Katya había necesitado desde hace mucho decir todo eso, quizás aún tenía más cosas acumuladas, pero por los momentos eso era todo lo que necesitaba soltar. Parecía que había sido un globo muy lleno, que solo había necesitado soltar un poco de aire para recuperarse.Egan la miraba con una extraña sonrisa triste, casi aliviado en realidad. – Me hace sentir bien que aún está ahí esa Katya que amo –ella miró hacia otro lado, eso era solo la forma de Egan de hacerla sentir, de ablandarla para que ella volviese a caer en sus brazos y lo siguiera como un perrito faldero hasta su casa–. Por todo eso que sientes he venido: para que hablemos y lleguemos a un acuerdo. No pienso darte el divorcio ni acabar con el contrato, ¿de acuerdo? No estoy dispuesto a renunciar a ti. Eres mía y yo soy tuyo; así es como las cosas deben ser.Katya gimió.– Egan, esto no es sobre ti –Katya quería gritar, quería golpear algo–. Piensa por una vez que esto le hará bien a alguien que no seas tú. Por favor, solo déj
Con un asentimiento, Egan salió de la sala hacia el pasillo solo para encontrar que estaba desierto. Las luces parpadeaban y el silencio reinaba. Katya salió detrás de Egan al tiempo que él subía su arma para tener en el blanco a cualquier cosa que se moviera. Caminaron así por el pasillo, hasta que tuvieron que cruzar hacia la recepción en la entrada.La puerta de vidrio estaba hecha añicos, la recepción llena de agujeros de balas y, aunque no había ningún cadáver a la vista, Katya juró ver algunas manchas de sangre en el suelo.Katya levantó su mirada de los daños de la clínica, justo cuando sintió algo raro en su espalda. Al girarse, la figura de un hombre estaba a unos cuantos metros de ellos. Era Artem, de pie con todo su ejército respaldándolo y su arma apuntando a Katya.Ella jadeó de la sorpresa, lo que alertó inmediatamente a Egan. Él se giró como un rayo, llevando a Katya directamente sobre su espalda. Ella no lo veía correcto. Artem la quería era a ella, no a Egan. Él no po
3 meses después...– ¡Doctora Katya, doctora Katya! –Una pequeña vocecita gritó–. Doctora Katya, ábrame por favor.Katya no pudo evitar reír. Se levantó de su escritorio pidiéndole disculpa a su joven paciente. Katya se dirigió hacia la puerta de su consultorio y la abrió. Del otro lado, una pequeña niña de quizás unos seis años le esperaba con las manos abiertas en ofrenda. En ellas había una pequeña galleta con forma de árbol de navidad. La nena miraba a Katya con sus enormes ojos azules, las trencitas le rebotan mientras ella brincaba de la emoción.– Hola, Kira. –La saludó Katya, mientras sostenía la puerta abierta para que la niña entrara.– Doctora, aquí le manda la hermana Tasya –dijo Kira, dejando la galleta en las manos de Katya. Ella lo aceptó con una sonrisa, mientras veía como Kira miraba todo el consultorio a su alrededor, incluyendo al niño acostado en la camilla–. Hola, Jasha.El pequeño varón giró sus ojos mientras fijaba su mirada en el techo. – ¿Qué haces aquí, Kira?
– Dame una semana más, por favor –suplicó el pobre hombre–. Señor Caruso, tenga piedad.Egan simplemente levantó una ceja, mirando al prisionero desde su asiento. Egan había liberado uno a uno los prisioneros de su calabozo subterráneo. Con los que tenía cosas pendientes, intentaba solucionarlos; con los que tenía fallas graves, simplemente los exiliaba de la mafia Caruso.Egan se apretó la nariz y suspiró. ¿Qué hubiese querido Katya que él hiciera si hubiese estado aquí? Ella sin duda le hubiese dicho que tuviese clemencia. – Veinticuatro horas, solo veinticuatro para que saldes tu deuda. El resto irá al banco de favores.Egan miró con repugnancia al hombre sentado frente a él. Sucio, desnutrido y completamente desquiciado. Y pensar que Katya estuvo unos días encerrada en esa prisión. Ella no se lo merecía; estos tipos, por el contrario, probablemente sí.– ¡Gracias, muchas gracias, señor Caruso! –Algunos de esos hombres llevaban encerrados allí desde que el padre de Egan seguía vivo
Egan duró tres días para poder localizar a Artem, y cuando lo hizo no fue por una reunión privada que lo encontró. De hecho, ni siquiera fue en privado. Artem estaba ese día en la playa con sus nietos, tenía hombres custodiándolos por todos los lados. Estos hombres estaban camuflados como personas normales, pero Egan podía notar sus posturas tensas, los auriculares en sus oídos y sus armas escondidas. Boris le advirtió a Egan que no lo abordara como si nada, pues en Bari ninguno de los dos podía hacer demasiado. Así que Egan tomó la decisión más arriesgada que tomaría en su vida: le sacó las balas a su pistola FN y se bajó del auto sin escuchar las indicaciones de su guardaespaldas. La playa estaba tranquila, casi desolada en medio de aquel atardecer. Las olas suaves rompían en la orilla bajo los tobillos de los nietos de Artem. Eran dos niños pequeños más el anciano, y los tres reían por igual huyendo de la espuma del mar. Egan escuchó un ruido metálico, captó un movimiento en su v
Con un gruñido y girando sus ojos, Egan contestó la llamada.– ¡Qué momento más oportuno, primita! –Egan se sentía impotente.Estaba feliz de saber que Katya no había sido secuestrada ni esclavizada por Artem, pero eso solo lo devolvía al inicio donde no tenía ni la menor idea donde ella estaba pues ni siquiera estaba con su madre.– ¡El oportuno eres tú, Egan! –Gritó Sylvana, quien usualmente era dulce y hermosa, ahora sonaba furiosa a un nivel desproporcional–. ¡¿Estás pensando en ir a meterte otra vez en la guardia de Artem Anzola?! Te dejo cinco días solo, ¡¿y ya estás intentando que te maten otra vez?!Egan estaba a punto de quejarse, alegando que ella no era su mamá ni nada parecido. Pero otra duda surgió en su mente. ¿Cómo sabía ella que Egan había pensado ir a ver a Artem?Eso solo significaba que, ¿puede que el traidor seguía en su casa? No, claro que no. Ni Argus ni Katya estaban ya. Eso solo significaba que ¿era Elian?– ¿Cómo lo supiste?Egan escuchó el suspiro exasperado
Katya salió de su consulta llena de emoción. Se fue inmediatamente hacia el patio, donde era la última vez que había visto a Argus y a Sylvana. Apretando a su alrededor su ropa de invierno, Katya los encontró cerca de los juegos en el patio vigilando a los niños jugar. Sylvana estaba literalmente temblando, mientras que Argus intentaba salvarla de lo peor del frío manteniendo su distancia por los jóvenes niños presentes.Cuando Katya llegó al patio, Argus y Sylvana la vieron a la distancia. Solo que una niña pequeña detuvo a Katya antes de eso.– Doctora Katya –era Kira, que con rapidez se guindó de las piernas de Katya y detuvo su marcha–. Feliz navidad, ¿quiere que le de su regalo ya?Katya le sonrió con ternura a la pequeña niña, acariciándole sus rizos rubios.– Kira, aún no es navidad. Eso es mañana –Kira le hizo un puchero a Katya, soltándola para cruzar los brazos sobre su pecho, enfadada–. Oh, vamos, no te pongas así. Mañana podrás darme mi regalo y yo te daré el tuyo.Los ojo
– En fin –dijo Ivan–, no quiero hablar más de Egan. ¿Qué tal si nos sentamos un rato a beber y platicar? He traído una botella muy buena desde Italia. Que valga la pena todo el trabajo para persuadir al aeropuerto para que no me la quitaran.Katya sonrió, intentando sacar a Egan de su mente. Parecía estar ese día más presente que nunca, quizás en parte por la noticia del género del bebé o porque era navidad. Si ellos siguieran juntos, hubiese sido su primera navidad juntos. Pero no tenía importancia ahora, y Katya debía mentalizarse eso.– Podemos ir a mi consultorio, allí las monjas no pondrán decirnos nada si bebemos. –Sugirió Katya, a lo que Sylvana, Argus e Ivan asintieron. Los tres se encaminaron por los desiertos pasillos. La tarde estaba cayendo cada vez más rápido y en unas horas sería la cena de navidad con los niños. Sería increíble, porque con las donaciones de Sylvana y de Ivan, así como con la ayuda que Katya y Argus habían ofrecido esas últimas semanas, el lugar se veía