168. El llamado

Hellen escuchó las indicaciones de su tía Radne con una mezcla de alivio y resignación. Esta vez, el papel que tenía que desempeñar era simple: cuando su tía aplaudiera, debía retirarse del salón junto a las otras mujeres. No habría más demandas, más sacrificios de su dignidad, ni más noches de pesadilla. Solo tenía que esperar esa señal y salir. Era un respiro, pero no lo suficiente para mitigar el malestar que sentía al estar en ese lugar nuevamente.

Al llegar al salón y ver las largas filas de mujeres vestidas igual que ella, había sentido una punzada de desesperanza. Todas ellas, idénticas en apariencia, eran como reflejos distorsionados de su propia realidad. Sabía que, aunque esta vez no le exigirían más, seguía siendo una pieza en el juego de su tía, atrapada en una situación que le robaba la libertad y la identidad.

Al levantar la vista, divisó a su tía acompañada por cuatro hombres en trajes oscuros y máscaras. De inmediato, sus ojos se posaron en uno de ellos. Había algo en
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