173. Las confesiones

Así, cada fibra de su ser se estremeció al reconocer en Hadriel no solo al hombre que había aprendido a amar en su matrimonio, sino también al príncipe que había idealizado durante años, al hombre que había sido su primera experiencia de amor y deseo. Ese reconocimiento, esa fusión de identidades, la llenó de una alegría inmensa y abrumadora. Las dudas, los miedos, las inseguridades que la habían atormentado durante años comenzaron a desvanecerse, disolviéndose en el calor de ese beso.

El contacto de sus labios despertó en ella recuerdos enterrados, emociones que había tratado de reprimir, de olvidar, pero que ahora emergían con una fuerza avasalladora. La sensación era casi abrumadora, como si todo lo que había reprimido durante esos años de incertidumbre, de miedo y de auto-rechazo, se liberara en ese instante. El beso no era solo un reencuentro físico, sino una confirmación de que todo lo que había creído imposible era, en realidad, la verdad más hermosa.

El hecho de que Hadriel fu
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