Menos a ella

– Dame una semana más, por favor –suplicó el pobre hombre–. Señor Caruso, tenga piedad.

Egan simplemente levantó una ceja, mirando al prisionero desde su asiento. Egan había liberado uno a uno los prisioneros de su calabozo subterráneo. Con los que tenía cosas pendientes, intentaba solucionarlos; con los que tenía fallas graves, simplemente los exiliaba de la mafia Caruso.

Egan se apretó la nariz y suspiró. ¿Qué hubiese querido Katya que él hiciera si hubiese estado aquí? Ella sin duda le hubiese dicho que tuviese clemencia. – Veinticuatro horas, solo veinticuatro para que saldes tu deuda. El resto irá al banco de favores.

Egan miró con repugnancia al hombre sentado frente a él. Sucio, desnutrido y completamente desquiciado. Y pensar que Katya estuvo unos días encerrada en esa prisión. Ella no se lo merecía; estos tipos, por el contrario, probablemente sí.

– ¡Gracias, muchas gracias, señor Caruso! –Algunos de esos hombres llevaban encerrados allí desde que el padre de Egan seguía vivo
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