La invasión

– Egan, ¿qué tipo de huida hacemos? –Preguntó Argus, rígido como un soldado.

Katya parpadeó repetidamente. – ¿Volviste a trabajar para él?

Argus frunció su boca, mirando a Katya con pena.

– Nunca dejé de hacerlo –Katya sintió que su boca se abría de golpe–. Egan me dijo que te siguiera, que te cuidara. Yo seguía bajo su nómina, nunca me despidió ni renuncié. La última orden que recibí de Egan era abandonarlo a él y seguirte para mantenerte segura.

La respiración de Katya se había vuelto superficial y rápida, mirando entre un sinvergüenza Egan y un culpable Argus.

– ¿Y por qué nunca le dijiste a Egan dónde estábamos?

Argus se encogió de hombros. – Lo primero que me pediste cuando nos encontramos, fue que no le dijera. Cumplí con mi palabra.

Katya se sintió agradecida con Argus, pero olvidó todo buen sentimiento cuando las paredes volvieron a vibrar y el ruido de un derrumbe. Aquello activó a Egan, a Argus y a Boris, quienes se miraron significativamente por un instante.

– Señor, el aut
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