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2° Buen perrito... ¡Digo! Lobo

En ningún momento hace nada más que observarme, siempre atento a mis movimientos en tanto reviso mi bolso en busca de mi pequeño botiquín de primeros auxilios. Obviamente, no tengo pinzas de cirugía ni mucho menos, pero supongo que las que tengo para quitar espinas deberían de servir para el propósito, o eso espero. 

En cuanto saco la pequeña caja, sus orejas bajan como si no le gustara nada lo que sabe que estoy por hacer, y trato de sonreírle para tranquilizarlo.

-No te preocupes, es por tu bien e intentaré que sea lo menos molesto y doloroso que pueda... Eso... creo que no ayuda, pero creo que la intención es lo que cuenta, ¿no?

No parece muy convencido, por lo que decido hacerlo de todas formas y saco las pinzas y la botellita de alcohol en aerosol para "esterilizarlas". El aroma se nota que no le gusta nada, y menos le va a gustar cuando se lo aplique, porque posiblemente le duela, mas no es algo a discusión, tengo que desinfectar la zona. 

Antes de que me arrepienta y él pueda hacerse a un lado si entiende lo que pretendo, dirijo la boquilla del espray hacia la herida y aprieto el botón, haciendo se contraiga momentáneamente y su entrecejo se frunza. 

Puede que suene raro, aunque no tanto después de toda ésta situación completamente anormal, sin embargo, tiene rasgos y expresiones tan humanas... que me da miedo. Como si su físico y complexión no fueran suficiente ya para esa tarea. 

Como sea, luego de limpiar y echar también un poco de agua para despejar la zona, sujeto con cuidado el orificio y, con la mayor delicadeza de la que soy capaz, introduzco lentamente las pinzas en él. Las hundo hasta casi la mitad de éstas, por lo que se nota que la bala está profundo, y en cuanto la toco con las puntas, intento agarrarla y tirar de ella. Eso sí que parece hacerle doler, gime un poco y hasta trata de hacerse a un lado, alejarse de mi toque, no obstante, no lo permito y sujeto su pata lo mejor que puedo, sintiendo la pinza bien aferrada en los bordes de la bala y tiro de ella. 

Supongo que, la lentitud, en este caso es inútil y dolorosa, por lo que decido hacer como cuando te sacan una muela: un tirón y ya, un momento de dolor y luego listo. 

El pobre animal chilla, es obvio que esto le causó dolor, mas ésta vez sí que lo suelto y, cuando la pinza está fuera, una brillante bala plateada está agarrada en su punta. El lobo me gruñe con enojo, lo que me asusta un poco, mas le muestro el proyectil mientras me alejo un poco de él, lista para correr en menos de un segundo si veo por solo un segundo, que toda esa calma y tranquilidad que mostró antes, desaparece aunque sea por un segundo.

-Tranquilo... ya-ya está... la... la tengo... ¿ve-ves?

Esos brillantes e intensos iris se clavan en el objeto ahora en mi mano, observándolo con lo que casi puedo jurar que es odio, y decido guardarlo mejor en mi bolso. Esto no es algo que deba estar por ahí tirado. 

Y ahora que está recuperado (o al menos, ya no siente el mismo dolor que antes que lo dejaba tirado), estoy empezando a considerar si es buena idea el que esté tan cerca de mí, porque aunque haya estado tranquilo, sigue siendo un gigantesco lobo negro que me está mirando con demasiado interés. 

-Am... sí bueno... creo... creo que ya debería irme. 

Siempre con calma, cuidando de no hacer movimientos bruscos y con sus iris escaneando cada uno de ellos, logro ponerme de pie y acercarme al río para limpiar los restos de su sangre de mi piel. Menos mal que éstas cosas no me dan impresión, de lo contrario, seguro que alguien habría salido perdiendo aquí. Cuando todo está listo, empiezo a alejarme, no obstante, contrario a lo que esperaba, él no solo no se queda en donde estaba, sino que, además, empieza a caminar en mi dirección, lo que me hace poner en alerta. No va a atacarme ahora, ¿o sí?

No lo ha hecho hasta éste momento, ¿por qué me sigue ahora?

-Quieto.

Y ahora lo trato como perro, ok, ya perdí la cabeza. ¿Qué pasa conmigo? Sin embargo, me sorprende el ver que me hace caso y se detiene en el sitio donde le digo, desconcertándome. 

-Ok, esto es raro. Am... Quédate ahí, yo me voy. 

Él inclina ligeramente la cabeza, aún observándome en silencio, y vuelvo a emprender la marcha hacia la salida del bosque, hasta que noto un par de pasos más adelante, que él ha vuelto a avanzar. ¡Demonios!

Freno inmediatamente y me vuelvo hacia él. 

-Dije quieto, no puedes seguirme. 

Ésta vez ni siquiera espera a que voltee o avance, simplemente da otro paso hacia mí y alzo la mano con intención de detenerlo. 

-No, no puedes venir conmigo. No eres un perrito, eres una bestia enorme que haría que mi madre pusiera el grito en el cielo con solo verte. Además... Creo que ya tiene más que suficiente con el invernadero improvisado que armé en el jardín. 

Eso me hace recordar el fin de semana que me quedé sola en la casa y ellos se fueron de viaje. Para cuando volvieron, me encontraron terminando de montar un invernadero con madera y plásticos para mis estudios sobre plantas. Me adueñé literalmente de medio jardín. Ese pensamiento me distrae lo suficiente como para que él pueda acercarse por completo y lamer suavemente mis dedos para luego meter su trompa y cabeza bajo mi mano, como si buscara una caricia. 

Eso me deja sorprendida y dudo por un momento, hasta que esos ojos se clavan directo en los míos otra vez y tentativamente le doy lo que parece querer, rascándole sobre todo el mentón y tras las orejas. Aún está húmedo por la lluvia, su pelaje está un poco sucio, pero a pesar de eso, no apesta a perro mojado ni nada parecido, al contrario, siento un aroma raro aunque agradable emanando de él. 

Paso un par de minutos dándole lo que parece querer hasta que noto la hora y decido que es momento de irme. 

-Ok, ya te di lo que querías (eso creo), ya tengo que irme, en serio. Quédate aquí, se ¿un buen lobo?, y hazme caso. No me sigas. 

Aún sin darle la espalda, empiezo a caminar hacia el sendero que me llevará hasta el pueblo nuevamente y cuando creo que ya es una distancia prudente (y él no se ha movido de donde se sentó mientras lo acariciaba), finalmente me volteo y sigo mi camino. Aunque no escucho nada a mi alrededor y tampoco lo veo nuevamente, de todas formas siento la presencia de alguien muy cerca y, más de una vez, reviso mi entorno con los ojos. Quizás debería preocuparme el hecho de que el cazador pueda volver por el lobo, o que éste me haya visto curarlo y ahora esté furioso. 

No estoy muy segura de que así sea, porque, si fuera el caso, ¿por qué no me detuvo mientras lo hacía? Pero eso no implica que no me sienta extraña. 

No importa, antes de que me dé cuenta, ya estoy saliendo de la arboleda y entrando a los terrenos de la universidad luego de saltar la cerca que evita que, criaturas como ese enorme lobo, puedan acercarse a los estudiantes. Que yo sea una loca que disfruta de andar por esos lugares y exponerse de semejante manera, no implica que todos piensen igual, hay que ser justos. 

De todas formas, intentando que nadie me vea para que no me regañen, me dirijo rápido hacia el edificio de estudios biológicos y, una vez dentro, hacia el departamento de botánica. 

La luz de la puerta está encendida, lo que me implica que la Abuelita está aquí, y entro sin preocuparme, encontrándola mirando por su microscopio sumamente concentrada. 

A pesar de su avanzada edad, es una científica de renombre, que vino aquí hace ya un par de décadas a estudiar la biología de éste bosque y, como el pueblo le gustó, decidió quedarse. Fue por ella que abrieron la carrera que actualmente curso y lo que me permitió conocerla. Su aspecto de viejita dulce, con su melena corta de color gris, sus lentes de pasta negra y esa sonrisa rodeada de arrugas, junto con su carácter amable y su fama de ayudar a sus estudiantes en todo lo que puede cuando van a su encuentro por ayuda, le ha ganado el apodo de "la Abuelita", como la típica abuela que le da un billete a su nieto a escondidas o le cocina cuando va a visitarla. 

Por mi lado, desde el día en que la conocí, nos llevamos bien y nos entendimos, porque ambas compartimos el amor por la naturaleza, y es por eso que, desde hace más de año y medio, me volví su asistente personal.

En cuanto nota mi presencia, alza su mirada del microscopio y sonríe.

-Querida, veo que volviste a salir en la lluvia, ¿tienes mi pedido?

-Por supuesto a ambas cosas, los días lluviosos son los mejores para éstas cosas. 

Me acerco a ella mientras busco los frascos con muestras, hasta que noto que su sonrisa desaparece, transformada en una mueca de preocupación. 

-Jhoana, ¿te lastimaste? Estás manchada de sangre. 

Y entonces reviso el bolso y la parte baja de mis mangas, donde, efectivamente, el escarlata fresco me delata. Ups...

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