1° Un disparo en el bosque

Reviso una vez más la lista que llevo en mis manos y tacho lo que ya recolecté hasta ahora, notando que solo me falta una muestra. Una orquídea silvestre, que se supone, debe de estar en plena floración. La abuelita quiere hacer un trabajo inicial éste año, sobre el cuidado y la clasificación de diferentes tipos de plantas, para que sea interesante para los de primer año, y me pidió ayuda con la recolección. 

A su edad, ya no puede andar como yo por el bosque sin preocuparse de hacerse daño, un mal movimiento y podría quedarse sola en el bosque quién sabe cuánto tiempo hasta que alguien lo note y la encuentre. Por eso me pidió que viniera yo, ser su asistente es entretenido cuando me encarga cosas así. 

Una excusa perfecta para pasar mi tarde en la naturaleza sin que nadie pueda decirme nada por eso. A mi familia no le gusta mucho que haga esto, dicen que es un lugar peligroso para que una chica de veintiuno ande por su cuenta, que hay animales salvajes como lobos, y no lo niego, después de todo, yo misma los he visto, mas sé cómo cuidarme, sé cómo mantenerme fuera de su alcance y de su radar, así que no tendrían porqué preocuparse tanto. 

En fin, guardo el papel y empiezo a recorrer hacia la zona que sé que contiene esas plantas: estuve buscándolas el año pasado para un trabajo y conozco el lugar, por lo que no debería ser difícil el encontrar lo que busco. 

El aire se siente fresco y húmedo por la lluvia reciente, los restos de ella aún flotando en el ambiente, humedeciendo mi rostro y mis manos, que son lo único expuesto por mi impermeable. Fue un regalo de mi madre hace un par de años, luego de que, una tarde similar a ésta, llegara a la casa con las ropas empapadas debido a no haber llevado ningún tipo de protección. 

Creo que fue una especie de "si no puedes contra ellos, úneteles". Si no puedes evitar que la chica vaya al bosque, protégela de los elementos. 

Sea como sea, lo amé desde que lo vi, por más que mi mejor amiga se burlaba diciendo que parezco una cereza con él puesto, no obstante, eso no me importa, adoro el color y cómo resalto con él entre todo el verde exuberante de mi entorno. 

En fin, mientras camino, recolecto otras cosas que me servirán para mi propio proyecto, hasta que llego al sitio donde encontraré lo que busco, dándome de lleno con prácticamente un campo de orquídeas en flor. En específico, necesito una negra, que son más escasas, por lo que paso la siguiente media hora explorando el sitio, hasta que por fin encuentro una y tomo un gajo de ella para ponerlo en tierra en cuanto llegue a la casa. 

Satisfecha, decido ir río abajo para llegar al pueblo donde vivo, y en el camino fotografío algunas ranas y peces que me encuentro hasta que, poco a poco, la llovizna que había empezado a caer hace algunos minutos, se fue convirtiendo en lluvia. 

Caminar junto al río en éstas condiciones, puede ser peligroso, por lo que decido meterme en una cueva que sé que hay pocos metros más adelante y me siento a esperar hasta que el llanto del cielo amaine. Pasan casi veinte minutos hasta que la cantidad disminuye nuevamente a algo más aceptable, y decido salir, pues el hambre ha hecho que llegar a casa sea más imperioso en mi mente, mas algo me distrae y me asusta: un fuerte sonido, claramente un disparo, salido de la nada. 

-¿Qué carajo? 

Gruño furiosa, la cacería fue prohibida hace tiempo debido a la disminución y diezmo peligroso de las especies que vivían en el bosque, así que mi pregunta es, ¿qué hace alguien disparando un arma en el bosque?

Fúrica, enfilo hacia la zona de donde creo que vino el disparo, que estoy segura de que fue más adelante, pero como no encuentro nada, estoy por cambiar de rumbo, casi segura de que mis sentidos se equivocaron, hasta que algo me detiene: sangre. 

Me agacho y la toco con la punta de mis dedos: está fresca, y como está sobre una roca y bajo un árbol frondoso, estoy segura de que no es por la lluvia reciente. Maldito sea... 

Sigo los rastros de escarlata que encuentro sobre las diferentes superficies, evidencia de que el animal herido ha intentado huir. Me preocupa que esté malherido y el desgraciado que le disparó esté esperando a que muera de forma agonizante, viéndolo sufrir en tanto se regodea en su presa... Más rabia me inunda las venas y apuro el paso, intentando encontrar, si no es al cazador, aunque sea a la pobre criatura lastimada. Espero poder ayudarla...

Finalmente alcanzo el claro que hay poco antes de llegar al pueblo y me encuentro con lo que estoy buscando: la sangre proviene de una herida en un enorme lobo negro, y cuando digo enorme, es ENORME, el cual está echado a un lado del río, respirando agitado y con evidente dolor y cansancio. Lo que sea que le hayan disparado, evidentemente es grave y necesita ayuda.

El miedo intenta invadirme, pues un bicho de ese tamaño podría convertirme en su almuerzo con toda facilidad, a penas mido metro sesenta y, estoy segura, ese animal mide más de dos metros y medio desde la cola hasta la punta de la trompa, quizás incluso tres metros, y pesa más de cien kilos, no obstante, la amante de la naturaleza no me permite retroceder y, lentamente, me acerco a él, siempre atenta a sus movimientos, a cualquier indicio que me diga que ha notado mi presencia. 

Con la reciente caída de agua, es posible que los aromas sean mucho más fuertes a su alrededor que el mío, sumado a su actual herida que debe ocupar la mayor parte de su mente, por lo que pienso cuál sería la mejor forma de acercarme a él sin asustarlo, porque eso podría terminar muy mal... para mí. Un animal salvaje asustado es impredecible y podría solo atacarme por creer que planeo hacerle aún más daño. 

Mientras considero qué hacer, me permito admirarlo silenciosamente y puedo ver perfectamente que es un ejemplar impresionante, y no solo por su tamaño, que ya es una cosa de locos, porque los registrados hasta la fecha no llegan a medir más de dos metros en total, y eso sumándoles la cola, la cual es un cuarto de su longitud, aproximadamente, sino por la belleza de su pelaje, negro y abundante, el cual parece ser tan suave como la seda o el terciopelo, la proporción de sus rasgos y extremidades (una pata suya podría abarcar toda mi cara con absoluta facilidad), y hasta sus orejas, las cuales surgen de entre toda esa melena esponjosa y hasta me dan ternura.

Ok, eso último hace que empiece a dudar de mi cordura y decido cortar por lo sano antes de hacer estupideces. 

Mirando a mi alrededor, encuentro una rama que parece lo suficientemente seca como para hacer ruido al quebrarla aún estando húmeda, y la tomo para partirla al medio y así llamar su atención. 

Si quiero ayudarlo necesito poder examinarlo y, si se da cuenta de mi cercanía estando en su radio de ataque, lo más probable es que sea yo la que termine mal. Mejor prevenir. Los animales heridos son aún más peligrosos que los normales, pues la desesperación de saberse en desventaja los hace actuar de manera errática, impredecible y, por lo general, violenta. 

Respiro profundo una última vez y hago la fuerza suficiente para quebrar la rama, el sonido antojándose tan fuerte como el del disparo de hace un rato y llamando inmediatamente la atención del lobo frente a mí, el cual alza su cabeza de golpe y me observa fijamente, impactándome en cuanto sus iris se cruzan con los míos. 

¿Qué demonios?

Jamás había visto unos ojos así, un azul profundo, un índigo tan intenso, que me deja sin aliento. Nunca en mi vida había sido testigo de algo semejante, definitivamente nada de este animal es normal, y su pasividad al observarme, tampoco es usual en lo más mínimo. 

Cualquiera esperaría que, encontrándose en un estado tan debilitado y vulnerable, como mínimo, me gruñera o algo, lo que sea, y sin embargo, solo se ha quedado quieto, observándome en silencio, como si me estuviera midiendo con aquellos orbes llamativos e inusuales. ¿Significa esto que puedo acercarme?

Mis ojos se ven atraídos momentáneamente por el charco de sangre obscura que crece lentamente bajo su pata trasera, lo que me dice que la herida no ha siquiera ha comenzado a coagular. Si no ejerzo presión pronto, podría terminar teniendo un shock hemorrágico por desangramiento.

Él aún no se ha movido siquiera un milímetro, lo que me hace pensar en si me atacará o no si me acerco, y decido arriesgarme. Está demasiado tranquilo para perder la oportunidad...

-Am... hola, veo que estás herido. No estoy aquí para lastimarte más, solo quiero ayudarte. ¿Puedo acercarme? 

No hace ningún movimiento nuevo, solo permanece con sus ojos clavados en mí, y trato de adivinar si me ha dado permiso o no. Doy un paso hacia él, y otro más cuando no me gruñe ni nada por moverme en su dirección, y uno más cuando lo veo bajar su cabeza y apoyarla sobre sus patas delanteras extendidas. Casi parece un perro... uno gigante, pero un perro al fin y al cabo. 

Me termino de acercar hacia su cuerpo, hacia su pata más específicamente, y noto rápidamente el punto de impacto, pues aún con su pelaje mojado, el rojo de la sangre se nota en la obscuridad del mismo. 

Siempre atenta a todos sus movimientos, extiendo mi mano con calma hacia la zona y abro con suavidad los mechones empapados para develar el lugar del hueco, encontrando un pozo profundo que, evidentemente, debe ser doloroso a pesar de su tranquilidad. Por el diámetro de la herida, creo que es una bala de calibre grande, quizás una cuarenta y cinco, y aún está sangrando bastante. 

Por lo general, se recomienda no quitar las balas que se insertan en el cuerpo, porque puede ser peor si no se tiene con qué suturar la herida, no obstante, creo que podría hacerlo. 

No soy cirujana ni mucho menos, pero los primeros auxilios y la capacidad de curar heridas estando sola en el bosque (cosa que hago con frecuencia) es algo que no podía faltarme y, aunque no podría hacer mucho si sus tripas estuvieran de fuera, estoy segura de que puedo con esto. 

El problema es que no creo que vaya a dejarme hacerlo, toda la paz tiene un límite, sobre todo si hablamos de animales salvajes, por lo que decido primero probar si podría simplemente cortar la hemorragia y vendarle la pata. Algunas heridas de bala suelen ser dejadas como están, el tejido cicatrizal se formará alrededor de ésta y es posible continuar su vida con ella en el interior. Si siente mucho dolor, lo más probable es que deba intentar retirarla y no sé si eso le gustará mucho.

Busco en mi bolso y encuentro unos apósitos gruesos, los cuales separo y presiono uno contra la herida para intentar que ésta deje de sangrar, mas no solo no lo consigo y éste queda empapado rápido de color escarlata, sino que él parece sufrir con la presión y eso me hace pensar que, quizás, la bala esté móvil en su pierna y que esto solo la empuja hacia algún sitio doloroso. Pienso en si sería la mejor opción el quitarla, y viendo que el segundo apósito que coloco también se pone rojo rápidamente, me decido ha por hacerlo.

-Voy a quitar la bala, amiguito, y espero que no me ataques por eso.

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