La Madame hizo una seña para que escogieran la de los animales. Era claro que su tonta sobrina Hellen prefería ayudar a las mujeres. Así, todas las mujeres levantaron su brazo diestro al unísono para no dar lugar a dudas.la respuesta fue devastadora. Todas las mujeres, al unísono, levantaron su brazo derecho. Hadriel se quedó inmóvil por un momento, incapaz de procesar lo que veía. ¿Cómo era posible? La uniformidad de sus movimientos, la coordinación perfecta, solo añadía más misterio a la situación. La Madame había hecho una seña para que todas eligieran la opción que él esperaba que no fuera la correcta. Percibió como si el suelo se deslizaba bajo sus pies. Había contado con que este gesto lo acercaría a ella, pero ahora se sentía más perdido que nunca.La frustración lo embargó, mezclada con una sensación de impotencia. ¿Había sido demasiado optimista al pensar que podría encontrarla así? Su corazón se apretaba con la idea de que podría estar tan cerca de ella, y al mismo tiempo,
Hellen escuchó las indicaciones de su tía Radne con una mezcla de alivio y resignación. Esta vez, el papel que tenía que desempeñar era simple: cuando su tía aplaudiera, debía retirarse del salón junto a las otras mujeres. No habría más demandas, más sacrificios de su dignidad, ni más noches de pesadilla. Solo tenía que esperar esa señal y salir. Era un respiro, pero no lo suficiente para mitigar el malestar que sentía al estar en ese lugar nuevamente.Al llegar al salón y ver las largas filas de mujeres vestidas igual que ella, había sentido una punzada de desesperanza. Todas ellas, idénticas en apariencia, eran como reflejos distorsionados de su propia realidad. Sabía que, aunque esta vez no le exigirían más, seguía siendo una pieza en el juego de su tía, atrapada en una situación que le robaba la libertad y la identidad.Al levantar la vista, divisó a su tía acompañada por cuatro hombres en trajes oscuros y máscaras. De inmediato, sus ojos se posaron en uno de ellos. Había algo en
Hellen sintió cómo el mundo a su alrededor se congelaba en el momento en que escuchó esa voz. Era como si el tiempo se detuviera, dejando solo el sonido de la lluvia golpeando el asfalto y su propio corazón latiendo con fuerza en sus oídos. "Cenicienta", el nombre resonaba en su mente, evocando recuerdos y emociones que había tratado de enterrar durante tanto tiempo. Nadie más la había llamado así, solo él, su príncipe, el hombre que había significado todo para ella en un pasado que ahora parecía tan lejano, casi irreal.El agua fría de la lluvia resbalaba por su piel, empapando su vestido rojo y haciendo que el paraguas en su mano se sintiera pesado. Sin embargo, no era el frío lo que la mantenía inmóvil, sino la abrumadora mezcla de emociones que se arremolinaban dentro de ella. Hellen sintió un nudo en la garganta, una presión en el pecho que la hacía difícil respirar. No podía mover ni un músculo, su cuerpo se negaba a obedecer, atrapado entre el impulso de huir y el deseo desespe
Helen había pensado en él tantas veces, preguntándose si algún día lo volvería a ver, si alguna vez tendría la oportunidad de revelarle la verdad que había ocultado en lo más profundo de su corazón. Y ahora, esa oportunidad estaba frente a ella, pero con ella venía el temor de lo que sucedería después. ¿Cómo podría explicarle? ¿Cómo podría poner en palabras la complejidad de su situación? No sabía si debía sentir alivio por volver a verlo o angustia por lo que este encuentro podría desencadenar.Sin embargo, junto a todo ese tumulto interno, había una chispa de esperanza, diminuta pero persistente. La esperanza de que, a pesar de todo, este reencuentro pudiera ser el comienzo de algo nuevo, algo que nunca habían tenido la oportunidad de explorar plenamente. Quizás, solo quizás, el destino les estaba ofreciendo una segunda oportunidad, una oportunidad para corregir lo que había salido mal.Mientras se miraban a los ojos a través de los antifaces, Hellen sintió que algo dentro de ella s
Hellen quedó pasmada. Sintió como si el suelo bajo sus pies hubiera desaparecido. Todo a su alrededor se desvaneció, y el único sonido que podía escuchar era el latido frenético de su corazón, como si intentara abrirse camino a través de su pecho. La revelación la golpeó con una fuerza que la dejó sin aliento: Hadriel, el hombre que había sido su esposo, su protector, el padre de sus hijos, era también el hombre de la máscara dorada, el príncipe que la había hecho sentir viva por primera vez en su vida.Sus manos comenzaron a temblar incontrolablemente, y apenas podía mantener el agarre en la sombrilla que compartía con Hadriel. Su respiración se volvió errática, sintiendo como si el aire fuera insuficiente para llenar sus pulmones. Una oleada de calor subió por su cuerpo, seguida inmediatamente por un escalofrío que la recorrió de pies a cabeza. Era una sensación de vértigo, como si estuviera cayendo en un abismo, pero al mismo tiempo, era como si estuviera despertando de un sueño la
La realidad lo golpeó con una claridad abrumadora: Hellen era la madre de sus hijos, sus gemelos, esos pequeños seres que había aprendido a amar sin siquiera saber que eran suyos. Y ella, la mujer a la que había tratado de proteger y mantener a salvo, era también la misma que había conocido en esa noche mágica, la misma que había despertado en él sentimientos que nunca antes había experimentado. Había creído que los estaba engañando a todos, a su padre, a Hellen, incluso a sí mismo, al pretender que podía cumplir con su deber sin dejarse llevar por el amor. Pero la vida, con su ironía infinita, le había demostrado que todo lo que había creído una estratagema no era más que la verdad más pura.Mientras le limpiaba las lágrimas a Hellen, sintió la textura de su piel bajo sus dedos, suave y cálida a pesar de la lluvia. La vulnerabilidad de ese momento lo conmovió profundamente, haciéndolo darse cuenta de lo frágil que había sido su fachada de frialdad. Había pasado años escondiéndose det
Así, cada fibra de su ser se estremeció al reconocer en Hadriel no solo al hombre que había aprendido a amar en su matrimonio, sino también al príncipe que había idealizado durante años, al hombre que había sido su primera experiencia de amor y deseo. Ese reconocimiento, esa fusión de identidades, la llenó de una alegría inmensa y abrumadora. Las dudas, los miedos, las inseguridades que la habían atormentado durante años comenzaron a desvanecerse, disolviéndose en el calor de ese beso.El contacto de sus labios despertó en ella recuerdos enterrados, emociones que había tratado de reprimir, de olvidar, pero que ahora emergían con una fuerza avasalladora. La sensación era casi abrumadora, como si todo lo que había reprimido durante esos años de incertidumbre, de miedo y de auto-rechazo, se liberara en ese instante. El beso no era solo un reencuentro físico, sino una confirmación de que todo lo que había creído imposible era, en realidad, la verdad más hermosa.El hecho de que Hadriel fu
Hadriel, en el momento en que Hellen confesó su amor fue como la culminación de un viaje largo y arduo, uno que había emprendido sin siquiera saber hacia dónde lo llevaba. Escuchar esas palabras de sus labios, pronunciadas con tanta sinceridad y emoción, fue como un bálsamo para su alma. Durante años, había vivido con una sensación de vacío, una incomprensible falta de algo que no podía nombrar, pero que ahora entendía que siempre había sido ella. Hellen era la pieza que faltaba en su vida, la persona que lo completaba en todos los sentidos.Mientras la lluvia caía sobre ellos, Hadriel sintió cómo cada gota parecía lavar cualquier duda o dolor que pudiera haber albergado en su corazón. Su amor por Hellen siempre había estado presente, incluso cuando no lo comprendía del todo. La había amado en secreto, sin saberlo, desde el momento en que la conoció como su Cenicienta. La había amado aún más cuando la descubrió como su esposa, la madre de sus hijos, la mujer que se había infiltrado en