De este modo, cuando Hadriel la cargó en sus brazos, Hellen pareció como si flotara en un sueño hecho realidad. El peso de los años se disolvió en un instante, dejando solo la ligereza de un amor renacido, más fuerte y profundo que nunca. Cada paso que él daba por la mansión, ahora su hogar compartido, resonaba en su corazón como un latido que marcaba el ritmo de su nueva vida. Las sombras del pasado, los miedos y las dudas, se desvanecerían, reemplazadas por una claridad luminosa que le iluminaba el alma.Mientras Hadriel la llevaba por la sala y subían las escaleras, Hellen no podía apartar la vista de su rostro. Había algo en su mirada, algo nuevo y antiguo a la vez, que le hablaba de promesas cumplidas, de sueños que finalmente se entrelazaban con la realidad. Sentía una calma indescriptible, una paz que no había conocido en mucho tiempo. Este era el hombre al que había amado en secreto, al que había deseado y temido perder. Y ahora, en sus brazos, Hellen se entregaba a la certeza
Los pensamientos de Helen eran una marejada de emociones contradictorias. Por un lado, la culpabilidad de lo que había ocurrido antes, de los malentendidos y las mentiras, seguía acechándola en las sombras de su mente. Pero por otro, la claridad de lo que sentía por Hadriel iluminaba todo, haciendo que todo lo demás pareciera insignificante. Sabía que este era el hombre que había esperado toda su vida, el hombre que la entendía, la desafiaba, y la hacía sentir viva de una manera que nadie más había logrado.Con cada movimiento, cada compás de su unión, sentía cómo se deshacían las barreras entre ellos, como si se estuvieran fundiendo no solo en cuerpo sino en alma. La sensación de su piel contra la de él, de la calidez de su aliento en su cuello, de la fuerza con la que la sostenía, era un recordatorio constante de que este no era un sueño. Esto era real, y era suyo, un regalo inesperado que la vida le había dado, aunque hubiera llegado envuelto en desafíos y dolor.A medida que sus c
Hellen era la primera persona que le había robado el corazón, y esa realización lo golpeaba con una fuerza abrumadora. Se sentía expuesto, pero al mismo tiempo, inexplicablemente lleno. Sus lágrimas caían silenciosamente. Aunque no podía decirlo en voz alta, no todavía, su abrazo decía lo que su voz no podía: que también la amaba, que ella era todo para él. La emoción lo desbordaba, una mezcla de felicidad, miedo y asombro ante lo que estaban compartiendo. Era la primera vez que su corazón pertenecía a alguien más, y aunque esa idea lo aterraba, también lo hacía sentir más vivo que nunca.Hadriel se encontraba en un estado de absoluta plenitud. Mientras caminaba junto a Hellen, observando cómo la luz del amanecer iluminaba su rostro, una ola de emociones lo invadía. Era como si todo lo que había deseado, lo que había anhelado en silencio, finalmente se hubiera materializado de la manera más sorprendente y perfecta posible. Sentía una paz profunda, una satisfacción que iba más allá de
Hadriel observaba a Hellen, su piel resplandeciente y su respiración aún agitada, mientras se acomodaba a su lado en la cama. No podía apartar los ojos de ella. La sensación de tenerla nuevamente en sus brazos lo llenaba de un deseo profundo, uno que había sido contenido durante demasiados años. Su cabello marrón oscuro se desparramaba sobre la almohada, enmarcando su rostro con esa belleza serena que lo hacía perder la razón.—No puedo creer que seas tú —murmuró Hadriel, su voz grave y cargada de emoción.Hellen lo miró, sus ojos celestes llenos de algo indescriptible, una mezcla de sorpresa y pasión. Sonrió débilmente, pero esa sonrisa fue suficiente para hacer que el fuego dentro de él se avivara una vez más.—Lo soy y me alegro, mi amor—contestó ella en un susurro, acercándose más a él.Sin pensarlo, Hadriel se inclinó y rozó sus labios con los de ella, primero con suavidad, pero el deseo que sentía se intensificó rápidamente. La besó con más fuerza, profundizando el contacto, mie
Sin apartar la vista de ella, Hadriel la llevó hacia el baño, sus pasos resonando en el suelo de mármol. La mansión estaba en completo silencio, pero dentro de él, todo era caos. Cada fibra de su ser la deseaba, la necesitaba de una forma que casi dolía. El eco de sus pies marcaba el ritmo de sus pensamientos. Cada paso que daba le recordaba aquella vez, cuatro años atrás, cuando también la había llevado en el penthouse.El agua de la ducha comenzó a correr con un susurro suave cuando la dejó de pie, justo frente a él. Hellen lo miró, su pecho subiendo y bajando con la respiración agitada, y dejó que el vapor comenzara a envolver sus cuerpos. La luz era tenue, casi irreal, como si el mundo entero se hubiera reducido a ese pequeño espacio, solo para ellos dos.Sin apartar los ojos de ella, Hadriel la atrajo hacia sí, sus manos deslizándose por su cintura, sintiendo el calor de su piel húmeda bajo sus dedos. El agua caliente caía sobre ellos, cubriéndolos como una manta de sensaciones.
Sin apartar la mirada de ella, Hadriel dejó caer la toalla que lo cubría, y volvió a acercarse, su cuerpo irradiando calor y deseo. Sabía que no habían terminado, que su reencuentro, tan esperado, no podía terminar sin más. Hellen se incorporó lentamente, sus manos buscando el cuerpo de Hadriel, explorando sus músculos tensos bajo la piel aún húmeda. Había algo diferente en el ambiente, un aire de urgencia, como si ambos supieran que este momento era el clímax de todo lo que habían contenido durante años.Hellen lo atrajo hacia ella, sus labios buscando los suyos en un beso profundo y hambriento, mientras su cuerpo se deslizaba bajo el de Hadriel con una fluidez que parecía natural, inevitable. El peso de Hadriel sobre ella era reconfortante y excitante a la vez, y sus manos recorrieron la espalda de él con una desesperación que los conectaba en cada centímetro de piel.—Hadriel... —susurró ella, apenas un murmullo entre sus jadeos, mientras sus caderas se arqueaban para recibirlo, el
—Quisiéramos a la mejor de sus mariposas —dijo uno de los tres jóvenes, que vestían limpios y costosos trajes de sastre de tonalidad negra.Eran amigos, descendientes de familias adineradas y poderosas. Estaban allí para contratar a una dama de compañía; no una cualquiera, sino que, tenían unas particulares condiciones. Además, no era para ninguno de ellos, puesto que reservaban para un cuarto hombre, que no hacía acto de presencia en esta reunión, por la simple razón de que no tenía conocimiento de lo que querían hacer. Sería más como una sorpresa y un regalo especial. Además, cada uno tenía tapada la cara con un antifaz, así como la anfitriona del sitio, ya que proteger la identidad de los clientes y empleadas era necesario para el trabajo.El trío de muchachos se encontraba en un espléndido despacho, que más parecía la misma oficina presidencial, debido a la elegancia, limpieza y extravagancia del lugar, que había sido organizada, nada más con el objetivo de mostrar que le hacía ho
El primero y el segundo, miraron al tercero; el cual no había emitido palabra alguna en la conversación.El tercero asintió con su cabeza, para confirmar que podían proseguir con el diálogo. Se había mantenido en silencio y expectante ante la negociación que tenían sus amigos con aquella señora de cara cubierta por la máscara. Era el que mejor conocía al cuarto, que era el más poderoso, misterioso y el de más difícil carácter y al que le harían el obsequio de una las mariposas del distinguido y exitoso burdel. Sin embargo, no había tenido más opción que colaborar con ellos. Por lo general usaba gafas que adornaban su dócil rostro, pero en esta oportunidad se había puesto lentes de contacto. Parecía incómodo en el sitio, como si no quisiera estar ahí, y como si no estuviera de acuerdo en lo que estaban por hacer, y era así, ya que había manifestado su oposición respecto a este de regalo tan degradante, pues sabía que aquel no era partidario de este tipo de asuntos de trata de blancas.