Hadriel sintió que su corazón se rompía mientras la veía luchar con sus propios demonios, sin poder hacer nada para ayudarla. La distancia que ella insistía en poner entre ellos era una barrera que no sabía cómo derribar. A pesar de todo, su deseo de protegerla, de cuidarla y de amarla seguía siendo tan fuerte como siempre, pero ahora estaba teñido de una dolorosa incertidumbre. ¿Qué era lo que la mantenía alejada de él? ¿Qué oscuro secreto la atormentaba? Aunque no sabía las respuestas, una cosa era segura: no iba a rendirse, no iba a dejar que se alejara sin luchar por ella, aunque eso significara enfrentarse a la oscuridad que ella llevaba dentro.Apenas tuvo tiempo para procesar el abrazo de Hellen cuando la puerta de su oficina se abrió de golpe, interrumpiendo el momento íntimo entre ambos. Su expresión cambió instantáneamente cuando vio entrar a Jareth, Arthur y Dylan, tres de sus más cercanos colaboradores. Su primer instinto fue proteger lo que quedaba de su frágil conexión c
Hellen le agradeció por los chocolates. Al estar en la sala de estar, recordó su antiguo anhelo que no había podido cumplir por estar cuidando a su madre y a sus hijos. Pero su madre ya estaba curada y los niños ya estaban más grandes.—Quisiera abrir una tienda de dulces —comentó Hellen ante el obsequio que le había dado. Había cruel y dura con él, pero eso era lo menos que deseaba. Si Hadriel se iba de su vida, caería en la oscuridad. Era su ángel, su luz—. Allí venderé pasteles, bebidas y helados. Así otras personas comerían algo dulce en medio de su tristeza, dolor o angustia.Hadriel sintió que algo dentro de él se agitaba. Sus palabras despertaron un recuerdo enterrado, un eco del pasado que lo tomó por sorpresa. Era un deja vú, una sensación inquietante que lo transportó de vuelta a un momento similar, pero con otra mujer, una mujer que él había conocido bajo circunstancias muy diferentes. Su mariposa, su Cenicienta, había compartido ese mismo sueño con él hace cuatro años. La
Con cada pensamiento, Hellen se sentía más atrapada. Era una prisionera en su propia vida, y no veía una salida. El vestido rojo que la cubría, la máscara que escondería su rostro, todo era parte de un papel que había interpretado demasiadas veces, y del cual había intentado escapar sin éxito. Esa noche, en esa fiesta, volvería a ser la mujer que había jurado nunca volver a ser. La desesperanza la envolvía, haciendo que cada paso que daba hacia esa noche fatídica fuera como caminar hacia su propia condena. Y aunque intentaba convencerse de que lo hacía por el bien de su familia, la realidad era que no podía evitar sentir que estaba traicionando todo por lo que había luchado.Hellen se encontraba en el auto, mirando por la ventana mientras las luces de la ciudad pasaban rápidamente, creando destellos que parecían reflejar el tumulto en su interior. El sonido del motor y el suave balanceo del vehículo eran lo único que rompía el silencio dentro del auto, pero no lograban calmar la torme
Hadriel apenas asintió en respuesta. Su mente estaba en otra parte, en lo que podría suceder en las próximas horas. Cada palabra de La Madame, cada gesto calculado, solo aumentaba su desasosiego. Por más que intentara controlar sus emociones, no podía evitar sentir una creciente tensión en su pecho. Estaba a punto de enfrentarse a un misterio que lo había obsesionado durante años: la identidad de su Cenicienta, la mujer que había dejado una huella indeleble en su vida.Mientras La Madame hablaba, Hadriel percibía el sonido lejano de los truenos que retumbaban en el cielo, como un presagio de lo que estaba por venir. El gris del cielo parecía reflejar la incertidumbre que lo envolvía. Había pasado tanto tiempo buscando respuestas, y ahora que estaba a punto de obtenerlas, se sentía atrapado entre el deseo y el temor. ¿Qué pasaría si la verdad no era lo que había imaginado? ¿Y si descubrir la identidad de su Cenicienta solo traía más dolor y confusión a su vida?Arthur, Jareth y Dylan l
La Madame hizo una seña y la música de los instrumentos comenzó a sonar por parte de los artistas invitados, que también tenían cubierto la cara por una máscara.Hadriel descendió lentamente por las escaleras, cada paso resonando en el mármol negro bajo sus pies, como un eco que se prolongaba en el vasto salón. La Madame, con su sonrisa enigmática, se quedó en la parte superior de la escalera, observando cómo se adentraba en el mar de mujeres que se extendía ante él. El sonido de la música llenaba el aire, una melodía seductora y envolvente que parecía sincronizarse con los latidos acelerados de su corazón.A medida que avanzaba entre las mujeres, una mezcla de emociones que luchaban por el control dentro de él. Había una inquietante sensación de expectación, un impulso que lo empujaba a seguir adelante, a examinar cada rostro, cada figura, en busca de la única que importaba. Pero junto con esa expectativa, había una creciente frustración, una duda que se agazapaba en su mente, record
El temor y la frustración crecían dentro de ella con cada segundo que pasaba, una tormenta que amenazaba con romper su frágil fachada de calma. Quería gritar, quería correr, quería arrancarse la máscara y huir de ese lugar, de esa vida que la había aprisionado de nuevo. Pero sabía que no podía. Estaba atrapada, una vez más, en el juego cruel de La Madame y de su tía, y la única forma de sobrevivir era seguir las reglas, aunque esas reglas la destrozaran por dentro.Mientras permanecía quieta, su mente volvía a aquella noche, a los momentos fugaces de conexión y pasión que había compartido con su príncipe. ¿Había sentido él lo mismo? ¿La recordaba? ¿O era solo una más en la lista de conquistas pasajeras? Ese pensamiento la atormentaba, porque no podía soportar la idea de que todo lo que había sentido, todo lo que había significado para ella, fuera insignificante para él.Hellen sabía que debía mantener la calma, pero su corazón latía desbocado, como un animal atrapado que busca desespe
La Madame hizo una seña para que escogieran la de los animales. Era claro que su tonta sobrina Hellen prefería ayudar a las mujeres. Así, todas las mujeres levantaron su brazo diestro al unísono para no dar lugar a dudas.la respuesta fue devastadora. Todas las mujeres, al unísono, levantaron su brazo derecho. Hadriel se quedó inmóvil por un momento, incapaz de procesar lo que veía. ¿Cómo era posible? La uniformidad de sus movimientos, la coordinación perfecta, solo añadía más misterio a la situación. La Madame había hecho una seña para que todas eligieran la opción que él esperaba que no fuera la correcta. Percibió como si el suelo se deslizaba bajo sus pies. Había contado con que este gesto lo acercaría a ella, pero ahora se sentía más perdido que nunca.La frustración lo embargó, mezclada con una sensación de impotencia. ¿Había sido demasiado optimista al pensar que podría encontrarla así? Su corazón se apretaba con la idea de que podría estar tan cerca de ella, y al mismo tiempo,
Hellen escuchó las indicaciones de su tía Radne con una mezcla de alivio y resignación. Esta vez, el papel que tenía que desempeñar era simple: cuando su tía aplaudiera, debía retirarse del salón junto a las otras mujeres. No habría más demandas, más sacrificios de su dignidad, ni más noches de pesadilla. Solo tenía que esperar esa señal y salir. Era un respiro, pero no lo suficiente para mitigar el malestar que sentía al estar en ese lugar nuevamente.Al llegar al salón y ver las largas filas de mujeres vestidas igual que ella, había sentido una punzada de desesperanza. Todas ellas, idénticas en apariencia, eran como reflejos distorsionados de su propia realidad. Sabía que, aunque esta vez no le exigirían más, seguía siendo una pieza en el juego de su tía, atrapada en una situación que le robaba la libertad y la identidad.Al levantar la vista, divisó a su tía acompañada por cuatro hombres en trajes oscuros y máscaras. De inmediato, sus ojos se posaron en uno de ellos. Había algo en