Hellen estaba en la sala de estar, conversando con su tía de forma tensa y precavida. Sabía que ella había descubierto que los gemelos podrían ser hijos del cliente de aquella vez. Sin embargo, se mantuvo serena hasta que su tía se fue. Sentía cómo cada palabra de Radne se deslizaba por la habitación como una serpiente venenosa, envolviéndola lentamente en una sensación de asfixia. Desde el momento en que su tía abuela había cruzado el umbral de la puerta, un nudo se había instalado en su estómago, apretándose más con cada comentario envenenado que Radne soltaba disfrazado de cortesía. A pesar de todo, Hellen sabía que no podía permitirse mostrar ninguna señal de debilidad. Con los gemelos presentes y su madre observando cada movimiento, tenía que mantenerse firme, actuar como si nada estuviera fuera de lugar.—Gracias, tía Radne —respondió Hellen con una calma que no sentía—. Es un placer recibirte aquí, aunque no lo esperábamos.Las palabras salieron de sus labios con dificultad, ca
Los pensamientos de Hadriel se arremolinaron en su mente, oscilando entre la lógica y la emoción. Sabía que aceptar esa oferta podría significar reabrir viejas heridas, tanto para él como para Hellen. Sin embargo, también sentía una necesidad casi desesperada de cerrar ese capítulo de su vida, de obtener una especie de cierre que le permitiera seguir adelante. Su mente analizaba las posibles consecuencias, las ramificaciones de lo que Radne estaba sugiriendo. Por un lado, había el riesgo de destruir la paz que Hellen había encontrado. Por otro lado, la posibilidad de finalmente entender qué había sucedido después de aquella noche, de saber si ella alguna vez había pensado en él, si esa noche había significado algo para ella como lo había hecho para él.Hadriel apretó la mandíbula, sintiendo cómo el peso de la decisión recaía sobre sus hombros. Finalmente, con un suspiro que reflejaba tanto resignación como determinación, giró lentamente sobre sus talones y miró a Radne a los ojos, tra
Hellen percibió como el suelo parecía desvanecerse bajo sus pies mientras las palabras de su tía resonaban en su mente como golpes implacables. El ambiente de la sala de estar, una vez familiar y seguro, se transformó en un escenario opresivo, donde cada rincón parecía cerrarse sobre ella, aprisionándola en una trampa de su pasado.Radne, sentada con esa arrogancia característica y un destello de malicia en sus ojos, era el recordatorio viviente de las sombras que Hellen había intentado dejar atrás, de ese capítulo oscuro que creía haber enterrado bajo capas de una nueva vida.El simple hecho de que su madrina hubiera mencionado "ese trabajo" hizo que su estómago se revolviera. La mención de lo que había hecho hace cuatro años despertó en ella una avalancha de recuerdos dolorosos, una ola de culpa y vergüenza que la envolvía por completo. Había logrado construir una vida lejos de ese mundo, una vida en la que era esposa y madre, una vida en la que creía haber encontrado algo de paz. P
Al encender el vehículo, su mente voló automáticamente hacia Hadriel. Él era su lugar seguro, el único que la había hecho sentir amada y protegida. Con él, había encontrado un refugio, una paz que nunca creyó posible. Pero ahora, esa paz se veía amenazada por la sombra de su tía Radne y el miedo de perder todo lo que había construido con Hadriel la consumía. Mientras conducía hacia la empresa de él, seguía dándole vueltas a las mismas preguntas: ¿Qué pasaría si Hadriel descubría la verdad? ¿Cómo reaccionaría si supiera que la mujer a la que amaba había sido una dama de compañía, que había vendido su virginidad y, peor aún, que los gemelos habían sido productos de un acto de servicio sexual?El trayecto hacia la empresa se hizo en silencio, con su corazón martilleando en su pecho. No sabía qué iba a decirle a Hadriel, solo sabía que necesitaba verlo, estar cerca de él, sentir su presencia reconfortante. Era como si el simple hecho de estar en la misma habitación con él pudiera aliviar
Hadriel cerró los ojos por un momento, permitiéndose disfrutar de la sensación de tenerla tan cerca, de poder ofrecerle algo de paz en medio del caos que claramente estaba viviendo. No necesitaba que Hellen le dijera lo que estaba pasando; sabía que cuando estuviera lista, lo haría. Hasta entonces, todo lo que podía hacer era sostenerla, ser su apoyo incondicional, y esperar que eso fuera suficiente para aliviar el peso que ella llevaba.El silencio en la oficina era pesado, pero no incómodo. Era un silencio cargado de emociones no expresadas, de una conexión profunda que no necesitaba palabras. Hadriel deseó poder hacer más por ella, deseó poder borrar cualquier sombra que se cerniera sobre su felicidad. Pero por ahora, la abrazó con todo el amor y la protección que podía ofrecer, decidido a ser el refugio que Hellen necesitaba.—¿Qué sucede? —preguntó Hadriel. Le limpio las lágrimas a Hellen con la yema de sus pulgares de manera suave—. ¿Pasó algo malo?—No… Es solo que, estoy en mi
Hellen sintió una punzada de culpa atravesar su corazón en el instante en que apartó la cabeza, evitando que sus labios se encontraran con los de Hadriel. El deseo y la conexión entre ellos eran innegables, casi palpables, pero el peso de su pasado, de sus errores y decisiones, la abrumaba. Cuando pronunció esas palabras—"Lo siento, Hadriel"—lo hizo con el dolor de quien se ve obligado a rechazar lo que más anhela. Al separarse de él, sentía como si estuviera arrancándose un pedazo de su alma. Sabía que cada paso que daba hacia la puerta la alejaba más de la única persona que la había hecho sentir completa, segura, amada.Mientras intentaba alejarse, el abrazo de Hadriel la detuvo de golpe, envolviéndola con una calidez que la hizo temblar. Su cuerpo reaccionó antes que su mente; se tensó por un segundo, y luego, inevitablemente, se rindió al calor familiar de sus brazos. Escuchar su confesión, esa declaración de amor que tanto deseaba y temía, le partió el corazón. Sus palabras reson
Hadriel sintió que su corazón se rompía mientras la veía luchar con sus propios demonios, sin poder hacer nada para ayudarla. La distancia que ella insistía en poner entre ellos era una barrera que no sabía cómo derribar. A pesar de todo, su deseo de protegerla, de cuidarla y de amarla seguía siendo tan fuerte como siempre, pero ahora estaba teñido de una dolorosa incertidumbre. ¿Qué era lo que la mantenía alejada de él? ¿Qué oscuro secreto la atormentaba? Aunque no sabía las respuestas, una cosa era segura: no iba a rendirse, no iba a dejar que se alejara sin luchar por ella, aunque eso significara enfrentarse a la oscuridad que ella llevaba dentro.Apenas tuvo tiempo para procesar el abrazo de Hellen cuando la puerta de su oficina se abrió de golpe, interrumpiendo el momento íntimo entre ambos. Su expresión cambió instantáneamente cuando vio entrar a Jareth, Arthur y Dylan, tres de sus más cercanos colaboradores. Su primer instinto fue proteger lo que quedaba de su frágil conexión c
Hellen le agradeció por los chocolates. Al estar en la sala de estar, recordó su antiguo anhelo que no había podido cumplir por estar cuidando a su madre y a sus hijos. Pero su madre ya estaba curada y los niños ya estaban más grandes.—Quisiera abrir una tienda de dulces —comentó Hellen ante el obsequio que le había dado. Había cruel y dura con él, pero eso era lo menos que deseaba. Si Hadriel se iba de su vida, caería en la oscuridad. Era su ángel, su luz—. Allí venderé pasteles, bebidas y helados. Así otras personas comerían algo dulce en medio de su tristeza, dolor o angustia.Hadriel sintió que algo dentro de él se agitaba. Sus palabras despertaron un recuerdo enterrado, un eco del pasado que lo tomó por sorpresa. Era un deja vú, una sensación inquietante que lo transportó de vuelta a un momento similar, pero con otra mujer, una mujer que él había conocido bajo circunstancias muy diferentes. Su mariposa, su Cenicienta, había compartido ese mismo sueño con él hace cuatro años. La