Hadriel apenas asintió en respuesta. Su mente estaba en otra parte, en lo que podría suceder en las próximas horas. Cada palabra de La Madame, cada gesto calculado, solo aumentaba su desasosiego. Por más que intentara controlar sus emociones, no podía evitar sentir una creciente tensión en su pecho. Estaba a punto de enfrentarse a un misterio que lo había obsesionado durante años: la identidad de su Cenicienta, la mujer que había dejado una huella indeleble en su vida.Mientras La Madame hablaba, Hadriel percibía el sonido lejano de los truenos que retumbaban en el cielo, como un presagio de lo que estaba por venir. El gris del cielo parecía reflejar la incertidumbre que lo envolvía. Había pasado tanto tiempo buscando respuestas, y ahora que estaba a punto de obtenerlas, se sentía atrapado entre el deseo y el temor. ¿Qué pasaría si la verdad no era lo que había imaginado? ¿Y si descubrir la identidad de su Cenicienta solo traía más dolor y confusión a su vida?Arthur, Jareth y Dylan l
La Madame hizo una seña y la música de los instrumentos comenzó a sonar por parte de los artistas invitados, que también tenían cubierto la cara por una máscara.Hadriel descendió lentamente por las escaleras, cada paso resonando en el mármol negro bajo sus pies, como un eco que se prolongaba en el vasto salón. La Madame, con su sonrisa enigmática, se quedó en la parte superior de la escalera, observando cómo se adentraba en el mar de mujeres que se extendía ante él. El sonido de la música llenaba el aire, una melodía seductora y envolvente que parecía sincronizarse con los latidos acelerados de su corazón.A medida que avanzaba entre las mujeres, una mezcla de emociones que luchaban por el control dentro de él. Había una inquietante sensación de expectación, un impulso que lo empujaba a seguir adelante, a examinar cada rostro, cada figura, en busca de la única que importaba. Pero junto con esa expectativa, había una creciente frustración, una duda que se agazapaba en su mente, record
El temor y la frustración crecían dentro de ella con cada segundo que pasaba, una tormenta que amenazaba con romper su frágil fachada de calma. Quería gritar, quería correr, quería arrancarse la máscara y huir de ese lugar, de esa vida que la había aprisionado de nuevo. Pero sabía que no podía. Estaba atrapada, una vez más, en el juego cruel de La Madame y de su tía, y la única forma de sobrevivir era seguir las reglas, aunque esas reglas la destrozaran por dentro.Mientras permanecía quieta, su mente volvía a aquella noche, a los momentos fugaces de conexión y pasión que había compartido con su príncipe. ¿Había sentido él lo mismo? ¿La recordaba? ¿O era solo una más en la lista de conquistas pasajeras? Ese pensamiento la atormentaba, porque no podía soportar la idea de que todo lo que había sentido, todo lo que había significado para ella, fuera insignificante para él.Hellen sabía que debía mantener la calma, pero su corazón latía desbocado, como un animal atrapado que busca desespe
La Madame hizo una seña para que escogieran la de los animales. Era claro que su tonta sobrina Hellen prefería ayudar a las mujeres. Así, todas las mujeres levantaron su brazo diestro al unísono para no dar lugar a dudas.la respuesta fue devastadora. Todas las mujeres, al unísono, levantaron su brazo derecho. Hadriel se quedó inmóvil por un momento, incapaz de procesar lo que veía. ¿Cómo era posible? La uniformidad de sus movimientos, la coordinación perfecta, solo añadía más misterio a la situación. La Madame había hecho una seña para que todas eligieran la opción que él esperaba que no fuera la correcta. Percibió como si el suelo se deslizaba bajo sus pies. Había contado con que este gesto lo acercaría a ella, pero ahora se sentía más perdido que nunca.La frustración lo embargó, mezclada con una sensación de impotencia. ¿Había sido demasiado optimista al pensar que podría encontrarla así? Su corazón se apretaba con la idea de que podría estar tan cerca de ella, y al mismo tiempo,
Hellen escuchó las indicaciones de su tía Radne con una mezcla de alivio y resignación. Esta vez, el papel que tenía que desempeñar era simple: cuando su tía aplaudiera, debía retirarse del salón junto a las otras mujeres. No habría más demandas, más sacrificios de su dignidad, ni más noches de pesadilla. Solo tenía que esperar esa señal y salir. Era un respiro, pero no lo suficiente para mitigar el malestar que sentía al estar en ese lugar nuevamente.Al llegar al salón y ver las largas filas de mujeres vestidas igual que ella, había sentido una punzada de desesperanza. Todas ellas, idénticas en apariencia, eran como reflejos distorsionados de su propia realidad. Sabía que, aunque esta vez no le exigirían más, seguía siendo una pieza en el juego de su tía, atrapada en una situación que le robaba la libertad y la identidad.Al levantar la vista, divisó a su tía acompañada por cuatro hombres en trajes oscuros y máscaras. De inmediato, sus ojos se posaron en uno de ellos. Había algo en
Hellen sintió cómo el mundo a su alrededor se congelaba en el momento en que escuchó esa voz. Era como si el tiempo se detuviera, dejando solo el sonido de la lluvia golpeando el asfalto y su propio corazón latiendo con fuerza en sus oídos. "Cenicienta", el nombre resonaba en su mente, evocando recuerdos y emociones que había tratado de enterrar durante tanto tiempo. Nadie más la había llamado así, solo él, su príncipe, el hombre que había significado todo para ella en un pasado que ahora parecía tan lejano, casi irreal.El agua fría de la lluvia resbalaba por su piel, empapando su vestido rojo y haciendo que el paraguas en su mano se sintiera pesado. Sin embargo, no era el frío lo que la mantenía inmóvil, sino la abrumadora mezcla de emociones que se arremolinaban dentro de ella. Hellen sintió un nudo en la garganta, una presión en el pecho que la hacía difícil respirar. No podía mover ni un músculo, su cuerpo se negaba a obedecer, atrapado entre el impulso de huir y el deseo desespe
Helen había pensado en él tantas veces, preguntándose si algún día lo volvería a ver, si alguna vez tendría la oportunidad de revelarle la verdad que había ocultado en lo más profundo de su corazón. Y ahora, esa oportunidad estaba frente a ella, pero con ella venía el temor de lo que sucedería después. ¿Cómo podría explicarle? ¿Cómo podría poner en palabras la complejidad de su situación? No sabía si debía sentir alivio por volver a verlo o angustia por lo que este encuentro podría desencadenar.Sin embargo, junto a todo ese tumulto interno, había una chispa de esperanza, diminuta pero persistente. La esperanza de que, a pesar de todo, este reencuentro pudiera ser el comienzo de algo nuevo, algo que nunca habían tenido la oportunidad de explorar plenamente. Quizás, solo quizás, el destino les estaba ofreciendo una segunda oportunidad, una oportunidad para corregir lo que había salido mal.Mientras se miraban a los ojos a través de los antifaces, Hellen sintió que algo dentro de ella s
Hellen quedó pasmada. Sintió como si el suelo bajo sus pies hubiera desaparecido. Todo a su alrededor se desvaneció, y el único sonido que podía escuchar era el latido frenético de su corazón, como si intentara abrirse camino a través de su pecho. La revelación la golpeó con una fuerza que la dejó sin aliento: Hadriel, el hombre que había sido su esposo, su protector, el padre de sus hijos, era también el hombre de la máscara dorada, el príncipe que la había hecho sentir viva por primera vez en su vida.Sus manos comenzaron a temblar incontrolablemente, y apenas podía mantener el agarre en la sombrilla que compartía con Hadriel. Su respiración se volvió errática, sintiendo como si el aire fuera insuficiente para llenar sus pulmones. Una oleada de calor subió por su cuerpo, seguida inmediatamente por un escalofrío que la recorrió de pies a cabeza. Era una sensación de vértigo, como si estuviera cayendo en un abismo, pero al mismo tiempo, era como si estuviera despertando de un sueño la