Hadriel creyó que se había arrepentido, pero solo que no quería ser vista allí, en ese lugar. Lo comprendía y lo respetaba—Entiendo. Eres libre de detenerlo cuando ya no estés segura de seguir —dijo él, con tranquilidad—. En cualquier momento.Hadriel se levantó y se quitó la ropa que le faltaba, así como los zapatos y la medias. No imaginó que era él quien le estaba dando un espectáculo a la que se suponía debía atenderlo esa cita. Si saberlo, los papales de comprado y acompañante se había invertido. Era más, ya no había ningún rol en ese sentido, solo dos personas que había accedido a pasarla bien juntos, con un límite y con total consentimiento de las partes.Las cosas, sin duda alguna, no habían salido como esperaban. Uno había ido solo para cancelar cualquier servicio que hubieran contratado y la otra había deseado que él jamás llegara. No obstante, ahora los dos no aguantaban las ganas de seguir descubriendo ese pasional mundo que se había abierto ante ellos.Hellen, tumbada en
Hadriel adoptó un semblante inexpresivo e inmutable. Eso nunca le había importado. Si era algo que todos pensaban que era imposible de hacer, entonces estaba en lo correcto, porque nadie elegía sus actos, ni sus decisiones. Era libre de hacer lo que quisiera y con quien lo dispusiera. Su voluntad no era controlada por nadie, ni siquiera por su propio padre, que era a la persona que más respetaba.Hellen se aferró en la musculosa espalda de su compañero, mientras él le retiraba la braga con cuidado; lo hizo sin desviar la mirada de ella; lo cual le pareció muy atento y caballeroso de parte de él. Debido a cuando lo detuvo para que no la viera allí abajo, se había mantenido discreto y comprensivo. Estaba nerviosa y asustada, pero con cada acto y gesto que él le dedicaba, iba tomando más seguridad de su decisión de entregarse a él. Su respiración era intermitente y pesada. Estaba siendo ensanchada en su intimidad. La firme virtud se hacía paso de manera lenta en su interior. Rasguñó con
Hellen tensó su cuerpo y sintió en el interior de su virtud como era llenada por el calor de ese hombre que la hacía desbordar en su humanidad. Sus piernas se habían entumecido y el peso del cuerpo de él, contra el suyo la habían dejado inmóvil.—¿Se encuentra bien? —preguntó Hadriel, después de haberse recuperado.—Sí. Gracias —contestó ella, con sumisión, mientras respiraba con agitación.Hellen moldeó una ligera sonrisa en la comisura de su boca. Y se encontró embelesada cuando él le respondió, haciendo el mismo gesto.—¿Quieres ducharte? —preguntó él, con tono apacibleHadriel acarició la sonrojada mejilla de ella y también le tocó con ternura los labios. No quería que la confianza que habían forjado se derrumbara, solo por el hecho de haber terminado. Así le daría a entender que no tenía por qué adoptar otra actitud. Además, la velada de la madrugada apenas estaba comenzando. Tenía el presentimiento que aún podía explorar más cosas desconocidas juntos.—Sí —dijo Hellen, con tranq
La rutina bien planeada y elaborada de Hadriel había sido asaltada por una mariposa, cuyo aleteo había aflorado raros sentimientos que se habían mantenido ocultos en los lugares más inhóspitos de su alma. No era amor, ni tampoco enamoramiento. Era un enorme deseo de protección y pasión, los que habían emergido de ser al compartir con ella. Llegó espacioso baño, en el que los vidrios de la ventana, así como los de la sala de estar, dejaban ver un maravilloso paisaje de la ciudad. Había una tina, que estaba encima de pequeños pisos más pequeños, y junto a ella había una silla. Estaba el lavabo con un enorme espejo. También se podía divisar un armario de vidrio donde estaban las toallas y demás ropas sanitarias, y al lado estaba la zona de la ducha, protegido por muros de cristal. La puso con cuidado en el piso y se dio media vuelta. Agarró dos de las toallas que estaban disponibles; liberándose así del de la pesada sábana, para pasar a taparse con la nueva prenda que había alcanzado. Es
Hadriel se dio media vuelta y contempló la vista trasera de su Cenicienta; era diferente a cuando estaba acostada, por supuesto la disposición era diferente, pues ahora estaba de pie. La línea del dorso se le evidenciaba más, así como los huesos de los finos omoplatos y más personal aún, la hendidura interglútea. Cerró la regadera y untó jabón en la esponja que no había utilizado que, de igual característica, ambas eran de color escarlata. La pasó con cuidado en por la espalda y la restregó con cuidado. Se entretuvo recorriendo el dorso de su Cenicienta, como si fuera un pintor, pasando la punta del pincel sobre un delicado pliegue. Así, luego se detuvo en la parte baja de la cintura y reflexionó en si debía continuar bajando. Tragó saliva debido a la excitación que de nuevo afloraba en él. No era lo correcto, pero cuando ella le preguntó si le quería lavarle la espalda, ¿le estaba dando vía libre para que lo hiciera? ¿No? Sus manos se sacudían, pero decidió hacerlo. Su mano sobó los
—Date vuelta, Cenicienta —susurró él, con voz apurada.Hadriel estaba sufriendo; su virtud le dolía por la increíble dureza con la que se había excitado al estar con ella. Observó, como Cenicienta se dio media vuelta y se apoyó en la pared. Encorvó su espalda, mientras distanciaba las piernas. Se acomodó en ella, tan solo el principio de sur. Aseguró su agarre en la cintura y de forma lenta, fue accediendo hacia el paraíso que su Cenicienta le ofrecía. Rascó con la yema de sus dedos la tersa piel y la apretó con fortaleza. Estaba siendo apretado y quemado en su erguido atributo. El calor al que era expuesto era enloquecedor. Se movía con suavidad y cerró sus parpados por un momento. Al ser abrazado por ese caliente, suave y resbaladizo le era difícil mantenerse sereno. Respiraba de manera agitada, ni siquiera al hacer ejercicio terminaba así de fatigado. Empujaba de modo gradual a Cenicienta en las caderas, sin rapidez, ni de forma precipitada. Poco a poco se fue acostumbrando a la av
Hadriel, nada más con ese simple comentario, supo del problema que había encaminado a su Cenicienta a aceptar el trabajo de dama de compañía. Si era virgen, no podía tener hijos, entonces debía ser por un hermano o alguno de sus padres. Seguiría averiguándolo más adelante. Estaba muy interesado en ella y quería ayudarla en lo que pudiera. La vio con detenimiento, mientras en su cabeza imaginaba la posible escena que había pasado. Alguno de ellos había sido detectado con una enfermedad terminal y aún había oportunidad de salvarse. El tratamiento era caro, por lo que necesitaba de urgencia una gran cantidad de dinero, para poder salvar a su familia. Era un acto desesperado para mantener a un ser querido con vida. Dibujó una sonrisa afable en sus labios. Estaban el mundo real, pero, así como en la historia del cuento de hadas, su Cenicienta sufría sola. Su mariposa estaba padecía de terribles males que la habían traído hasta este lugar. No soportaba las injusticias y se sentía molesto,
Hadriel estiró su mano, para vaciar la tina y llenarla de nueva agua. Estaba débil y aturdido por el alcohol. Y perdió mucho más la cabeza cuando su Cenicienta se posó encima de él. Sus labios sen entreabrieron al ser arropado por ese calor y se estrechez con la que ella lo apretaba. Gemía con levedad, pero ella lo hacía de forma más sonora. Veía los modestos senos frente a él. Su Ceniciente era la que se meneaba sobre él, meneando las caderas y galopando con suavidad y lentitud. La sostuvo por la cintura, para seguirle el paso, mientras saltaba. Suspiraba con moderación y complacencia. Le apretó los pechos a voluntad, masajeándolos como si se tratara de pelotas para desestresar, y bien que lograban calmarlo. Minutos más tarde, Cenicienta se dio la vuelta, para quedar de espaldas a él, en tanto realizaba el mismo delicado movimiento. Observaba la espalda y los glúteos de Ceniciente, con cada acción que hacía. Al pasar los minutos la tina estuvo completa y sus cuerpos se fueron enjugan