Al encender el vehículo, su mente voló automáticamente hacia Hadriel. Él era su lugar seguro, el único que la había hecho sentir amada y protegida. Con él, había encontrado un refugio, una paz que nunca creyó posible. Pero ahora, esa paz se veía amenazada por la sombra de su tía Radne y el miedo de perder todo lo que había construido con Hadriel la consumía. Mientras conducía hacia la empresa de él, seguía dándole vueltas a las mismas preguntas: ¿Qué pasaría si Hadriel descubría la verdad? ¿Cómo reaccionaría si supiera que la mujer a la que amaba había sido una dama de compañía, que había vendido su virginidad y, peor aún, que los gemelos habían sido productos de un acto de servicio sexual?El trayecto hacia la empresa se hizo en silencio, con su corazón martilleando en su pecho. No sabía qué iba a decirle a Hadriel, solo sabía que necesitaba verlo, estar cerca de él, sentir su presencia reconfortante. Era como si el simple hecho de estar en la misma habitación con él pudiera aliviar
Hadriel cerró los ojos por un momento, permitiéndose disfrutar de la sensación de tenerla tan cerca, de poder ofrecerle algo de paz en medio del caos que claramente estaba viviendo. No necesitaba que Hellen le dijera lo que estaba pasando; sabía que cuando estuviera lista, lo haría. Hasta entonces, todo lo que podía hacer era sostenerla, ser su apoyo incondicional, y esperar que eso fuera suficiente para aliviar el peso que ella llevaba.El silencio en la oficina era pesado, pero no incómodo. Era un silencio cargado de emociones no expresadas, de una conexión profunda que no necesitaba palabras. Hadriel deseó poder hacer más por ella, deseó poder borrar cualquier sombra que se cerniera sobre su felicidad. Pero por ahora, la abrazó con todo el amor y la protección que podía ofrecer, decidido a ser el refugio que Hellen necesitaba.—¿Qué sucede? —preguntó Hadriel. Le limpio las lágrimas a Hellen con la yema de sus pulgares de manera suave—. ¿Pasó algo malo?—No… Es solo que, estoy en mi
Hellen sintió una punzada de culpa atravesar su corazón en el instante en que apartó la cabeza, evitando que sus labios se encontraran con los de Hadriel. El deseo y la conexión entre ellos eran innegables, casi palpables, pero el peso de su pasado, de sus errores y decisiones, la abrumaba. Cuando pronunció esas palabras—"Lo siento, Hadriel"—lo hizo con el dolor de quien se ve obligado a rechazar lo que más anhela. Al separarse de él, sentía como si estuviera arrancándose un pedazo de su alma. Sabía que cada paso que daba hacia la puerta la alejaba más de la única persona que la había hecho sentir completa, segura, amada.Mientras intentaba alejarse, el abrazo de Hadriel la detuvo de golpe, envolviéndola con una calidez que la hizo temblar. Su cuerpo reaccionó antes que su mente; se tensó por un segundo, y luego, inevitablemente, se rindió al calor familiar de sus brazos. Escuchar su confesión, esa declaración de amor que tanto deseaba y temía, le partió el corazón. Sus palabras reson
Hadriel sintió que su corazón se rompía mientras la veía luchar con sus propios demonios, sin poder hacer nada para ayudarla. La distancia que ella insistía en poner entre ellos era una barrera que no sabía cómo derribar. A pesar de todo, su deseo de protegerla, de cuidarla y de amarla seguía siendo tan fuerte como siempre, pero ahora estaba teñido de una dolorosa incertidumbre. ¿Qué era lo que la mantenía alejada de él? ¿Qué oscuro secreto la atormentaba? Aunque no sabía las respuestas, una cosa era segura: no iba a rendirse, no iba a dejar que se alejara sin luchar por ella, aunque eso significara enfrentarse a la oscuridad que ella llevaba dentro.Apenas tuvo tiempo para procesar el abrazo de Hellen cuando la puerta de su oficina se abrió de golpe, interrumpiendo el momento íntimo entre ambos. Su expresión cambió instantáneamente cuando vio entrar a Jareth, Arthur y Dylan, tres de sus más cercanos colaboradores. Su primer instinto fue proteger lo que quedaba de su frágil conexión c
Hellen le agradeció por los chocolates. Al estar en la sala de estar, recordó su antiguo anhelo que no había podido cumplir por estar cuidando a su madre y a sus hijos. Pero su madre ya estaba curada y los niños ya estaban más grandes.—Quisiera abrir una tienda de dulces —comentó Hellen ante el obsequio que le había dado. Había cruel y dura con él, pero eso era lo menos que deseaba. Si Hadriel se iba de su vida, caería en la oscuridad. Era su ángel, su luz—. Allí venderé pasteles, bebidas y helados. Así otras personas comerían algo dulce en medio de su tristeza, dolor o angustia.Hadriel sintió que algo dentro de él se agitaba. Sus palabras despertaron un recuerdo enterrado, un eco del pasado que lo tomó por sorpresa. Era un deja vú, una sensación inquietante que lo transportó de vuelta a un momento similar, pero con otra mujer, una mujer que él había conocido bajo circunstancias muy diferentes. Su mariposa, su Cenicienta, había compartido ese mismo sueño con él hace cuatro años. La
Con cada pensamiento, Hellen se sentía más atrapada. Era una prisionera en su propia vida, y no veía una salida. El vestido rojo que la cubría, la máscara que escondería su rostro, todo era parte de un papel que había interpretado demasiadas veces, y del cual había intentado escapar sin éxito. Esa noche, en esa fiesta, volvería a ser la mujer que había jurado nunca volver a ser. La desesperanza la envolvía, haciendo que cada paso que daba hacia esa noche fatídica fuera como caminar hacia su propia condena. Y aunque intentaba convencerse de que lo hacía por el bien de su familia, la realidad era que no podía evitar sentir que estaba traicionando todo por lo que había luchado.Hellen se encontraba en el auto, mirando por la ventana mientras las luces de la ciudad pasaban rápidamente, creando destellos que parecían reflejar el tumulto en su interior. El sonido del motor y el suave balanceo del vehículo eran lo único que rompía el silencio dentro del auto, pero no lograban calmar la torme
Hadriel apenas asintió en respuesta. Su mente estaba en otra parte, en lo que podría suceder en las próximas horas. Cada palabra de La Madame, cada gesto calculado, solo aumentaba su desasosiego. Por más que intentara controlar sus emociones, no podía evitar sentir una creciente tensión en su pecho. Estaba a punto de enfrentarse a un misterio que lo había obsesionado durante años: la identidad de su Cenicienta, la mujer que había dejado una huella indeleble en su vida.Mientras La Madame hablaba, Hadriel percibía el sonido lejano de los truenos que retumbaban en el cielo, como un presagio de lo que estaba por venir. El gris del cielo parecía reflejar la incertidumbre que lo envolvía. Había pasado tanto tiempo buscando respuestas, y ahora que estaba a punto de obtenerlas, se sentía atrapado entre el deseo y el temor. ¿Qué pasaría si la verdad no era lo que había imaginado? ¿Y si descubrir la identidad de su Cenicienta solo traía más dolor y confusión a su vida?Arthur, Jareth y Dylan l
La Madame hizo una seña y la música de los instrumentos comenzó a sonar por parte de los artistas invitados, que también tenían cubierto la cara por una máscara.Hadriel descendió lentamente por las escaleras, cada paso resonando en el mármol negro bajo sus pies, como un eco que se prolongaba en el vasto salón. La Madame, con su sonrisa enigmática, se quedó en la parte superior de la escalera, observando cómo se adentraba en el mar de mujeres que se extendía ante él. El sonido de la música llenaba el aire, una melodía seductora y envolvente que parecía sincronizarse con los latidos acelerados de su corazón.A medida que avanzaba entre las mujeres, una mezcla de emociones que luchaban por el control dentro de él. Había una inquietante sensación de expectación, un impulso que lo empujaba a seguir adelante, a examinar cada rostro, cada figura, en busca de la única que importaba. Pero junto con esa expectativa, había una creciente frustración, una duda que se agazapaba en su mente, record