, las monjas, Katya y Egan se habían quedado despiertos dejando algunos regalos bajo el árbol.

– Eres increíble, de verdad –exclamó Katya con sarcasmo–. Y supongo que no descubriste mucho.

El rostro de Egan se contorsionó. Parecía culpable.

– Solo creí que eras una muy buena actriz, fingiendo inocencia. Tienes que ponerte en mi posición: era demasiado obvio como esa evidencia t
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