– Dame una semana más, por favor –suplicó el pobre hombre–. Señor Caruso, tenga piedad.Egan simplemente levantó una ceja, mirando al prisionero desde su asiento. Egan había liberado uno a uno los prisioneros de su calabozo subterráneo. Con los que tenía cosas pendientes, intentaba solucionarlos; con los que tenía fallas graves, simplemente los exiliaba de la mafia Caruso.Egan se apretó la nariz y suspiró. ¿Qué hubiese querido Katya que él hiciera si hubiese estado aquí? Ella sin duda le hubiese dicho que tuviese clemencia. – Veinticuatro horas, solo veinticuatro para que saldes tu deuda. El resto irá al banco de favores.Egan miró con repugnancia al hombre sentado frente a él. Sucio, desnutrido y completamente desquiciado. Y pensar que Katya estuvo unos días encerrada en esa prisión. Ella no se lo merecía; estos tipos, por el contrario, probablemente sí.– ¡Gracias, muchas gracias, señor Caruso! –Algunos de esos hombres llevaban encerrados allí desde que el padre de Egan seguía vivo
Egan duró tres días para poder localizar a Artem, y cuando lo hizo no fue por una reunión privada que lo encontró. De hecho, ni siquiera fue en privado. Artem estaba ese día en la playa con sus nietos, tenía hombres custodiándolos por todos los lados. Estos hombres estaban camuflados como personas normales, pero Egan podía notar sus posturas tensas, los auriculares en sus oídos y sus armas escondidas. Boris le advirtió a Egan que no lo abordara como si nada, pues en Bari ninguno de los dos podía hacer demasiado. Así que Egan tomó la decisión más arriesgada que tomaría en su vida: le sacó las balas a su pistola FN y se bajó del auto sin escuchar las indicaciones de su guardaespaldas. La playa estaba tranquila, casi desolada en medio de aquel atardecer. Las olas suaves rompían en la orilla bajo los tobillos de los nietos de Artem. Eran dos niños pequeños más el anciano, y los tres reían por igual huyendo de la espuma del mar. Egan escuchó un ruido metálico, captó un movimiento en su v
Con un gruñido y girando sus ojos, Egan contestó la llamada.– ¡Qué momento más oportuno, primita! –Egan se sentía impotente.Estaba feliz de saber que Katya no había sido secuestrada ni esclavizada por Artem, pero eso solo lo devolvía al inicio donde no tenía ni la menor idea donde ella estaba pues ni siquiera estaba con su madre.– ¡El oportuno eres tú, Egan! –Gritó Sylvana, quien usualmente era dulce y hermosa, ahora sonaba furiosa a un nivel desproporcional–. ¡¿Estás pensando en ir a meterte otra vez en la guardia de Artem Anzola?! Te dejo cinco días solo, ¡¿y ya estás intentando que te maten otra vez?!Egan estaba a punto de quejarse, alegando que ella no era su mamá ni nada parecido. Pero otra duda surgió en su mente. ¿Cómo sabía ella que Egan había pensado ir a ver a Artem?Eso solo significaba que, ¿puede que el traidor seguía en su casa? No, claro que no. Ni Argus ni Katya estaban ya. Eso solo significaba que ¿era Elian?– ¿Cómo lo supiste?Egan escuchó el suspiro exasperado
Katya salió de su consulta llena de emoción. Se fue inmediatamente hacia el patio, donde era la última vez que había visto a Argus y a Sylvana. Apretando a su alrededor su ropa de invierno, Katya los encontró cerca de los juegos en el patio vigilando a los niños jugar. Sylvana estaba literalmente temblando, mientras que Argus intentaba salvarla de lo peor del frío manteniendo su distancia por los jóvenes niños presentes.Cuando Katya llegó al patio, Argus y Sylvana la vieron a la distancia. Solo que una niña pequeña detuvo a Katya antes de eso.– Doctora Katya –era Kira, que con rapidez se guindó de las piernas de Katya y detuvo su marcha–. Feliz navidad, ¿quiere que le de su regalo ya?Katya le sonrió con ternura a la pequeña niña, acariciándole sus rizos rubios.– Kira, aún no es navidad. Eso es mañana –Kira le hizo un puchero a Katya, soltándola para cruzar los brazos sobre su pecho, enfadada–. Oh, vamos, no te pongas así. Mañana podrás darme mi regalo y yo te daré el tuyo.Los ojo
– En fin –dijo Ivan–, no quiero hablar más de Egan. ¿Qué tal si nos sentamos un rato a beber y platicar? He traído una botella muy buena desde Italia. Que valga la pena todo el trabajo para persuadir al aeropuerto para que no me la quitaran.Katya sonrió, intentando sacar a Egan de su mente. Parecía estar ese día más presente que nunca, quizás en parte por la noticia del género del bebé o porque era navidad. Si ellos siguieran juntos, hubiese sido su primera navidad juntos. Pero no tenía importancia ahora, y Katya debía mentalizarse eso.– Podemos ir a mi consultorio, allí las monjas no pondrán decirnos nada si bebemos. –Sugirió Katya, a lo que Sylvana, Argus e Ivan asintieron. Los tres se encaminaron por los desiertos pasillos. La tarde estaba cayendo cada vez más rápido y en unas horas sería la cena de navidad con los niños. Sería increíble, porque con las donaciones de Sylvana y de Ivan, así como con la ayuda que Katya y Argus habían ofrecido esas últimas semanas, el lugar se veía
Egan, quien Katya creyó que molería a golpes a su amigo hasta dejarlo inconsciente, por primera vez decidió tomar el camino pasivo.– Te gradezco por ser tan ferozmente protector con Katya; te agradezco porque te encargaste de que estuviese a salvo estos meses –dijo Egan, había algo diferente en su voz, parecía que le costaba decir las palabras–. Pero ya estoy aquí y no me iré sin hablar con Katya primero. Así que o te vas por las buenas con Boris o ya no estaré en gratitud contigo, Ivashkov.Katya sabía lo que venía. Una pelea inminente, un derramamiento de sangre quizás. Por lo que decidió tocar suavemente el brazo de Ivan e intentar convérselo antes de que algo malo sucediera. – Vete, Ivan, yo puedo con esto.Ivan estaba negando con su cabeza antes de que Katya hablara.– No te dejaré –Ivan estaba enfadado, apretaba sus labios y su rostro empezaba a enrojecer–. Por algo te fuiste de Italia, por algo te alejaste de este maniaco. ¿Repetirás el mismo error de dejar que él te convenza?
– Y una vez tengas tu hija, ser una familia si estás dispuesta. Ella nunca se enterará del trabajo de su padre: irá a la escuela, tendrá amigos e iré a clase de ballet por la tarde. Y nunca, pero nunca dejaré que se involucre en mi mundo. Solo déjame estar junto a ti, por favor.Las últimas lágrimas recorrían las mejillas de Katya mientras escuchaba a Egan hablar.Él estaba rendido a sus pies, con una mano en su vientre y la otra postrada en el suelo. Egan siempre le había dicho que ella era su reina, y Katya siempre creyó que era porque ella era hermosa. Pero ahora, tenía la sensación de que Egan no le decía que era una reina específicamente por eso: le decía que era reina porque él estaba dispuesto a hincarse ante ella, de rendirlo su mundo entero a sus pies.– Egan...– Solo una última oportunidad, Katya –suplicó Egan–. Y está bien si dices que no, pero tienes que saber que de todas formas no me rendiré. Eres lo mejor que me ha pasado en un buen tiempo y no pienso simplemente deja
Egan y Katya duraron unos minutos abrazados, pero cuando ella se levantó del suelo y se sacudió la ropa, Egan la miraba con un rostro preocupado.– Entiendo que vamos a ir lento –expuso Egan–, pero no quiero que duermas aquí. Estoy quedándome en un hotel a tres calles: podría pedir una habitación para ti allí. Estarías más comoda, podría ayudarte más con el embarazo desde allá. Entenderás que no es común o, al menos, normal que un hombre adulto pase tanto tiempo en un monasterio que además es orfanato.Katya le sonrió a Egan, le encantaba que él la tratara tan dulcemente. Como si ella fuese una tacita de vidrio que él debía proteger.– Estoy bien aquí –repuso Katya–: tengo mi propia habitación y estoy en el lugar donde crecí. A veces me espanta la cantidad de cuadros de Jesús que te miran por los pasillos, pero creo que estaré bien.Egan asintió. Katya estaba segura que él no estaba de acuerdo, que le molestaba en cierto nivel que ella no aceptara su oferta, pero Katya ya se había aco